Oye, ?te puedo dar un abrazo?
Esos segundos de confusi¨®n previos a los saludos en los que no sabemos si tirar de codo o namast¨¦ son una met¨¢fora perfecta del jard¨ªn en el que estamos metidos.
PERI?DICAMENTE ME encuentro en la obligaci¨®n de entretener, desde el escenario de un teatro, a un p¨²blico limitado por la pandemia. Limitado en varios sentidos: en n¨²mero, ya que una buena parte de las butacas est¨¢n ocupadas solo por masas de aire destinadas a la circulaci¨®n y p¨¦rdida de fuerza de las miasmas, y limitados en capacidad de comunicaci¨®n con el exterior. Las mascarillas no dejan ver ni las sonrisas ni los bostezos, pero la barrera m¨¢s molesta no es la visual, sino la auditiva; las carcajadas tienen que ser hist¨¦ricas para traspasar las capas de amortiguaci¨®n y llegar al escenario. La buena noticia es que lo son, mucho m¨¢s que en los tiempos previos a la pandemia. El p¨²blico, en su infinita misericordia, se ha hecho cargo del asunto, ha tomado como una responsabilidad propia el rellenar los vac¨ªos, los de las butacas, los de sus propias caras, y subir el volumen para compensar los silencios. Son mucho m¨¢s generosos interrumpiendo con aplausos y al acabar la funci¨®n observo que se les ha aflojado el gatillo de ponerse en pie. La comunicaci¨®n no verbal est¨¢ en plena mutaci¨®n para abrirse paso en este extra?o contexto y donde algunos gestos quedan proscritos surgen otros nuevos.
Las restricciones de movimiento entre barrios, regiones y domicilios nos han calado hasta los huesos y operan tambi¨¦n en nuestros propios cuerpos. Nos encontramos en un periodo de transici¨®n cultural que posiblemente cambiar¨¢ los c¨®digos de nuestro lenguaje corporal significativamente, y los nuevos gestos, sobre todo los saludos, son reci¨¦n nacidos torp¨ªsimos dando sus primeros pasos en el mundo.
Si una se fija bien, puede detectar una tensi¨®n en el cuello, un peque?o latigazo que sigue al contacto social entre dos personas; ese impulso frustrado contiene los dos besos a los que el cuerpo se lanza autom¨¢ticamente como un perro dif¨ªcil de disciplinar. Como sucede con las restricciones que dictan y desdictan los gestores de lo p¨²blico, cada cual hace lo que entiende que tiene que hacer, y lo que puede, en medio de la novedad y la confusi¨®n. Esperemos que las Administraciones no se metan a regular la comunicaci¨®n no verbal porque, dadas las referencias que tenemos, igual nos hacen saludarnos haciendo el pino puente. Ellos mismos no lo tienen del todo claro.
Semanas atr¨¢s, los medios hablaban del fr¨ªo saludo entre Pedro S¨¢nchez e Isabel D¨ªaz Ayuso en su primer encuentro f¨ªsico tras la declaraci¨®n del estado de alarma. Ayuso hizo un lev¨ªsimo movimiento de barbilla y el presidente del Gobierno se llev¨® la mano al pecho e inclin¨® la cabeza, que es lo que hace ¨²ltimamente, pero esta vez sin entusiasmo. Y es que las costumbres cambian, pero los mensajes siguen circulando con bastante fluidez.
Desde que besos, apretones de manos y abrazos est¨¢n proscritos, el margen de innovaci¨®n se ha ampliado mucho. Tanta manga ancha no es conveniente para seg¨²n qui¨¦n. El pr¨ªncipe Carlos de Inglaterra, por ejemplo, se ha lanzado a juntar las manos bajo la barbilla y hacer un amago de namast¨¦ como si acabara de terminar una clase de yoga o como si acabara de llegar de viaje de novios a un resort de Bali. Una cosa de verdad complicada de ver y que tiene algo controvertido, supongo que por el ingrediente de apropiacionismo cultural. No hay rumbo, no hay norte, y por lo visto entre nuestros l¨ªderes tampoco hay prescriptores de estilo a la altura del desaf¨ªo.
