Piedras celtas y barcos vikingos en la pen¨ªnsula de Barbanza
Del castro de Baro?a a Catoira, una excursi¨®n coru?esa junto al mar
Si tuviera que elegir un ¨²nico lugar en los 1.500 kil¨®metros de costa gallega (tarea dif¨ªcil, si no imposible), en mi caso ese refugio ser¨ªa probablemente la playa de Carnota, en A Coru?a. La playa no es ning¨²n secreto, pero basta desplazarse un poco hacia el sur para toparse con para¨ªsos menos conocidos.
En la pen¨ªnsula de Barbanza duerme uno de los castros celtas m¨¢s grandes y mejor conservados. Los restos de dos murallas y de una veintena de casas descansan en la cima de un peque?o mont¨ªculo, rodeadas por acantilados junto al mar y ajenas al paso del tiempo. Sentada sobre esas piedras, el viento golpea el rostro con fuerza. El sonido de las olas chocando contra las rocas resulta casi hipn¨®tico. Estas rocas han vivido las tempestades de m¨¢s de dos mil a?os, aunque permanecieran ocultas durante siglos. El castro de Baro?a no se descubri¨® hasta 1933. Sin duda, los celtas escogieron bien la ubicaci¨®n de su asentamiento. Ni sus peores enemigos habr¨ªan dado con ¨¦l. Su restauraci¨®n se culmin¨® hace apenas siete a?os.
Si nos desplazamos hasta la punta sur de la pen¨ªnsula, siguiendo su l¨ªnea litoral repleta de playas, se llega al parque natural de Corrubedo. All¨ª convergen la frondosa flora gallega con un impresionante cord¨®n dunar que recrea un entorno des¨¦rtico a orillas del mar. Un paisaje en el que relajarse y, si el clima lo permite (en Galicia, nunca se sabe), tomar el sol. Y hasta ba?arse en las aguas heladas del Atl¨¢ntico. Una opci¨®n solo apta para los m¨¢s valientes.
Hacia el este de la pen¨ªnsula, adentr¨¢ndonos por la r¨ªa de Arousa hasta la desembocadura del r¨ªo Ulla, se llega a Catoira. Un peque?o pueblo de 3.500 habitantes, situado ya en la provincia de Pontevedra. Esta r¨ªa era uno de los accesos m¨¢s directos para dirigirse a Santiago de Compostela. En el siglo IX, el rey Alfonso III orden¨® construir all¨ª una enorme muralla defensiva con siete torreones, de los que hoy se conservan dos: las Torres de Oeste, ahora medio derruidas y rodeadas de vegetaci¨®n.
Aqu¨ª se produjo una de las batallas m¨¢s famosas del lugar. Los barcos de los guerreros vikingos llegaron a este anclaje y lucharon cuerpo a cuerpo con los cristianos del pueblo. Un enfrentamiento que se recrea cada mes de julio en la Romer¨ªa Vikinga. Ataviados con ropas de la ¨¦poca, hordas de vikingos desembarcan de un enorme drakkar (barco t¨ªpico de los n¨®rdicos) que se construy¨® para la ocasi¨®n y que el resto del a?o permanece anclado junto a las torres. La otra parte de los asistentes al evento aguardan en tierra firme con sus armas. Vestidos con arapos medievales, representan a los cristianos. Tras la recreaci¨®n de la lucha entre ambos bandos, todo el mundo festeja, bebe y come. Vino, mejillones y otras delicias locales. Pero esa es otra historia. Porque la gastronom¨ªa gallega, con o sin vistas al mar, merece un espacio aparte.
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