Un paseo por la Lisboa de Pessoa
De la Casa dos Bicos a la plaza do Com¨¦rcio, un deambular entre lo literario y lo viajero por la Baixa lisboeta que detiene sus pasos en la Rua dos Douradores, la calle pessoana por excelencia
"La idea de viajar me provoca n¨¢useas¡±, escribe Bernardo Soares en el Libro del desasosiego. Soares, el heter¨®nimo que m¨¢s coincide con la propia biograf¨ªa de su creador, Fernando Pessoa, nunca dese¨® salir de su ciudad, Lisboa. ¡°Ya he visto todo lo que nunca hab¨ªa visto¡±, escribe; y a?ade otro comentario parad¨®jico: ¡°Ya he visto todo lo que todav¨ªa no he visto¡±. Sin embargo, en aquella Lisboa del primer cuarto del siglo XX, Soares est¨¢ rodeado de gente que se mueve a trav¨¦s de puerto tan importante. Soares renuncia al viaje como forma de vida porque su existencia est¨¢ m¨¢s completa en el estatismo y la monoton¨ªa cotidiana de su trabajo en una oficina comercial en la Rua dos Douradores. ¡°?Ah, que viajen los que no existen!¡±. Para viajar, seg¨²n ¨¦l, basta con existir. Y los viajes son los viajeros. Y lo que vemos no es lo que vemos, sino lo que somos. En esto coincide con Cicer¨®n y S¨¦neca, que ya hab¨ªan explicado que por el mero hecho de cambiar de lugar no dejamos de ser nosotros ni abandonamos nuestras preocupaciones e inquietudes. Nunca, por muy lejos que estemos de nuestro eje vital, desembarcamos de nosotros mismos. En varias de las p¨¢ginas de este extraordinario diario filos¨®fico-literario, Soares se dedica no solo a criticar a los viajes y viajeros, sino tambi¨¦n a quienes utilizan este g¨¦nero. El heter¨®nimo confiesa que ya solo un viaje entre Lisboa y Cascais lo dejaba agotado. Y que Cacilhas, frente a Lisboa, le parec¨ªa otro continente. Y el Tajo, todos los oc¨¦anos del mundo.
Pero Soares, que es como el propio Pessoa, una buena persona pero muy sarc¨¢stica, siente compasi¨®n por la ¡°estupidez¡± del mozo de la oficina entusiasmado por la sola idea de conocer otros lugares del mundo m¨¢s all¨¢ de la Baixa Pombaliana. Aquel joven coleccionaba folletos de propaganda de ciudades, pa¨ªses, compa?¨ªas mar¨ªtimas, mapas, publicaciones, carteles¡ Parte de sus horas de asueto aquel muchacho las invert¨ªa visitando consulados, embajadas, oficinas de turismo. Soares melanc¨®licamente se pregunta qu¨¦ habr¨¢ sido de ¨¦l. Un d¨ªa desapareci¨® del trabajo y nunca m¨¢s se supo. ?Embarc¨®??Hacia d¨®nde? Soares siente esa curiosidad inconfesable y hasta duda de su propio e inmutable estatismo. ¡°Era el mayor viajero, por ser el m¨¢s verdadero que he conocido: era tambi¨¦n una de las personas m¨¢s felices que me encontr¨¦¡±. ?D¨®nde est¨¢ entonces la felicidad, en el estatismo o en el viajar?
