El pueblo fantasma de los Andes chilenos
Paseo por la ciudad abandonada de Sewell, a 150 kil¨®metros al sur de Santiago, declarada patrimonio mundial
A mediados del siglo pasado, un peque?o asentamiento minero perdido en mitad de los Andes, a m¨¢s de 2.100 metros de altura, contaba con el hospital m¨¢s puntero de Sudam¨¦rica; all¨ª se vieron las primeras incubadoras de la zona y acudieron los famosos de la ¨¦poca para tratarse. Un pintoresco enclave en el que los esforzados mineros se divert¨ªan al salir del tajo en la primera bolera que se instal¨® en la regi¨®n y ve¨ªan las ¨²ltimas pel¨ªculas de cine del incipiente Hollywood antes que nadie en Latinoam¨¦rica. Una ciudad colorista a la que solo se pod¨ªa llegar en un primitivo tren y que contaba con un club social donde bailar al ritmo de las mejores bandas y relajarse en una modernista piscina ol¨ªmpica climatizada. Incluso ten¨ªa una cancha cubierta de baloncesto que se abr¨ªa por la mitad para permitir la entrada en escena de un ring de boxeo. Y no, no se trata de un relato futurista ni de una leyenda andina. Esa ciudad existi¨®.
La incre¨ªble historia de Sewell comienza en 1905. Una compa?¨ªa norteamericana, Braden Copper, adquiri¨® un viejo enclave minero abandonado con la idea de devolverlo a la vida en busca de un mineral tan abundante en la zona como complejo de extraer: el cobre. La empresa no era sencilla por varios motivos, especialmente por la dificultad de conseguir trabajadores que quisieran desplazarse hasta la mitad de la nada, a 2.140 metros de altura, y convivir entre picos, palas y nieve. M¨¢s cuando en aquellos a?os llegar hasta la bocamina costaba cerca de una semana de tortuoso viaje en carreta desde las poblaciones m¨¢s cercanas, ubicadas a los pies de los Andes. La ciudad est¨¢ a 150 kil¨®metros al sur de Santiago de Chile, en plena cordillera y en mitad de la mina en explotaci¨®n m¨¢s grande del mundo, El Teniente.
De la mina a la bolera
La idea de los norteamericanos fue simple: crear una nueva ciudad con todas las comodidades posibles para que los mineros pudieran establecerse all¨ª con sus familias. Se pusieron manos a la obra y fue as¨ª como, en mitad de la pendiente del llamado Cerro Negro, comenz¨® a levantarse un entramado urbano con edificios para solteros, chalets para familias y directivos (a cada cual con mayores lujos, pues las diferencias sociales estaban muy patentes), escuelas, hospitales, comercios y clubes sociales, as¨ª centros deportivos para el esparcimiento y el entretenimiento, siempre bajo techo, donde pasar las horas muertas y los largos inviernos andinos. Tampoco faltaba la iglesia, aunque s¨ª las cantinas, pues en Sewell reg¨ªa la misma Ley Seca que en Estados Unidos. Y todo al m¨¢s puro estilo constructivo norteamericano, lo que hac¨ªa de esta ciudad un oasis de modernidad en mitad de una regi¨®n todav¨ªa muy atrasada con respecto a sus vecinos del norte.
La ciudad minera se estructur¨® en torno a unas grandes escaleras, que serv¨ªan de plaza y centro de reuniones. En torno a ella se levantaban los edificios, de madera, que se pintaron de diferentes colores para aportar algo de alegr¨ªa a la dura vida en la mina. Para acceder a Sewell, bautizada en honor a uno de los directivos de Braden Copper ¨Cquien, por cierto, nunca lleg¨® a pisar la ciudad¨C, se construy¨® una primitiva l¨ªnea f¨¦rrea que serv¨ªa tanto para transportar el ansiado cobre, como para llevar y traer a los trabajadores y a sus familias. A mediados del siglo pasado la ciudad albergaba a una poblaci¨®n estable cercana a las 17.000 personas que pod¨ªan multiplicarse en fechas festivas, cuando llegaban de visita familiares y amigos.
Tecnolog¨ªa punta
Sewell marc¨® tambi¨¦n un curioso pero desconocido hito tecnol¨®gico en Am¨¦rica Latina, pues los norteamericanos dotaron a esta ciudad con los ¨²ltimos ingenios para hacer m¨¢s f¨¢cil de sobrellevar la vida de los mineros, sus familias, los contratistas y los directivos en aquel ambiente hostil. Es as¨ª como aparecen las piscinas climatizadas y las canchas deportivas multiusos, la bolera y el cine. Instalaciones nunca antes vistas en este entorno y que se complementaban con m¨²ltiples colegios biling¨¹es, una escuela de ingenieros y un hospital dotado con sofisticados materiales donde se realizaban operaciones pioneras en el continente y al que acud¨ªan los m¨¢s pudientes de la ¨¦poca desde diferentes partes de Suram¨¦rica.
Pero esta remota Arcadia minera no dur¨® mucho ni fue siempre feliz. Las duras condiciones orogr¨¢ficas y climatol¨®gicas ¨Ccontinuas avalanchas de nieve destrozaban una y otra vez las construcciones m¨¢s expuestas¨C, unidas a diversos accidentes dentro de la mina (en 1945 un accidente cost¨® la vida de 355 trabajadores, la mayor tragedia de la historia de la miner¨ªa metal¨ªfera a nivel mundial) y a conflictos laborales, fueron destruyendo poco a poco el mito de Sewell. Los mineros comenzaron a despoblar la ciudad y a establecerse en la cercana Rancagua, desde donde se construy¨® una carretera que facilitaba el acceso a El Teniente. La nacionalizaci¨®n del cobre por parte del Gobierno chileno termin¨® con la entrada de d¨®lares norteamericanos y, a finales de los 70, Sewell comenz¨® a desmantelarse.
Un paseo fantasmal
Hoy solo queda en pie una cuarta parte de lo que fue Sewell, aunque se conservan medio centenar de edificios muy representativos de la ¨¦poca de mayor apogeo (varias viviendas, el hospital, la bolera, la escuela de ingenieros, un molino¡) e incluso ha sido declarada patrimonio mundial.
Este pintoresco conjunto urbano, o lo que queda de ¨¦l, se puede visitar, pero al ubicarse en mitad de una explotaci¨®n minera a¨²n activa ¨Cse calcula que hay m¨¢s de 3.000 kil¨®metros de galer¨ªas excavadas y en uso en El Teniente¨C la ¨²nica manera de llegar hasta all¨ª es mediante tours privados desde Santiago y Rancagua. Se ha construido un coqueto museo que explica c¨®mo era la vida en esta ciudad, que expone desde m¨²ltiples utensilios y objetos de ¨¦poca hasta piezas de cobre de diferentes civilizaciones alrededor del mundo. Incluso existen varios proyectos para rehabilitar los viejos edificios que un d¨ªa fueron la envidia del continente.
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