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Estado de ansiedad

El coronavirus nos trastoc¨® la vida de golpe. Muchos meses despu¨¦s seguimos en una constante adaptaci¨®n. Enfrentamos p¨¦rdidas econ¨®micas, personales y sociales, y la falta de certezas en una realidad mutante que, en plena segunda oleada de la pandemia, parece no tener fin. Cuesta desconectar, cuesta dormir, cuesta concentrarse. Un pu?ado de testimonios en primera persona retrata el estado de ¨¢nimo de una sociedad sometida a estr¨¦s. Los especialistas en salud mental alertan sobre la importancia de no desde?ar los s¨ªntomas.

Antes de que toda Espa?a comenzara a familiarizarse con las fases de la desescalada antes de que se promulgaran siquiera, un hombre llamado ??igo se enfrent¨® a su propia monta?a rusa en varias fases: la primera arranc¨® cuando su padre, el periodista Jos¨¦ Mar¨ªa Calleja, ingres¨® en el hospital en Madrid y ¨¦l se vio encerrado en su realidad de Tenerife, sin poder llevarle siquiera un libro, una ropa, un gesto. La segunda, cuando muri¨® y ¨¦l tuvo que volar a la capital a hacerse cargo de las gestiones enloquecidas en un mundo vaciado, sin abrazos. La tercera, cuando volvi¨® a sumergirse en su soledad de Tenerife a iniciar un duelo con la ayuda, acaso, del WhatsApp. Y habr¨¢ m¨¢s fases, que ya saldr¨¢n, porque mientras todo esto ocurr¨ªa, Rosa, una abogada de M¨¢laga que estaba al borde de empezar a disfrutar de la jubilaci¨®n con viajes, clases, charlas, exposiciones y abundante vida social, se top¨® de un d¨ªa para otro con que alguien llamaba a su puerta y era la vejez en persona. Por otra puerta se fue la juventud de Alberto, m¨¦dico madrile?o que llora entre paciente y paciente y siente que esa etapa de su vida se ha ido para siempre. O Silvia, sanitaria gallega, que tira la toalla despu¨¦s de que el miedo la arrasara a ella y a su ni?o peque?o, que dej¨® de comer en una larga ausencia que, obviamente, no entendi¨®. Y muchos m¨¢s que ir¨¢n saliendo aqu¨ª, en esta historia que intenta hilar c¨®mo la pandemia nos ha trastocado la vida, ha sido un shock para nuestra salud mental y ha dejado un reguero de miedo, estr¨¦s, angustia, ansiedad, culpa, incertidumbre, depresi¨®n, tristeza, estigmatizaci¨®n y duelos que no son de nadie, porque son de todos. Y que se prolongan en una situaci¨®n sostenida de la que no se ve el fin. Y no estamos locos, no.

La salud mental del 46% de la poblaci¨®n est¨¢ en riesgo, seg¨²n un estudio de la Universitat Oberta de Catalunya en el que luego profundizaremos. No se trata de patolog¨ªas psiqui¨¢tricas, de enfermedades que ya est¨¦n cronificadas, sino de s¨ªntomas que ya se est¨¢n sufriendo, midiendo, y que est¨¢n generando un deterioro cognitivo que nos lleva a comportamientos err¨¢ticos, a la dificultad para concentrarnos y a sentimientos negativos. ¡°Hay una respuesta natural de tristeza cuando sufres una p¨¦rdida en circunstancias traum¨¢ticas. Pero si esa tristeza se prolonga seis meses y no te deja trabajar, disfrutar, ni mejorar, ser¨¢ patol¨®gica¡±, advierte Celso Arango, jefe de Psiquiatr¨ªa del hospital Gregorio Mara?¨®n.

La pandemia ha plantado las semillas de una enorme crisis de salud mental, avisa la ONU. El aislamiento f¨ªsico, el miedo, la p¨¦rdida econ¨®mica y hasta la desinformaci¨®n han extendido el malestar psicol¨®gico en la poblaci¨®n. ¡°Es urgente afrontar el severo impacto de esta crisis en la salud mental y el bienestar¡±.

<b>Silvia Iglesias. Auxiliar de enfermer¨ªa, 46 a?os</b>. Fue movilizada para la atenci¨®n a enfermos de la covid-19 en un hospital de Vigo. La dura experiencia de ver morir a los pacientes en soledad, el temor a contagiarse y la afectaci¨®n de su familia ¡ªsu hijo dej¨® de comer y su marido se vino abajo durante la primera oleada¡ª le hizo abandonar.

