Mascarillas e idiotas cabales
Que se preocupen de sus padres y abuelos, eso ya ser¨ªa, supongo, demasiado pedir y esperar de un idiota cabal
Ni los m¨¢s optimistas niegan que desde hace unas d¨¦cadas se ha producido una inducida tontificaci¨®n general y creciente de la sociedad. La mayor prueba son los gobernantes que se padecen en los Estados Unidos, Gran Breta?a, Hungr¨ªa, Polonia, Espa?a, Egipto, Venezuela, M¨¦xico, la Argentina, Nicaragua, Turqu¨ªa, Bielorrusia, Filipinas, la India, la tremenda Rusia, el infame Brasil (sin olvidar la Catalu?a suicida), todos ellos votados y elegidos en alg¨²n momento por la poblaci¨®n. La irrupci¨®n de una plaga no ten¨ªa por qu¨¦ mejorar la inteligencia ni la cordura, m¨¢s bien al contrario: la gente amenazada se imbeciliza m¨¢s, unos porque se acobardan en exceso, otros porque se rebelan contra la amenaza neg¨¢ndola y creyendo en teor¨ªas conspirativas del todo ajenas al raciocinio, a la ciencia no digamos.
Aunque ahora haya menos personas en las calles, observo que los idiotas no escasean en ellas, y para comprobarlo basta echar un vistazo a las ya imprescindibles mascarillas. Hay que reconocer que la mayor¨ªa las usa como es debido y responsablemente. Pero hay una serie de variados bobos que no se sabe en qu¨¦ extra?as supersticiones tienen depositada su fe. Dejando de lado a los sin techo, que no las llevan ¡ªbastante tienen con lo suyo para permitirse gastos extra¡ª, y a los negacionistas voxeros o trumpistas, que tampoco, por convicci¨®n, he detectado estos tipos de idiotas:
El idiota que corre. Este individuo ha gozado, adem¨¢s, de una incomprensible discriminaci¨®n a favor desde el inicio de la epidemia. Ya entonces se los autoriz¨® a salir libremente, y tienen permiso para no cubrirse. Tal vez la mascarilla pueda ahogarlos en pleno trote o sprint, no lo s¨¦, pero lo absurdo es que, mientras a los fumadores se los castiga por exhalar sus aerosoles sosegadamente, se premia a los corredores, que van echando el bofe y esparci¨¦ndolos con denuedo, cuando no con violencia. Cada vez que se cruza uno con ellos, m¨¢s le vale encomendarse a los santos y arc¨¢ngeles para no infectarse con su estela.
Otro tanto sucede con el o la idiota en patinete o bici, que a lo anterior a?ade que a menudo tira el veh¨ªculo en medio de la acera, una vez usado (con la intolerable permisividad municipal), para impedir el paso a los transe¨²ntes o procurar que se rompan algo si van distra¨ªdos o mirando hacia abajo.
Los que miran en esa direcci¨®n son numerosos, y quiz¨¢ los m¨¢s idiotas de todos (aunque la competici¨®n est¨¢ re?ida). Son los y las idiotas con m¨®vil. Es llamativo que muchos se bajen o quiten la mascarilla para hablar, como si sin ella se les fuera a o¨ªr mejor, o con ella peor. Pero todav¨ªa m¨¢s descerebrados son los que se la bajan o quitan¡ para leer o escribir un mensaje, como si el aditamento afectara a la visi¨®n. Cierto que los cristales de las gafas se empa?an con el vaho, pero basta con alz¨¢rselas un momento, o, m¨¢s sensato, aguardar a volver a casa o estar apartados de los dem¨¢s para enterarse o contestar. Casi nada es nunca muy urgente. Este g¨¦nero de idiota debe de pensar que el m¨®vil posee propiedades curativas o inmunizadoras, tanta es su adoraci¨®n por ¨¦l, y que nada puede pasarle mientras est¨¢ absorto en su contemplaci¨®n. Lo mismo deben de creer los corredores de sus pr¨¢cticas pseudodeportivas. Y los ciclistas y patineteros estar¨¢n convencidos de que los protege la velocidad. Lo que a ninguno concierne es proteger a los dem¨¢s de sus vaharadas y chillidos (la mayor¨ªa sigue hablando por el m¨®vil a voz en cuello).
Un idiota en verdad misterioso es el que va con perro. La mayor¨ªa de los due?os de perros cumple las reglas estrictamente, pero no son pocos los que no. Tambi¨¦n esta porci¨®n fue discriminada desde el primer instante a favor, y se los autoriz¨® a salir sin cortapisas porque los perros son ya tan sagrados como sol¨ªan serlo (ignoro si a¨²n) las vacas en la India. Y lo cierto es que son millones los que hoy tienen perros: de hecho es raro el que s¨®lo pasea a uno, lo normal son dos, tres o m¨¢s. Con frecuencia, en mis paseos, atravieso una bonita y recoleta plaza absolutamente tomada por las orinas del animal sagrado. (Bueno, hay quien lleva perros nobles y quien arrastra o es arrastrado por una especie de ratones que sin embargo ladran como los neur¨®ticos que acostumbran a ser.) Pues bien, algunos due?os, ya digo, prescinden alegremente de la mascarilla o se la colocan como sotabarba o bufanda. En consonancia con el credo de la comunidad occidental, deben de estar persuadidos de que tanto perros como ratones caninos son un t¨®tem ante cuya poderosa presencia el virus retrocede, se asusta y no osa contagiar. Como un vampiro ante la cruz.
De los idiotas que, pese a todas las advertencias y escarmientos, contin¨²an celebrando botellones en las calles y fiestas en los malhadados pisos tur¨ªsticos que ahora alquilan para tal prop¨®sito, hay suficientes noticias como para insistir. Lo m¨¢s est¨²pido es que no se arredren tras constatarse que en esta segunda oleada est¨¢n infectados, hospitalizados o difuntos numerosos menores de cuarenta a?os. Que se preocupen de sus padres y abuelos, eso ya ser¨ªa, supongo, demasiado pedir y esperar de un idiota cabal.
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