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Escena durante una de las recientes protestas del movimiento Black Lives Matter.
Escena durante una de las recientes protestas del movimiento Black Lives Matter.

Indignaci¨®n, frustraci¨®n y miedo

Arranca la carrera hacia la Casa Blanca. A un mes de las elecciones presidenciales, el novelista Richard Ford escribe este ensayo sobre el ¨¢nimo de un pa¨ªs sumido en la incertidumbre y preso de la fractura social: ¡°En Estados Unidos se respira el peligro¡±.

Como escritor, dudo que mi manera de ver el mundo difiera mucho de la de otro ciudadano razonablemente comprometido o medianamente bien informado. Ciertamente, no s¨¦ m¨¢s que nadie. De existir una diferencia entre mi visi¨®n y la de un fontanero, un vendedor de seguros o un profesor de primaria ¡ªy puede que en esto tambi¨¦n me equivoque¡ª, es que, como escritor de historias ficticias, me dedico a creer que todo es posible, que la experiencia plausible es mucho m¨¢s amplia de lo que la historia, la l¨®gica o la convenci¨®n nos dicen. Me paso la mayor parte de los d¨ªas evitando imaginar lo que podr¨ªa o deber¨ªa pasar en base a la l¨®gica, queriendo imaginar qu¨¦ puedo hacer que suceda y procurando que lo que suceda resulte interesante y ¨²til. Al escribir novelas y relatos, o incluso ensayos como este, nada sucede necesariamente a otra cosa y cualquier cosa puede acontecer despu¨¦s de otra. Afortunadamente (y desafortunadamente a veces), esto tambi¨¦n es cierto de la vida, donde se desarrolla la pol¨ªtica.

Como ya deben saber, en Estados Unidos muy pronto votaremos para elegir a nuestro pr¨®ximo presidente. Tambi¨¦n votaremos para averiguar qu¨¦ tipo de pa¨ªs es y ser¨¢ Estados Unidos y qu¨¦ tipo de personas somos los estadounidenses. Si les parece una situaci¨®n inc¨®moda, precaria, tal vez decisiva y no poco pat¨¦tica, es porque lo es. Que una gran naci¨®n se juegue tanto en un ¨²nico ejercicio c¨ªvico, legalmente establecido y con su propio calendario, resulta alarmante.

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Normalmente, en unas elecciones, en las que una parte promueve una visi¨®n del pa¨ªs y la otra promueve una visi¨®n distinta, quien sale victorioso se pone al servicio de los ciudadanos. A mucha gente le aburre esta relativa ausencia de emoci¨®n, pero a m¨ª no. Si mi partido pierde, suelo pensar: ¡°Que as¨ª sea¡±, ya que el propio acto de votar es lo que valida al pa¨ªs. Ambas visiones, despu¨¦s de todo, surgen de premisas sobre esta naci¨®n que una gran mayor¨ªa considera indiscutibles, premisas que emanan de las muchas creencias sobre las que se fund¨®, esto es, su mito de origen. En el caso de Am¨¦rica, entre ellas encontramos que la obligaci¨®n del poder legislativo y del judicial consiste en controlar y equilibrar el considerable poder que recae sobre el poder ejecutivo (el sistema de checks and balances). Tambi¨¦n el derecho de voto y la santidad de las elecciones; la certeza de que el poder ejecutivo no se lucrar¨¢ econ¨®micamente desde su posici¨®n electa o la sencilla importancia de que exista un censo. Muchas de estas garant¨ªas operan como instituciones fundacionales, pero tambi¨¦n como salvaguardas contra la tiran¨ªa y contra otros males que aquejan al liderazgo, como la ineptitud y el delito, ya que minan nuestra confianza en lo p¨²blico.