¡°La mayor¨ªa de nosotros pasamos un periodo de transici¨®n con s¨ªntomas de ansiedad, tristeza, duelos por p¨¦rdidas humanas, econ¨®micas o de la vida tal y como la conoc¨ªamos, por la dificultad en el contacto social y en los aspectos que nos caracterizan, por no acompa?ar a nuestros enfermos, pero ponemos nuestros recursos en marcha y esto se puede ir reduciendo seg¨²n nos adaptemos¡±, asegura Silvia Berdullas, gerente del Consejo General de Psicolog¨ªa. ¡°El problema es ese 20% de la poblaci¨®n que va a desarrollar patolog¨ªas. El problema es el estr¨¦s sostenido porque no sabemos cu¨¢ndo va a finalizar todo esto y la incertidumbre se extiende. Y el problema son los estresores que a?aden presi¨®n: primero fue la falta de camas hospitalarias, de equipos de protecci¨®n, de espacio vital en casa; despu¨¦s, la ausencia de rastreo, de empleo, de profesores, de atenci¨®n psicol¨®gica¡­ Si alguna de las patas est¨¢n fr¨¢giles en una cat¨¢strofe y fallan los amortiguadores, todo se hace m¨¢s dif¨ªcil¡±.

Berdullas palp¨® de primera mano la bomba que ha sido la pandemia para la salud mental porque trabaj¨® en la coordinaci¨®n del servicio telef¨®nico de atenci¨®n psicol¨®gica que puso en marcha el Ministerio de Sanidad durante el confinamiento. Entre las 15.170 llamadas atendidas, una buena parte era de enfermos, sus familiares o familiares de fallecidos con ansiedad, depresi¨®n o estr¨¦s agudo. La poblaci¨®n general tambi¨¦n acudi¨® a la llamada por violencia de hijos contra padres, de hombres contra mujeres, por patolog¨ªas psicol¨®gicas previas o, simplemente, por desesperaci¨®n. Pero si un colectivo ha sido especialmente vulnerable es el de los sanitarios, que han sufrido la culpa por decisiones tomadas o por no poder hacer m¨¢s, ansiedad ante la posibilidad de contagiarse o de contagiar a los suyos, adem¨¢s de enfado, tristeza, estr¨¦s y la estigmatizaci¨®n en sus entornos.

Silvia Iglesias, de 46 a?os, trabajaba en una unidad de lesionados medulares en Vigo cuando fue trasladada a la planta covid en el Alvaro Cunqueiro. ¡°Es el encuentro m¨¢s ¨ªntimo que he tenido con el miedo en mi vida. Hab¨ªa perdido a mi hermana hac¨ªa tres a?os tras una larga enfermedad en la que yo fui la fuerte y pensaba que ya hab¨ªa estado en contacto con el miedo, pero no¡±, cuenta esta auxiliar de enfermer¨ªa. Ella misma sufre una enfermedad hep¨¢tica autoinmune, tiene dos hijos peque?os y un apartamento peque?o. ¡°Ten¨ªa miedo a la enfermedad, a exponer a mis hijos, a la precariedad al ver que los equipos no proteg¨ªan de nada, ten¨ªa miedo porque no reconoc¨ªas una cara, todos llev¨¢bamos el nombre rotulado y el miedo se hizo muy ¨ªntimo¡±. Silvia entraba los 15 minutos de rigor a acompa?ar a un enfermo en las ¨²ltimas y se le olvidaba el reloj, narra hoy desde su aldea, Cangas de Morrazo, y lo que narra es un escenario de guerra. ¡°Llegu¨¦ a llevar un pa?al para aguantar la jornada por miedo a quitarme el EPI, la gente se mareaba, lo pasaba mal, algunos con crisis de ansiedad, un d¨ªa que yo no quer¨ªa salir a cambiarme pr¨¢cticamente me arrastraron fuera para quitarme el EPI¡±. Vio morir sola a una mujer que llamaba a su marido sin saber que ¨¦ste ya hab¨ªa muerto. O se frustr¨® al no poder atender la ¨²ltima voluntad de un anciano.

