Dulce Provenza francesa
Campos amarillos y malvas que convierten a la Provenza en un sue?o de verano. Un paseo en 12 etapas tras los pasos de Van Gogh, Albert Camus, Picasso y Ren¨¦ Char
Solo me ha pasado una vez. Llegar a una regi¨®n del mundo y sentir: nada m¨¢s es necesario. Y comprender las historias de personas que nunca abandonaron la Provenza, o que llegaron aqu¨ª persiguiendo una parte de s¨ª mismos que encontraron definitivamente. Pintores, poetas, narradores, m¨²sicos. Exiliados del sur, aventureros del oeste, oriundos de esta rosa de los vientos: todos conviven aqu¨ª. Los rumores se?alan a John Malkovich escondido bajo un sombrero de cocinero paseando por el Cours Mirabeau de Aix-en-Provence. Otros apuntan hacia la sombra escurridiza de Angelina Jolie. Pero aqu¨ª las estrellas de nuestro tiempo no son protagonistas sino actores secundarios, camuflados en una regi¨®n que tiene incontables razones para perderse en ella. Entre ellas, he escogido solo 12.
El aire
Como si una mano invisible hubiera girado la rueda del interruptor del cielo, aumentando la intensidad azul y la transparencia del aire. As¨ª se percibe la Provenza desde Avi?¨®n a Marsella. Los troncos de los vi?edos contrastan con la tierra. Resplandece la hierba. Campos amarillos, campos malvas, enmarcados por los pinares. En el horizonte, la roca de las monta?as. De all¨ª vienen los r¨ªos espejeantes. Es la tierra de C¨¦zanne. La que hallaron Gauguin, Van Gogh, Picasso, Matisse, Chagall.
Las fuentes
Nunca pasar¨¢s sed en la Provenza. Ni tu o¨ªdo echar¨¢ de menos la m¨²sica del agua. Las fuentes, algunas de ¨¦poca romana, son los habitantes de piedra de pueblos y ciudades. Sus m¨ªticos mascarones ofrecen el agua que inunda el subsuelo. Aix-en-Provence (que debe su nombre al agua) estar¨ªa desierta sin sus fuentes. Los Nueve Ca?os, forrada de musgo, concentra la energ¨ªa del Cours Mirabeau. La de los Cuatro Delfines perfila el paisaje de la Rue Cardinal. Para olvidar la existencia del tiempo, solo hay que caminar, como un reloj, alrededor de la fuente de la plaza de Albertas.
El palacio de Pauline
Tras la Revoluci¨®n Francesa y la muerte de su padre, la alegre Pauline de Bruny decidi¨® permanecer encerrada en el mejor palacio de Provenza: el hotel Caumont de Aix-en-Provence. Desde su ventana, el fantasma de Pauline sigue mirando el versallesco jard¨ªn donde suena la Fuente de los Tritones, y donde camareros de librea sirven sofisticadas ensaladas y tartas de ensue?o. Recientemente restaurado, el hotel Caumont es uno de los mejores museos de Provenza, con cuidadas exposiciones temporales. En los salones de la planta baja, entre cenefas dieciochescas, el visitante puede disfrutar de la ilusi¨®n de acompa?ar a Pauline de Bruny, degustando cualquiera de los excelentes vinos (blancos, rosados y tintos) de los vi?edos que rodean la ciudad.
Toute le monde n¡¯est pas C¨¦zanne
Todo el mundo puede pasearse por los alrededores de Aix, silbando esta canci¨®n con m¨²sica de L¨¦o Ferr¨¦ y letra de Aragon, sabiendo que es cierto, no podemos ser C¨¦zanne, el pintor infatigable y ajeno a todo prop¨®sito que no fuera convertir la naturaleza en arte. ?l mismo transform¨® en taller el palacete que le regal¨® su padre, La Bastide du Jas de Bouffan, que conserva el estanque y las estatuas que, como el propio edificio, protagonizaron algunos de sus cuadros. C¨¦zanne no tuvo m¨¢s remedio que venderlo y lo sustituy¨® por el peque?o atelier que se puede visitar en una de las colinas de Aix, y que transmite la sensaci¨®n de que ayer mismo el pintor estuvo trabajando, antes de salir, una vez m¨¢s, a observar la monta?a Sainte-Victoire, pintarla bajo la lluvia y morir con las botas puestas.
La monta?a Sainte- Victoire
La cara que mira hacia Marsella es de piedra. Tambi¨¦n el perfil que C¨¦zanne contemplaba desde Aix, en sus variaciones constantes de color, seg¨²n la hora del d¨ªa. Sin embargo, la parte que da a Vauvenargues es boscosa. Al pie de los bosques se esconde este pueblo silencioso donde Pablo Picasso compr¨® el chateau donde decidi¨® que ser¨ªa enterrado a su muerte, en el jard¨ªn, mirando la monta?a. ¡°He comprado la Sainte-Victoire¡±, le dijo un d¨ªa a su marchante. ¡°?Cu¨¢l?¡±, pregunt¨® ¨¦l pensando en cualquiera de las versiones pintadas por C¨¦zanne. ¡°La original¡±, contest¨® Picasso.