Hoy siento un desconcertante silencio sobre esta tierra. Incluso en medio de una tormenta perfecta provocada por una peligrosa situaci¨®n de tumulto nacional ¡ªah¨ª tenemos a un contumaz presidente que se dedica a avivar la violencia p¨²blica, a las protestas que han surgido en nuestras ciudades, a las tormentas monumentales y a los incendios forestales que roban vidas y engullen propiedades, a una econom¨ªa desnortada y a una pandemia que crece de forma desenfrenada¡ª, da la impresi¨®n de que estemos simplemente esperando. Esperando a ver qui¨¦n gana, por supuesto, pero tambi¨¦n impacientes por saber qu¨¦ nos pasar¨¢ despu¨¦s. Es como si un sustrato de hielo silente yaciera bajo la estrepitosa mezcolanza social que define a Estados Unidos, manteni¨¦ndonos quietos en nuestros sitios. Al fin y al cabo, la mayor¨ªa de los votantes ya han decidido su voto y ya no se molestan demasiado en leer los peri¨®dicos ni en seguir la actualidad por televisi¨®n. La covid-19 ha alterado por la fuerza nuestro sentido del tiempo, engendrando un presente largo y sobrecogedor. La arremetida constante de perfidias incomprensibles por parte del poder ejecutivo ha menoscabado nuestro sentido de autodeterminaci¨®n. Siento al pa¨ªs en el que he pasado los 76 a?os de mi vida a una distancia extra?a, y desde donde me encuentro no veo nada claro. Todo esto est¨¢ aconteciendo a pocas semanas de que se celebren las elecciones m¨¢s trascendentales de la vida de todos los estadounidenses. Desde esta distancia virtual y abrumadora, mi pa¨ªs se parece cada vez m¨¢s a uno de esos pa¨ªses que pueden caer. Nunca me hab¨ªa sentido as¨ª, ni siquiera en lo m¨¢s crudo de la guerra de Vietnam, ni siquiera tras los atentados del 11 de septiembre de 2001.

Protestas en Nueva York del movimiento Black Lives Matter, que se ha extendido por todo Estados Unidos frente a la brutalidad policial contra la poblaci¨®n afroamericana.
Protestas en Nueva York del movimiento Black Lives Matter, que se ha extendido por todo Estados Unidos frente a la brutalidad policial contra la poblaci¨®n afroamericana.

En otras palabras, en Am¨¦rica se respira el peligro. Sentimos que no podemos seguir as¨ª indefinidamente, que deber¨ªamos estar haciendo algo m¨¢s para ayudarnos a nosotros mismos, pero estamos extra?amente constre?idos, clavados en el sitio.

Bien podr¨ªa decirse que Estados Unidos se fund¨® sobre la premisa de los l¨ªmites estrat¨¦gicos, sobre un presunto respeto por las normas y las leyes; sobre la creencia de que 13, y luego 20, y despu¨¦s 30, y finalmente hasta 50 entidades geogr¨¢ficas diferenciadas (nuestros Estados) pod¨ªan y deb¨ªan buscar la manera de adecuarse los unos a los otros a lo largo y ancho de una vasta y diversa masa continental y as¨ª proclamar una naci¨®n; que los poderes gubernamentales ser¨ªan transferidos de manera pac¨ªfica y puntual, y que desempe?ar¨ªan sus funciones de forma gradual y atendiendo a los matices, reconociendo la ambig¨¹edad y cultivando la paciencia ante la complejidad que entra?an el compromiso c¨ªvico y las tensiones provocadas por las inevitables discrepancias que surgen en su seno. Como la historiadora estadounidense Anne Applebaum ha dicho sobre nosotros, y sobre otros tambi¨¦n, las democracias requieren tolerancia. Esas mismas premisas e instituciones fundacionales que nos protegen de la tiran¨ªa permanecen m¨¢s all¨¢ de los Gobiernos sucesivos a trav¨¦s del requerimiento estricto a un sector constitucional del Gobierno (el legislativo, por ejemplo) que act¨²e como supervisor y guardi¨¢n de otro. De nuevo, a este vaiv¨¦n lo llamamos sistema de equilibrios y contrapoderes. Todo esto forma parte de la nave del Estado, una nave de tama?o considerable, dif¨ªcil de manejar y erigida sobre un positivismo impracticable. En esta mole ingeniosa pero lenta, las instituciones han suscitado en los estadounidenses la confianza (cuestionable) en que los asuntos de Estado funcionan y deber¨ªan funcionar de una forma visible y predecible mientras los dem¨¢s nos dedicamos a nuestros asuntos felizmente y sinti¨¦ndonos a salvo. Podr¨ªa decirse que estamos ante una versi¨®n del ¡°demasiado grande para caer¡±, pero ya sabemos c¨®mo funciona eso. Mi esposa y yo tenemos un amigo canadiense que un d¨ªa, bromeando, nos dijo: ¡°Sois el ¨²nico pa¨ªs que se tom¨® la democracia en serio¡±. (Y no era un cumplido). A lo que respond¨ª: ¡°S¨ª. Bueno, m¨¢s o menos. Supongo. S¨ª, claro¡±.

