Lisboa en ¡®tuk-tuk¡¯
Desde la catedral al castillo en un veh¨ªculo de tres ruedas, la capital portuguesa despliega su equilibrado urbanismo
Entro en Lisboa por el impresionante puente del 25 de Abril, sobre el estuario del Tajo. Es curioso que en ocasiones el ser humano, al tomar conciencia de su peque?ez ante lo que le rodea, se sienta, en aparente paradoja, grande, importante. Y as¨ª me siento por un momento mientras lo cruzo. Y entonces decido recorrer Lisboa como alguien importante, no sujeto a planes preestablecidos. Simplemente callejear, ver, improvisar, ser desordenado y capaz de saltarme, por ejemplo, el Museo Gulbenkian. Zambullirme caprichosamente en esta maravillosa ciudad.
Tras ser arrasada en 1755 por un terremoto, seguido de un maremoto y unos pavorosos incendios, que acabaron con el 85% de los edificios y un tercio de la poblaci¨®n, Lisboa tuvo que reinventarse, ?y qu¨¦ bien lo ha hecho! Es una ciudad moderna en la que, pese a todo, sobreviven los peque?os comercios tradicionales, y en la que caben las callejuelas enmara?adas de Alfama o el trazado ortogonal de la Baixa. Bajo por Liberdade, llena de tiendas de lujo, hacia la Baixa y el Chiado, hacia sus afamadas plazas. Se suceden las pasteler¨ªas y helader¨ªas, los restaurantes, las vinotecas. En la plaza da Figueira tomo el tranv¨ªa 15 para ir a Bel¨¦m. Entretengo la espera en la parada viendo la estatua ecuestre de Jo?o I con su cetro y casco con penacho, en el que a veces se posa una paloma, a veces una gaviota.
Ir en tranv¨ªa por Lisboa es una buena idea. Ir en el 15, p¨¦sima: se llena. Voy durante 50 minutos como un turista en lata, pero al menos me esperan el monasterio de los Jer¨®nimos, el m¨¢s esplendoroso ejemplo de la arquitectura manuelina; la torre de Bel¨¦m, tambi¨¦n manuelina, desde la que se vigilaba el estuario, originalmente en una isla y, por obra del famoso terremoto, hoy en tierra firme; y el monumento de los Descubrimientos, que tiene algo de mazacote, pero que emociona si desde su base se mira el mar inmenso, pues desde ah¨ª parti¨® Vasco da Gama hacia lo desconocido. Callejeando, veo la escultura de un gato, en una pared, hecha por Bordalo II con piezas de autom¨®viles y otros desechos, y pintura. Lisboa es, tambi¨¦n, la ciudad de los grafitis, referente del arte callejero.
En la Associa?ao Regional de Vela do Centro, un restaurante que da al estuario, como un rodaballo que me permite seguir encantado con Lisboa durante unas horas m¨¢s. Regreso al centro. Cansado, y tras haber aprendido a temer las cuestas, alquilo un tuk-tuk para recorrer Gra?a y Alfama, y acabar en San Jorge, el castillo que domina la ciudad. Los tuk-tuks, veh¨ªculos de tres ruedas de alegre colorido, t¨ªpicos de Asia, se han puesto de moda, hasta convertirse en un enjambre que se quiere limitar. El gu¨ªa, cuyos conocimientos hist¨®ricos son tan poco fiables como los m¨ªos, hace diversas paradas, entre ellas una en la S¨¦ (catedral), sobria, elegante en su enga?osa tosquedad; otra en el mirador de Nuestra Se?ora del Monte, el m¨¢s alto de la ciudad, y entre unas y otras voy viendo fachadas con azulejos, calles estrechas, un grafiti de Alexandre Farto (Vhils) que representa a Am¨¢lia Rodrigues, la gran cantante de fado. Desde el castillo, con sus grandes torres y murallas, vuelvo a gozar de una vista de p¨¢jaro de Lisboa, de sus tejados rojos, sus casas blancas, el Tajo majestuoso¡
Urbanismo pombalino
Regreso a la Baixa. Subo al mirador de Santa Justa. Una vez arriba, olvido el tiempo tediosamente perdido en una cola y vuelvo a disfrutar de las vistas. Camino por la Via Augusta, enfilada con el arco de Triunfo que da acceso a la plaza del Comercio, bello ejemplo del urbanismo del marqu¨¦s de Pombal. En los soportales de la plaza busco el caf¨¦ Martinho da Arcada, fundado poco despu¨¦s del terremoto, uno de los preferidos por Pessoa, poeta casi tan inabarcable como el Atl¨¢ntico. Camino despu¨¦s al caf¨¦ A Brasileira, tambi¨¦n frecuentado por Pessoa, en la Rua Garret, llena de tiendas, coraz¨®n del Chiado. En su terraza est¨¢ la archiconocida escultura del poeta a cuya mesa, tambi¨¦n de bronce, los turistas se sientan para fotografiarse. Cerca de all¨ª se halla Honorato, una franquicia donde dan excelentes hamburguesas, en locales puestos con buen gusto, luces tenues y maderas oscuras.
Salgo. Cae una tormenta que embellece a¨²n m¨¢s fachadas, tejados y adoquines, haci¨¦ndolos brillar. Las calles se llenan de charcos, y es muy f¨¢cil resbalar. Me doy cuenta de que, pese a mis intenciones, me he comportado como un turista del mont¨®n, subiendo al elevador de Santa Justa, yendo a Bel¨¦m en el 15, alquilando un tuk-tuk. Y encima, de los m¨¢s incultos o perezosos, pues lo que s¨ª he cumplido es saltarme el Gulbenkian. Me distraigo, deprimido por tales pensamientos, y meto un pie en un charco hasta el tobillo. El peque?o contratiempo me consuela. Al fin he conseguido lo que me propon¨ªa: zambullirme, modestamente, en Lisboa.
Mart¨ªn Casariego ?es autor de la novela El juego sigue sin m¨ª (Siruela).
Gu¨ªa
C¨®mo ir
? Easy Jet vuela de Madrid a Lisboa por unos 100 euros ida y vuelta en algunas fechas del mes de agosto; Iberia, por unos 160 euros; Air Europa, por unos 115, y Tap, por unos 171 euros. Informaci¨®n
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