De una aldea gallega a la gloria en Francia: Mar¨ªa Casares, la actriz legendaria que no supimos apreciar en Espa?a
Triunf¨® en el cine y en el teatro, tuvo relaciones con Albert Camus, quit¨® papales a Marlene Dietrich y se la recuerda como un "monstruo sagrado" en el pa¨ªs vecino. Sin embargo, casi 25 a?os despu¨¦s de su muerte, su figura a¨²n no es del todo reivindicada en Espa?a
Cuando en 1981 Mar¨ªa Casares (A Coru?a, 1922-Alloue, Francia, 1996) se present¨® en Espa?a para hablar de sus memorias, el p¨²blico nacional no ten¨ªa ni idea de que aquella mujer madura con pelo a trasquilones y rasgos de ¨¢guila, a la que vagamente vinculaban con un pol¨ªtico exiliado, era en Francia una leyenda viva del cine y el teatro. Para empezar, resultaba impensable que una gran actriz pudiera expresarse con aquel hermoso y dens¨ªsimo acento gallego que hab¨ªa conservado intacto a lo largo de medio siglo como quien guarda un tesoro de su infancia (que es lo que era). ?O es que alguien imaginaba a la Jimena Le Cid recitando sus alejandrinos con cadencia coru?esa?
B¨¦atrix Dussane, de la Com¨¦die-Fran?aise, apunt¨® en su diario una nota sobre aquella muchacha ¡°menuda, con un aire como de cabra salvaje, con una curiosa dicci¨®n: a¨²n habla muy imperfectamente el franc¨¦s¡±
Precisamente en aquel libro de memorias, titulado Residente privilegiada, dedicaba a su Galicia natal el espacio que merec¨ªa: hablaba de una infancia id¨ªlica entre?A Coru?a y Montrove, donde la familia alquilaba el palacete Villa Galicia para pasar sus largos veraneos. Su madre, Gloria P¨¦rez Corrales, ven¨ªa de or¨ªgenes modestos (hija de una cigarrera, a su vez nacida de madre soltera), mientras que su padre, Santiago Casares Quiroga, luc¨ªa un lustroso pedigr¨ª pol¨ªtico progresista. Con el advenimiento de la Segunda Rep¨²blica, Casares Quiroga fue requerido para diversas carteras en el nuevo gobierno y la familia se traslad¨® a Madrid, lo que supuso el primer trauma en la vida de la ni?a Vitola (as¨ª llamaba su padre a Mar¨ªa Victoria Casares). Gracias a eso pudo tambi¨¦n conocer a gente como Aza?a, Largo Caballero, Lorca y Valle-Incl¨¢n, un legado que debi¨® compensarla con creces.
Su segundo trauma no tardar¨ªa en llegar. Cuando la facci¨®n militar sublevada dio el golpe de estado que desencaden¨® la Guerra Civil espa?ola, su padre estaba al frente del gobierno republicano, as¨ª que tuvieron que exiliarse a Francia. Solo Esther, hija natural de Santiago Casares, permaneci¨® en A Coru?a, reh¨¦n de los nacionales. ?l qued¨® para siempre proscrito por el nuevo gobierno franquista, pero muchos de los republicanos con los que comparti¨® exilio tampoco le profesaban simpat¨ªa debido a su tard¨ªa e ineficiente reacci¨®n al alzamiento fascista. En especial, se le acus¨® de haberse negado a repartir armas entre la poblaci¨®n civil, confiando demasiado en el fracaso del golpe por su propia entrop¨ªa. ?l siempre adujo que su intenci¨®n era evitar ba?os de sangre innecesarios, intento que a toro pasado sabemos fallido. Morir¨ªa en Par¨ªs en 1950, y no ser¨ªa rehabilitado hasta los tiempos de la Transici¨®n.
Mar¨ªa, acaso interesada en hacer valer su espa?olidad, atribu¨ªa muchos de sus logros vitales a un donjuanismo que compart¨ªa con su padre. Esa pulsi¨®n seductora que le hab¨ªa llevado a conquistar a sus amigos, a los directores y autores teatrales, al p¨²blico de su nuevo pa¨ªs, a la propia lengua francesa. Cuando lleg¨® a Par¨ªs, Mar¨ªa Casares ten¨ªa ya catorce a?os y apenas sab¨ªa hablarla. Antes de los veinte estaba haciendo primeros papeles en los escenarios franceses y por su dicci¨®n nadie dir¨ªa que no hubiera nacido en la Touraine. Y aunque aquel camino fue r¨¢pido, no le result¨® f¨¢cil recorrerlo.
