Una noche sin turistas en Djemaa el Fna
Vivir un atardecer en la plaza m¨¢s famosa de Marrakech es una experiencia embriagadora. Hacerlo sin apenas turistas resulta adem¨¢s inquietante
Para quien nunca haya estado, Djemaa el Fna es una plaza de Marrakech. Una plaza que no es tal porque no tiene l¨ªmites definidos ni est¨¢ bordeada por edificios rese?ables. Es una explanada enorme, de per¨ªmetro irregular, tan achicharrada por el sol que a mediod¨ªa hay que cruzarla a la carrera. En cualquier otro lugar del mundo, carecer¨ªa del m¨¢s m¨ªnimo inter¨¦s.
Pero no, esto no es cualquier lugar del mundo. Esto es Marrakech. Y Djemaa el Fna es m¨¢s que una plaza. Quienes la han visto y vivido saben que es el epicentro de todos los paseos urbanos por la capital cultural de Marruecos, un teatrillo social donde se representa a diario el gran espect¨¢culo de la antropolog¨ªa. Djemaa el Fna es la cuna de la picaresca, una burbuja que esponja el denso y laber¨ªntico callejero de la medina medieval. Hasta el siglo XIX era la plaza de los ajusticiamientos, de ah¨ª su nombre, "asamblea de los muertos".
Hoy es una reuni¨®n de vivos. ?Y muy vivos! Un gran espacio p¨²blico lleno de actividad a todas horas, pero muy en especial al atardecer, cuando se dan cita en ella todo tipo de oficios, personajes y buscavidas. Algunos son reliquias del pasado que viven por y para la propina del turista: aguadores, domesticadores de monos, encantadores de serpientes, tatuadoras de henna, saltimbanquis, carteristas, timadores, falsos gu¨ªas¡ Pero ajenos a ese mundo paralelo del forastero, los marrakech¨ªs acuden cada noche en busca de otros servicios m¨¢s terrenales que tambi¨¦n se instalan en la plaza: quiromantes que ven el futuro en la palma de tu mano, sanadores, esteticistas que te depilan o maquillan, barberos, echadores de cartas o quien, por un d¨ªrham, te deja pesarte en una b¨¢scula digital.
Adem¨¢s, cada noche en el centro de este escenario inclasificable se monta y desmonta una ciudad gastron¨®mica con docenas de puestos de comida que ofrecen carnes y pescados a la parrilla, harira, tayines o cusc¨²s, y cuyas humaredas grasientas desdibujan los perfiles de los alminares cercanos. Los captadores de comensales agobian a los paseantes hasta el l¨ªmite de la paciencia. Los vendedores de zumos se desga?itan y hacen gestos tras un muro de naranjas para atraer clientes. Docenas de motos culebrean entre una barah¨²nda de familias que pasean y buscan asiento en este universo de fritanga callejera mientras, desde las mezquitas, llega la llamada a la oraci¨®n del almuec¨ªn, y su letan¨ªa monocorde se confunde con el griter¨ªo de la gente y las melod¨ªas gnawa de los m¨²sicos callejeros sin que nadie parezca hacerle mucho caso.
Y en medio de todo este caos humano, cientos, miles de turistas, deambulando de all¨¢ para ac¨¢, haci¨¦ndose selfis y poniendo una capa m¨¢s a las muchas con las que esta plaza lleva revisti¨¦ndose y evolucionando desde la Edad Media. Djemaa el Fna es un glosario de situaciones cocinado a lo largo de los siglos y el turismo no es m¨¢s que la ¨²ltima de ellas.
As¨ª era, al menos, hasta que apareci¨® la pandemia. Marruecos ha sido uno de los pa¨ªses m¨¢s herm¨¦ticamente cerrados al extranjero durante este a?o y medio duro de pandemia. Pero decidi¨® abrir de nuevo sus fronteras el pasado 15 de junio y una semana m¨¢s tarde tomaba un avi¨®n hacia Marrakech para comprobar en primera persona si se pod¨ªa volver a Marruecos.
Y s¨ª, ver Djemaa el Fna sin turistas me produjo la misma perplejidad que ver la plaza del Obradoiro sin peregrinos. Una experiencia inquietante. El lugar ten¨ªa casi el mismo ambiente que recordaba de mi ¨²ltima vez, los chiringuitos de comida segu¨ªan en el mismo sitio, el bullicio era igual de atronador y las terrazas que dan a la plaza segu¨ªan llenas de gente. Pero el 99 % eran locales. ?Mucho mejor as¨ª? Bueno, confieso que es una de esas vivencias para contar a tus nietos: ¡°Yo vi Djemaa el Fna sin turistas¡±. Pero dudo que para todos sea mejor as¨ª. Quienes por trabajo no hemos dejado de viajar a pesar de la pandemia y los viajeros curtidos que ya est¨¢n empezando a recorrer mundo estamos viviendo una situaci¨®n inimaginable hace dos a?os: conocer un mundo sin turistas. Y dicho as¨ª podr¨ªa parecer una bendici¨®n. El nirvana de los turismof¨®bicos. Pero si desde un punto de vista ego¨ªsta es maravilloso estar t¨² solo entre los locales en un espacio como este (ya saben que turista siempre es el otro, no t¨²), ?qu¨¦ quieren que les diga?, la cosa no es tan id¨ªlica como le gustar¨ªa a los que abominan del turismo.
Si no hay turismo, no hay agobios ni se altera la cultura local, cierto. Pero Mohammed, el camarero del restaurante al que sol¨ªa ir a cenar (m¨¢s que nada porque era el ¨²nico que serv¨ªa cerveza en las cercan¨ªas de la plaza) me cont¨® que recibi¨® del gobierno ayuda solo durante los tres primeros meses de la pandemia (200 euros al mes). Y desde entonces, nada. Penurias y estrecheces en casa porque no hay trabajo. Nuredin, el gu¨ªa que me ense?¨® los secretos del zoco, puede pagar el colegio y la Universidad de sus tres hijos porque le ayuda su hermano mayor, si no hubiera tenido que sacarlos; yo fui su primer cliente en m¨¢s de un a?o. La mitad de los riads y hoteles estaban cerrados. Como numerosas tiendas de la medina. Los coches de caballos para tours tur¨ªsticos se aburr¨ªan en una larga fila con la Koutoubia de fondo porque no hab¨ªa turistas que pasear. Y hasta pude caminar por el zoco sin quedar atrapado en los t¨ªpicos embotellamientos de los rincones m¨¢s estrechos. La parte vieja de Marrakech parec¨ªa una ciudad a medio gas sin los forasteros, una caricatura de s¨ª misma.
Y es que los turistas podremos ser molestos, hasta un poco Atila, pero sin nosotros, la econom¨ªa del mundo se resiente.
Nota: el 13 de julio el gobierno de Marruecos volvi¨® a endurecer las condiciones de entrada para turistas provenientes de Espa?a, Francia y Portugal. Adem¨¢s del PCR negativo se exige ahora el certificado de vacunaci¨®n completa. Sin este ¨²ltimo, hay que hacer una cuarentena de 10 d¨ªas.
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