Will Smith, otro hombre que no deber¨ªamos ser
Ojal¨¢ el ejemplo del actor genere una especie de Me Too a la inversa en los hombres, en el que dejemos claro que no estamos dispuestos a tolerar dichos comportamientos y que adem¨¢s asumimos el compromiso de denunciarlos cuando sucedan a nuestro alrededor
A quienes con frecuencia nos dedicamos a tratar de explicarles a los m¨¢s j¨®venes la urgencia de desmontar la masculinidad patriarcal nos cuesta mucho trabajo encontrar referencias alternativas que les sirvan de ejemplo. Nos sigue resultando mucho m¨¢s f¨¢cil explicarlo en negativo, es decir, poniendo ejemplos de hombres cuyos comportamientos no deber¨ªamos imitar porque representan toda la toxicidad que emana de una subjetividad construida para dominar y sentirse importante. La ceremonia de los Oscar nos ha ofrecido otro flagrante caso que resume a la perfecci¨®n todo aquello que los hombres no deber¨ªamos ser. La reacci¨®n de Will Smith frente a la broma nada afortunada de Chris Rock encierra todos los elementos que nos permiten identificar un modelo de masculinidad que hoy por hoy sigue siendo el principal obst¨¢culo para construir un mundo sin desigualdad de g¨¦nero y en el que la violencia deje de estar legitimada. Una violencia que est¨¢ vinculada a la idea de poder, a la omnipotencia en la que los varones hemos sido socializados y a la asunci¨®n de que no hay mejor manera de gestionar los conflictos que recurriendo a la fuerza. De esta manera, la violencia se convierte todav¨ªa hoy para muchos en un mecanismo de reafirmaci¨®n de la virilidad y hasta de restauraci¨®n del honor supuestamente perdido.
En la reacci¨®n de Will Smith no solo late esa legitimaci¨®n de la violencia que, insisto, emana de una masculinidad concebida en t¨¦rminos de control y conquista, sino tambi¨¦n la justificaci¨®n de nuestro eterno papel de patriarcas, restauradores del orden, vigilantes de las virtudes y de la honra de las mujeres, defensores como si fu¨¦ramos superh¨¦roes de las que muchos siguen considerando menores de edad. A las que, por tanto, de la misma manera que nos vemos obligados a defender a capa y espada, podemos en otro momento someter a las m¨¢s viles pr¨¢cticas de explotaci¨®n y servidumbre. La suma de esos dos extremos es la evidencia m¨¢s dram¨¢tica del horror que implica la cultura machista encarnada en individuos como Smith. Ese tipo que, al estilo de lo que suelen hacer muchos maltratadores, luego tratan de justificarse, pedir perd¨®n y hasta pedir clemencia. De la mano que abofetea a los ojos h¨²medos. Entre medias, el superh¨¦roe desnudo.
Y, en tercer lugar, aunque no menos importante, tambi¨¦n ha sido llamativa la reacci¨®n en gran medida c¨®mplice, por supuesto, de la Academia, pero tambi¨¦n de un p¨²blico que no deber¨ªa haber dado ni un aplauso al actor. Ante situaciones como esta, no podemos ser c¨®mplices por omisi¨®n, ni mucho menos situarnos en la equidistancia. Un ejercicio en el que nos solemos refugiar los hombres para no sentirnos traidores frente a la fratr¨ªa que nos respalda y nos reafirma en nuestra virilidad.
Ojal¨¢, en el mejor de los casos, el ejemplo de Will Smith tenga efectos pedag¨®gicos y genere una corriente de malestar y cr¨ªtica entre los hombres. Una especie de Me Too a la inversa, en el que dejemos claro que no estamos dispuestos a tolerar dichos comportamientos y que adem¨¢s asumimos el compromiso de denunciarlos cuando sucedan a nuestro alrededor. Solo cuando este compromiso masculino sea efectivo empezaremos a habitar un mundo en el que, al fin, dejen de existir individuos como el actor que ha ganado el Oscar por su rutinaria interpretaci¨®n de un hombre explotador del talento de sus hijas. El c¨ªrculo perverso se cierra. Nada pues que aplaudir.
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