Magdalenas y fruta

Los ratos de ocio son la mejor de todas las adquisiciones, dijo S¨®crates. A seis kil¨®metros de Pedraza, la villa predilecta de los madrile?os cuando buscan un lugar en la sierra para sus fines de semana, esta sencilla posada recuerda al fil¨®sofo griego en unos tarjetones sobre la bandeja del agua. Toque de intelecto que dignifica la estancia, para que nadie se llame a enga?o y piense que ¨¦sta es una muesca m¨¢s en sus escapadas rurales. Ana Burrieza avisa desde su primer canto de bienvenida: el tiempo muda de dimensi¨®n tras la piedra, se desvanece en el espacio de las antiguas cuadras sobre las que se instala la posada y renace en otro universo interior de belleza descompuesta, donde no rige el orden ni el concierto, solo el viso pintoresco de la naturaleza. La nada y el todo. El silencio.

Se oyen p¨¢jaros, s¨ª, al apagar el motor que nos ha tra¨ªdo hasta aqu¨ª. Y, despu¨¦s, el saludo amistoso de la propietaria. Nieve invernal en los alf¨¦izares. Macetas floridas en verano. Los muros, en verde. Chimenea y gres en el suelo. Revistas descoloridas bajo la mesa del sal¨®n vestibular. Sillas de rat¨¢n, enjaezadas con cojines y lazos, junto a la ventana. Flores secas de adorno, conforme al ritual del turismo campestre. Teteras ornamentales en el comedor, junto a una alacena de vasos y copas. Con vistas desnudas al campo. S¨ª, se oyen p¨¢jaros y tintineo de tazas a la hora del desayuno.

Ana Burrieza, la due?a, propone un desperezo emocional siguiendo a su amiga nutricionista Mar¨ªa Teresa Hern¨¢ndez, aunque ya los cl¨¢sicos sab¨ªan c¨®mo alimentarse al amanecer: frutas peladas, magdalenas, quesos, pan tostado con tomate, servidos en mesa con mucha generosidad. L¨¢stima que el acompa?amiento de la Quinta de Beethoven percuta en lo que deber¨ªa ser una reposada ingesta.

El mismo cuadro ornamental se impone en las habitaciones. Con un a?adido de cojines por categor¨ªas, de menos a m¨¢s, desde las peque?as dobles a las suites de camas matrimoniales, alineados al pie de los cabeceros. Y mucha viguer¨ªa de madera a la vista.

En los cuartos de ba?o se respira la misma atm¨®sfera rusticana, con una ba?era estrecha en lugar de ducha, herencia de la etapa anterior a la gesti¨®n de Ana Burrieza, cuando el establecimiento hubo de cerrar por parecerle escasamente apetecible a una nueva estirpe de viajeros que busca consumir experiencias antes que huir de la gran ciudad.

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