Lourmarin y Camus
Albert Camus tambi¨¦n eligi¨® la Provenza. Se compr¨® una casa en Lourmarin, un pueblo de la regi¨®n del Louberon, desde cuyas ventanas pod¨ªa ver prados, una iglesia, un castillo, ¨¢rboles en flor y un cementerio de tapias bajas: all¨ª est¨¢ enterrado bajo una piedra sencilla. Lourmarin parece concentrar las esencias de esta parte del mundo: el sosiego en la fuerte luz, la armon¨ªa en el cambio de las estaciones, la sensaci¨®n de que el verde de los campos colorea la geometr¨ªa de un tiempo que re¨²ne, en el presente, el pasado y el futuro.
Desde Lourmarin, por el camino monta?oso de Bonnieux, podemos ir hasta Lacoste, donde se eleva, sobre un valle cuajado de almendros, el castillo del Marqu¨¦s de Sade, que hoy pertenece a Pierre Cardin. Ante el foso del castillo, tres esculturas de artistas contempor¨¢neos evocan placeres y torturas vividos detr¨¢s de los muros. M¨¢s all¨¢, el monte Ventoux, perenne e imponente en la distancia, parpadea bajo las nubes viajeras.
El r¨ªo de los poetas
Desde Lourmarin, 40 kil¨®metros hacia el norte, La Sorgue nace en una enorme gruta y corre hacia la casa donde Petrarca se refugi¨® despu¨¦s de conocer a Laura en Avi?¨®n. El r¨ªo tiene una transparencia especial, como si estuviera iluminado desde dentro por la intensidad de sus algas y por los endecas¨ªlabos que compuso Petrarca escuchando su corriente. ?l perdi¨® a Laura, pero nosotros ganamos el Cancionero, escrito en este pueblo edificado en piedra y abrigado entre monta?as, la Fontaine de Vaucluse.
Desde aqu¨ª corre el r¨ªo entre arboledas hacia la llanura donde se enclava L¡¯Isle-sur-la-Sorgue, una modesta Venecia de la campi?a, sin torres, pero con ruedas de molino que giran en los arroyos derivados del curso principal, que recorren la poblaci¨®n. Hay un paseo junto a la ribera, con caf¨¦s y restaurantes. Al otro lado se acumulan tiendas de anticuarios, famosas en Europa. El poeta Ren¨¦ Char escribi¨® sobre La Sorgue: ¡°R¨ªo donde el rayo termina y comienza mi casa¡±. Y aunque no aparezca en las gu¨ªas, la descubrimos muy cerca de uno de los aparcamientos reglamentarios: una casa grande, pintada en color albero, con muchas ventanas y un torre¨®n, desde el que bajan, en las esquinas, listas de color granate. Ren¨¦ Char la abandon¨® para combatir a los nazis como miembro de la Resistencia. En ese tiempo escribi¨® Hipnos, uno de los mejores libros del siglo XX. En el Museo Ren¨¦ Char, que s¨ª anuncian las gu¨ªas, no queda un solo objeto del poeta. Dicen que los recuper¨® su viuda. Dicen que se los llev¨® La Sorgue.
Las Canteras de Luz
Cuarenta kil¨®metros al suroeste, sobre una cima de Les Alpilles, nos contempla el castillo de Les Baux de Provence, inmenso trapecio encajado en la roca. Construido aprovechando las cuevas de remotos pobladores, el castillo es un espl¨¦ndido museo de la civilizaci¨®n medieval. Desde sus torres se divisa media Provenza, incluida la Sainte-Victoire, y, justo abajo, el pueblo en cuyos callejones e iglesias retrocedemos, vertiginosamente, a siglos pasados. Parte de las casas se desperdigan por el conocido Valle del Infierno, donde, seg¨²n la leyenda, Dante se inspir¨® para escribir su Comedia.
Al inicio del valle, rodeado de rocas de fabuloso aspecto, como torreones de Botero, nos sorprenden Les Carri¨¨res de Lumi¨¨res, unas antiguas canteras abandonadas por la industria y ahora entregadas al arte. En sus inmensos recovecos, mayores que las naves de muchas catedrales, se proyectan cada a?o composiciones basadas en grandes maestros de la pintura, al ritmo de la m¨²sica que acompa?a la luz. Este a?o corresponde a Chagall, cuyas obras, aumentadas y fragmentadas, nos envuelven en sus colores intensos y espirituales. ?ngeles rojos, manos entrelazadas, violinistas azules pasan gigantescos ante nuestra peque?ez alucinada, pues entendemos cu¨¢nto para¨ªso pueden cobijar las puertas del infierno.
