El fragante valle de las Rosas
De Sof¨ªa al mar Negro y de vuelta a la capital b¨²lgara, un placentero viaje en coche por el pa¨ªs balc¨¢nico entre campos de girasoles, monasterios y pueblos con mucha historia
Saliendo de Sof¨ªa hacia el norte se descubre el mar amarillo de Bulgaria. Es julio y los girasoles relucen hasta donde alcanza la vista. El autob¨²s serpentea en ese mar, rumbo a la que fuera en el siglo XII capital del Imperio B¨²lgaro, Veliko Tarnovo. El calor y las cinco horas de camino que hay desde la capital (unos 220 kil¨®metros) duermen a los pasajeros. Hasta que asoman las gargantas que rodean Tsarevets, la impresionante fortaleza medieval protegida en tres de sus lados por el ca?¨®n que ha esculpido el r¨ªo Yantra. Entonces Veliko Tarnovo (unos 72.000 habitantes) emerge como una serpiente reptando sobre los cortados del r¨ªo. Las casas se asoman al precipicio. El entorno es boscoso. La ciudad, milenaria, es la m¨¢s visitada de Bulgaria y en verano ofrece una rica actividad cultural. En los alrededores se sit¨²an monasterios como el de la Transfiguraci¨®n o la iglesia de la Natividad, considerada la Capilla Sixtina del pa¨ªs.
No lejos de aqu¨ª, en Arbanasi, se puede degustar una ensalada con queso mientras los pavos reales se pasean entre las mesas del restaurante. El tomate y el yogur son exquisitos en Bulgaria y los platos con ambos productos dan para una lista interminable.
Seguimos camino hasta Varna, a orillas del mar Negro. Es la tercera ciudad del pa¨ªs (con 340.000 habitantes), su primer puerto mar¨ªtimo y el lugar preferido de los b¨²lgaros para pasar las vacaciones en casa. En sus playas no cabe una mosca. Varna fue fundada en el siglo VI antes de Cristo; por ella anduvieron Alejandro Magno y los romanos; m¨¢s tarde, los turcos, los rusos¡ Universitaria y rebosante de vida, celebra cada verano un festival internacional de teatro (en junio) y otro de jazz (del 26 al 29 de julio), aunque su belleza se esconde en esas callejuelas que el viajero recorre pausado. En ellas, los palacios arrumbados, cubiertos de maleza en balconadas y muros, dan fe de su grandeza secular.
Siguiendo la costa, hacia el sur, se llega a Nesebar, declarada patrimonio mundial. Es un lugar evocador, una diminuta pen¨ªnsula de unos 30 kil¨®metros cuadrados en la que desde que llegaron los tracios, en el siglo II antes de Cristo, no ha habido pueblo que se precie que no se haya plantado aqu¨ª. Grecia, Roma, Bizancio, Imperio Otomano, Imperio B¨²lgaro¡ Hasta que aparecieron los restaurantes baratos y las tiendas de todo a cien. Ahora, apenas se encuentran vestigios de alguno de los 35 templos que hab¨ªa; y menos a¨²n restos de murallas, palacios o tumbas. Solo monta?as de souvenirs.
As¨ª que el viajero har¨¢ bien en huir pronto de all¨ª para recorrer esa maravillosa Bulgaria interior, miembro de la Uni¨®n Europea desde 2007. Por el camino hacia el valle de las Rosas, m¨¢s campos amarillos, maizales, algunos vi?edos; y dando sombra al arc¨¦n, centenares de nogales a cuyo abrigo a su vez los campesinos ofertan frutas exquisitas (melocotones, ciruelas, uvas, higos¡) a una o dos levas el kilo (1 leva equivale a 0,50 euros).
El valle perfumado
En Kazanlak (82.000 habitantes) todo huele a rosas. Aqu¨ª, la rosa damascena es la reina del valle. El origen de este cultivo hay que buscarlo en Damasco, all¨¢ por el siglo XV. Hoy es una aut¨¦ntica industria, que produce aceite, perfumes, esencias, ung¨¹entos y pomadas, y una fuente de ingresos para el pa¨ªs. Para la destilaci¨®n de un mililitro de aceite son necesarios entre 1.000 y 1.500 p¨¦talos. No hay marca de cosm¨¦tica que se precie que no utilice el aceite extra¨ªdo de las rosas b¨²lgaras, cuyo precio supera los seis mil euros el litro. Kazanlak dedica a la flor un museo y una fiesta, a finales de mayo y principios de junio, coincidiendo con su recogida (que se realiza manualmente).
Antes de abandonar el valle, en el que los tracios establecieron la capital ¡ªas¨ª lo acreditan los numerosos t¨²mulos funerarios¡ª, se puede visitar la tumba tracia de Kazanlak, patrimonio mundial, datada en el siglo IV antes de Cristo. Impresionan la belleza y perfecci¨®n de sus frescos. Uno sale de all¨ª con la sensaci¨®n de haber visto algo familiar, tal es la modernidad de las escenas de la vida cotidiana representadas. El viaje sigue hasta Plovdiv, una de esas ciudades en las que a uno le gustar¨ªa quedarse. Segunda ciudad del pa¨ªs, en ella se compendia, como en ning¨²n otro sitio, la historia b¨²lgara. En torno a sus siete colinas se han encontrado vestigios de todas las civilizaciones que han ocupado los Balcanes. Son muchas las joyas que guarda, pero impresiona sobre todo el anfiteatro romano y ese casco antiguo, de los siglos XVIII y XIX, que se conserva tal cual, mientras el arte y la vida hierven en sus calles d¨ªa y noche.
De vuelta a la capital, me apunto a una ruta guiada gratuita, esa forma de turistear tan de moda. Nora, la gu¨ªa, conduce al grupo por los entresijos de Sof¨ªa. Al pasar por unos viejos almacenes socialistas, comenta: ¡°Mi abuela dice que antes viv¨ªamos mejor. El d¨ªa que te graduabas recib¨ªas el piso, un trabajo estatal y un coche con la promesa de que te lo entregar¨ªan al cabo de diez a?os. En cambio, mi abuelo odia todo aquello¡±. He aqu¨ª el dilema. Porque mientras una Bulgaria moderna est¨¢ a punto de emerger de sus ruinas, otra, m¨¢s prosaica y avarienta, devora su pasado: el pa¨ªs est¨¢ ahora inundado de gr¨²as, de locales de apuestas, de m¨¢quinas de caf¨¦ y de un ruido infernal, ¨²nico, monocorde, en todos los lugares de ocio, no importa en qu¨¦ ciudad. Cerramos los ojos y volvemos al mar amarillo, al fragante valle de las Rosas, a las orillas del mar Negro. Ha sido un road trip muy reconfortante.
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