Y vio tan cerca la muerte que lleg¨® a hacerse a la idea de morir y a tranquilizarse porque sus hijos quedaban con un gran padre y eso era lo importante. Pero su marido tambi¨¦n se vino abajo, el ni?o peque?o dej¨® de comer y entre atender a moribundos y hacer caso a su m¨¦dico de cabecera, que le recomendaba la baja, decidi¨® coger la baja. Por ahora cuelga la bata para cuidar a sus hijos y a s¨ª misma. ¡°Sent¨ª que hab¨ªa fallado, para m¨ª fue un fracaso muy grande. Adem¨¢s eres una apestada, en el pueblo te miraban como si les fueras a contagiar. Incluso recuerdo a mi madre, le llevaba cosas al buz¨®n y me miraba desde arriba con amor, pero tambi¨¦n con un miedo terrible¡±.

<b>V¨ªctor Ferrer. Hostelero, 48 a?os</b>. Propietario de un bar y un restaurante en Barcelona, hoy cerrados. Se hunde cuando queda con sus exempleados. Acosado por las deudas, vive de sus suegros. Siente que est¨¢ en una situaci¨®n in¨¦dita que no puede controlar.

Aquello pas¨®, pero las secuelas la han dejado m¨¢s triste, con una ansiedad que antes ignoraba y un lloro que llega por la noche a la hora de ba?ar a sus hijos. ¡°Algo en m¨ª ha cambiado, todos hemos cambiado, yo he perdido emocionalmente brillo, no sonr¨ªo tanto, esto me hace mucho da?o¡±. Por ello Silvia colg¨® la bata: ¡°Nunca hab¨ªa puesto mi vida por delante de mi profesi¨®n y ahora la tengo que poner, si no por m¨ª, por mis hijos¡±. M¨¢s del 70% de los sanitarios sienten malestar emocional y el 30% s¨ªntomas depresivos, seg¨²n Marif¨¦ Bravo, jefa de Psiquiatr¨ªa del hospital de La Paz.

Muy lejos de esta aldea de Galicia, en Vallecas, Alberto Casc¨®n no relata la tensi¨®n del pico de la pandemia ¨Co no solo- sino la que sufre ahora mismo como m¨¦dico de familia en este barrio madrile?o azotado por una de las tasas de contagios m¨¢s altas de Europa. Calles prietas, gran densidad de poblaci¨®n y un centro de salud desbordado sin visos de cambio. ¡°La primavera fue la locura, pero exist¨ªa el horizonte deseable del verano y doblamos turnos, hac¨ªamos fines de semana, ma?ana, tarde, ¨ªbamos a por todas¡±, relata con notoria ansiedad. ¡°Eras consciente de que era excepcional, pero de repente vuelves a ver venir la tormenta, y viene, y viene, y est¨¢s solo. Pudieron haber fortalecido los turnos, el rastreo, y ese pacto no se ha cumplido. Nosotros cumplimos nuestra parte, ellos no¡±. Alberto, de 31 a?os, siente que la juventud se le ha ido en esta angustia de no llegar a todo ni a nada, de tratar a los pacientes por tel¨¦fono, pacientes que en muchas ocasiones no hablan bien el idioma y nadie se entera de nada, ni ellos, ni ¨¦l. ¡°Siento culpa, no me siento un m¨¦dico de atenci¨®n primaria sino un vigilante sin capacidad de maniobra. Sufro mucha ansiedad. Tengo la sensaci¨®n de que dejo lo ¨²ltimo de la juventud aqu¨ª¡±. Alberto antes escrib¨ªa y ya no puede. Iba a clases de teatro y narrativa y ya no va. Sue?a con la consulta, llora entre llamada y llamada y afronta tardes de hasta 104 consultas telef¨®nicas que debe realizar. ¡°Cuando un paciente se enfada conmigo siento una rabia terrible y a veces cuelgo. Luego vuelvo a llamar, claro. Pero tengo la sensaci¨®n de no controlar la rabia, como cuando eres adolescente. No puedo m¨¢s. La gente est¨¢ agotada. Y mi agenda de llamadas est¨¢ llena¡±. Los ansiol¨ªticos, reconoce con frustraci¨®n, es el recurso r¨¢pido para pacientes con los que ni siquiera puedes hablar.

Enrique Garc¨ªa Bernardo, exjefe de Psiquiatr¨ªa del Gregorio Mara?¨®n, sabe bien que los m¨¦dicos que fueron enviados a primera l¨ªnea est¨¢n padeciendo angustias. Y que todo vuelve ante la segunda ola. ¡°Todo el mundo tiene en este momento mucho miedo. Algunos arrojados lo transforman en negacionismo sin saberlo y siguen su vida como si no pasara nada. Otros ciudadanos caen en la hipocondr¨ªa, la agorafobia, convierten el miedo en el centro de su vida solo por la inquietud ante el futuro hipertrofiado¡±. ¡°Estamos volviendo a la gruta, a la cueva. Es un recentramiento del sujeto porque siente un peligro que no puede manejar¡±.

