De camino a Cambridge
De Chesil Beach, la playa que inspir¨® la novela de Ian McEwan, a la elegante ciudad inglesa
Hay caminos que alejan y caminos que acercan. Vadean r¨ªos, atraviesan valles o sortean colinas. Senderos que suben o bajan, que confunden o aciertan. Caminos condenados, callejones sin salida. Muchos llevan a alg¨²n sitio; el resto, a ninguna parte.
Y luego est¨¢ la Icknield Way, ¡°la carretera m¨¢s antigua de Inglaterra¡±, a la que dedic¨® un libro del mismo t¨ªtulo Edward Thomas, poeta extraordinario ca¨ªdo en el frente de la Primera Guerra Mundial. Publicada justamente hace un siglo y a¨²n in¨¦dita en espa?ol, la obra, que narra un viaje a pie a trav¨¦s de los campos de Inglaterra, arranca con esta frase: ¡°Mucho se ha escrito sobre el viaje y demasiado poco sobre la carretera¡±.
Este viaje comenz¨® en la excepcional atalaya de la isla de Portland con parecida intenci¨®n de dejarse guiar. M¨¢s que por el destino y sus paradas, por los serpenteantes caprichos de una ruta tan legendaria y vieja como la civilizaci¨®n, que parte de la costa de Dorset, atraviesa de sur a noreste siete condados, cubre 400 millas y muere en Norfolk. Un lugar siempre a punto de despedirse de tierra firme, con el faro rojiblanco de Portland accionado por control remoto, su pintoresco pueblo, que ya sedujo a los romanos, y su monumento a los ca¨ªdos.
Desde all¨ª se domina el asombroso accidente geogr¨¢fico de Chesil Beach, que sirvi¨® de inspiraci¨®n para la novela de Ian McEwan del mismo nombre: 29 kil¨®metros de cantos rodados que desfilan paralelos a la costa meridional de Gran Breta?a. Son grandes como el ri?¨®n de un ni?o y crujen con efectos hipn¨®ticos bajo los pies del caminante. M¨¢s all¨¢, de espaldas al mar se extiende lo que las gu¨ªas llaman Thomas Hardy County, en honor al territorio m¨ªtico, el viejo Wessex de los sajones occidentales, por el que vagaron la rebelde Tess de los d¡¯Uberville y el resto de los personajes del gran novelista decimon¨®nico ingl¨¦s.
Un desv¨ªo en la carretera indica el camino al Hardy¡¯s Monument, construcci¨®n monol¨ªtica que, si bien resulta un tanto decepcionante al comprobar que celebra al hom¨®nimo h¨¦roe de la batalla de Trafalgar y no las glorias literarias del escritor, ofrece una inmejorable vista de la deliciosa campi?a, escenario inmutable para el resto del viaje, con su amalgama de cottages victorianos, alardes de jardiner¨ªa (ese deporte nacional) y coches lanzados a toda velocidad por el lado izquierdo de las estrechas carreteras de doble direcci¨®n.
Tambi¨¦n es el punto de partida de un sendero por el que se antoja posible cruzarse con la pobre Tess, soltera y embarazada, pero con la cabeza bien alta. Conduce a la vieja granja de cisnes de Abbotsbury, curiosa mezcla de atracci¨®n tur¨ªstica y espect¨¢culo po¨¦tico que ya sobrecogi¨® a Daniel Defoe.
T¨¦ para los cisnes
En pie desde el siglo XIV, sirvi¨® para criar carne de cisne, por lo que se ve todo un manjar en la Edad Media. Hoy, indultados los pobres animales de la cadena alimentaria humana, ofrece un recorrido ¡ªcuyo comienzo conviene hacer coincidir con el mediod¨ªa o las cuatro de la tarde, horas en las que los cuidadores ¡°dan el almuerzo y sirven el t¨¦¡± a las aves¡ª por un lugar pantanoso, propiedad a¨²n de la misma familia que se lo compr¨® a Enrique VIII, y que sirve de hogar a seiscientos cisnes, entre los negros, los chicos, los patitos feos y los majestuosos ejemplares que se deslizan blanqu¨ªsimos por aguas poco profundas en desde?oso pavoneo.
