Caribe para Robinsones
El turismo a¨²n no ha llegado a las islas del Ma¨ªz, en Nicaragua. Arenales blancos, corales, palmeras y langostas a hora y media en avioneta de Managua. Y una gente, los gar¨ªfunas, con un concepto m¨¢s calmado del tiempo
Un pu?ado ruidoso de taxistas pelea por los reci¨¦n llegados al aeropuerto de Big Corn Island. Se empujan, r¨ªen, escuchan el castellano y se giran r¨¢pido a buscar a los rubios, que llevan d¨®lares. El ¨²nico taxista que queda, el pastor Ernesto, se apiada de los simples mortales y los sube a su coche a buscar hotel. El pastor vive aqu¨ª desde hace a?os. Se aburr¨ªa en Managua y decidi¨® irse a predicar a otro lado. Quer¨ªa aire fresco, conducir un coche, ver el mar y las palmeras, tomarse una cerveza cuando se le antojase y repartir amor. As¨ª lo hizo. Un d¨ªa empaquet¨® sus cuatro trapos y se march¨® a Big Corn Island, la mayor de las dos islas del ma¨ªz, un peque?o archipi¨¦lago del Caribe nicarag¨¹ense.
Aunque ya colg¨® el h¨¢bito, la tendencia al serm¨®n es inevitable en el pastor. Imparte c¨¢tedra de tax¨ªmetro entre notas de la Creedence Clearwater Revival -la isla esto, la isla lo otro- y te pregunta d¨®nde quieres ir a dormir. No es que espere opciones concretas, m¨¢s bien aguarda una generalidad: ?a la playa? Ah¨ª vamos pues. El pastor conduce por una carretera que da la vuelta a la isla y al rato encara un sendero rodeado de bananos y cocoteros frente a la playa de South West End. Es la entrada al hospedaje del se?or Marcos. La arena queda a dos minutos andando. No se ve gente, el cielo son hojas de palmera y el suelo hierba corta y c¨¢scaras de coco.
Big Corn Island ofrece varias opciones para hospedarse. Los taxistas son buenos gu¨ªas y lo mejor es preguntarles. La gama de precios recoge habitaciones frente a la playa por ocho euros, bungal¨®s por 40, verdaderas suites por 85... En www.bigcornisland.com aparecen la mayor¨ªa de establecimientos de la isla. Si no, f¨ªese del taxista -y no permita que le cobre m¨¢s de un euro la carrera.
Marcha fresca y una to?a en Mama Lola's
La mejor manera de explorar la isla grande es recorrerla en bicicleta. Los posaderos y taxistas saben d¨®nde rentarlas. La carretera principal apenas tiene 12 kil¨®metros y conduce a hermosas playas de arena blanca y cocoteros como Sally Peaches, Queen Hill o la misma South West End. La marcha es fresca, verde. Cantidad de ni?os van de un lado para otro con sus guantes de beisbol -deporte nacional en Nicaragua- y sus carteras de la escuela. Se oyen gritos en espa?ol, en ingl¨¦s, en criollo...
Corn Island fue un enclave comercial ingl¨¦s hasta el siglo XVIII. Durante d¨¦cadas, de ah¨ª la mezcla ling¨¹¨ªstica, comerciantes brit¨¢nicos, franceses y holandeses trabajaron con ind¨ªgenas misquitos y levantaron un protectorado de facto hasta que Inglaterra reconoci¨® la soberan¨ªa espa?ola a finales del 1700. M¨¢s tarde Espa?a reconoci¨® la colombiana y Colombia finalmente la nicarag¨¹ense en 1928. Los ind¨ªgenas gar¨ªfunas, afrocaribe?os, son hoy mayor¨ªa en las islas y un lenguaje criollo asediado por el intercambio -spanglish gar¨ªfuno con acento nicarag¨¹ense- domina la charla callejera. Tambi¨¦n hay ind¨ªgenas misquitos -que hablan su propio idioma-, aunque su presencia es mayor en el Caribe norte.