Pessoa viaj¨® a Durban varias veces. All¨ª vivi¨® los a?os m¨¢s importantes de su formaci¨®n. Por motivos familiares residi¨® en ?frica entre 1896 y 1905, cuando regres¨® definitivamente a Portugal. Ning¨²n viaje m¨¢s. Intentos de ir a Londres, donde ten¨ªa familia, o a Galicia. Pero Pessoa ha sido quiz¨¢s el mayor viajero de su ciudad natal y alrededores. Y sus paradas habituales atraen a quienes buscan sus huellas. Tuvo m¨¢s de una veintena de domicilios. El m¨¢s duradero fue el ¨²ltimo, en la Rua Coelho da Rocha, n¨²mero 16, 1? D. All¨ª habit¨® desde el a?o 1920 a 1935. Muri¨® relativamente cerca, en el hospital de San Luis de los Franceses, sito en la Rua Luz Soriano. A¨²n existe hoy. La imagen exterior es la misma: un muro encalado rodea el recinto y da entrada por un ancho portal¨®n. Ahora cuelga una placa de m¨¢rmol donde se reproduce la ¨²ltima frase que escribi¨®, en ingl¨¦s: ¡°I know not what tomorrow will bring¡± (No s¨¦ qu¨¦ deparar¨¢ el futuro). ?Qui¨¦n puede saberlo?
En su ¨²ltimo domicilio vivi¨® en una habitaci¨®n acompa?ado de su peque?a pero selecta biblioteca, el ba¨²l con sus miles de manuscritos in¨¦ditos, la c¨®moda sobre la que escrib¨ªa de pie, la m¨¢quina de escribir, la estrech¨ªsima cama y poco m¨¢s. Hoy se puede visitar esta casa-museo. Yo la hubiera conservado tal cual, manteniendo as¨ª el esp¨ªritu del escritor, pero el interior fue demolido y ¨²nicamente se respet¨® la habitaci¨®n que ahora queda como un elemento extra?o dentro del conjunto. La actividad cultural de este centro es, sin embargo, muy importante. Si uno se asoma a la ventana de esa habitaci¨®n, la casa roja de enfrente sigue siendo la misma contemplada por ¨¦l. La calle larga permanece casi intacta. Domicilio, del que se conserva la hoja del contrato firmada por el due?o e inquilino, un poco lejano de su centro social y en medio de un laberinto de cuestas. Pessoa debi¨® de moverse en los tranv¨ªas tan inspiradores para ¨¦l. ¡°Quien no ha salido nunca de Lisboa viaja al infinito en el tranv¨ªa cuando va a Benfica, y si un d¨ªa va a Cintra, siente que ha ido a Marte¡±, escribe Soares.
Si la Lisboa hist¨®rica y alrededores es el espacio donde se mueve seguro Pessoa, su heter¨®nimo lo reduce a la cuadr¨ªcula pombaliana, La Baixa, reconstruida tras el terremoto de 1755 por el marqu¨¦s de Pombal. Centro a¨²n financiero, comercial y pol¨ªtico, pero ya sobre todo recept¨¢culo de un oc¨¦ano de turistas. En La Baixa est¨¢ la Rua Augusta (la calle principal), con el arco de la plaza do Com¨¦rcio y la estatua de Jos¨¦ I al fondo. La plaza do Com¨¦rcio con su ir y venir de tranv¨ªas viejos y nuevos, sus terrazas, sus mercadillos, sus viejos caf¨¦s como el Martinho da Arcada frecuentado por Pessoa y otros escritores y artistas. Es uno de los lugares m¨¢s bellos y nost¨¢lgicos del mundo. Y ese muelle con las dos columnas que parece sumergirse todo ¨¦l en la marea alta. Y al lado, en otra plaza recoleta, la Casa dos Bicos, dedicada al primer Premio Nobel de literatura en portugu¨¦s, Jos¨¦ Saramago, cuyas cenizas est¨¢n depositadas bajo un olivo.