No en una gruta, pero s¨ª en su casa es donde Rosa Tapia-Ruano, abogada de 63, ha visto constre?ida su vida. La vejez se le ha ca¨ªdo encima a esta malague?a a la que le faltaba el tiempo para reuniones con amigas, voluntariado, exposiciones, charlas, clases de pintura, escapadas con su marido y un mont¨®n de planes de persona culta, inquieta, activa y con salud. ¡°Cuando lleg¨® la pandemia , de repente me convert¨ª en mayor. Pasas al horario de paseo de mayores, en la tienda te invitan a la cola de mayores, la gente joven se separa de ti y te vas achicando¡±, cuenta. Rosa no ha vuelto a ver a sus amigas, presas del miedo, perdi¨® su grupo de lectura, sus actividades en el Thyssen de M¨¢laga y siente pertenecer a una generaci¨®n que no est¨¢ c¨®moda en Zoom aunque lo hayan intentado. ¡°He regresado a terapia porque me hab¨ªa vuelto invisible y no quiero ser invisible. En el confinamiento me dieron ataques de ansiedad que yo no conoc¨ªa y ahora s¨¦ lo que es: s¨¦ que hay que respirar hondo y ya tengo recursos para controlarlo, otros muchos no¡±. ¡°Nunca hay un detonante concreto, vas aguantando la presi¨®n hasta que hay un momento en que el coraz¨®n se te sale por la boca y no puedes respirar. Nos hemos quedado sin futuro, mi entorno se ha hecho peque?o y cuando la vida te quita el futuro es dif¨ªcil de integrar. Ahora vivo el d¨ªa a d¨ªa, y prefiero no plantearme si eso volver¨¢. Llevaba toda la vida deseando ser mayor para hacer mil cosas, ten¨ªa un horizonte, y ahora no est¨¢¡±. La luz al final del t¨²nel no se ve en plena segunda oleada.

<b>Alberto Casc¨®n. M¨¦dico de familia, 31 a?os.</b> Ejerce en un ambulatorio saturado en Vallecas, Madrid. Sue?a con la consulta y llora entre llamada y llamada. Siente que las autoridades han fallado y que no es m¨¢s que un guardi¨¢n sin capacidad de maniobra. Escrib¨ªa. Ya no puede

Marif¨¦ Bravo, jefa de Psiquiatr¨ªa de La Paz, recuerda que el esquema se repite: ¡°Ya hay ansiedad, insomnios, depresi¨®n a medio y largo plazo. Pero un tema que har¨¢ visible el iceberg que vislumbramos es el problema econ¨®mico: al igual que pas¨® en 2008, a medida que los efectos econ¨®micos se agraven, aumentar¨¢n los problemas de salud mental por el impacto del desempleo. Siempre ocurre y debemos estar preparados¡±. La ONU tambi¨¦n recuerda el aumento de suicidios por desesperaci¨®n tras la crisis de 2008, una parada final extrema de un recorrido de paro y desesperanza.

Una de las personas que han perdido su empleo es W. M., marroqu¨ª que representa esa franja normalmente invisible de inmigrantes y trabajadores de la econom¨ªa en negro. Para ella no hay ERTES ni paro. W. M. fue despedida de la casa en la que cuidaba a unos ancianos y se recluy¨® en su piso ¨Cuna vivienda que le ha facilitado la ONG Pueblos Unidos- con su hija de nueve a?os. ¡°Tengo asma, soy responsable de una ni?a y no tengo familia en Madrid. Ten¨ªa m¨¢s que miedo, una fobia al coronavirus, terror a qu¨¦ le va a pasar a mi hija, taquicardias, dificultad para respirar, no pod¨ªa dormir, la alejaba de m¨ª por si yo ten¨ªa el virus¡±, cuenta. ¡°En mi empleo me trataron como si yo fuera el propio virus. Era mi primer trabajo, a ocho euros la hora, pero la hija de los ancianos me ech¨® porque no tengo papeles. Adem¨¢s me ha dolido mucho porque quer¨ªa y quiero mucho a esos abuelos¡±. Ella ha ido recuperando algunas horas en casas. ¡°Tengo muchos gastos del colegio, ahora tengo que comprar otro ch¨¢ndal, tambi¨¦n unas aplicaciones¡±. No solo perdi¨® su trabajo sino, especialmente, la fecha ut¨®pica de septiembre en la que cumpl¨ªa tres a?os en Espa?a y pod¨ªa empezar a regularizar su situaci¨®n. ¡°Esperaba ese d¨ªa como una embarazada, pero ahora se ha parado todo. Necesito un contrato para gestionar el arraigo y empezar a mover mis papeles. Ahora debo volver a empezar¡±. Esta bi¨®loga marroqu¨ª que apenas logr¨® convalidar el Bachillerato en Espa?a ha sobrevivido gracias al programa de vivienda, a una psiquiatra que la asisti¨® en el confinamiento y una ayuda en alimentos de Pueblos Unidos, que acompa?a a inmigrantes en situaci¨®n extrema y que para ella es ¡°la mano personificada de Dios¡±.