¡°Supongo¡± porque esas certezas de la Ilustraci¨®n que tenemos tan grabadas trajeron consigo una profunda desconfianza hacia el Gobierno, heredada de los brit¨¢nicos, y una obsesi¨®n concomitante por los derechos de propiedad, como si solo la tierra fuera merecedora de confianza. Relacionado con esto, tambi¨¦n despertaron en nosotros una desconfianza hacia la mutualidad, una xenofobia rampante y end¨¦mica, una religiosidad empalagosa y poco convincente, y la creencia de que los complejos problemas de los humanos pod¨ªan (y, probablemente, deber¨ªan) resolverse con solo trasladarse a otro lugar, ya que lugares a los que trasladarse hab¨ªa de sobra. La independencia, que para Estados Unidos comenz¨® siendo un mantra con el que nos liberamos de la opresi¨®n brit¨¢nica para ser a¨²n m¨¢s libres, de modo que pudi¨¦ramos vincularnos al mundo de una forma m¨¢s fecunda, se ha anquilosado y ha pasado a convertirse en un t¨¦rmino popular que denota banalidad, ignorancia y aislamiento. ?Les resulta familiar? ?Pueden ver un rostro humano form¨¢ndose en un ba?o qu¨ªmico?

Las democracias pueden caer y lo hacen. Hay que leer a Cicer¨®n, como hicieron nuestros padres fundadores. El declive de una gran naci¨®n no deber¨ªa darse f¨¢cilmente. Pero Estados Unidos es un pa¨ªs joven que no ha estado sometido a la prueba del tiempo, y, en muchos sentidos, no es muy autocr¨ªtico ni muy consciente de s¨ª mismo. Solo tres guerras, una salvaje contra nosotros mismos y otras dos contra nuestros vecinos m¨¢s cercanos, se han librado dentro de nuestras fronteras (solemos no tener en cuenta las guerras genocidas que los blancos libramos contra nuestros predecesores ind¨ªgenas). As¨ª de desatentos, con nuestras libertades y nuestra riqueza tan desigualmente distribuida, tendemos de manera enga?osa a dar por sentadas nuestra soberan¨ªa, nuestra estabilidad y nuestra rectitud (?muchos estadounidenses a¨²n piensan que ganamos la guerra de Vietnam!). Nuestros mimbres fundacionales, delicadamente compensados entre s¨ª, han tejido un pa¨ªs magn¨ªfico cuando funcionan bien y todo el mundo acepta, conoce y respeta las reglas (menos gobierno y m¨¢s libertad, igual a felicidad: el gran experimento estadounidense). Pero esas mismas geometr¨ªas se tornan precarias y susceptibles de sufrir distrofia cuando no se observan de manera estricta. Como sucede ahora.

