Un paseo m¨¢gico por Toulouse
Ruta por la ¡®ville rose¡¯ que mezcla la singular luz que reflejan sus fachadas de piedra y arcilla con espectaculares atardeceres mirando al r¨ªo Garona
Pasear por Toulouse precisa tiempo, pues un fin de semana apenas alcanza para visitar una ciudad que atesora milenios de historia y siglos de conservaci¨®n de su patrimonio. Para leer en profundidad su centro hist¨®rico se requiere de un abanico de saberes que rara vez coinciden en un mismo cuerpo: arquitectura, historia, urbanismo, literatura, paisajismo, pintura y hasta sociolog¨ªa. Si a?adimos que la luz de la ville rose en lugar de brillar, ilumina ¨C regalo y reto para fot¨®grafos ¨C, al pasear por ella ocurre como frente a ciertas obras maestras del arte: maravilla sin saber explicar por qu¨¦.
Mientras aguarda su ingreso en el patrimonio mundial de la Unesco ¨Cel ayuntamiento promueve ya su candidatura¨C, proponemos una ruta por una urbe que no apabulla la mirada como Par¨ªs, que no se exhibe como Barcelona, que no deslumbra como Florencia pero que, al mismo tiempo, resulta tan hermosa como estas.
La mejor manera de descifrar este misterio es visitar, uno a uno, los barrios hist¨®ricos del centro urbano: Arnaud Bernard, Capitole, Saint-Georges, Saint-?tienne, Carmes y Saint-Cyprien. Gracias a la fundaci¨®n romana de la ciudad, en ¨¦poca de Augusto, los ejes cardo (norte-sur) y decumanus (este-oeste) sirven como referencias simb¨®licas para deambular a nuestro aire por todos ellos. El Jard¨ªn de Plantes siempre es un buen comienzo. Antiguo parque bot¨¢nico del siglo XVIII, unido por pasarelas al Grand Rond y el Jard¨ªn Royal, es el rinc¨®n verde con m¨¢s encantado de Toulouse, cuidado con especial mimo y salpicado por estatuas neocl¨¢sicas que a menudo comparten espacio con las exposiciones del Museo de Historia Natural, integrado en el parque.
Desde all¨ª, por la rue Ozenne, entramos en Saint-?tienne, y conviene deambular durante un buen rato por sus calles ya que es una de las zonas m¨¢s bonitas de la ciudad. Adem¨¢s, es inexcusable una visita a la catedral que da nombre al barrio, un buen ejemplo del estilo de arquitectura religiosa propio del Midi, el g¨®tico meridional. Aunque, m¨¢s all¨¢ de etiquetas hist¨®ricas, el ¨²nico estilo de los monumentos religiosos locales sea, probablemente, el sui g¨¦neris. La catedral de Saint-?tienne parece dise?ada por un ni?o jugando con piezas de Lego. A la iglesia de Saint-J¨¦r?me se accede por un pasaje para descubrir que, en realidad, es un teatro. En la bas¨ªlica de Saint-Sernin, que ya es patrimonio mundial y forma parte del Camino de Santiago, cada 29 de noviembre se da rienda suelta al pagano rito de las Saturnales. El Convento de los Jacobinos, proeza del g¨®tico minimalista, fue uno de los primeros centros de la Inquisici¨®n en su persecuci¨®n contra los c¨¢taros y, siglos m¨¢s tarde, con la Revoluci¨®n francesa y Napole¨®n, se convirti¨® en cuartel, polvor¨ªn y hasta cuadra de caballer¨ªa. En definitiva, un conjunto de belleza arquitect¨®nica, interiores que en muchos casos imita el de una tienda de antig¨¹edades y ladrillos, sobre todo muchos ladrillos.
Una ciudad surgida del r¨ªo
En Toulouse no hay una cantera de piedra cercana, pero a cambio tiene las inagotables gravas, arenas y arcillas del Garona. Es una ciudad literalmente extra¨ªda del r¨ªo. Ese v¨ªnculo le otorga incluso su sobrenombre, la ville rose, en referencia al color de los ladrillos iluminados por la luz impresionista del Midi. Paseando por el centro se contemplan, uno tras otro, edificios levantados con ladrillos de tierra cocida, estructuras de pilares y vigas de madera a flor de fachada, e hileras de ventanas y postigos pintados en azul pastel, color que convirti¨® a Toulouse en una ciudad rica y famosa.
La riqueza se observa a cada paso en Saint-?tienne, el antiguo barrio de los magistrados (les capitouls), con gran profusi¨®n de h?tels: palacetes construidos por la burgues¨ªa entre los siglos XV y XIX cuya se?a de identidad es el maridaje entre piedra ¨C signo aqu¨ª de distinci¨®n y poder ¨C y ladrillo, as¨ª como exhibir en la entrada puertas de madera desmesuradas.
Uno de los m¨¢s singulares, y no precisamente por su belleza, es el H?tel d¡¯Espie, en la rue Mage, actual consulado de B¨¦lgica. Uno de los pocos edificios del centro, si no el ¨²nico, coronado por una verja de p¨²as con alambre de espino, met¨¢fora de las entra?ables relaciones franco-belgas. No obstante, el m¨¢s bello ¨C y visita ineludible en el barrio de Capitole¨C es el H?tel d¡¯Ass¨¦zat, en la rue de Metz, obra maestra de la arquitectura renacentista y sede del museo de la fundaci¨®n Bemberg, que custodia una excepcional colecci¨®n de arte.