Lecturas
? The Icknield way, escrito por Edward Thomas en 1913, carece de traducci¨®n al espa?ol. Existen varias ediciones inglesas, no siempre f¨¢ciles de encontrar. Su poes¨ªa completa ha sido reeditada este a?o por Pre-Textos y Linteo.
? Dos opciones complementarias son los ensayos reci¨¦n publicados The green road into the trees (Preface), de Hugh Thomson, y The old ways (Hamish Hamilton), de Robert MacFarlane.
Los mismos monjes benedictinos fundadores de la granja, que en cierta ocasi¨®n recibi¨® la visita de la bailarina rusa Anna P¨¢vlova en busca de inspiraci¨®n para El lago de los cisnes, erigieron la capilla de Santa Catalina, que se alza solitaria en lo alto de una colina cercana, ¡°temerosamente expuesta¡±, en la definici¨®n de Hardy. ¡°?Puede haber un lugar en toda Inglaterra mejor para comenzar un viaje?¡±, se pregunta Hugh Thomson en el reci¨¦n publicado The green road into the trees. An exploration of England (El camino verde entre los ¨¢rboles. Una exploraci¨®n de Inglaterra), en el que el brillante trotamundos reproduce en direcci¨®n contraria la caminata de Edward Thomas para ofrecer un ¨¢cido retrato del contempor¨¢neo Reino Unido y rendir de paso tributo a la Icknield Way: ¡°Una ruta prehist¨®rica que uni¨® los mundos mediterr¨¢neos, cuyos mercaderes entraron por la costa que se extiende desde aqu¨ª y hasta Cornwall, y el Norte de Europa, que se infiltr¨® a trav¨¦s de East Anglia¡±.
El de Hugh Thomson, impagable compa?ero de este viaje, no es el ¨²nico libro en celebrar el centenario del periplo de Edward Thomas, cuya memoria tambi¨¦n ha revivido entre nosotros en 2012: dos editoriales espa?olas (Linteo y Pre-Textos) han coincidido en publicar su poes¨ªa completa. En Reino Unido, The old ways. A journey on foot (Los viejos caminos. Un viaje a pie), del joven Robert MacFarlane, se ha aupado en las listas de la mejor obra de viajes del a?o, asunto serio en los diarios brit¨¢nicos, con un recuerdo a la carretera m¨¢s antigua de Inglaterra y una defensa, tan parad¨®jicamente contempor¨¢nea, del rebelde acto de echar a andar para sacudirse los restos del naufragio social y remontar un progreso que, nadie sabe c¨®mo, dej¨® de ser para muchos sin¨®nimo de mejora. ¡°El trauma de la Gran Guerra¡±, recuerda MacFarlane, ¡°tambi¨¦n provoc¨® un recobrado e intenso inter¨¦s por las rutas ancestrales y la vida en el campo en una poblaci¨®n magullada¡±.
La Icknield Way ocup¨® un lugar destacado en aquel revival. Despu¨¦s de todo, anda tan sobrada de placeres rurales como de credenciales milenarias. En la procesi¨®n de sitios prehist¨®ricos que deja a un lado u otro de su zigzagueante trazo se alza en primer lugar el Maiden Castle, un castro neol¨ªtico a las afueras de Dorchester. La ciudad, que pudo merecer una elogiosa entrada en las primeras ediciones de la gu¨ªa literaria de Oxford de las islas brit¨¢nicas, luce afeada hoy por el pol¨¦mico plan de desarrollo urban¨ªstico del barrio de Poundbury. Este adefesio, impulsado por el pr¨ªncipe Carlos, como es bien sabido enemigo declarado de la evoluci¨®n arquitect¨®nica, podr¨ªa describirse como un parque de atracciones georgiano de cart¨®n piedra si no pareciera una broma de mal gusto.
