Leyendas de Birmania
Las misteriosas Rang¨²n y Mandalay. Y Bagan, con sus 2.000 templos budistas en la llanura. Myanmar, la antigua Birmania, se abre al turismo en pleno proceso de cambio pol¨ªtico Un ex¨®tico crucero por el r¨ªo Irawadi y otras emociones del pa¨ªs de moda del sureste asi¨¢tico
Si los aeropuertos ofrecen la primera imagen del pa¨ªs al que llega el viajero, la fotograf¨ªa de Rang¨²n esta ma?ana parece sacada de una ciudad ¨¢rabe. Acaba de aterrizar un vuelo procedente de La Meca y cientos de personas, con chilabas de lujo, velos de seda de colores y mucho oro, esperan sudorosas para atravesar el control policial. La entrada se realiza en orden y en silencio, como si los militares, que durante casi cincuenta a?os sumieron al pa¨ªs en una dictadura feroz, todav¨ªa mandaran mucho, que lo hacen, pero ahora en un discreto segundo plano. Los musulmanes son minor¨ªa perseguida en algunas zonas del pa¨ªs. ¡°Si no quieren l¨ªos, que se hagan budistas¡±, resume sin una pizca de sensibilidad uno de los empleados del aeropuerto. Fuera luce el sol y la humedad se pega al cuerpo. Para algunos la riqueza de un pa¨ªs se mide por el n¨²mero de coches de sus ciudadanos; otros, en cambio, estiman que el verdadero poder¨ªo se mide por el n¨²mero de ¡°ricos¡± que viajan en transporte p¨²blico. Myanmar (antigua Birmania) pertenece a la primera categor¨ªa. Los atascos en Rang¨²n son de antolog¨ªa, y cruzar una calle en la antigua capital del pa¨ªs, una aventura a la que uno se acostumbra r¨¢pido. Y lo mismo con los hombres, la mayor parte ataviados con faldas y chanclas.
No es un t¨®pico. Todo el mundo sonr¨ªe y saluda juntando las manos sobre el pecho: ¡°?Mingalaba!¡±, el equivalente a nuestro ¡°hola¡±. Mujeres y ni?os usan como protecci¨®n solar una pasta, tanaka (extra¨ªda de uno de los ¨¢rboles locales), de un tono mucho m¨¢s claro que el de su piel. Se lo untan en las mejillas, con dibujos de flores o mariposas. En la antigua capital del pa¨ªs hay que mirar bien el suelo en que se pisa: el asfalto ofrece trampas mortales, como si hubiera sido arrancado por un terremoto. La vegetaci¨®n se cuela por los carcomidos edificios de piedra y el cableado a¨¦reo atraviesa las calles a la vista de todos. Mientras se mantiene la luz del d¨ªa, las aceras se convierten en un hervidero de gente. En los puestos callejeros se encuentra de todo, desde improvisadas cabinas telef¨®nicas hasta escribanos redactando cartas con pluma o con m¨¢quinas de escribir. La comida se cocina en r¨²sticos fogones y se puede consumir en chiringuitos de sillas diminutas de pl¨¢stico; el pescado a¨²n vivo se ofrece junto a la variada fruta local, en la que destaca el drag¨®n y la papaya.
Rang¨²n tiene seis millones de habitantes, pero la riqueza se concentra en manos de un 8%
Con o sin monz¨®n, la humedad acaba empapando. El bar del hotel Strand, un elegante edificio de estilo colonial, situado cerca del r¨ªo Yang¨®n, puede servir como refugio para el viajero ansioso del fresco que proporciona un potente aire acondicionado, agitado con ventiladores de madera colgados del techo. Sirven c¨®cteles, amenizados por las suaves notas procedentes de un xil¨®fono y un arpa local para un p¨²blico integrado por turistas y hombres de negocios, sobre todo arquitectos e ingenieros, implicados en la construcci¨®n de nuevos edificios. A unos pasos, cruzando la carretera, se encuentra el puerto desde el que salen los barcos que cruzan el r¨ªo hasta el otro lado de la ciudad. El viaje en cargueros destartalados, llenos de gente que ofrece sus mercanc¨ªas (huevos de codorniz o fruta), muestra una buena panor¨¢mica de c¨®mo vive la mayor parte de la poblaci¨®n. Rang¨²n tiene seis millones de habitantes, aunque la riqueza se concentra en manos de un 8%.