Desde otro punto de Espa?a y desde otro lado de la escala social, pero con la misma angustia, habla V¨ªctor Ferrer, madrile?o afincado en Barcelona que ha visto cerrar su bar y su restaurante con la angustia de perderlo todo, de deber mucho y de dejar en la calle a unos empleados que ¨¦l siente como familia. Lo que era un colmado de toda la vida en el Eixample que perteneci¨® a su familia lo transform¨® en un exitoso bar de tapas, el Betlem, que lleg¨® a facturar un mill¨®n de euros al a?o. Desde las 9 hasta las 2 de la ma?ana, 365 d¨ªas al a?o, 15 empleados se turnaban en un local de 70 metros cuadrados tan de barrio como nutrido por los turistas que ha vivido colas de hora y media para picar algo. Hace tres a?os, a su lado abri¨® un restaurante de 350 metros tocado desde el inicio por las dificultades de las revueltas del proc¨¦s. Hoy, todo cerrado. ¡°Hace cuatro meses que no tengo ning¨²n ingreso y acumulo deudas¡±, confiesa V¨ªctor, de 48 a?os. ¡°Es como llevar una losa en el pecho. No sab¨ªa lo que era una crisis de p¨¢nico y ahora lo s¨¦. Hace 21 a?os que soy empresario y nunca he sufrido una situaci¨®n que no pudiera manejar. La sensaci¨®n de no tener el control de tus negocios no me hab¨ªa pasado nunca. Por supuesto que en mi vida he cometido errores, pero nunca he estado en una situaci¨®n en la que no sepas c¨®mo ni cu¨¢ndo lo vas a solucionar¡±. Sus empleados, dice, son parte de su familia. ¡°Quedamos cada dos semanas para tomar una cerveza y al d¨ªa siguiente estoy fatal, se me cae el mundo encima¡±. Lleva dos meses sin poder pasar la pensi¨®n de su hija a su exmujer -¡°por suerte nos llevamos muy bien¡±- y ahora vive de sus suegros porque su actual pareja trabajaba con ¨¦l. ¡°Todo la familia est¨¢ asfixiada en el mismo c¨ªrculo¡±. V¨ªctor tira la toalla del restaurante, aspira a salvar de alguna manera el bar y sobre todo a que su hija, que cumple 7 a?os este oto?o, comprenda la situaci¨®n. ¡°Antes nos encantaba salir a restaurantes, es parte de mi trabajo, y ahora pregunta por ejemplo cuando vamos a volver al japon¨¦s. Me gusta decirle la verdad y lo ha asumido muy bien. Yo tambi¨¦n sufr¨ª de ni?o una situaci¨®n econ¨®mica dif¨ªcil¡±.

Los ni?os y adolescentes son precisamente una gran inc¨®gnita en este chequeo a la salud mental. La ONU los considera grupo en riesgo por el impacto de la menor sociabilidad, y cita una encuesta realizada en Italia y Espa?a en la que los padres reflejan las dificultades para concentrarse (77%), irritabilidad (39%), nervios (38%) o sentimiento de soledad (31%) de sus hijos.