El trago est¨¦tico se pasa de golpe cuando el caminante emprende la subida de la colina sobre la que se conservan desde la Edad de Hierro las trazas del Maiden Castle, que los aficionados al free cinema quiz¨¢ recuerden por aquella secuencia de Lejos del mundanal ruido (1967), pel¨ªcula basada en una novela de Hardy en la que Terence Stamp correteaba tras el amor de Julie Christie. Se trata de un lugar hechizante, que desprende una inquietante energ¨ªa que, un poco m¨¢s al norte, se habr¨¢ esfumado al llegar a Stonehenge, tal vez el yacimiento m¨¢s famoso del mundo.
Los embrujos dru¨ªdicos atribuidos al c¨¦lebre cr¨®mlech por el imaginario colectivo y por los peregrinos new age que llegan a celebrar el amanecer de los solsticios de verano e invierno (este, el pr¨®ximo jueves, sin ir m¨¢s lejos) parecen imposibles de experimentar: ni en el aparcamiento atestado de excursionistas ni al cruzar la carretera a cuyo lado se yerguen los bloques de piedra acarreados nadie tiene a¨²n la certeza de c¨®mo ni por qui¨¦n, desde las monta?as galesas de Preseli hace m¨¢s de cuatro mil a?os.
A¨²n en el condado de Wiltshire aguarda el otro orgullo nacional megal¨ªtico ingl¨¦s. Las vacas pastan, como si las cosas del origen de la civilizaci¨®n no fueran con ellas, en el sobrecogedor enclave de Avebury, m¨¢s antiguo que Stonehenge y tambi¨¦n superlativo. El mayor de los c¨ªrculos en los que se organizan las 98 piedras de hasta 40 toneladas tiene un di¨¢metro de 335 metros. Su centro oficioso es un pub llamado, como tantos a lo largo del camino, The Red Lion, a cuyas puertas hay parqu¨ªmetros para exprimir a los turistas.
Dada su prehist¨®rica ubicaci¨®n, no extra?a comprobar que suele figurar en las listas de los pubs m¨¢s embrujados de Inglaterra (otro asunto serio por aqu¨ª) gracias a la tenaz y espectral presencia de Florrie, c¨¦lebre fantasma que lleva atormentando a los clientes barbudos, su debilidad, y a los sucesivos due?os del negocio desde el siglo XVII. Qui¨¦n sabe si debido al gusto por la excentricidad que lleva incorporado el ADN brit¨¢nico o por la prolongada exposici¨®n al alcohol propia del oficio, no fue aquella la ¨²nica barra de la Icknield Way en la que se escuch¨® durante el viaje invocar a los no-muertos-del-todo. M¨¢s al norte, cerca de Cambridge, Maggie, empleada del establecimiento Fox and the Duck en la encantadora Therfield, asegur¨® al periodista que en el gastropub que regenta ¡°suele manifestarse de vez en cuando el fantasma de un se?or¡±.
Antes, incluso al viajero m¨¢s racional le habr¨ªa dado por pensar que el espectro de otro hombre, llamado George Orwell, rondaba tras la visi¨®n irreal de una f¨¢brica humeante que emerge inesperada en medio de la campi?a, cerca del lugar donde descansan los restos del autor de 1984. Cuesta encontrar su tumba en el cementerio de Wallington, escenario de la ¨²ltima d¨¦cada de su vida, sobre todo si se desconoce que fue enterrado bajo su nombre real, tallado en una l¨¢pida: ¡°Aqu¨ª yace Eric Arthur Blair¡±.
