El ¡®skyline¡¯ de la Edad Media
Reyes, leones, gildas y vino en un paseo por la ciudad de Olite, mucho m¨¢s que un castillo
Si le pas¨® al joven Gustavo Adolfo B¨¦cquer, que era un romantic¨®n con pedigr¨ª, le puede pasar a cualquiera. ¡°?Qu¨¦ es la Edad Media?¡±, debi¨® de preguntarse ret¨®ricamente el autor de Rimas y leyendas mientras tomaba notas, recreaba universos perdidos y se dejaba llevar por la fantas¨ªa en su visita al palacio real de Olite, entonces en ruinas, all¨¢ por 1866. Qued¨® prendado: ¡°La vista de los grandiosos restos impresiona. Por poca imaginaci¨®n que se tenga, no puede menos de ofrecerse a la memoria, al contemplarlos, la imagen de la caballeresca ¨¦poca en que se levantaron¡±. Aquella evocadora imagen sigue acompa?ando hoy al viajero que se acerca a este impactante paisaje del centro de Navarra atra¨ªdo por la l¨ªnea del cielo que dibuja uno de los castillos emblem¨¢ticos de Espa?a, restaurado sin miramientos arqueol¨®gicos en los a?os cuarenta del siglo XX por el arquitecto Jos¨¦ Y¨¢rnoz, seg¨²n su proyecto de 1923 inspirado en las reconstrucciones neorrom¨¢nticas que el arquitecto franc¨¦s Viollet le Duc aplic¨® en el siglo XIX en el castillo de Pierrefonds y en el recinto fortificado de Carcasona. Es inexorable: un paseo por las calles de Olite desata la imaginaci¨®n. Y hasta el viajero menos cursi se deja llevar por las musas de ese movimiento denominado castillismo:¡°La Edad Media eres t¨²¡±.
Pasado m¨ªtico
Sin embargo, pocos enclaves hist¨®ricos, villas medievales e iconos tur¨ªsticos hay m¨¢s reales que esta localidad. ?Cuidado! No pronunciar jam¨¢s la palabra pueblo ante un olitejo: Olite (unos 3.500 habitantes) es ciudad de orden de Felipe IV desde 1630, y cabeza de una de las cinco merindades de Navarra (con Pamplona, Sang¨¹esa, Tudela y Estella), rescoldos de un pasado m¨ªtico que los orgullosos habitantes de Olite llevan en su ADN. Esa tozuda realidad nos dice que pas¨® de ser la ni?a de los ojos de la monarqu¨ªa navarra entre los siglos XIV y XV a convertirse en la capital del vino de Navarra en pleno siglo XXI, sin dejar nunca de ser parada obligada al cruzar la regi¨®n, desde la f¨¦rtil Ribera del Ebro a la Vieja Iru?a, o viceversa, en esta Zona Media con alma de Toscana Foral.
El pasado insiste: en 1446 el peregrino Ilsung de Augsburgo anot¨® que este lugar ¡°sobrepasa en magnificencia todo lo imaginable¡±. Pero el presente nos demuestra que Olite es doblemente real: regia y aut¨¦ntica, en un di¨¢logo entre la historia que recorre sus calles y el paisanaje que vive en ellas. Porque frente a tanto rinc¨®n tur¨ªstico de postal, con mucha tienda de souvenirs y poco coraz¨®n fuera del horario comercial, Olite ofrece el encanto de lo humano. Ni?os jugando en la calle, cuadrillas en ronda de vinos, mercer¨ªas sin maniqu¨ªs y tahonas de guardia en un escenario digno de pel¨ªcula hist¨®rica (Los Borgia, ¨²ltimo filme en rodarse aqu¨ª). No obstante, su historia se al¨ªa con nuestra imaginaci¨®n para orillar la realidad. Y empezamos a ver calderos de aceite hirviendo contra los asediantes del castillo, arqueros en las almenas, halcones adiestrados por maestros de la cetrer¨ªa, espadachines apostados en las esquinas, trovadores a la puerta de los figones¡ ?Y los leones? ?D¨®nde meter¨ªan los reyes de Navarra de la casa de Evreux a sus leones africanos?
Olite es mucho m¨¢s que un castillo. Castillo-palacio, para ser exactos. Su reconstrucci¨®n se hizo sobre las ruinas que dej¨® Espoz y Mina (el ¨ªnclito guerrillero contra Napole¨®n orden¨® quemar el castillo para que no cayera en manos francesas). Su silueta pintoresca llena el skyline olitense desde todos los puntos cardinales: esa visi¨®n desde el Este hacia el conjunto monumental es tan emocionante como las vistas desde la torre del homenaje al paisaje que rodea Olite. Una extra?a nostalgia de Exin Castillos se mezcla con la sensaci¨®n del paso de los siglos. La galer¨ªa del rey, la morera y la nevera para el hielo (en forma de huevo) son rincones ins¨®litos.
Nuestro reino por hacer noche en una cama con dosel del adyacente parador, situado en el palacio original de los Teobaldos (primera dinast¨ªa en encari?arse de Olite, aqu¨ª trajeron cepas de vid desde su champ¨¢n originario). Hay adem¨¢s un trazado romano previo (Oligitum, lugar de olivos) que sucedi¨® al poblado celt¨ªbero y vasc¨®n (Olite es Erriberri en euskera, ver¨¢n este nombre por doquier, incluido el simp¨¢tico equipo de f¨²tbol local) bajo el mapa en forma de almendra medieval del casco antiguo de esta ciudad paseable, con sorpresas en cada piedra y rivalidad entre las dos iglesias mayores: la se?orial Santa Mar¨ªa y la misteriosa San Pedro. A todo se alcanza desde la plaza de Carlos III el Noble, un espacio de per¨ªmetro imposible reformado por el arquitecto Patxi Mangado, diferente de cualquier Plaza Mayor, con sus galer¨ªas subterr¨¢neas y sus bares bajo los porches. Hasta all¨ª llega la cultura del vino: sede de la Denominaci¨®n de Origen y del Museo del Vino y la Vi?a, Olite es el epicentro del vino de Navarra. Seis bodegas (hay que visitar alguna: la m¨¢s familiar, Ochoa, es tambi¨¦n la m¨¢s exquisita) ponen de manifiesto que no solo de rosado (pida un clarete) viven los caldos navarros.
Gu¨ªa
Visita
Informaci¨®n
- Palacio Real de Olite (http://guiartenavarra.com; 948 74 12 73). Abre de lunes a domingo, de 10.00 a 18.00. Entrada adulto, 3,50 euros.
- Oficina de turismo de Olite (948 74 17 03).
- Ayuntamiento de Olite (www.olite.es).
- Turismo de Navarra (www.turismo.navarra.es; 848 420 420).
El zumo de la vid que rodea Olite pide compango gastron¨®mico: al homenaje diario a la verdura que se rinde en esta tierra se le une la leyenda de la gilda. No hay que irse sin probar una banderilla de anchoa, guindilla (piparra) y aceituna, la Rita Hayworth de los pinchos; por ser salada, picante y verde. Maticemos su origen donostiarra: Blas Vall¨¦s, fundador de la taberna donde se cre¨® este bocado genial (Casa Vall¨¦s) era un vinatero de Olite. Por eso, los mesones hacen honor al invento mientras rellenan tu copa. Solo as¨ª, ante el paladar de lo real, podemos imaginar en qu¨¦ rinc¨®n del castillo de Olite guardaban los reyes de Navarra sus flamantes leones.
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