No puede ser lo mismo para los derechos humanos
La entrada de la ultraderecha en un Gobierno supone cruzar un punto de no retorno y una amenaza para los derechos fundamentales. En varios pa¨ªses europeos ya es una realidad
Por primera vez desde 1976, un partido de ultraderecha est¨¢ a punto de convertirse en parte de un Gobierno regional espa?ol. Y de uno tan determinante del conjunto de la pol¨ªtica nacional como el de Madrid. Lo hace en un contexto particularmente polarizado, en el que se ha instalado con eficacia la dicotom¨ªa Podemos-Vox como dos males comparables e insorteables en cualquier opci¨®n de Gobierno. No soy ning¨²n entusiasta del l¨ªder de Podemos, un hombre tan irritante como irritable en un partido con discursos populistas y estrategias torpemente aterrizadas. Pero no puede ser lo mismo. En este tiempo y en esta Europa, establecer una equidistancia entre lo que defienden unos y otros o entre el peligro que representan para la democracia ¨Ccomo afirma Fernando Savater¨C me parece absurdo.
Vox no es solo un partido populista y gamberro, con una ideolog¨ªa econ¨®mica ultraliberal, un gusto por el manique¨ªsmo y una visi¨®n distorsionada y melanc¨®lica de la historia. Los l¨ªderes de Vox promueven una ideolog¨ªa de odio. Carente de la compasi¨®n m¨¢s elemental con algunos de los grupos m¨¢s vulnerables de nuestra sociedad, lo que ataca la l¨ªnea de flotaci¨®n de un Estado de bienestar moderno. Una agenda racista, machista y anticient¨ªfica que determina el marco del debate y las l¨ªneas rojas que estamos dispuestos a cruzar. Incluyendo las de vulnerar la ley, como han hecho los procesistas y los batasunos ¨Csus verdaderos reflejos al otro lado del espejo pol¨ªtico¨C en Catalu?a o en el Pa¨ªs Vasco.
En ning¨²n caso esta actividad se limita al ruido de los titulares y las redes sociales. Para comprobar la verdadera cala?a de esta fuerza pol¨ªtica basta con asomarse a su actividad parlamentaria, donde muchas intervenciones orales y preguntas escritas rezuman una ignorancia y una inquina que podr¨ªan parecer infantiles, pero que acaban determinando el conjunto de la conversaci¨®n. Su verdadera eficacia no est¨¢ en ganar el argumento, sino en lograr que se lo compren los partidos que gozan de verdadero poder en las instituciones.
Todo esto ser¨ªa muy preocupante si afectase solo a Madrid, o incluso a Espa?a. Lo que resulta alarmante ¨Cy les distingue claramente de un populismo de izquierdas que pasa por horas bajas en toda Europa¨C es la dimensi¨®n hist¨®rica de este asunto. En su libro m¨¢s reciente ¨C El ocaso de la democracia (Debate/Random House)¨C la historiadora conservadora Anne Applebaum ofrece una disecci¨®n demoledora de este fen¨®meno, cuya evoluci¨®n sigue de primera mano desde su residencia en la UE del Este. El autoritarismo conservador es un fen¨®meno s¨®lidamente establecido en pa¨ªses como Polonia y Hungr¨ªa ¨Cel ¨²ltimo movimiento de Fidesz ha sido asegurarse el control de todas las universidades p¨²blicas¨C y se extiende como una mancha de aceite por el resto del continente. Salvini vuelve a formar parte del Gobierno de Italia, Le Pen encabeza las encuestas para la primera vuelta de las presidenciales de 2022 y el Reino Unido ha quedado atrapado en un ensimismamiento identitario cuyas consecuencias para propios y extra?os no han hecho m¨¢s que empezar.
La historia se repite en muchos otros pa¨ªses europeos, donde formas m¨¢s o menos relevantes de nacionalpopulismo han logrado colarse en gobiernos de coalici¨®n que eligieron jugar a corto y blanquearon con ello sus posiciones. El deterioro es reconocible en derechos, libertades y obligaciones que pueden parecer muy lejos de unas elecciones locales, pero no lo est¨¢n: el derecho a desplazarse y expresarse libremente; el derecho de las mujeres a vivir sin el miedo a una agresi¨®n sexual; la obligaci¨®n de proteger a todos los ni?os, vengan de donde vengan; la independencia de los jueces, los medios de comunicaci¨®n p¨²blicos y otras instituciones democr¨¢ticas. En ¨²ltimo t¨¦rmino, el ascendiente de Europa a la hora de proteger estos mismos valores en un mundo que camina peligrosamente en otra direcci¨®n.
Cuando Vox haya entrado en el Gobierno de la Comunidad de la Madrid, Espa?a tambi¨¦n habr¨¢ cruzado ese punto de no retorno.
No puede ser lo mismo. No basta el argumento perezoso de que hay extremos en todas partes o de que la izquierda tambi¨¦n cuenta con personajes desagradables y maleducados. Por supuesto. Pero lo que nos jugamos es mucho m¨¢s serio que eso. Todos tenemos la responsabilidad de evitarlo porque todos tenemos opciones para hacerlo. A la hora de votar es posible elegir alternativas de izquierda o de centro-derecha que se hayan comprometido formalmente a no incluir a Vox en el ejecutivo. Una vez pasadas las elecciones, y si son incapaces de formar gobierno sin el PP, los partidos de la oposici¨®n deben facilitar a toda costa una investidura que no incluya a los ultraderechistas. No se trata de hacerles el vac¨ªo, sino de aplicar un firme cord¨®n sanitario en el gobierno, precisamente por las razones que Pablo Casado nos explic¨® a todos los espa?oles en aquel memorable debate de moci¨®n de censura promovido por Vox. El tono grave e hist¨®rico que utiliz¨® hace ocho meses sigue siendo v¨¢lido hoy. La encrucijada sigue estando ah¨ª, frente a cada uno de nosotros.
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