Mis amigos europeos me dicen a menudo, aunque creo que no demasiado en serio, que ¡°miran a Estados Unidos con esperanza¡±, como si alzaran la vista hacia la ahora famosa ¡°ciudad sobre la colina¡± de John Winthrop. Sin embargo, les preocupa que nos estemos adentrando en zona de peligro. Pero mientras no se trate ¨²nicamente de flujos de caja o de reposiciones de Los d¨ªas felices, cuestiono su inquietud. No es que nos deseen mal, necesariamente. Bastante tendr¨¢n de lo que preocuparse en sus pa¨ªses como para tener que ponerse a evaluar el m¨ªo. Pero tambi¨¦n es posible que hayan probado el ponche de ¨¢cido lis¨¦rgico del ¡°excepcionalismo estadounidense¡± y no hayan le¨ªdo a¨²n el serm¨®n del pastor Winthrop. A los feligreses puritanos del Massachusetts del siglo XVII, los residentes putativos de la ciudad sobre la colina, Winthrop les dijo: ¡°Los ojos de todas las gentes est¨¢n sobre nosotros. As¨ª que, si tratamos falsamente con nuestro Dios en esta labor que hemos emprendido y nos niega la ayuda que ahora nos brinda, nos convertiremos en una an¨¦cdota y en objeto de burla en todo mundo¡±. En t¨¦rminos seculares: no creas que estamos exentos de las calamidades a las que otros se han enfrentado y han padecido.

Personas sin hogar, retratadas el pasado verano en las inmediaciones de Venice Beach, en Los ?ngeles (California).
Personas sin hogar, retratadas el pasado verano en las inmediaciones de Venice Beach, en Los ?ngeles (California).Ed Kashi

La historia estadounidense es una endeble novela en curso escrita con una certeza inc¨®moda y provisional que tiene que ver con el lugar al que nos conducir¨¢ todo esto, un relato que precisa que muchas cosas vayan bien y que no demasiadas cosas importantes salgan mal para no desviarse mucho de su trama b¨¢sica y optimista. Muchos creen que esta cualidad err¨¢tica es buena. Pero existen otras opiniones.

Sumidos como estamos en un estado de ¨¢nimo un tanto preapocal¨ªptico, se estila preguntarse en alto y por escrito qu¨¦ dir¨ªan los historiadores sobre el mundo y sobre Am¨¦rica en este momento. Como si a los historiadores por fin se les fuera a conceder lo que les corresponde y siempre han deseado, ser los depositarios de la verdad, los sacerdotes f¨²nebres del l¨ªo que hemos montado. Lo que s¨ª creo que podr¨ªan decir en retrospectiva sobre estos d¨ªas g¨¦lidos y tenebrosos que estamos viviendo es: ¡°Vaya. Desde la perspectiva de la eternidad, Estados Unidos no ha durado tanto. Ni siquiera en comparaci¨®n con sus peores enemigos. Pero le acuciaron los problemas. La esclavitud fue uno muy gordo. Como tambi¨¦n lo fue su incapacidad de leer la historia (por supuesto que lo dir¨ªan). Y su fracaso a la hora de mirar fuera y ver lo que estaba sucediendo en el mundo, del cual fueron una parte importante durante un tiempo. Eso sumado a no haber mirado hacia dentro para ver lo que estaba sucediendo delante de sus narices. Y, claro, hacia el final las cosas se pusieron muy feas. Ya nadie sab¨ªa c¨®mo funcionaba el Gobierno. Con todas esas armas, adem¨¢s, no pod¨ªa ser un lugar seguro. Convirtieron el medio ambiente en algo t¨®xico. Para ser un pa¨ªs absurdamente rico, mucha gente estaba hambrienta, y las escuelas no eran mejores que las de Uzbekist¨¢n. Vistas las cosas como en realidad son, no es de extra?ar que cayera¡±.

Intentar ver las cosas como son es lo que alguno de nosotros, que espero seamos mayor¨ªa, estamos haciendo durante este fr¨ªo tiempo de espera. No siempre resulta sencillo, o a lo mejor es que no nos tomamos nuestra ciudadan¨ªa lo bastante en serio. He aqu¨ª la misma complacencia de siempre.