En algunas pagodas se puede sacar dinero de los cajeros autom¨¢ticos, los ni?os venden bolsas de pl¨¢stico para los zapatos de los turistas y las vendedoras ofrecen p¨¢jaros vivos como ofrendas para Buda, que las malas lenguas cuentan que han sido amaestrados para volver a su jaula. El complejo religioso de la Shwedagon pagoda, con una estupa de 100 metros de altura, recubierta con un ba?o de oro, parece visita obligada. El recorrido se inicia por la izquierda, y a cualquier hora del d¨ªa se ven familias enteras, monjes rezando en posici¨®n de loto, ancianos que precisan ayuda y brigadas de limpiadores manejando una fregona que abarca todo el pasillo y que va secando el suelo de m¨¢rmol para evitar resbalones. El ambiente de recogimiento y espiritualidad contrasta con las oleadas de turistas, mayoritariamente asi¨¢ticos, que, armados de tel¨¦fonos de ¨²ltima generaci¨®n, sortean a los fieles o directamente se plantan delante para hacerse un selfie. Nadie protesta. La paz no se rompe. Conviene ganar puntos para la nueva vida en el m¨¢s all¨¢, nadie quiere retornar convertido en un insecto. Los monjes con sus t¨²nicas azafr¨¢n forman parte del paisaje; descalzos o con chanclas, van y vienen por las calles recogiendo comida. Se les venera y, en cierto modo, representan el aut¨¦ntico poder de un pa¨ªs profundamente religioso.
Myanmar se ha convertido en el pa¨ªs de moda del sureste asi¨¢tico. En un a?o, el n¨²mero de visitantes ha crecido de 400.000 a un mill¨®n
Con la oscuridad de la noche, las calles pierden su ritmo vertiginoso; de hecho, algunas zonas quedan parcialmente iluminadas, pero la vida no se detiene en una ciudad que vive transformaciones espectaculares desde que empezaron los cambios pol¨ªticos. Myanmar se ha convertido en el pa¨ªs de moda del sureste asi¨¢tico. En un a?o, el n¨²mero de visitantes ha crecido de 400.000 a un mill¨®n. Durante a?os, su acceso estuvo cerrado a los extranjeros, y todav¨ªa muchas zonas del pa¨ªs ¡ªque comparte frontera con China, India, Tailandia y Bangladesh¡ª no pueden visitarse sin un permiso especial. Sin embargo, Rang¨²n parece embargado por la fiebre del oro. Se ven gr¨²as por todos lados, el alquiler de los pisos se ha multiplicado por 10; ya se ha instalado Mango, funcionan supermercados donde comprar un excelente cabernet sauvignon o chocolate belga; todo ello junto a los abigarrados mercados locales, donde el oro se compra al peso y lo funden seg¨²n la joya que se desee. Cada poco nacen centros comerciales iguales a los de cualquier capital europea, pero con mucho t¨¦, cremas chinas y tejidos indios. Se encuentran buenas salas de masaje (tres d¨®lares por hora) y se puede elegir entre excelente comida china, japonesa, birmana o tailandesa expedida en locales de ultim¨ªsimo dise?o y a precios asequibles para el occidental. El kyat, la moneda local, se combina con el pago en d¨®lares o en euros.
En Rang¨²n vive Aung Sann Suu Kyi, la l¨ªder de la oposici¨®n y futura presidenta del pa¨ªs si los militares se lo permiten. La casa en la que permaneci¨® encarcelada durante d¨¦cadas, situada junto al lago Inya, se ha convertido en lugar de peregrinaci¨®n. Teresa Mossis y Joy Bailey, dos amigas mochileras, han viajado desde California en busca de la espiritualidad. La casa de la l¨ªder opositora parece parada obligada. La imagen de su padre, el l¨ªder de la independencia del pa¨ªs, preside la entrada a la mansi¨®n, en la que se distinguen las alambradas y las t¨ªpicas luces de vigilancia nocturna. ¡°Resulta muy excitante estar aqu¨ª y comprobar los cambios de un pa¨ªs que ha vivido cerrado durante d¨¦cadas. Estamos muy felices¡±, dice Mossis.