"Un aire de cabra salvaje"
¡°La felicidad que me das existiendo por el mero hecho de existir (cerca o lejos) es grande pero un poco vaga, un poco abstracta, y la abstracci¨®n nunca ha colmado a una mujer¡±, le escribi¨® Casares a Albert Camus
El matrimonio de actores formado por Pierre Alcover y Gabrielle Colonna-Romano (que hab¨ªa sido disc¨ªpula de Sarah Berndhardt y modelo en algunos c¨¦lebres retratos de Renoir), amigos de sus padres, intuyeron las posibilidades tr¨¢gicas de aquella jovencita que recitaba poemas entre sollozos y espasmos cuando la hac¨ªan figurar como moner¨ªa dom¨¦stica en las reuniones de adultos: ¡°O la hacemos actriz de teatro o se nos ahoga¡±, valoraron. Sin embargo, su acento espa?ol hizo fracasar dos veces su intento de ingresar en el Conservatorio Nacional. La diva B¨¦atrix Dussane, soci¨¦taire de la Com¨¦die-Fran?aise, apunt¨® en su diario una nota sobre aquella muchacha ¡°menuda, con un aire como de cabra salvaje, con una curiosa dicci¨®n: a¨²n habla muy imperfectamente el franc¨¦s¡±. Despu¨¦s se preguntaba: ¡°?D¨®nde estar¨¢ el pr¨®ximo a?o? Me gustar¨ªa volver a verla¡±. Pues bien, al a?o siguiente aquella cabra se hab¨ªa convertido en una de sus alumnas en el Conservatorio y no balaba en absoluto, pues su dicci¨®n gala, m¨¢s que curiosa, era perfecta. Con ese activo por delante, se convert¨ªa en 1942 en protagonista absoluta en un montaje dirigido por Marcel Herrand de Deirdre of the Sorrows, tragedia mitol¨®gica del irland¨¦s John M. Synge por la que recibi¨® cr¨ªticas entusiastas.
Herrand quiso entonces montar con ella El Malentendido, del escritor existencialista y futuro premio Nobel Albert Camus. En casa de otro escritor, Michel Leiris, se conocieron Camus y Casares, y ella tom¨® la determinaci¨®n de conquistarlo tambi¨¦n. Se vieron otras veces en el apartamento de Herrand para preparar la obra, pero fue el 6 de junio de 1944, fecha exacta del desembarco de Normand¨ªa, cuando al fin se hicieron amantes tras una fiesta dada por Charles Dullin, director del Th¨¦?tre de la Ville. La relaci¨®n parec¨ªa destinada al conflicto, porque ¨¦l estaba casado con la pianista Francine Faure (era su segunda esposa). Cuando al cabo de un a?o el matrimonio engendr¨® a los gemelos Catherine y Jean, Casares decidi¨® no interponerse y dio por terminado el idilio.
Sin embargo, se reencontraron tiempo despu¨¦s, y la relaci¨®n proseguir¨ªa, con altos y bajos, hasta la muerte de ¨¦l en 1960. Ella confes¨® que fue gracias a Camus como conoci¨® realmente la literatura francesa y su cultura en general, y que aprendi¨® as¨ª a amarla. La editorial Gallimard public¨® hace tres a?os la correspondencia amorosa entre ambos. En estas cartas puede apreciarse la intensidad de su pasi¨®n, que late bajo el tono expansivo y algo grandilocuente de quien ya contempla que aquello termine nutriendo las mesitas de noche de medio mundo. Se dicen all¨ª cosas como: ¡°Oh, querido m¨ªo, ha hecho falta que yo sintiera la alegr¨ªa, primero sorda, luego creciente y finalmente inmensa [¡] para poder medir el estado de depresi¨®n, de vac¨ªo y casi de angustia en que estuve en los ¨²ltimos d¨ªas¡± (Casares a Camus). O: ¡°Adi¨®s, reina negra, te beso con todo mi coraz¨®n¡± (Camus a Casares). O: ¡°La felicidad que me das existiendo por el mero hecho de existir (cerca o lejos) es grande pero un poco vaga, un poco abstracta, y la abstracci¨®n nunca ha colmado a una mujer¡± (Casares a Camus).