Una buena ruta para la ma?ana consiste en recorrer la costa norte de la isla, subir el Mount Pleasant, el cerro m¨¢s alto de Big Corn, -tampoco es mala idea acercarse al atardecer- sentarse a almorzar en Mama Lola?s -un buen plato de arroz, siempre con coco, gambas, una cerveza to?a- y echarse la siesta en una de las hamacas del acantilado contiguo. El viento sopla fuerte y Mama Lola ofrece de postre cajetas de coco con leche condensada. ?Qu¨¦ se?ora! Vino por amor a estas islas y aqu¨ª sigue a?os despu¨¦s, con su volumen intacto y su risa et¨¦rea. Se la ve por las tardes rodeada de amigos echando cervezas en las hamacas. El pastor visita el lugar de vez en cuando. Esa ma?ana viene acompa?ado de una muchacha gar¨ªfuna. Mantienen un conflicto bien curioso sobre la bandera de Nicaragua y su significado, que si el triangulo del escudo es una cosa, que si los volcanes de dentro son otra. Al final hablan del poco caso que el Pac¨ªfico le hace al Atl¨¢ntico en Nicaragua y ah¨ª empiezan a re¨ªr, "si ellos supieran...".
Abajo, en la playa, un grupo de ni?os chapotea en la orilla ante la mirada c¨®mplice de sus madres. Las sombras van cambiando, poco m¨¢s. Las barcazas de pesca siguen igual de quietas, un ¨¢rbol seco mantiene su figura en la arena, el viento estar¨¢ soplando fuerte en la cima corta de Mount Pleasant. Tranquilidad. Una toalla, un libro.
"Happiness, depending on me"
?Vaya si bota el carguero que va a la ishlita! Los pescadores del muelle de Big Corn Island hab¨ªan dicho que no se mov¨ªa demasiado, aunque a decir verdad tambi¨¦n se hab¨ªan re¨ªdo y hab¨ªan vuelto enseguida a sus quehaceres. Pero bota, le sacude a uno el espinazo en la hora y media que dura el trayecto a la isla peque?a, Little Corn Island.
Enseguida se ve all¨¢ al fondo. La embarcaci¨®n deja el puerto media hora tarde porque unas muchachas llegaron con retraso. Ven¨ªan de "Dios sabe d¨®nde", vestidas de fiesta y con la risa abierta de par en par. El joven grumete las mira malicioso y deja en la radio el suave meneo reggae de The Velvet Shadow -"happiness, depending on me...". Ellas cantan y r¨ªen con cada golpetazo de las olas. "Dios sabe de donde vienen", r¨ªe el grumete. Parece un delf¨ªn en cubierta, uno de los que acompa?an al carguero en la traves¨ªa, solo que este salta en cubierta. Apetece nadar. El mundo es solo agua brillante y un horizonte de palmeras en esta parte medio olvidada del Caribe. No se ven edificios grandes, ni barcos largos. Unas decenas de metros por debajo viven las langostas, las tortugas, las mantas rayas y los corales. En Big Corn funciona una peque?a escuela de buceo que cobra algo m¨¢s de 30 euros por cada inmersi¨®n, un buen precio comparado con las ofertas de Costa Rica o Belice. En la ishlita funcionan otras tantas.
Little Corn es realmente min¨²scula. En un d¨ªa se recorre paseando. A la salida del muelle, un mapa indica los caminos que hay de un lado al otro. Hay uno que cruza por en medio y conduce al verdadero ed¨¦n, un pu?ado de playas desiertas que desvelan la riqueza en la paleta del Big Bang. Tantos amarillos, verdes, azules... Puro antojo de una naturaleza que prueba sus propios l¨ªmites. Una ara?a del interior selv¨¢tico se suma a la funci¨®n colorista con su abdomen ?Ser¨¢ que ese dibujo existe de verdad? Los colores del fondo del mar producen la misma sensaci¨®n. La refracci¨®n de los rayos solares inventa tonos sobrenaturales en las esponjas y los corales. Los bancos de peces semejan piezas de cuberter¨ªa a lomos de corrientes caprichosas.
La ishlita ofrece tambi¨¦n diferentes opciones de alojamiento. Casa Iguana gestiona una veintena de caba?as confortables, un bar con vistas espectaculares y un huerto de pi?as. La caba?a econ¨®mica cuesta unos 15 euros por persona -caben dos- y la lujosa, 30.
