A Cabo Norte y m¨¢s all¨¢
La aventura rumbo al ?rtico a bordo del 'Sterna' comienza. Desde Tromso, el velero navega hacia el m¨ªtico Cabo Norte, pasando por Reinfjord y Seiland, dos diminutos pueblos costeros donde aguardan historias de pescadores y chamanes
![Mirador en Cabo Norte, al norte de Noruega.](https://imagenes.elpais.com/resizer/v2/A5ZENRGEXOQRG4X7FC3UH2XHJY.jpg?auth=e71036f409856b6fe0be709e4b8e060db9ae97b30fa977312920216713cfab28&width=414)
Vistos desde el aire, los fiordos noruegos parecen un rompecabezas de islas que se desgrana en el oc¨¦ano. Desde la cubierta del Sterna el rompecabezas se convierte en un laberinto que debemos sortear para salir al mar.
Dejamos Troms? por la ma?ana. Luego de una parada en la gasolinera nos internamos en los canales. El paisaje de fiordos es imponente, a mitad de camino entre una pel¨ªcula de hobbits y el primer d¨ªa de la creaci¨®n. Las tierras altas de noruega han sido talladas por el fr¨ªo. Son pocos los meses del a?o en los que la nieve deja ver las cumbres, cortadas a cuchillo sobre un mar gris met¨¢lico, templadas a fuego vikingo y enfriadas en el oc¨¦ano glacial. La primera vez que me asom¨¦ a las oficinas del Sterna, el velero en el que viajamos, me encontr¨¦ en la pared con un mapa del polo norte visto desde arriba, el polo en el centro y alrededor los territorios del c¨ªrculo polar. Recuerdo el v¨¦rtigo que la imagen me gener¨®, como si estuvi¨¦ramos a punto de subir a la cima del mundo.
Avanzamos hasta el muelle y nos encontramos con Ivar, que acaba de volver de faenar con la barca llena de salmones
Rodeados de picos nevados avanzamos a motor sobre un mar que es un espejo. Aqu¨ª y all¨¢ se levantan los perfiles de las islas, piedra nevada de tiempos remotos que cae al agua en laderas pobladas de pinos. El sol avanza horizontalmente en el cielo y las nubes se despliegan estiradas por los vientos de altura. En los valles, donde las laderas se convierten en prados, cada tanto aparece alguna casa solitaria que hace pensar en el modo que tienen sus habitantes de llegar hasta all¨ª. En cubierta el pasaje no hace otra cosa que mirar. Prism¨¢ticos, fotograf¨ªas, y el disco duro de la mente que no para de registrar.
![El muelle de la peque?a localidad de Reinsfjord, al norte de Noruega.](https://imagenes.elpais.com/resizer/v2/FTOEXZDS7JJTP3KBYQSCYGP76Y.jpg?auth=cb6d2f9a0f68c654c5c14172dcb4e8ddf4fc7b48205d38730d38ae9e87070741&width=414)
La primera parada la hacemos en Reinfjord. Se trata de un caser¨ªo de unas veinte o treinta caba?as. La vegetaci¨®n celebra los primeros d¨ªas del verano y engalana los jardines con ramos de flores y hierbajos. Lo primero que salta a la vista cuando nos acercamos es una estructura gris de madera suspendida sobre pilotes que parece albergar alguna clase de factor¨ªa. Al espiar por la ventana de lo que parece la nave central descubrimos que se trata m¨¢s bien de un club social. Sillas y bancos se amontonan en un rinc¨®n de la sala y unos altavoces confirman que se trata del escenario de las celebraciones locales. Avanzamos hasta el muelle y nos encontramos con Ivar, que acaba de volver de faenar con la barca llena de salmones. Mientras le ayudamos a descargar nos cuenta que, efectivamente, el sitio hab¨ªa sido una antigua factor¨ªa de gambas peladas que en los a?os sesenta dio lugar a la poblaci¨®n de Reinfjord. Cuando cerr¨®, en los noventa, el banco se la vendi¨® por un buen precio, y actualmente la utiliza como embarcadero para sus lanchas, como garaje para sus motos de nieve y como almac¨¦n para salar y secar sus capturas. Con sesenta y cinco a?os y toda una vida de trabajo -que incluy¨® algunos a?os en la armada noruega, otros en un barco carbonero que tra¨ªa el mineral desde Svalbard y finalmente una empresa propia de electr¨®nica naval- ahora disfruta de su jubilaci¨®n, vive en Troms? y se pasa el mes de julio en Reinfjord, donde recibe la visita de sus hijos y nietos. Su t¨ªo Leif es uno de los cinco habitantes permanentes del pueblo. A su muelle llega semanalmente el pedido de v¨ªveres para toda la comunidad.