Cuando interpretaba en castellano no era lo mismo: como pudo apreciarse en Adefesio, de Alberti, aquella monta?a rusa de acentos e inflexiones vocales resultaba algo extravagante en su idioma natal
Como el padre de Mar¨ªa, Albert padec¨ªa tuberculosis. Tambi¨¦n como ¨¦l, era un hombre elegante y seductor. Durante todo aquel tiempo tuvo otras amantes, y de hecho su ¨²ltima carta de amor, fechada cinco d¨ªas antes del accidente de autom¨®vil que lo mat¨®, estaba dirigida a una actriz que no era Mar¨ªa Casares, sino Catherine Sellers, que en el teatro hab¨ªa protagonizado sendas adaptaciones suyas de obras de Faulkner y Dostoievski. ¡°Nos vemos el martes, cari?o¡±, se desped¨ªa. ¡°Ya te beso y te bendigo desde el fondo de mi coraz¨®n¡±. Naturalmente, no se vieron el martes.
Un 'Lo que el viento se llev¨®' a la francesa
Para entonces, Mar¨ªa era una estrella en el teatro y el cine. En la pantalla debut¨® por todo lo alto en 1944. Junto con su descubridor en los escenarios, Marcel Herrand, fue reclutada por el director de cine Marcel Carn¨¦ para el reparto de Les enfants du Paradis, superproducci¨®n escrita por Jacques Pr¨¦vert que por su excelencia art¨ªstica, importancia hist¨®rica, duraci¨®n desmesurada y tormentoso rodaje (fue la ¨²ltima cinta nacional realizada bajo la ocupaci¨®n nazi, y sufri¨® todas las restricciones propias del momento) se ha descrito como un Lo que el viento se llev¨® franc¨¦s. Lo que estaba concebido como un veh¨ªculo de lucimiento para los protagonistas estelares, Arletty y Jean-Luis Barrault, sirvi¨® sobre todo para que los espectadores de cine descubrieran a una doliente Casares y quedaran fascinados por ella.
Inmediatamente despu¨¦s trabaj¨® en otra pel¨ªcula m¨ªtica, el segundo largometraje de uno de los mejores directores de la historia del cine, Robert Bresson. Las damas del Bois de Boulogne era un drama ultraestilizado con di¨¢logos de Jean Cocteau, y en ¨¦l encarnaba a una mujer sedienta de venganza y vestida para matar con impresionantes modelos firmados por Gr¨¨s y Schiaparelli y aparatosos sombreros de esp¨ªa rusa. Aquel rodaje fue otro de los damnificados por los vaivenes de la II Guerra Mundial, pero sobre todo por la tensa relaci¨®n entre la actriz y el director. No cabe una int¨¦rprete m¨¢s alejada de lo que Bresson requer¨ªa de sus actores (que era b¨¢sicamente la imitaci¨®n de un robot) que aquella gran tr¨¢gica precoz. Tras la experiencia, Bresson se pas¨® seis a?os sin rodar, y en lo sucesivo no volvi¨® a contar en sus repartos con un solo actor profesional. ?l consideraba Las damas una pel¨ªcula espantosa, y ella declarar¨ªa que nunca lleg¨® a odiar a nadie en un plat¨® como odi¨® a Bresson. Dijeran lo que dijeran ambos, lo que el espectador ve en pantalla es una inmarchitable delicia.
Despu¨¦s obtendr¨ªa otros dos ¨¦xitos cinematogr¨¢ficos: una adaptaci¨®n de La cartuja de Parma de Stendhal, en la que interpretaba a la duquesa Sanseverina, y el Orfeo (1950) de Cocteau, donde volv¨ªa a desplegar su magnetismo convertida nada menos que en la Muerte. Aquel papel se hab¨ªa concebido originalmente para Marlene Dietrich, pero el modo en que Casares se apropi¨® de ¨¦l aporta verdad al t¨®pico de que resultar¨ªa imposible imaginarlo encarnado por otra. Cocteau, (¨¦l s¨ª) m¨¢s que receptivo a los malabarismos interpretativos de su actriz, volver¨ªa a contar con ella para una segunda parte rodada diez a?os despu¨¦s, El testamento de Orfeo.