Sorprendidos en pleno crecimiento y desarrollo, la pandemia tambi¨¦n ha cambiado sus vidas. La hija de W. M. tuvo que seguir el curso con el m¨®vil de su madre y lo consigui¨®. La de V¨ªctor ha podido estar mucho m¨¢s con su padre, que antes siempre estaba trabajando. Con varios a?os m¨¢s, 17, Sara Patricia Secades tuvo que renunciar a su sue?o de estudiar Arquitectura en Madrid y elegir una carrera que hubiera en su Asturias natal. ¡°Empec¨¦ Comercio y Marketing y ahora estoy contenta, pero si se pasa la pandemia a¨²n espero ir a Madrid¡±, cuenta desde Oviedo. Sara salt¨® de celebrar la suspensi¨®n de clases al agobio del confinamiento. ¡°Me cost¨® arrancar, pero ten¨ªa la Ebau, empec¨¦ con esa rutina y ya fue mejor¡±. Eso s¨ª, lamenta no haber cerrado en condiciones su etapa escolar, su despedida de todos los compa?eros con los que ha compartido su vida desde muy peque?a.

Tambi¨¦n le cost¨® a Tom¨¢s Garc¨ªa Alberola, madrile?o de 24 a?os, que preparaba oposiciones a profesor que adem¨¢s fueron canceladas. ¡°Me baj¨® mucho la concentraci¨®n, hab¨ªa que hacer clases online, se hizo dif¨ªcil y hab¨ªa momentos que lo aceptabas peor¡±, comenta. Al baj¨®n de la suspensi¨®n de las oposiciones lleg¨® la imposibilidad de encontrar trabajo con una carrera, Arqueolog¨ªa, y un m¨¢ster, el de Formaci¨®n del Profesorado, que no le han permitido un salto al mundo laboral. Tom¨¢s siente que la pandemia le ha hecho ¡°m¨¢s maduro, m¨¢s mayor¡±. Y su visi¨®n de la pol¨ªtica es la decepci¨®n: ¡°Sal¨ªamos a aplaudir al balc¨®n a los sanitarios y ahora ni se les contrata y hasta se les insulta.¡±

<b>Rosa Tapia-Ruano. Abogada, 63 a?os</b>. Siempre atareada con planes de persona culta, inquieta y activa, la pandemia le cambi¨® todo. Se sinti¨® vieja e invisible. Sin futuro. No ve a las amigas, presas del miedo. Sufre ataques de ansiedad.

Atenci¨®n a estos j¨®venes. Porque una de las sorpresas de la pandemia es que el malestar psicol¨®gico no afecta m¨¢s a los m¨¢s susceptibles de sufrir la covid. No por tener diabetes, patolog¨ªas vulnerables o edad avanzada se tiene m¨¢s miedo. Los j¨®venes se han revelado como los m¨¢s propensos a la ansiedad (34,6% frente al 19,6% de la poblaci¨®n general) y a la depresi¨®n (42,9% frente al 22,1), seg¨²n un estudio de la Universidad Complutense. El psiquiatra Garc¨ªa Bernardo considera algo espec¨ªfico de esta generaci¨®n de j¨®venes y es que han sido criados con una ambici¨®n de felicidad continua. Y la vida no es as¨ª.

Adriana Moral D¨ªaz, estudiante madrile?a de 19 a?os, no sufre depresi¨®n, pero reconoce que la pandemia sac¨® de ella el lado m¨¢s intenso justo el a?o en que empezaba la carrera, Derecho y Estudios Internacionales, y vio frustrase la gestaci¨®n de nuevos amigos y de toda la actividad social, emotiva, casi hormonal, que rodea a la universidad. ¡°Parar las relaciones en el primer curso, relaciones que nos hemos quedado sin desarrollar, y meterse en casa¡­¡±, cuenta mientras arranca este segundo curso con la segunda oleada al acecho. ¡°Soy nerviosa y hubo much¨ªsimos momentos de llorar por nada, no sab¨ªa por qu¨¦ estaba as¨ª, ni hasta cu¨¢ndo va a durar¡±.

La chica recuerda c¨®mo se despidieron de clase un d¨ªa de marzo en broma, felices porque se perd¨ªan ex¨¢menes, sin imaginar que no solo estaba cambiando sus planes de dos semanas, sino una vida: primero vinieron los meses de estudio y encierro en un piso con sus padres y sus tres hermanos, despu¨¦s un verano sin apenas viajes, ni grupos, ni fiesta y luego un nuevo curso, el actual, que se presenta en grupos burbuja y m¨¢s pantalla de lo que quisiera. Adriana adem¨¢s sufri¨® la ruptura con un novio en el confinamiento, que tuvo que llorar con su madre y su hermana de 15 a?os. ¡°Yo tend¨ªa a tapar las cosas cuando algo iba mal, me encanta conocer gente, salir, ligar¡­ Y he tenido que afrontar la ruptura conmigo misma, me hund¨ª de forma fatal, pero tambi¨¦n me he dado cuenta de que sola pod¨ªa solucionar cosas. Tambi¨¦n he aprendido a ser m¨¢s selectiva¡±.