La largu¨ªsima playa bajo el acantilado de Casa Iguana pasa por peque?os resorts de madera y paja, caba?as en la playa por ocho euros, desayuno incluido. En Elsa's Place Sea Breeze te ofrecen, por ejemplo, gallo pinto -arroz con frijoles, comida de la regi¨®n por excelencia-, o arroz con coco, caf¨¦, fruta...
La ishlita es eso, pasear, bucear, hacer snorkel, echarse en la hamaca, visitar el estadio de beisbol -hay uno en cada isla-, conocer al mono que vive en el ¨¢rbol de una familia de lugare?os, beber zumo de frutas y buscar cangrejos.
Rond¨®n y bambol¨¦
Noche animada en Big Corn. Las tabernas del puerto han sacado a pasear sus altavoces y el trasiego de taxis va en aumento isla arriba y abajo. Aunque el del pastor no se mueve. El pastor ha decidido esta tarde que no trabajaba -"as¨ª es la isla, mi hermano"- y se ha sentado a beber to?as en una taberna. Se le ve relajado, risue?o, pensando en d¨®nde ir m¨¢s tarde.
Mientras tanto, en el restaurante que hay junto al muelle, el Fisher Cave, la cocina bulle actividad. Llevan tres horas trabajando en su obra maestra, una delicia culinaria, el rond¨®n.
El rond¨®n es un guiso marinero t¨ªpico del caribe nicarag¨¹ense. Una extensa gama de tub¨¦rculos harinosos -yuca, quequisque, malanga...- componen la base del plato sobre un sofrito de leche de coco, cebolla, ajo, banano y fruta de pan; el pescado del d¨ªa -cola amarilla, pargo rojo-, las gambas y la langosta hacen el resto. En Fisher Cave, el restaurante del puerto, proponen de acompa?amiento una espectacular salsa de habanero que levantar¨ªa de la silla al mexicano m¨¢s exigente. La mezcla es una oda a la cocina caribe?a, un chuparse los dedos descontrolado -afortunado el que lleve una barra de pan, porque en Fisher Cave no hay.
La noche sigue en el Bambol¨¦, as¨ª lo ha dicho el pastor. Es la discoteca de la isla, el sitio de encuentro, el lugar. Gar¨ªfunas y misquitos llenan las mesas entre botellas de ron Flor de Ca?a y la paja quebrada que cae del techo. La pista se llena poco a poco y el perreo invade el alma del local, las piernas van de cuatro en cuatro, los torsos de dos en dos; los bailarines semejan rizos negros, fibra incandescente, una excitante escalada hacia el final del individuo. Los cuatro blanquitos del lugar asisten al espect¨¢culo con timidez pero el Flor de Ca?a cumple y el Bambol¨¦ triunfa a orillas del mar.
A la vuelta, el taxista pasa por el aeropuerto -el pastor no apareci¨®. Solo hay una carretera en toda la isla y alguna ramificaci¨®n, poco m¨¢s, as¨ª que es f¨¢cil pasar por el aeropuerto. Hay una vaca pastando a pocos metros de la pista, unos muchachos corren tambi¨¦n por all¨ª. El taxista dice que cuando llegan las avionetas, les echan. La temperatura es ideal. La bicicleta ser¨¢ una buena compa?era m¨¢s tarde.
Tu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo
?Quieres a?adir otro usuario a tu suscripci¨®n?
Si contin¨²as leyendo en este dispositivo, no se podr¨¢ leer en el otro.
FlechaTu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PA?S desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripci¨®n a la modalidad Premium, as¨ª podr¨¢s a?adir otro usuario. Cada uno acceder¨¢ con su propia cuenta de email, lo que os permitir¨¢ personalizar vuestra experiencia en EL PA?S.
En el caso de no saber qui¨¦n est¨¢ usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contrase?a aqu¨ª.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrar¨¢ en tu dispositivo y en el de la otra persona que est¨¢ usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aqu¨ª los t¨¦rminos y condiciones de la suscripci¨®n digital.