La Lady, como la llaman all¨ª, se ha convertido en una referencia mundial. A sus 78 a?os, su elegante figura se exhibe en fotograf¨ªas, camisetas y llaveros. Las librer¨ªas venden libros sobre ella o su padre junto a novedades de Jonathan Franzen o Richard Ford. Su presencia en una exposici¨®n o en un restaurante genera un ¨¦xito de p¨²blico. Los habitantes de la antigua Birmania han pasado cuatro d¨¦cadas sin poder expresar su opini¨®n, pero ahora, hasta en las aldeas m¨¢s remotas, la gente ha perdido el miedo a hablar, aunque pocos quieren recordar el pasado de represi¨®n y violencia. Muchos temen que se produzcan disturbios y se acabe la paz social si el Gobierno de Thein Sein, teniente general y presidente del pa¨ªs, no accede a modificar las leyes que permiten a los militares disponer de esca?os en el Parlamento sin haber sido elegidos.
Para alejarse del ruido y disfrutar del charme oriental se recomienda el Governor¡¯s Residence, anta?o vivienda del gobernador de Kaya reconvertido ahora en hotel de lujo. Decorado con madera y plantas tropicales, el recibimiento incluye collar de flores y refresco en el bar con vistas a la piscina y al delicado jard¨ªn tropical. Para el que se atreva, disponen de carta de puros (un Cohiba, 74 euros) y una peque?a biblioteca al alcance del viajero que incluye libros de Jo Nesbo y de Tolkien.
Mandalay
Un viaje en avi¨®n de poco m¨¢s de una hora deposita al viajero en Mandalay, la segunda ciudad m¨¢s grande del pa¨ªs y antigua capital del imperio antes de la invasi¨®n brit¨¢nica. De ah¨ª parten algunos de los barcos que navegan por el Irawadi, el r¨ªo que cruza el pa¨ªs de norte a sur. El Road to Mandalay (Camino a Mandalay), un crucero organizado por Orient Express, compa?¨ªa hotelera y operador de sofisticadas aventuras, llega hasta Bagan en una de sus rutas. El barco de madera, remolcado desde Hamburgo en 1994 para navegar por el r¨ªo, re¨²ne en esta ocasi¨®n a 68 viajeros de 13 nacionalidades, sobre todo europeos o australianos. La mayor parte del pasaje lo integran parejas, solas o en grupo, gente de cierta edad acostumbrada a viajar. Malvena Sargeant no quiere ni o¨ªr hablar de su edad, pero de los 80 no baja. Vive en Sidney y se pasa los meses viajando, en una especie de marat¨®n personal para recuperar el tiempo que estuvo al lado de su esposo, un mal hombre que no disfrutaba de la vida. Arreglad¨ªsima a cualquier hora del d¨ªa, luce sobrepeso y se mueve con dificultad, pero eso no parece ser un problema para nadie en el barco. Viajeros y tripulaci¨®n vigilan atentos sus necesidades, empezando por Stephen Locke, australiano de 46 a?os, director del Road to Mandalay. Los tres a?os que lleva al frente del barco le han convertido en testigo excepcional de los espectaculares cambios que vive el pa¨ªs. Le preocupa que todo se masifique y se pierda la espiritualidad.
La vida en el barco permite disfrutar del dolce far niente. Desde la cubierta se divisa el horizonte verde de plantaciones de mango y bananos, con las inevitables pagodas
Pese a las actividades programadas, que incluyen la presencia de un astr¨®logo y excursiones puntuales, la vida en el barco permite disfrutar del dolce far niente. Desde la cubierta se divisa un horizonte verde que, al primer golpe de vista, se confunde con un gigantesco campo de golf; luego, en los puntos en los que el r¨ªo se estrecha, la cercan¨ªa permite distinguir las plantaciones de mango, los bananos, las r¨²sticas caba?as y las inevitables pagodas. Sentado junto a la orilla, un pescador lanza una ca?a rudimentaria; las mujeres, cargadas con barre?os repletos de ropa, enjuagan y golpean las prendas con jabones caseros; los ni?os nadan en las aguas color t¨¦, y los campesinos de regreso del campo acercan los bueyes al agua. La filosof¨ªa de los habitantes de Myanmar, tras d¨¦cadas de represi¨®n, se resume en cuatro palabras: ver, o¨ªr, aprender y vivir.
Bagan
El barco navega por el centro del r¨ªo y ah¨ª permanece anclado mientras duran las paradas para las excursiones. Los viajeros son transportados hasta a la orilla en barcazas de madera pintadas de colores. De fondo, la llanura de Bagan con sus m¨¢s de 2.000 templos sobresaliendo entre las acacias. Las edificaciones est¨¢n conectadas entre s¨ª por caminos de tierra llenos de baches que los turistas recorren en bicicleta o calesa y, si el tiempo lo permite, en globo. Los cambios que experimenta el pa¨ªs tambi¨¦n han calado en la gente, que vive en condiciones miserables y que ve en los turistas una fuente de ingresos. En los lugares que hasta hace unos a?os eran remotos, los ni?os esperan al viajero a pie de barco, cargados de productos locales. El t¨ªpico ¡°bueno, bonito y barato¡± o la pregunta sobre si militas en el Madrid o el Bar?a sirve como pre¨¢mbulo de una amistad que est¨¢ a punto de empezar. De nada vale una negativa: ¡°?Amigo!, ?amigo! ?Te espero aqu¨ª? ?Luego? ?Ma?ana?¡±.
