A Colombia a toda vela
Viaje en velero de Panam¨¢ a Cartagena, una aventura de cuatro d¨ªas a trav¨¦s del archipi¨¦lago de San Blas, tierra de los Kuna Yala
De noche, las manta rayas chapotean en las aguas de Chichim¨¦. El ajetreo se escucha en toda la laguna, en la peque?a vecindad de veleros que se instala junto a la playa al atardecer. Chichim¨¦ es el nombre que dan los ind¨ªgenas Kuna Yala a dos de las 340 islas del archipi¨¦lago de San Blas, en la costa caribe?a de Panam¨¢. Los Kuna Yala gestionan las plantaciones de cocoteros de estas min¨²sculas porciones de tierra y ven pasar los veleros que van camino de Colombia. Chichim¨¦ se convierte as¨ª en la puerta de altamar, la primera parada de una aventura en velero que acaba cuatro d¨ªas m¨¢s tarde en Cartagena.
Portobelo es el puerto de salida, un peque?o pueblo cerca de Col¨®n, la capital atl¨¢ntica de Panam¨¢. Decenas de veleros y catamaranes cubren la ruta Panam¨¢ Colombia desde hace unos a?os. No existe una carretera que una ambos pa¨ªses, la selva del Dari¨¦n impide de momento cualquier posibilidad de conexi¨®n -adem¨¢s de los paramilitares, la guerrilla, el narco, miles de insectos...- y los viajeros tienen dos opciones, el barco o el avi¨®n. Los paname?os y colombianos suelen preferir el avi¨®n o viajar en lancha cerca de la costa. Los dem¨¢s -mochileros, ruteros, despistados...- acaban en el velero. Los precios son variados. Hay paquetes desde 300 euros hasta 500. Normalmente incluyen todo, tres comidas al d¨ªa, aletas y gafas de bucear, pesca diaria y tr¨¢mites migratorios.
El capit¨¢n del velero cita a sus pasajeros en una taberna de Portobelo, justo enfrente del fuerte de San Lorenzo, declarado Patrimonio de la Humanidad por la Unesco en 1980. Contactar con un capit¨¢n es relativamente sencillo, solo hay que preguntar en los hoteles y hostales del casco viejo de Ciudad de Panam¨¢ o del barrio de Getseman¨ª en Cartagena. Todo depende de d¨®nde se quiera empezar la traves¨ªa. En la red, adem¨¢s, hay varias embarcaciones que ya lanzaron su p¨¢gina web. Esta es un ejemplo, http://www.saildacapo.com/.
En Portobelo, unos cr¨ªos gambetean descalzos junto al fuerte ajenos a las explicaciones del capit¨¢n. El juego avanza hasta que la noche se los sacude. Al fondo aun se intuye el puerto natural, antiguo enclave de piratas y bucaneros. Los lugare?os aseguran que Francis Drake muri¨® all¨ª hace siglos y que el mism¨ªsimo Henry Morgan saque¨® la ciudad a?os despu¨¦s. De hecho, la taberna frente al fuerte homenajea en su r¨®tulo al pirata.
Islotes como mendrugos de pan
El velero navega toda la noche hasta San Blas. De madrugada, el viento arrecia y la peque?a embarcaci¨®n alcanza hasta diez nudos de velocidad. Todos los pasajeros duermen o lo intentan hasta que la ma?ana entrega una colecci¨®n de paisajes distinta. Aparecen las primeras islas en el horizonte, peque?os mendrugos de pan salpicados de palmeras con las monta?as del Dari¨¦n saludando desde el istmo.
Las islas m¨¢s grandes est¨¢n llenas de palafitos y peque?os embarcaderos atestados de cayucos. Los Kuna pasan media vida en sus barcas buscando sustento. Bien temprano, salen a la mar con sus redes, ganchos y arpones para atrapar pescados y langostas. En este ¨²ltimo caso tendr¨¢n que sumergirse m¨¢s metros de los que cualquier mortal podr¨ªa alcanzar sin ayuda de una bombona de ox¨ªgeno.
