Amor perruno del siglo de oro
La Universidad de Huelva evoca, en un texto del XVII, el influjo del animalismo en la literatura espa?ola
Enrique Jardiel Poncela sentenci¨® que exist¨ªan dos clases de personas ¡ªlas que necesitan amar y las que necesitan ser amadas¡ª, para las cuales existen dos compa?eros ideales: ¡°El gato es el predilecto de aquellas personas que necesitan amar, y el perro, el elegido de aquellas personas que necesitan ser amadas¡±. Jardiel quer¨ªa proponer una de sus risue?as M¨¢ximas m¨ªnimas, pero lo que es indiscutible es que el amor a esos compa?eros ha perfumado la literatura de un amor singular: el de los escritores por sus animales. Las letras ?anglosajonas son tan ricas en t¨ªtulos felinos y perrunos que no faltan quienes han pensado que esa sensibilidad literaria prendi¨® en nuestra lengua por moda o influencia del ?ingl¨¦s. Nanay.
Guillermo Cabrera Infante le dedic¨® un hermoso art¨ªculo a su gato Offenbach. Borges tambi¨¦n tuvo un gato ¡ªBeppo¡ª al que ador¨® a trav¨¦s de poemas y entrevistas, llegando a decir: ¡°Yo percibo su presencia como la de un dios que me protegiera¡±. ?Y qu¨¦ podr¨ªamos decir de Osiris, aquel mullido protagonista de Orientaci¨®n de los gatos, de Julio Cort¨¢zar? Sin embargo, aunque Rosa Montero, Soledad Pu¨¦rtolas, Margo Glantz, Arturo P¨¦rez-Reverte, Juan Pedro Aparicio y Andr¨¦s Trapiello ¡ªentre otros¡ª han escrito textos bellos y conmovedores acerca de sus perros, sigo escuchando la cantaleta de que el animalismo es un engreimiento anglosaj¨®n, ajeno a nuestra lengua y nuestra cultura.
Para debelar aquel malentendido comparto el rescate de un maravilloso impreso del siglo XVII: Don Juan Enr¨ªquez de Z¨²?iga, doctor en ambos derechos, consultor del Santo Oficio, a Lelio, su amigo, satisfaciendo a haberle condenado el sentimiento que ha hecho por la muerte de una perrica (1671), prologado y anotado por el fil¨®logo Luis G¨®mez Canseco, responsable tambi¨¦n de las fastuosas ediciones del Guzm¨¢n de Alfarache y del ap¨®crifo Quijote de Avellaneda de la RAE. El texto original se encuentra en la Biblioteca Nacional y consiste en una carta en la que Juan Enr¨ªquez de Z¨²?iga desahoga su dolor: ¡°De la perrilla que se me muri¨® solo digo que, si la perfecci¨®n consiste en la peque?ez, era m¨¢s perfecta que todas, pues era m¨¢s que todas peque?a¡±.
Ignoramos si ¡°Lelio, su amigo¡± existi¨® en realidad, porque lo esencial es que Enr¨ªquez de Z¨²?iga quer¨ªa hacer un elogio a los perros en general y a los perrillos en particular ¡°porque la perfecci¨®n de estos perritos consiste en ser peque?os. Quieren comer con los amos en la mesa y dormir en la cama¡±. As¨ª, despu¨¦s de hacer inventario de la lealtad perruna a trav¨¦s de los mitos y los cl¨¢sicos, Enr¨ªquez de Z¨²?iga refiere los casos de un perro cordob¨¦s que montaba guardia junto a la tumba de su amo y al que los regidores ¡°le consignaron raci¨®n por todos los d¨ªas que viviese¡±, as¨ª como el caso de otro perro que, por seguir acompa?ando al Sant¨ªsimo tras la muerte de su devoto amo, ¡°el cabildo de la catedral le se?al¨® de raci¨®n un real cada d¨ªa¡±. Y aqu¨ª viene lo mejor, pues seg¨²n el autor ¡°el agradecer y remunerar a un perro como a una persona el amor y lealtad que tiene no es gracia que se le hace, sino deuda que se le paga, que por tal est¨¢ reputada en nuestro derecho¡±.
La Universidad de Huelva inaugura su Biblioteca Biogr¨¢fica del Renacimiento Espa?ol con esta golosina de amor perruno, que demuestra que la defensa de los derechos de los animales tiene m¨¢s relaci¨®n con el Siglo de Oro que con la Commonwealth.
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