La ONU teme una violencia y abuso de adultos contra ni?os, pero una de las llamadas m¨¢s habituales en el servicio de atenci¨®n psicol¨®gica durante el confinamiento fue de padres v¨ªctimas de la violencia de sus hijos. Sara Li¨¦bana, una de las 15 psic¨®logas que atendi¨® llamadas, especialista en el estr¨¦s postraum¨¢tico que gener¨® el 11-M, relata: ¡°Ocurre m¨¢s de lo que creemos, pero se tapa porque quieren a su hijo. En general se trata de familias con problemas anteriores, pero el detonante ha sido el confinamiento¡±.

Otra de las asistencias que tuvieron que afrontar fue la del duelo en soledad. ¡°La gente estaba desesperada por no saber d¨®nde estaba el cuerpo. Intentamos no patologizar el duelo, normalizar la sintomatolog¨ªa, hacer comprender que ese dolor es una reacci¨®n normal del ser humano y buscar alternativas¡±, cuenta Li¨¦bana.

En esa situaci¨®n se vio ??igo Fern¨¢ndez, qu¨ªmico de 34 a?os, hijo mayor del periodista fallecido Jos¨¦ Mar¨ªa (Fern¨¢ndez) Calleja. ?l, investigador en la Universidad de La Laguna, estaba confinado en Tenerife cuando su padre ingres¨® en un hospital de Madrid. El mismo d¨ªa de su ingreso hab¨ªa muerto el padre de un gran amigo suyo y, d¨ªas antes, la t¨ªa de otro. ¡°Gente que quiero y por la que llor¨¦. Por eso cuando ingres¨® mi padre, llam¨¦ a mi madre y le dije: ¡®El aita se muere¡±. ¡°Yo hablaba con ¨¦l y era surrealista, est¨¢s escribiendo a tu padre y anim¨¢ndole cuando sabes que es muy posible que muera. No sab¨ªa muy bien qu¨¦ decirle, no pod¨ªa llevarle los libros que le gustaban, una tableta, cualquier entretenimiento y eso fue muy frustrante. Entr¨® en el hospital y no sali¨®¡±.

??igo sabe que su padre no quer¨ªa el deterioro de la vejez y que le hab¨ªa dicho mil veces que, llegado el caso, le desconectaran. ¡°Imagino que un duelo lo compartes mirando a los ojos de la gente. Ese duelo habr¨ªa sido m¨¢s corto, menos duro. Mi duelo ha empezado varias veces¡±. ?l lo divide psicol¨®gicamente en fases y llama la fase 0 a ese momento en que tuvo que volar a un Madrid silencioso y confinado, enfrentarse a un ata¨²d, una cremaci¨®n, una urna de cenizas, mil gestiones y todo ello sin abrazos. En quince d¨ªas tuvo que desmontar el piso, tratar con bancos, aseguradoras, mil llamadas, las de su gente y la de su padre. ¡°Estaba abrumado, sobrepasado¡±.

<b>Adriana Moral. Estudiante, 19 a?os. </b>La pandemia frustr¨® la gestaci¨®n de nuevos amigos en primero de carrera (cursa Derecho y Estudios Internacionales). En el confinamiento lloraba sin saber por qu¨¦. Afront¨® una ruptura. Despu¨¦s lleg¨® un verano an¨®malo.V¨ªdeo: Carmen Secanella

La fase 1 del duelo lleg¨® al volver solo a Tenerife, dos semanas despu¨¦s. ¡°Eso s¨ª que fue jodido. Tengo pocos amigos y adem¨¢s tienen ni?os, tienen miedo¡±. No pudo empezar el duelo de verdad, lo que llama fase 2, hasta volver en verano a la pen¨ªnsula y poco a poco ir mirando a los ojos a quien sufr¨ªa con ¨¦l. ¡°Me jode que se pas¨® la vida trabajando y se merec¨ªa esos a?os de jubilaci¨®n que iba a pasar en C¨¢diz. Pero hizo los deberes. Tuvo una vida¡±, cuenta, emocionado. En agosto, logr¨® despedir las cenizas en el Peine de los Vientos, en Donosti. Al amanecer. Fue su extra?a desescalada particular.