Una de las islas grandes sirve como aduana de salida de Panam¨¢. Solucionado el tema de los papeles, el velero sigue su marcha hasta Chichim¨¦. En el camino quedan islas y m¨¢s islas. El capit¨¢n impide los ba?os durante la traves¨ªa por los tiburones, que normalmente evitan acercarse a la costa. Los lugare?os no recuerdan un ataque de escualos cerca de tierra ¨²ltimamente. En alta mar ya es otra cosa.
Chichim¨¦ es un lugar justo, intercambia matices por minutos de atenci¨®n. Cuando el agua se calma en la laguna, el fondo luce moteado de enormes estrellas de mar de tono escarlata. Parece el negativo de un cielo nocturno, las algas son nubes y los bancos de sardinas, polvo estelar. A la tarde, los kuna trasiegan entre los veleros con cubos llenos de las langostas que han pescado; se visitan de una a otra isla y piden a los capitanes de los barcos que les permitan recargar sus celulares un rato.
Dos peque?os bares, apenas un techo de palma y un par de neveras con hielo, re¨²nen a todos en tierra al anochecer. Uno est¨¢ en la isla peque?a, del costado oeste. Cada tarde, la familia que vive all¨ª despide al dada ¨Cal sol- con cierta indiferencia, como si fuera el vecino de abajo que a cada rato sube a por algo distinto. Algunas noches, los kuna le cantan al agua, "di dani, di dani"¡ (el agua viene, el agua viene). Y de hecho, la lluvia pronto empieza a caer. Resulta extra?o. Es una isla absurdamente peque?a donde viven dos o tres familias kuna que se encargan de vigilar una plantaci¨®n de cocos. Dos o tres occidentales se sientan en el "patio" de su casa y toman una cerveza a medio metro del oc¨¦ano bajo un aguacero de campeonato. Es absurdo, pero extra?amente agradable.
Atunes y tiburones
Tras dos d¨ªas en Chichim¨¦, el velero tira millas rumbo a Cartagena. Son otro par de jornadas de navegaci¨®n, pero nada que ver con las anteriores. A las pocas horas de dejar San Blas solo hay mar alrededor. Los carretes de pesca est¨¢n a punto, solo falta que alg¨²n at¨²n pique para la cena. El capit¨¢n, un bret¨®n cuarent¨®n, pincha siempre que puede canciones de Serge Gainsbourg en el est¨¦reo del barco. Parece que as¨ª los atunes se acercan m¨¢s. El primer d¨ªa saca uno y el segundo, crecido, pesca un escualo, ?un tibur¨®n tigre de un metro! "Connard!", le dice mientras evita sus dentelladas, "connard!". Al rato, mientras limpia la sangre de cubierta, lamenta su mala suerte. ?l quer¨ªa un at¨²n porque la carne de tibur¨®n no le gusta, dice que es muy seca.
Son dos d¨ªas de estar tirado en cubierta, de comprobar la propia peque?ez y darle vueltas a aquello que escribi¨® Claude L¨¦vi-Strauss, ¡°el mundo comenz¨® sin el hombre y acabar¨¢ sin ¨¦l¡±. En eso aparecen unos cuantos delfines a proa o se desata una peque?a tormenta que obliga a los pasajeros a actuar de marineros: cabo aqu¨ª, cabo all¨¢, arr¨ªa esa vela y ojo con la botavara que ya sabes que hay dientes de sobra esperando en el agua.
Navegar es extra?o. Los segundos son m¨¢s largos que horas enteras. El capit¨¢n no duerme. Cocina pan de madrugada y rellena crucigramas a la hora de la siesta. Su relaci¨®n con el viento es una bella historia de amor rebosante de raz¨®n. Si no viene, no hay nada que hacer; si viene, muere por complacerle moviendo las velas. Mientras tanto sigue a los crucigramas. Cartagena se intuye al fondo por el resplandor que rompe el horizonte. El sedal vuelve a tirar. Un at¨²n.
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