?Os acord¨¢is cuando treinta?eros y cuarenta?eros, pobrecitos de nosotros, cre¨ªamos que la interacci¨®n f¨ªsica que marcar¨ªa nuestra generaci¨®n ser¨ªa el despreocupado beso en los labios de las noches de los dos mil? Pues no, ser¨¢ el golpe de codo. O la inclinaci¨®n de cabeza, o el saludo marcial. No lo sabemos todav¨ªa, nos falta perspectiva.
Estamos en medio de un limbo, en pleno tr¨¢nsito hacia unos protocolos inciertos. Ya nos hemos acostumbrado al trance, breve pero incomod¨ªsimo, de encontrarnos con alguien conocido y no saber qu¨¦ hacer durante unos segundos que parecen horas. Personalmente descart¨¦ de entrada tanto el golpe de codo como los inventos orientalizantes ya a principios de la pandemia y solo agito las dos manos como si me estuviera despidiendo de alguien que se aleja en tren. Me sucede lo mismo que al p¨²blico que se levanta con facilidad en el teatro: a veces las muevo con un br¨ªo intenso, y es que por alg¨²n lado tenemos que desfogar, en particular quienes ten¨ªamos por costumbre ametrallar las mejillas de la gente con besos de abuela manchega.
En estos meses tengo que confesar que hasta me he desmadrado tanto como para plantear la posibilidad de un abrazo. He dado y recibido alg¨²n abrazo insoslayable de consuelo o reencuentro que tem¨ªa que, si no llegaba a consumarse, se me quedar¨ªa enquistado, pero en estos casos, y aqu¨ª llegamos a un punto clave, he pedido permiso. En parte porque tem¨ªa comerme una cobra ¡ªtodav¨ªa tengo presente a Angela Merkel petrificada con la mano extendida delante de su ministro de Interior, Horst Seehofer, que se neg¨® a estrech¨¢rsela¡ª, y en parte porque me parece un paso b¨¢sico en los nuevos tiempos que quiz¨¢ lo era tambi¨¦n en los viejos y no nos hab¨ªamos dado cuenta.
En estos lances he descubierto que ¡°?Te puedo dar un abrazo?¡± es una frase que me sabe bien, a civilizaci¨®n, a urbanidad futurista. Ha hecho falta una pandemia, pero por fin se ha entendido que el mutuo acuerdo en todo lo referente al contacto f¨ªsico es sagrado.
Habr¨¢ quien diga, siempre hay quien lo dice, que pasar de lo insinuado a lo concreto, o sea, de lo no verbal a lo verbal, supone acabar con la magia, pero en cuestiones de contacto mutuo siempre es preferible la claridad al misterio, sobre todo cuando hay tanto en juego. ?Estaremos en los albores de la era del consentimiento expl¨ªcito para todos y todas? ?Ser¨¢ este el Zeitgeist que nos espera al final de este periodo de confusa transici¨®n entre unas convenciones y otras, entre un tipo de interacci¨®n f¨ªsica y el siguiente? Ojal¨¢.
Tu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo
?Quieres a?adir otro usuario a tu suscripci¨®n?
Si contin¨²as leyendo en este dispositivo, no se podr¨¢ leer en el otro.
FlechaTu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PA?S desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripci¨®n a la modalidad Premium, as¨ª podr¨¢s a?adir otro usuario. Cada uno acceder¨¢ con su propia cuenta de email, lo que os permitir¨¢ personalizar vuestra experiencia en EL PA?S.
En el caso de no saber qui¨¦n est¨¢ usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contrase?a aqu¨ª.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrar¨¢ en tu dispositivo y en el de la otra persona que est¨¢ usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aqu¨ª los t¨¦rminos y condiciones de la suscripci¨®n digital.