Ese duelo ha dejado secuelas en el caso de los familiares de ancianos habitantes de residencias, donde el abandono se sum¨® al aislamiento. ¡°El 8 de marzo vi a mi madre sin saber que iba a ser la ¨²ltima vez¡±, cuenta Carmen L¨®pez, cuya madre estaba en una residencia de Legan¨¦s (Madrid). ¡°Luego no pude visitarla m¨¢s, muri¨® en abril y al menos muri¨® en el hospital¡±. Ella no ten¨ªa movilidad pero s¨ª una vida interior que alimentaba con las visitas de sus hijas o nietos pr¨¢cticamente a diario. Encerrada en su habitaci¨®n, en pocas semanas perdi¨® la noci¨®n del tiempo, como muchos ancianos con deterioro cognitivo que han perdido condiciones a pasos agigantados por el aislamiento. ¡°Las personas dependientes institucionalizadas han sido discriminadas desde el minuto 0. Al depender de otros para levantarse o acostarse les han marcado unas pautas muy aberrantes¡±, cuenta Carmen.

Testigo de esa aberraci¨®n es Jos¨¦, un nombre supuesto para un residente que no quiere dar el suyo. Este viudo, en muy buenas condiciones a sus 86 a?os, ayudaba a otros en peores condiciones a atender WhatsApp y videollamadas de sus familias en su residencia. Jos¨¦ ha visto que han muerto compa?eros a los que no se han llevado en tres o cuatro d¨ªas. Ha visto residentes muy deteriorados. Gente a la que han acostado sin cenar. Sin cambiar el pa?al. Crispaci¨®n. ¡°Los residentes somos una categor¨ªa inferior, como si nuestras cosas no tuvieran importancia¡±, denuncia Jos¨¦. Mucho antes de la pandemia, ¨¦l mismo vio deteriorarse a su mujer, con la que viv¨ªa en la residencia hasta que ella muri¨®, y sabe lo que le espera. ¡°Cuando la gente pierde la capacidad de andar pasa al andador, de ah¨ª a la silla y se fastidi¨® la vida. En cuanto ya no te puedes valer est¨¢s en sus manos y ah¨ª empiezas a sufrir porque no hay atenci¨®n personalizada, sino en cadena.¡±

¡°Prefiero ser el que da ¨¢nimos que no al que hay que animar. Ha habido mucho sufrimiento, impotencia, resentimiento y muchas cosas que se pod¨ªan haber evitado con m¨¢s informaci¨®n¡±, lamenta.

La mala gesti¨®n de la informaci¨®n, m¨¢s all¨¢ de las residencias, es uno de los factores que han generado incertidumbre y que subrayan algunos profesionales como fundamental. Francisco Lupi¨¢?ez, coordinador por parte de la UOC del citado estudio sobre pandemia y salud mental, cree que ¡°nos sentimos tratados como borreguitos y no como ciudadanos¡±. ¡°Nos anuncian hospitales de pandemia cuando no funcionan los test o los rastreos, nos confunden sobre la mascarilla, el radar¡­ Necesitamos confianza y no este festival del humor¡±, se?ala. ¡°Estamos acostumbrados a certidumbres pautadas y esta situaci¨®n desconcierta. Como la incertidumbre es grande y la informaci¨®n, tan err¨¢tica, se alimentan las burbujas de fake news¡±.

Psicol¨®gicamente eso hace da?o, como tambi¨¦n coincide Garc¨ªa Bernardo. ¡°La informaci¨®n es el primer ant¨ªdoto ante la incertidumbre y no te puedes proteger si no tienes un nivel de informaci¨®n satisfactorio. Las autoridades han deslizado equ¨ªvocos que han confundido a la poblaci¨®n¡±, se?ala. ¡°Y entonces la gente busca v¨ªas alternativas de informaci¨®n¡±.

En todos los testimonios subyace la imperiosa necesidad de fortalecer el sistema de salud mental. Los recursos han quedado en la raspa. Desde dentro, Psiquiatr¨ªa y Psicolog¨ªa luchan por reinventarse y por lograr m¨¢s recursos como lo hace W. M., que intenta volver a poner en marcha el reloj de su arraigo, o V¨ªctor, que lucha por salvar el bar, o ??igo, que se aferra a la convicci¨®n de que su padre vivi¨® de verdad. Como en las cat¨¢strofes, la resiliencia se pone en marcha. Aunque a¨²n no se vea la luz al final del t¨²nel ni sepamos cu¨¢ndo se ver¨¢.

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