Para comerse Buenos Aires, la Avenida Caseros
Los restaurantes han recuperado la que fue una de las calles m¨¢s elegantes de la capital argentina
A principios del siglo XX, la avenida Caseros fue uno de los lugares elegidos para vivir por la clase acomodada de Buenos Aires, que le leg¨® algunos edificios elegantes, en especial a lo largo de sus primeras manzanas. Luego sobrevino una sostenida decadencia que empez¨® a revertirse en los ¨²ltimos a?os.? La avenida, que toma su nombre de la batalla de 1852 en la que fue derrotado el tirano Juan Manuel de Rosas, es la frontera entre los barrios de San Telmo y Barracas. Sobre la vereda que corresponde a Barracas, a la altura del 400, se encuentra el llamado Edificio de los ingleses, una construcci¨®n se?orial con escaleras de m¨¢rmol, suelos de madera y un extraordinario ascensor de jaula, en la que, hace casi un siglo, vivieron los directivos brit¨¢nicos de los Ferrocarriles del Sur.
A pesar de que en pocas d¨¦cadas la avenida hab¨ªa perdido parte de su esplendor, este edificio extraordinario que preservaba el lujo del pasado atrajo a artistas e intelectuales, seducidos por la combinaci¨®n irresistible de la belleza arquitect¨®nica y los alquileres depreciados. En 2006, el gobierno porte?o decidi¨®, acertadamente, que el tramo inicial de la avenida fuera convertido en un boulevard, con sus veredas renovadas y la iluminaci¨®n mejorada con l¨¢mparas de ¨¦poca. Desde ese momento, en el conjunto de locales desocupados que se alineaban en la imponente fachada de 120 metros del Edificio de los Ingleses, comenz¨® a revivir y, en poco tiempo, ya se gestaba un nuevo polo gastron¨®mico de la ciudad. As¨ª como antes hab¨ªan llegado los artistas pl¨¢sticos y los escritores, lleg¨® el turno de los cocineros.
El primer restaurante en abrir fue el llamado, justamente, Caseros, a cargo de los cocineros Silvina Trouilh y Santiago Leone que se especializan en comida porte?a y casera (el nombre ya es un juego de cajas chinas). Se trata de versiones m¨¢s sofisticadas de los platos de la abuela: filet de merluza con papas espa?olas, costillas de cerdo con batatas y mandioca fritas, lenguado a la plancha con polenta, hongos, tomate y espinacas o costillas de cordero con ensalada de berro y papas. El lugar, luminoso por sus grandes ventanales y sus colores claros fue decorado con objetos encontrados y muebles de segunda mano que sin tener nada de japon¨¦s tienen algo del wabi sabi, esa teor¨ªa est¨¦tica nipona que encuentra belleza en la imperfecci¨®n, en la asimetr¨ªa, en la simpleza, en el desgaste que nos recuerda la transitoriedad. Toda la calle tiene esto en com¨²n: los lugares son nuevos y viejos a la vez, todos nos remiten al pasado y remedan la sensaci¨®n de ir al (seguramente ya desaparecido) bar-almac¨¦n de nuestra infancia.
Pegado a Caseros, hacia la derecha, est¨¢ La popular de San Telmo (si bien est¨¢ del lado de Barracas). Este es un bar-restaurante con calculado aspecto de cantina, colores fuertes y especializado en la comida t¨ªpica de los restaurantes de barrio: picadas (la versi¨®n argentina del tapeo), gran variedad de tortillas, ravioli de cordero o entra?a con salsa criolla y pur¨¦ son algunas de sus propuestas.
Hacia el otro lado est¨¢ el m¨¢s sofisticado Hierbabuena, que propone un men¨² saludable y por ello, no sin coherencia, no vende refrescos. Se puede comer con vino, agua o limonada casera. El men¨² no es vegetariano porque cada tanto se cuela un pescado, pero va en esa direcci¨®n. El plato m¨¢s pedido es la hamburguesa vegetariana con hongos. Otros muy requeridos: pizza vegetariana, guacamole con higos, risotto con hongos y la pesca del d¨ªa.
Finalmente, la oferta se completa con Club Social, que es una versi¨®n menos colorida y m¨¢s refinada que la de La Popular del bar-restaurante porte?o. Este se especializa en cocina mediterr¨¢nea con platos como lomo en reducci¨®n de malbec con papas o salm¨®n blanco con leche de coco y salteado de espinacas, brotes y tomates cherry confitados.
Apenas cuatro locales alcanzaron para hacer renacer a una zona m¨¢gica de la ciudad, donde casi no pasan autos, donde ya se respira el verde del muy cercano Parque Lezama y donde no se vive como en Buenos Aires. Esta cuadra que no es ni San Telmo ni Barracas, ni el pasado ni el presente, es una isla. La Buenos Aires ca¨®tica, estridente y siempre en decadencia a la que nos obligan a acostumbrarnos la rodea, pero se mantiene a raya, a algunas calles de all¨ª.
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