Pese a aquellos inicios, y con unas pocas excepciones (hacia el final de su carrera fue nominada a los premios C¨¦sar por La lectora, de Michel Deville), no se prodig¨® en el cine y a cambio prefiri¨® centrarse en el teatro. All¨ª el p¨²blico la reclamaba con avidez y la cr¨ªtica saludaba con ditirambos cada una de sus apariciones. Rebelde e individualista, pas¨® por la Com¨¦die-Fran?aise y el Th¨¦?tre National Populaire de Pierre Vilar, pero en ninguna de estas prestigiosas compa?¨ªas dur¨® demasiado. Fue una presencia habitual en el festival de Avi?¨®n, donde en 1954 hizo una Lady Macbeth que, con la escena de sonambulismo, m¨¢s que hacer historia se convirti¨® directamente en mitolog¨ªa teatral francesa. Interpret¨® todos los grandes papeles del teatro galo, y del griego, y del internacional: Racine, Corneille, Marivaux, Claudel, Sartre, Kolt¨¨s, Eur¨ªpides, Shakespeare, Ch¨¦jov, Ibsen. Gan¨® el premio Moli¨¨re por encarnar a H¨¦cuba. Hizo a Genet con Patrice Ch¨¦reau y danz¨® para Maurice B¨¦jart, que dijo de ella que hac¨ªa el amor en escena. Cuando hoy se la recuerda en Francia, invariablemente la llaman ¡°monstruo sagrado¡±, etiqueta que all¨ª solo se aplica a los muy grandes.
Un talento intraducible
Y seguramente parte de ese ¨¦xito hay que atribu¨ªrselo, aparte de a un talento innato, a lo que en principio era un h¨¢ndicap. El dominio tard¨ªo de la lengua francesa le otorg¨® el estatus privilegiado de quien est¨¢ metido en algo hasta los huesos pero al mismo tiempo es capaz de contemplarlo con cierta distancia. Fue desde esa doble trinchera como logr¨® explotar las posibilidades sonoras del franc¨¦s como quien emplea a conveniencia una herramienta de precisi¨®n. Confesaba no leer textos en espa?ol por miedo a perder aquel precioso terreno que hab¨ªa ganado.
De hecho, cuando interpretaba en castellano no era lo mismo. Viaj¨® en diversas ocasiones a Argentina, donde protagoniz¨® montajes como una Yerma de Lorca dirigida por Margarita Xirgu, mucho antes de regresar a la Espa?a democr¨¢tica tras cuarenta a?os de ausencia con un accidentado Adefesio de Alberti. Como puede apreciarse en las grabaciones, aquella monta?a rusa de acentos e inflexiones vocales resultaba algo extravagante en su idioma natal. Fascinante tambi¨¦n. Solo que de otro modo.
Reivindic¨® siempre sus ra¨ªces gallegas y espa?olas, y solo quiso hacerse oficialmente francesa, como ella misma manifest¨®, ¡°por uni¨®n¡±. As¨ª que se cas¨® con un viejo amigo, el tambi¨¦n actor Andr¨¦ Schlesser (de or¨ªgenes gitanos), para sentir que a la vez se enlazaba matrimonialmente con su pa¨ªs adoptivo. Junto a Schlesser hab¨ªa comprado una gran casona campestre en la regi¨®n de la Charente que convirti¨® en su hogar. Tras su muerte en 1996, debida a un c¨¢ncer de colon, fue enterrada all¨ª, en el pueblo de Alloue. La mansi¨®n se convirti¨® en un centro cultural dedicado a salvaguardar la memoria del monstruo sagrado y servir de residencia y punto de encuentro para gente del teatro. El edificio y su biblioteca fueron declarados monumento hist¨®rico de Francia en 2002. Dec¨ªan que all¨ª Mar¨ªa Casares hab¨ªa creado su propia Galicia privada, su para¨ªso de la infancia, para no perderlo nunca m¨¢s.
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