La plaza de Van Gogh
Hacia al sur, a orillas del R¨®dano que corre ancho y curv¨¢ndose hacia su desembocadura, se emplaza la romana Arl¨¦s, una ciudad elevada a la leyenda por la convivencia de Van Gogh y Gauguin, aunque sus huellas no son tan f¨¢ciles de seguir como pareciera. La casa de la famosa habitaci¨®n amarilla fue v¨ªctima de la guerra. Permanece en pie el llamado Espacio Van Gogh, el antiguo hospital donde ambos so?aron (especialmente Vincent) una residencia para artistas. En el patio, una reproducci¨®n de su cuadro Jard¨ªn del hospital en Arl¨¦s nos sit¨²a en la exacta perspectiva en la que Van Gogh trasladara el jard¨ªn al lienzo. Podemos hacerlo hoy, in situ, con un golpe de mente.
Lo mismo ocurre ante el caf¨¦ La Nuit: una reproducci¨®n de La terraza del caf¨¦ por la noche nos sit¨²a ante el ¨¢ngulo exacto que percibiera Van Gogh. Pero para el reci¨¦n llegado, el verdadero impacto es descubrir la plaza en s¨ª, a la que se accede desde calles estrechas: descubrirla, abierta, arbolada, bulliciosa, repleta de caf¨¦s y, en efecto, de terrazas, donde uno se sienta relajadamente para vigilar una luz que no parece agotarse nunca. Esa misma luz corre bajo el cercano puente de Langloise, a las afueras de Arl¨¦s, hoy reconstruido tal como fue pintado. Lo sabemos, lo vamos a visitar, pero, mientras caiga la noche, permaneceremos en la plaza.
El mejor puerto
As¨ª se llama la primera de Les Calanques (calas, en espa?ol) de Cassis, un peque?o pueblo al este de Marsella que conserva, en su puerto y en sus barcas pintadas, el aire pesquero del Mediterr¨¢neo. Mansiones y casas de veraneo se desperdigan por la costa rocosa hacia el parque nacional de Calanques, donde, por fortuna, se interrumpen.
Muchos excursionistas deciden descubrir las calas a pie. Pero, si tomamos un barco, en el mismo puerto de Cassis, visitaremos cada una de ellas desde el mar. Algunas se adentran, estrechas y sinuosas, en la tierra. Otras, m¨¢s cortas, se presentan como grandes mordiscos en la plataforma de roca, que adopta, ante el mar que la azota, formas extra?as y tit¨¢nicas. Recibimos la sensaci¨®n de encontrarnos ante un acantilado vivo, donde habitan seres mitol¨®gicos dentro de la piedra, entre columnas y estremecedores picos, sobre los cuales hacen sus nidos las aves y apuntalan sus cuerdas los escaladores.
Port Miou, el mejor puerto, tiene un kil¨®metro de largo. Merece la pena ir caminando desde el aparcamiento para contemplar esta calanque desde el inicio, donde ya avistamos los veleros alineados, que se van distribuyendo bajo los pinares en una cala que no acaba de ampliar su ¨¢ngulo casi hasta la embocadura, donde se abre entre empalizadas rocosas. Ni las m¨¢s furiosas tempestades pueden cruzar esta hendidura que se ondula y se estrecha, que parece bailar una m¨²sica que solo escucha ella: la quietud completa.
El primer cine
Al sureste de Cassis, despu¨¦s de atravesar el cabo Canaille, de paredes rojizas, se enclava La Ciotat, activa ciudad de pesca y astilleros, alrededor de cuyo puerto se han establecido bares y restaurantes de apetitosas terrazas. Justo enfrente del aparcamiento del puerto deportivo est¨¢ el cine Ed¨¦n, el primero del planeta Tierra, donde se proyectaron las pel¨ªculas de los Lumi¨¨re. El cine, reabierto hace dos a?os, nos ofrece, en su fachada modernista, una antesala perfecta de la imaginaci¨®n y la memoria.
El mejor cine se encontraba, sin embargo, en la cima del cabo Canaille. Rodeados de plantas arom¨¢ticas, divisamos las calanques, cuyos brazos de roca acaban de impulsarse hacia la isla de Riou, en el centro del agua, dorada bajo el sol poniente.
Los espejos de Les Deux Gar?ons
Los espejos cubren las paredes de este caf¨¦ de Aix que lleva abierto en el Cours Mirabeu desde el siglo XIX. M.?F.?K. Fisher, que escribi¨® impagables libros sobre la Provenza, apunt¨® sobre ¨¦l: ¡°Es el primer y ¨²ltimo caf¨¦ de mi vida visible e invisible en esta ciudad¡±. As¨ª lo ser¨¢ para cada visitante. Viaje tras viaje, compartimos las mismas mesas dentro de sus espejos.
Gu¨ªa
C¨®mo llegar
Informaci¨®n
? Ryanair (www.ryanair.com) e Iberia (www.iberia.com) enlazan Madrid y Marsella desde 50 y 180 euros, respectivamente, ida y vuelta. Vueling (www.vueling.com) vuela desde Barcelona a partir de 60 euros, ida y vuelta.
? Turismo de Francia (es.france.fr).
? Turismo de Aix-en-Provence (www.aixenprovencetourism.com/es).
? www.marseille-tourisme.com/es.
? www.grandsitesaintevictoire.com.
Ernesto P¨¦rez Z¨²?iga es autor de la novela La fuga del maestro Tartini (Alianza).
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