Caballos y luminarias
La noche del 16 de enero, v¨ªspera de San Ant¨®n, en el pueblo abulense de San Bartolom¨¦ de Pinares, caballos y jinetes atraviesan hogueras para ahuyentar cualquier enfermedad
La noche del 16 de enero es en San Bartolom¨¦ de Pinares (?vila) un crepitar de hogueras, llamas que se elevan hacia el cielo, humo que envuelve la atm¨®sfera, caballos y jinetes que atraviesan el m¨¢gico escenario y la creencia de que san Ant¨®n, patr¨®n de los animales, no s¨®lo les proteger¨¢ en ese trance, sino que ahuyentar¨¢ cualquier enfermedad a lo largo del a?o.
Despu¨¦s del rezo de v¨ªsperas, a las 20.00 comienza el encendido de las luminarias (una veintena, repartidas por puntos estrat¨¦gicos de la localidad), hechas a base de piornos, tomillo, retama y jara, recogidos los d¨ªas previos en los montes cercanos. La primera que se prende, inmensa, es la del mayordomo, figura fundamental de la fiesta, a cuyo cargo corren no s¨®lo los gastos de la misma, sino la presidencia ¨Cacompa?ado por dos jurados de su elecci¨®n¨C de los diferentes rituales. En manos del Ayuntamiento en el ¨²ltimo decenio, este a?o vuelve a haber un voluntario, Diego Mart¨ªn Abad, para asumir tan representativo papel.
Altas llamas
Tras la bendici¨®n se pone en marcha la comitiva, encabezada por el mayordomo, con su vara de San Ant¨®n. Frente a ellos, altas llamas, que pueden alzarse hasta casi tres metros y densas humaredas, de car¨¢cter purificador, provocadas por los ramos verdes o humedecidos.
El efecto est¨¦tico es indescriptible. Toda la gama de marrones, rojos y amarillos, contrapunteada por el negro perfil de jinetes y monturas y envuelta en una fascinante nebulosa. Y la gaita y el tambor como banda sonora imprescindible, acompa?ada del chisporroteo de la lumbre y el choque de las herraduras sobre el espacio adoquinado.
Amor a los caballos
Los montadores m¨¢s osados (hay m¨¢s de un centenar) deciden saltar las luminarias, constituy¨¦ndose en un todo con sus cabalgaduras, que se adentran entre el fuego y el humo con gesto decidido.
Es esa importancia y amor a los caballos lo que ha hecho que en una zona anta?o ganadera, donde junto a mulas, yeguas, asnos y burros formaban parte de la vida econ¨®mica diaria, se haya perpetuado la celebraci¨®n, una vez perdido su sentido cotidiano primitivo.
Las brasas, casi en la medianoche de este fr¨ªo enero serrano (Gredos est¨¢ cerca), acogen chuletas, morcillas, chorizos, panceta y todas las viandas susceptibles de ser asadas y compartidas, regadas por reconfortantes limonadas elaboradas con el vino de la tierra. Los cuerpos que a¨²n tiene fuerza se mueven a los sones de jotas y pasodobles.
Ahumar al santo
A la ma?ana siguiente, bien temprano, se encienden de nuevo las luminarias para ahumar al santo, cuya vara, portada por el mayordomo, es besada por los vecinos, que ayudan en lo que pueden a los gastos de la fiesta. Le acompa?an los dos jurados, todos a lomos de las mejores caballer¨ªas, reservadas para momento tan especial y cuidadosamente adornadas.
Es este un ritual envuelto en humo (cuanto m¨¢s, mejor), ¨ªntimo y recoleto si lo comparamos con la algarab¨ªa de la noche anterior, ilustrado por los sones de tambor y gaita, mientras un buen chocolate caliente y un recio orujo entonan los est¨®magos.
Por la tarde hay carreras de cintas a caballo, que a finales de los a?os ochenta del pasado siglo vinieron a sustituir ¨Ccomo en tantas otras tradiciones festivas¨C las corridas de gallos.
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