La sala de m¨¢quinas de la vida
Mientras los escolares de la imagen atienden o desatienden las instrucciones del profesor, afuera la gente nace y muere y va a la compra o a la oficina o pilota aviones o prepara el men¨² del d¨ªa o escribe novelas
Frente a mi casa hay un instituto de ense?anza media que abre sus puertas a la misma hora a la que yo salgo a caminar por las ma?anas. Mi calle, entonces, se llena de chicos y chicas que departen t¨ªmida o animadamente con gestos estudiados frente al espejo del cuarto de ba?o de sus casas, pero que no siempre son capaces de reproducir con la naturalidad que desear¨ªan. Pobres. Mi calle en esta ¨¦poca preoto?al deviene un jard¨ªn de rostros y de piernas y de brazos tiernos, tiernos, tiernos, como los brotes de una planta cuya mera observaci¨®n te llena de energ¨ªa.
El comienzo del curso escolar es el motor de arranque de la vida. Si ¨¦l no funciona, no se ponen en marcha el resto de las actividades cotidianas, no operan los puestos de verduras, no se abren las panader¨ªas ni parpadean los sem¨¢foros. Las aulas no envejecen porque sus usuarios tienen siempre la edad de los cr¨ªos y cr¨ªas de la foto. No hay p¨¢rvulos de 70 a?os. La apertura del curso provoca, en fin, un calambre que sacude a todos los hogares, una corriente que electriza a toda la sociedad. Las horas de entrada y salida del colegio ordenan el comportamiento de los adultos. Esos dos momentos horarios son los m¨¢s sagrados de la jornada. Mientras los escolares de la imagen atienden o desatienden las instrucciones del profesor, afuera la gente nace y muere y va a la compra o a la oficina o pilota aviones o prepara el men¨² del d¨ªa o escribe novelas. Pero la sala de m¨¢quinas de toda esa actividad exterior se encuentra repartida entre los parvularios e institutos del pa¨ªs. Cuando cierran, se cierra la existencia.
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