Cascadas de deshielo y laderas rocosas acompa?an el verde el¨¦ctrico de las con¨ªferas y de la vegetaci¨®n en general
Nuestra segunda parada es en Seiland, un poco m¨¢s al norte que Reinfjord y m¨¢s salvaje si se quiere. Los poblados que hay por la zona en general se organizan en torno a alguna casa comercial. En este caso se trata de una pesquera fundada por los abuelos de Andr¨¦ ¨Cla persona que nos recibe en el embarcadero-, y que tambi¨¦n ha ca¨ªdo en desuso. La madera con la que fue construida la compr¨® el abuelo de Andr¨¦ en un local de desguase y hab¨ªa pertenecido a un campo de prisioneros rusos. Cuando Andr¨¦ era ni?o a¨²n pod¨ªan leerse los nombres de los prisioneros pintados en los tablones. El paso de los alemanes por la zona fue especialmente duro sobre el final de la Segunda Guerra Mundial. Con la intenci¨®n de no dejar nada al ej¨¦rcito ruso, se dedicaron a quemar todo lo que encontraron a su paso al retirarse. Una de las pocas casas que qued¨® en pie fue la del abuelo de Andr¨¦.
![La costa noruega al norte de Tromso desde el velero 'Sterna'.](https://imagenes.elpais.com/resizer/v2/6Y4PZ6K5RSXDXL5VFSOQRFZJQ4.jpg?auth=3b5ff1aa3d9a796de3cfd27db993687f6febfb26f94ce0c711dc97a840532aab&width=414)
Desde el mar, Seiland parece tener menos de veinte casas. Cascadas de deshielo y laderas rocosas acompa?an el verde el¨¦ctrico de las con¨ªferas y de la vegetaci¨®n en general. La tienda de Andr¨¦ es el ¨²nico lugar de encuentro del pueblo. Adem¨¢s del peque?o supermercado tiene una gran mesa rodeada de sillas que hace las veces de cafeter¨ªa. Sobre la misma puede hallarse una colecci¨®n de peri¨®dicos y revistas. Andr¨¦ es de ascendencia sami por parte de padre. Su bisabuelo era cham¨¢n y le ense?¨® las artes a su abuelo, ¨¦ste a su padre y su padre a ¨¦l. Andr¨¦ nos explica que a trav¨¦s de ciertas invocaciones sabe c¨®mo cortar hemorragias y calmar dolores. Cuando era m¨¢s joven sol¨ªa llevar un anillo de oro y otro de plata, uno en cada mano. El de oro representa al sol y el de plata a la luna, y cuando quiere preguntar algo a los dioses ¨C¨¦l prefiere entenderlos como fuerzas de la naturaleza-, pone ambos anillos sobre un tambor decorado con motivos rituales y comienza a golpearlo hasta que los anillos se ponen a bailar. Sus movimientos cifran mensajes que el cham¨¢n debe interpretar. Hace tiempo que ya no lleva los anillos porque seg¨²n en qu¨¦ ¨¦pocas pod¨ªa resultar conflictivo andar exhibi¨¦ndolos. El abuelo de Andr¨¦ prefer¨ªa explicar sus artes en t¨¦rminos del Dios cristiano. En el fondo da igual el nombre que se le d¨¦, se trata siempre de las mismas fuerzas de la naturaleza, dice Andr¨¦.
Cabo Norte marca el final de un camino, pero tambi¨¦n el principio de otro
Damos una vuelta por el pueblo y nos internamos por un camino que encuentra su fin al cabo de unos dos kil¨®metros. Luego de una curva desciende hacia el mar y se choca con la ladera de una monta?a. Andr¨¦ me explica que se trata del fin del mundo. Cuando era peque?o pensaba que ah¨ª se acababa el mundo, luego empez¨® a crecer y a explorar las monta?as, y cuando hab¨ªa coronado todos los picos de la isla, empez¨® a mirar hacia la isla de enfrente. Ah¨ª se dio cuenta de que el final del camino ¨Cel fin del mundo- era apenas el principio. En uno de sus muchos viajes por el mundo conoci¨® a su esposa filipina en M¨¦xico. Hoy tienen tres hijos que constituyen el 75% del alumnado de la peque?a escuela de Seiland. Este a?o s¨®lo cont¨® con cuatro alumnos.
![Mirador de Cabo Norte, en Noruega.](https://imagenes.elpais.com/resizer/v2/WMZ5MMBO2NJ7TWEV2NGIV6RRBY.jpg?auth=3e11c4115bd526e827ad3ca9db6d6814b629b256f116dddd3bd15321b01bfbec&width=414)
Dejamos Seiland y ponemos proa a Cabo Norte. Una bola de metal corona el acantilado que marca el punto m¨¢s septentrional de Europa. A partir de ah¨ª nos abre sus puertas el mar de Barents, puerta de entrada al Oc¨¦ano Glacial. Cabo Norte marca el final de un camino, pero tambi¨¦n el principio de otro. Andr¨¦ nos advierte de que tengamos cuidado ya que se trata de uno de los mares m¨¢s salvajes de la Tierra. Todas las generaciones de su familia han perdido a alguien all¨ª. Le pido que consulte a su tambor acerca de la suerte que correremos. Andr¨¦ me dice que no hay que temer a las fuerzas de la naturaleza, que s¨®lo hay que respetarlas. Mientras las respetemos, nos dice, podemos ir en paz.
? Javier Arg¨¹ello es autor del ensayo La m¨²sica del mundo (Galaxia Gutenberg).
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