No es el ¨²nico escritor cuya memoria asalta al caminante durante un trayecto salpicado de campos de batalla donde se plant¨® cara a los vikingos, monumentos conmemorativos (Alfred's Tower) o fuertes como el Barbury Castle. El novelista Kenneth Grahame situ¨® en la zona en la que la Icknield Way se cruza con el T¨¢mesis las andanzas de su mundialmente conocida f¨¢bula animal El viento en los sauces, mientras que Richard Jefferies, gran cronista de la vida rural y cantor de la existencia callada de los guardeses, naci¨® cerca de Swindon, entre Oxford y Cambridge.
La influencia de las dos universidades y sus tan artificiales como irreconciliables rivalidades domina la ¨²ltima parte del viaje. Ambas ciudades pueden servir de ant¨ªdoto urbano a tanta vida campestre, aunque en Oxford, a la que para llegar hay que desviarse de la ruta original de la Icknield Way, conviene evitar la high street (calle mayor) en hora punta. Si se aterriza directo desde la campi?a, el contraste entre las suaves ondulaciones del paisaje y el desquiciante ajetreo de las franquicias comerciales puede resultar inconveniente para el esp¨ªritu.
Con Cambridge, m¨¢s modesta y m¨¢s cient¨ªfica, la cosa es distinta. Hay que dar la raz¨®n a Thomson cuando afirma que la visi¨®n de las torres de los colleges no emerge a los ojos del viajero que llega desde las llanuras tan suavemente como sol¨ªa, pero la ciudad a¨²n exuda un aire decididamente relajado. Sobre todo cuando los turistas llegados por la ma?ana abandonan el lugar y las g¨®ndolas con las que los estudiantes menos aplicados se ganan la vida como remeros que conf¨ªan al visitante chismes universitarios quedan amarradas pl¨¢cidamente en los canales.
A las afueras de Cambridge, m¨¢s all¨¢ de las colinas Gog Magog, y su nombre de guerreras resonancias b¨ªblicas, se extiende la parte mejor delimitada de la Icknield Way. Los postes indican ?por fin! los devaneos del camino con exactitud en los alrededores de las coquetas localidades de Kelshall, y su parroquia del siglo XIV, Baldock, fundada por caballeros templarios nost¨¢lgicos de sus correr¨ªas en Bagdad, o Ickleton.
Bajo uno de esos hitos se tiene la sensaci¨®n de haber dado con la senda de la escurridiza leyenda que uno andaba buscando desde que dio la espalda al mar. Quiz¨¢ no fuera tan dif¨ªcil despu¨¦s de todo; ante la visi¨®n de un sendero que serpentea caprichosamente como una anguila blanca por los prados de Cambridgeshire, revive en la memoria el viejo chiste ingl¨¦s, que Edward Thomas cogi¨® prestado al principio de su viaje. Un caminante forastero se acerca a un muchacho y le pregunta: ¡°?Ad¨®nde va esta carretera, hijo?¡±. A lo que el chaval responde: ¡°Llevo 16 a?os viviendo aqu¨ª y, hasta donde yo s¨¦, la muy condenada nunca se ha movido¡±.
Gu¨ªa
Dormir
? Un buen punto de partida desde el sur puede ser la localidad costera de Weymouth. Las habitaciones de Harbour House (3 Belle Vue, Weymouth; 0044 1305 78 77 21) tienen vistas a la playa.
? Oxford ofrece opciones de alojamiento como la del Mercure Oxford Eastgate Hotel (73 High Street; 0044 1242 30 78 01).
? Si se prefiere mantener la fidelidad al camino, en el recorrido se suceden los pubs con habitaciones con mayor o menor encanto, como en la refinada localidad de Goring-on-Thames, donde The Miller of Mansfield hace justicia a la fama del pueblo.
? En Cambridge abundan los establecimientos de aire universitario, pero tambi¨¦n hay hoteles como el Holyday Inn Cambridge Hotel (Lakeview Bridge Road, Cambridge; 0044 8719 42 90 15).
Informaci¨®n
? Turismo brit¨¢nico (www.visitbritain.com)
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