La playa de Migjorn, el Patus¨¢n de Formentera
El chiringuito Pelayo, escenario del anuncio de Estrella Damm de este verano, concentra todo lo esencial de la isla balear
¡°Dej¨® atr¨¢s sus faltas terrenales, el concepto en que la gente le ten¨ªa, y se hall¨® en condiciones totalmente nuevas para que en ellas pudiera encontrar ancho campo su facultad imaginativa¡±. Eso que escrib¨ªa Conrad en Lord Jim de la marcha de su personaje a la legendaria Patus¨¢n, la remota comarca malaya a la que Jim arribaba huyendo de s¨ª mismo con una edici¨®n de Shakespeare, un rev¨®lver descargado y ansias de redenci¨®n, es lo que yo siento al regresar cada a?o al Pelayo, el chiringuito m¨¢s aut¨¦ntico de Formentera, en la playa de Migjorn, refugio final de los que escapan del norte masificado, de las cuentas disparatadas, de los yates elefanti¨¢sicos y del postureo generalizado.
El Pelayo es la otra Formentera, la de los cuerpos ensimismados sobre la playa larga y salvaje, casi vac¨ªa, el mar infinito destellante y libre, el silencio. Un lugar de vacaciones silvestres y descalzas en el que abandonarse al sue?o de una vida sin m¨¢s horizontes que la despreocupada felicidad del momento. Desde el agua, donde nadas sin trabas envuelto en una inmensidad transl¨²cida y vac¨ªa, alfombrada por la posidonia y punteada por las rayas, la costa, con su peque?o acantilado ocre y su larga extensi¨®n de arena blanca, parece inexplicablemente desnuda y no cuesta nada sentirte un Robinson Crusoe, un Ariel o el otro Jim, el del tesoro y los piratas. El Pelayo es la capital que merece ese reino de agua, cielo y arena. Lugar desordenado, destartalado, ca¨®tico, ind¨®mito, el chiringuito consiste en una barra, unas mesas, unos bancos largos y sillas, y poco m¨¢s, bajo unos parasoles y un techado de palma que le da un aire extravagantemente polinesio, a lo Haleakaloha, como si fuera a aparecer en cualquier momento el Michael Guns Donovan de La taberna del irland¨¦s. El personal, a juego con el sitio, es una mezcla mestiza de propietario local con gran familia latinoamericana adobada con personalidades larger tan life como El Bol¨ªgrafos, de Ja¨¦n ¨Cdesterrado del Ministre-, y alg¨²n entra?able Calib¨¢n. Gente que ha encontrado aqu¨ª un hogar estacional y que merecer¨ªa una serie.
Parad¨®jicamente, se prescindi¨® de ellos al rodar en el chiringuito este abril, buscando la mayor autenticidad de Formentera, el arranque del melifluo anuncio de Estrella Damm. Los sustituyeron por guapos j¨®venes que parec¨ªan salidos del Soho House. ¡°Lo filmaron con un enorme dron desde el mar, hac¨ªa fr¨ªo y los actores en ba?ador estaban erizados, les repartieron mantas, pero las raciones de comida parec¨ªan escasas¡±, me explicaron los camareros con la mezcla de asombro y perplejidad que da ver desembarcar en tu territorio virgen al gran circo del cine y la publicidad. No guardan rencor por haber sido apartados para el spot. Saben que siguen aqu¨ª y que todos los que conocemos bien el Pelayo los echamos en falta en el anuncio, a ellos y a la multitudinaria paella cocinada los domingos con tanto sudor. Tambi¨¦n nos parece alucinante y falto de la m¨¢s m¨ªnima credibilidad, oigan, que en un travel¨ªn sobre la playa no salga nadie en pelotas. Esto no es el Beso, se?ores.
Curiosamente, el destino quiso que una de estas noches con Tito y Roser cen¨¢ramos en el Pelayo con Elsa, familia de los productores (?y veterinaria de animales ex¨®ticos!), que nos relat¨® otros pormenores de la filmaci¨®n. Pusimos en los m¨®viles el anuncio y revisamos entre risas las im¨¢genes bajo las omnipresentes estrellas, felicit¨¢ndonos porque todo aquel jaleo no haya alterado finalmente en nada la vida tranquila y esquinada de nuestro querido Patus¨¢n.
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