Pero antes hay que disfrutar de las terrazas en la plaza de Carmes, explorar su mercado y ojear alg¨²n libro viejo en su puesto bouquiniste. Con suerte encontraremos alguna edici¨®n de Terre des Hommes, de Antoine de Saint-Exup¨¦ry, donde el autor de El principito relata sus primeros a?os como piloto en la compa?¨ªa l¡¯A¨¦ropostale que un¨ªa Toulouse con Dakar. Desde all¨ª, los viejos pasos del cardo nos conducen, por la rue des Fillatiers, hacia el barrio de Capitole. Conviene recordar esa calle, y las adyacentes, donde por la noche, en bares como Le Carbet d¡¯Oc (4 rue des Filatiers; +33 9 54 60 32 57) o el Borriquito Loco (25 Rue des Paradoux; +33 5 61 25 34 54), podemos dedicarnos a las tapas, las copas y la m¨²sica. Al atravesar la plaza de Esquirol, antiguo foro romano, de nuevo lo mejor es dejar que los pasos nos lleven donde quieran. El antiguo barrio de los comerciantes es un laberinto de calles estrechas, en curva, con el horizonte cerrado por otros edificios, signo medieval de que el viento y el fr¨ªo tolosano no deben tomarse a la ligera. Los graznidos de las gaviotas que van y vienen al Garona crean breves ilusiones marinas mientras la mirada se fascina en los escaparates de algunas tiendas: peque?os retablos de artesan¨ªa, bodegones con la firma del amor franc¨¦s por el detalle y el trabajo bien hecho.
Si los pasos conducen al viajero hacia el este, desembocara en la coqueta plaza de Saint-Georges, coraz¨®n de la ciudad hasta la ¨¦poca moderna y hoy patria de la bourgeois-boh¨¨me, la burgues¨ªa bohemia o bobos, como se conoce en Francia a los afortunados en la ruleta de la vida y las clases sociales. Para descifrar el paisaje humano, conviene sentarse en cualquiera de sus terrazas con un libro del insigne bobo Emmanuel Carr¨¨re como gu¨ªa o, si se prefiere, el universal poema Los pitucos, de Mario Benedetti. En cualquier caso, tras ese decorado, son la Historia y la Filosof¨ªa quienes dominan la plaza: aqu¨ª se ejecut¨® en 1762 a Jean Calas, affaire investigado por Voltaire y semilla de su Tratado sobre la tolerancia, tan necesario hoy (por desgracia) como hace dos siglos y medio.
Arcos con recuerdo miliciano
Desde all¨ª, la rue de la Pomme conduce a la Place du Capitole que, entre requiebros de la Plaza Mayor de Madrid y pinceladas del renacimiento italiano, est¨¢ considerada una de las plazas m¨¢s hermosas del pa¨ªs. En su cuadril¨¢tero se dan cita la famosa Opera de Toulouse, el nobiliario ayuntamiento, hoteles de lujo y mercados populares. Al abrigo de sus arcos, una serie de frescos resumen los episodios y personajes m¨¢s significativos de la villa. All¨ª aparece la ic¨®nica imagen de Capa, Muerte de un miliciano, junto con motivos del Guernica de Picasso, testimonio de la huella que la Guerra Civil Espa?ola dej¨® en la ciudad. A escasos metros se encuentra el caf¨¦ Le Florida, que a¨²n conserva la decoraci¨®n art d¨¦co bajo la que se cobijaron, en tertulia, los exiliados republicanos.
En Capitole la mirada busca por instinto la rue du Taur, por su aire medieval entre la agitaci¨®n estudiantil y mundana. Taur conduce a la Bas¨ªlica de Saint-Sernin, y a partir de ah¨ª no hay mejor opci¨®n que dejarse perder otra vez por las calles en direcci¨®n a la rivera del Garona. Entre la plaza de Saint-Pierre y el Pont Neuf discurre uno de sus tramos m¨¢s bellos. Caminando bajo los ¨¢rboles de la Quai Luncien Lombard o acodados en su pretil, a ras de agua en la Daurade o en la terraza del Caf¨¦ des Artistes, los toulousains crean la m¨²sica de la ciudad: una sinfon¨ªa de conversaciones que mezclan ¨¢rabe, espa?ol y franc¨¦s, con innumerables punteos en idiomas de cualquier rinc¨®n del planeta.
En la otra orilla espera el barrio de Saint-Cyprien, tan inexplicablemente cosmopolita como gaulois, con su pradera de Filtres, su Ch?teau d¡¯Eau, el H?tel Saint-Jacques, la Quai de l¡¯Exil-R¨¦publicain-espagnol y la c¨²pula de la Grave. Es el tel¨®n de fondo perfecto para contemplar el monumento m¨¢s importante de Toulouse: los atardeceres sobre el Garona. En el caso improbable de que la Unesco considere el ocaso como m¨¦rito patrimonial, tendr¨¢n que crear una categor¨ªa especial para definir los de esta villa francesa, donde el cielo, como un espejo, refleja todos los colores de la ciudad.
En alg¨²n lugar est¨¢ escrito que al caer la noche Toulouse le regala al viajero una calle m¨¢gica. Con las ¨²ltimas luces y las primeras sombras, algunos cuentan que vieron una tan hermosa, ¨²nica y secreta, que ni siquiera pueden describirla. Cuentan que caminar por ella fue como recorrer una l¨ªnea de sus manos que a¨²n no conoc¨ªan. Nadie regresa dos veces a esa calle, aunque despu¨¦s la busque sin descanso, aunque rastree la ciudad durante a?os. Hay quien dice que Toulouse sabe que su misterio ser¨¢ nuestro recuerdo y gracias a esa calle vivir¨¢ para siempre en lo que somos. Tal vez no sea m¨¢s que una leyenda, tal vez para alg¨²n viajero se convierta en realidad.
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