A veces pienso que los espa?oles y los uzbecos y los ciudadanos de Uganda entienden lo que sucede en Estados Unidos mejor que la mayor¨ªa de los estadounidenses, que lo ven todo de cerca. Necesitamos con urgencia usar esa desconcertante distancia en la que me he sentido ¨²ltimamente a modo de lente amplificadora que nos ayude a esclarecer m¨¢s las cosas. Porque, a veces, ese ins¨®lito silencio que yo y todos en este pa¨ªs sentimos se parece al silencio que precede a la batalla, y esa extra?a confusi¨®n que levanta el polvo en torno a los hechos m¨¢s simples de la existencia humana recuerda a la niebla de la guerra. Suena melodram¨¢tico. Me gustar¨ªa estar equivocado porque soy un estadounidense patriota. Pero como Tolst¨®i y todo gran cronista de guerra han dejado maravillosamente claro, todas las guerras se libran mucho antes de que las armas comiencen a disparar y el humo confunda a los soldados en el campo de batalla.

No s¨¦ mucho de autoritarismo protofascista, solo lo que leo en los libros, pero las palabras me asustan un poco. A diferencia del excepcionalismo estadounidense, s¨¦ que el autoritarismo no es un mito, y que una de sus caracter¨ªsticas iniciales m¨¢s siniestras y destructivas es que no se anuncia como lo que es, sino como una soluci¨®n directa, r¨¢pida, racional e inevitable para todo lo que aqueja a la gente y a su pa¨ªs. En ese sentido, y en muchos otros tambi¨¦n, funciona de manera opuesta a la democracia, ya que esta requiere tiempo y paciencia para funcionar lo mejor posible, y valora la tolerancia, la contenci¨®n y la postergaci¨®n de la gratificaci¨®n a fin de que el mayor n¨²mero posible de personas participe en ella y tenga voz, para que se sirvan de ella y les proteja.

Docenas de cad¨¢veres apilados, a la espera de recibir sepultura, cuando la pandemia azotaba Nueva York durante el pasado mes de mayo.
Docenas de cad¨¢veres apilados, a la espera de recibir sepultura, cuando la pandemia azotaba Nueva York durante el pasado mes de mayo.

Muchos creemos que el autoritarismo se encuentra a las puertas de la fr¨¢gil democracia estadounidense, que tiende a plegarse una y otra vez, pero esta flexibilidad (que por lo general es una virtud) tambi¨¦n puede permitir que la bestia entre espont¨¢neamente en la sala. Las se?ales abundan y est¨¢n a la vista de todos. Debemos retirar los ojos de la hoja de c¨¢lculo y dejar de mirarnos en ese espejo en el que a lo mejor vemos que las cosas no nos est¨¢n yendo tan bien hoy. En efecto, el autoritarismo, la pseudoideolog¨ªa en la que todo el poder, la inteligencia y la intenci¨®n p¨²blica fluyen de arriba abajo, donde los ciudadanos se encuentran ¡ªy que por lo general emana de alg¨²n actor masculino, d¨¦spota y mesi¨¢nico¡ª, busca falsear y suprimir y, por tanto, ¡°remediar¡± los sentimientos de descontento que como humanos experimentamos. Y lo hace a trav¨¦s de un chorro de desinformaci¨®n sobre cu¨¢l es la causa de qu¨¦ en el mundo, culpando a los dem¨¢s de los males de la sociedad con una grandilocuencia t¨®xica, desasosegante y desconocida; a trav¨¦s de la falsa promesa de que un pasado indefinido era mejor que el presente; de la idea absurda de que la ley es para otros; y con la insolencia de que la dicci¨®n y la gram¨¢tica que usamos y que nos une como naci¨®n significa de hecho lo contrario de lo que pens¨¢bamos que significaba. Que el descaro es honestidad. Y que la civilizaci¨®n que hemos creado y en la que nos sostenemos, por muy imperfecta que sea, es falsa y superficial y necesita ser derribada. Todo esto solo para que el d¨¦spota pueda mantener su puesto.