Cuando cae el sol, no cabe un alfiler en el templo de Shwesandaw, de estilo piramidal con escaleras que ascienden por cinco terrazas
Si hay ciudades que se pueden describir por su color, el de Bagan ser¨ªa una mezcla del verde de los maizales y el marr¨®n de algunas c¨²pulas. No se ve apenas gente, en 1990 la poblaci¨®n fue obligada por decreto de uno de los gobernadores a trasladarse al otro lado del r¨ªo. Se les acus¨® de robar reliquias. Solo los turistas, los campesinos que aran los campos como en los a?os de Marco Polo y los vendedores de postales y figuras de Buda se mueven por los caminos. Nada te prepara para el atardecer en Bagan. Tras una jornada de tormenta que ha dejado algunos restos grises en las nubes, el sol comienza a declinar. En el templo de Shwesandaw, de estilo piramidal con escaleras que ascienden por cinco terrazas, no cabe ni un alfiler. M¨®viles de todas las generaciones, iphones y sofisticadas c¨¢maras, apoyadas en tr¨ªpodes, disparan sin parar al horizonte tratando de captar una vista general de las pagodas, erguidas entre las acacias, con las aguas ocres del r¨ªo y las peque?as embarcaciones varadas en la orilla.
El viaje incluye visitas a estupas, templos y monasterios, lo que permite contemplar arquitectura budista de todas las ¨¦pocas hasta llegar a una cierta saturaci¨®n religiosa. En el acceso a los templos se despliegan mercadillos abarrotados de productos locales. Antes o despu¨¦s de contemplar frescos con diferentes escenas de la vida del pr¨ªncipe Siddharta se ofrecen bolsos de mimbre de colores, pinturas de arena o un ejemplar de Los d¨ªas de Birmania, de George Orwell, en el idioma que guste. La visita a Katz, el pueblo donde el escritor ingl¨¦s ejerci¨® como polic¨ªa y cuya vida y miserias colonialistas quedan magistralmente retratadas en la novela, tendr¨¢ que esperar a otro viaje.
Myanmar, tutelado por los militares y con una l¨ªder opositora que se acerca a los 80 a?os, se enfrenta ahora a un destino incierto. Quiz¨¢ la bonanza econ¨®mica estimule la consolidaci¨®n de la democracia y la libertad.
Gu¨ªa
Informaci¨®n
C¨®mo ir
- Visados: para entrar en Myanmar se necesita visado. Espa?a no mantiene relaciones diplom¨¢ticas con la antigua Birmania y hay que solicitar el permiso a trav¨¦s de alguna de las embajadas de ese pa¨ªs en Europa. Las delegaciones diplom¨¢ticas de Myanmar en Par¨ªs (+33 156 88 15 90) o Berl¨ªn (www.botschaft-myanmar.de) son las que acogen mayor n¨²mero de peticiones. Es necesario realizar los tr¨¢mites con cierta antelaci¨®n puesto que pueden retrasarse hasta 20 d¨ªas.
- Turismo de Myanmar (www.myanmar-tourism.com).
- Qatar Airways (www.qatarairways.com), Thai (www.thaiairways.com) y Air China (www.airchina.es) conectan Espa?a con Rang¨²n con vuelos de una escala.
- Mayoristas y agencias como Catai (www.catai.es), Kuoni (www.kuoni.es), Tui (www.tuispain.travel), Tuareg (www.tuaregviatges.es) o ?mbar (www.pasaporte3.com), entre otros, ofrecen viajes organizados a Myanmar.
- Road to Mandalay (www.orient-express.com; 900 95 89 22) navega entre Bagan y Mandalay durante tres, cuatro o siete noches (a partir de 1.940, 2.160 y 2.770 euros respectivamente). Los itinerarios comienzan y terminan en Rang¨²n e incluyen vuelos dom¨¦sticos. El viaje por el r¨ªo solo es posible finalizada la ¨¦poca de lluvias, entre agosto y enero.
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