La monta?a que fascin¨® a Darwin
El cerro La Campana, en la cordillera de la Costa, en Chile, ofrece un sobrecogedor mirador a los Andes y el Pac¨ªfico
Subir monta?as cambia algo m¨¢s que las perspectivas. Hasta el clima puede mudar y las emociones con ¨¦l. Iniciamos la ascensi¨®n de La Campana (en la provincia de Valpara¨ªso, Chile) con un d¨ªa gris y fr¨ªo. Los neblinosos bosques de robles que cubren la ladera sur se ven oscuros, casi t¨¦tricos. Sobrepasando la capa de nubes, por encima de los mil metros de altura, el invierno queda abajo. Un d¨ªa de sol nos recibe a media monta?a devolvi¨¦ndonos al verano.
Algunas horas m¨¢s tarde, alcanzada la cumbre, el paisaje cambia otra vez: se vuelve redondo. Hacia el poniente, un blando oc¨¦ano nuboso rompe a nuestros pies, cubriendo el verdadero oc¨¦ano, el Pac¨ªfico. Hacia el oriente, en cambio, se abre una sucesi¨®n de valles luminosos. M¨¢s all¨¢ de la cordillera de la Costa que ataja las nubes, el interior del pa¨ªs brilla hasta las alturas de los Andes coronadas por la mole del Aconcagua. Junto con el clima y el paisaje, el pecho se abre y se dilata. Dan ganas no solo de mirar esas vistas, sino tambi¨¦n de respirarlas; o, m¨¢s bien, de inspirarlas. Aqu¨ª arriba se comprende mejor el origen f¨ªsico, corporal, de la inspiraci¨®n.
La cumbre del cerro La Campana, en la cordillera de la Costa chilena, se encuentra a 1.920 metros sobre el nivel del mar. En casi cualquier otro pa¨ªs la llamar¨ªan monta?a. Pero en Chile la ofendemos llam¨¢ndola cerro (porque hay tantos otros mucho m¨¢s altos, supongo). Por su prominencia, La Campana es una atalaya natural para observar el oc¨¦ano y la cordillera al mismo tiempo.
Darwin subi¨® a esa atalaya hace 182 a?os, en agosto de 1834. Lo hizo viniendo desde Valpara¨ªso por el valle de Quillota. ¡°Los caminos eran muy malos, pero la geolog¨ªa y el paisaje compensaron ampliamente el trabajo de subirlos¡±, comenta el joven naturalista en el diario de su viaje. Acompa?ado por dos huasos que le serv¨ªan de gu¨ªas, ascendi¨® por la cara norte del cerro y acamp¨® junto a una vertiente, al pie de la masa rocosa de la cima. Desde all¨ª ya se ve¨ªa el mar: ¡°La atm¨®sfera era tan clara que los m¨¢stiles de los buques anclados en la bah¨ªa de Valpara¨ªso, a no menos de 26 millas de distancia, se divisaban como finas rayas negras. (¡) La puesta de sol fue gloriosa. En los valles ya hab¨ªa oscurecido, mientras las cumbres nevadas de los Andes reten¨ªan un tinte de color rub¨ª¡±.
Chupacabras
Darwin y sus huasos cenaron charqui frito, bebieron mate y se dispusieron a dormir. ¡°La noche fue serena: solo se o¨ªa el chillido de alguna vizcacha y el d¨¦bil grito de un chupacabras¡±. (?Un chupacabras? Traduciendo estas l¨ªneas aprendo que el goatsucker pertenece a la mitolog¨ªa universal y que en realidad es un p¨¢jaro insect¨ªvoro). Antes de dormirse, el joven naturalista pens¨®: ¡°Hay un encanto inexpresable en vivir as¨ª, al aire libre¡±.
Al amanecer, Darwin atac¨® la cumbre. Escal¨® despe?aderos de rocas fracturadas que atribuy¨® a los frecuentes terremotos, mientras tem¨ªa que le tocara uno. Pero cuando lleg¨® arriba olvid¨® sus temores. ¡°Pasamos todo un d¨ªa en la cima y nunca goc¨¦ otro m¨¢s plenamente. Chile, limitado por los Andes y el Pac¨ªfico, se ve¨ªa como en un mapa. El placer de ese escenario en s¨ª mismo hermoso aumentaba por las muchas reflexiones que ¨¦ste provoca (¡). ?Qui¨¦n puede evitar maravillarse ante la fuerza que levant¨® estas monta?as, e incluso m¨¢s al pensar en las incontables edades requeridas para romperlas, removerlas y nivelarlas? (¡) Deb¨ªa esforzarme en no dudar de que el tiempo todopoderoso llegar¨¢ alguna vez a moler estas monta?as -incluso la gigantesca cordillera- convirti¨¦ndolas en ripio y lodo¡±.
Gu¨ªa
Informaci¨®n
- Parque nacional La Campana (+56 33 244 13 42). Precio de entrada al parque, 4,30 euros por adulto.
- Turismo de la regi¨®n de Valpara¨ªso (+56 32 223 62 64).
- Oficina de turismo de Chile.
Desde la cima de La Campana, Darwin mir¨®, reflexion¨® e incluso se inspir¨®. Esa y otras cumbres mucho mayores (como el Aconcagua) y los terremotos que vivi¨® en Chile ampliaron sus perspectivas. Puede especularse que ya en esa ¨¦poca germinaba en su mente una semilla de su teor¨ªa de la evoluci¨®n. La constante inestabilidad de la tierra a trav¨¦s de ¡°incontables edades¡± le ayudar¨ªa a pensar en la inestabilidad de las especies.
Pero lo que plant¨® aquella semilla en Darwin no fue solo su atenci¨®n cient¨ªfica, tambi¨¦n fue su mirada l¨ªrica. Podemos imaginarlo inspirando fuerte y sintiendo c¨®mo esas nieves de color rub¨ª, ese tiempo todopoderoso que muele monta?as, le suger¨ªan reflexiones. Tambi¨¦n la inspiraci¨®n cient¨ªfica puede nacer como experiencia po¨¦tica. Aunque su resultado final sea una teor¨ªa.
Poes¨ªa, inspiraci¨®n¡ Hoy esas palabras nos parecen muy alejadas de la ciencia. Este es otro efecto de la larga decadencia del esp¨ªritu rom¨¢ntico que impregnaba a Darwin en sus observaciones como naturalista. Ahora, nuestras mentes, dominadas por el pragmatismo victorioso de la t¨¦cnica, ya no aceptan f¨¢cilmente el poder revelador -incluso para la ciencia- de las experiencias po¨¦ticas.
Subir a la cumbre de La Campana ampl¨ªa esa perspectiva. Desde all¨ª miramos en redondo y respiramos profundo. Al hacerlo, sentimos que el paisaje nos inspira. Y volvemos a entender lo que Darwin sab¨ªa: que sentir la naturaleza es otra forma de comprenderla.
Carlos Franz es autor de Si te vieras con mis ojos (Alfaguara).
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