Debo preguntarles de nuevo: ?les resulta familiar? ?Comienza ya a flotar un rostro humano en el l¨ªquido naranja? ?Nos hace creer esa cara que el hombre que se encuentra detr¨¢s piensa que absolutamente cualquier cosa puede suceder a otra solo porque ¨¦l lo dice? Si no nos hace pensar eso, es que a lo mejor no estamos prestando suficiente atenci¨®n.

De modo que s¨ª, tengo miedo. A eso se reduce todo esto. No he bebido ni un sorbo de ponche de ¨¢cido lis¨¦rgico y me siento paralizado, ligeramente desorientado y enfadado conmigo mismo. Sentirme as¨ª aumenta mi empat¨ªa hacia los ciudadanos de pa¨ªses del Tercer Mundo y hacia lo que experimentan cuando salen del monte y caminan durante tres d¨ªas para emitir un voto con el que derrocar a un dictador que durante d¨¦cadas ha tenido todo el poder en sus manos. Pienso en la inmensa e improbable oportunidad que supuso poder crear Estados Unidos, en cu¨¢ntas estrellas hubieron de alinearse; en cu¨¢ntas personalidades m¨¢gicas, intelectos y esp¨ªritus tuvieron que juntarse; en cu¨¢nta historia aprendida y clarividencia reunida. Cu¨¢nto optimismo e imaginaci¨®n, cu¨¢nta mesura desplegada. Si lo dejamos escapar, ser¨¢ imposible recuperarlo.

Donald Trump (f¨ªjense que es la primera vez que lo menciono), tanto si es un protofascista como si es cualquiera otra cosa ¡ªun ni?o malvado, un Frankenstein dando tumbos en una habitaci¨®n extra?a y oscura (el propio Estados Unidos)¡ª, es solo un s¨ªntoma desconcertante de una enfermedad m¨¢s profunda que padece Am¨¦rica alimentada por la indignaci¨®n, la frustraci¨®n, la desilusi¨®n, el miedo, una historia violenta, una constante indefensi¨®n e incluso una aversi¨®n hacia el estadounidense en el que nos hemos convertido. No nos sentimos as¨ª todo el tiempo, pero en un momento dado s¨ª que podemos albergar alguno de estos sentimientos, y la gran mayor¨ªa de nosotros podemos gestionarlos sin querer destruir el pa¨ªs. Cuando al comienzo de este ensayo he dicho que estamos nerviosos, a la espera de descubrir qu¨¦ tipo de personas somos y qu¨¦ tipo de pa¨ªs tenemos, me refer¨ªa a que queremos saber c¨®mo vamos a gestionar lo que nosotros ni nuestro pa¨ªs no podemos ignorar m¨¢s.

Alexis de Tocqueville, que conoci¨® unos Estados Unidos j¨®venes, escribi¨® en 1839 que ¡°la salud de una sociedad democr¨¢tica puede medirse por la calidad de las funciones desempe?adas por los particulares¡±. Escribo en calidad de uno de esos particulares. Hay m¨¢s personas que creen lo que yo creo que personas que no lo hacen. As¨ª que espero que Tocqueville siga teniendo raz¨®n mientras aguardo a que llegue el d¨ªa de las elecciones y con mi voto formar parte de este gran experimento. Esta vez vamos a necesitar suerte, de esto estoy seguro. Y recuerden una vez m¨¢s¡­, nada sucede necesariamente a una cosa. La hemos liado parda, pero debo confiar en que no es demasiado tarde para deshacer el entuerto.

Traducci¨®n de Marta Caro.

Para tomar el pulso a las elecciones en EE.UU. Suscr¨ªbete aqu¨ª.?

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