La Rua dos Douradores es la calle pessoana por excelencia en Lisboa. Toda ella, filosof¨ªa y literatura universal
Gran parte de las calles de La Baixa llevan los nombres de los oficios de los primeros comerciantes de la zona: Prata, Ouro, Douradores, Correeiros, Sapateiros. En esta cuadr¨ªcula de calles peatonales todav¨ªa sobreviven algunos de los establecimientos de toda la vida. Bernardo Soares vive, trabaja y medita desde una de estas calles. Precisamente desde una de las m¨¢s inadvertidas, la Rua dos Douradores. Esa calle que es para ¨¦l su vida entera. All¨ª est¨¢ la oficina y tambi¨¦n su vivienda, a la que hace referencia vagamente. Nunca da el n¨²mero del inmueble, pero es el 190. En el bajo estaba el restaurante de gallegos donde com¨ªa. Hoy en el mismo lugar existe otro, con una terraza que da a una peque?a plazuela. ¡°Si yo tuviera el mundo en la mano, lo cambiar¨ªa, estoy seguro, por un billete para la Rua dos Douradores¡±, escribe Soares. La oficina, s¨®rdida hasta la m¨¦dula, representaba para ¨¦l la vida, comprend¨ªa para ¨¦l todo el sentido de las cosas, la soluci¨®n de todos los enigmas ¡°salvo el de que existan los enigmas, que es lo que no puede tener soluci¨®n¡±. La oficina le daba de comer, de beber, el lugar donde vivir y, adem¨¢s, donde dormir-so?ar-pensar-escribir. La oficina pon¨ªa en orden la monoton¨ªa y la anarqu¨ªa de la vida cotidiana. Soares (administrativo, traductor y redactor de cartas oficiales) sabe que est¨¢ explotado laboralmente, pero se siente satisfecho de ser contable o ayudante de contabilidad. En realidad ¨¦l no se sue?a como un gran escritor, sino como un gran contable de fama. Soares se siente muy satisfecho de codearse con el contable Moreira, el patr¨®n Vasques (una de sus grandes decepciones al descubrir que es un ladr¨®n), el cajero Borges, el sociocapitalista y el resto de empleados. ¡°La oficina se me vuelve una p¨¢gina con palabras de gente, la calle es un libro¡±. ¡°La Rua dos Douradores, la calle ideal de La Baixa¡±.
En las primeras d¨¦cadas del siglo XX, La Baixa lisboeta estaba habitada, aparte de por personas, por comercios de loter¨ªas, estancos, ultramarinos, casas de comidas, oficinas, almacenes de todo tipo, sastrer¨ªas, barber¨ªas, tabernas, consultas m¨¦dicas, oficinas estatales, hoteles, pensiones, iglesias, zapater¨ªas, casas de citas, panader¨ªas, confiter¨ªas, fruter¨ªas sobre todo en la Rua da Prata, correos, etc¨¦tera. Casi nada ya de esto puede verse. Los carreteros y mozos de cuerda que sal¨ªan de los almacenes de la Rua dos Douradores ya no existen y, por tanto, aquella ajetreada vida que tuvo este lugar hoy est¨¢ circunscrita a los turistas, afortunadamente pocos por esta calle estrecha, asombrada, donde permanecen tan solo los hoteles, restaurantes, alguna iglesia vecina y poco m¨¢s. Muchos de los edificios est¨¢n en proceso de restauraci¨®n.
En su piso de la Rua dos Douradores, encima de la oficina, Soares se refiere al mobiliario basto de su cuarto barato. La gente que pasa hoy por esta calle ya no es ¡°siempre la misma que ha pasado hace poco¡±. Todos o casi todos entonces se conoc¨ªan. Ya no. ¡°Ma?ana tambi¨¦n desaparecer¨¦ yo de la Rua dos Douradores, de la Rua da Prata. Yo tambi¨¦n ser¨¦ el que dej¨® de pasar por estas calles¡±. Hoy ya nadie se conoce. Soares, adem¨¢s de su calle por excelencia, cita a otras como habituales para sus idas y venidas: la Rua Nova de Almada, la Rua da Prata (la primera paralela a la de los Douradores en direcci¨®n oeste, all¨ª estaba la librer¨ªa de viejo del librero Pires frecuentada por Pessoa), la Rotonda, la plaza do Marqu¨ºs de Pombal, la Rua do Arsenal, la Rua da Alf?ndega, el Chiado m¨¢s arriba por un lado y el castillo por el otro¡ Soares-Pessoa viajaban por estos caminos reflexionando sobre el sentido desconocido de este viaje obligado de la vida. A veces, como anta?o, como ahora, la lluvia oblicua cambiaba los ruidos de la calle y el Tajo tomaba el color azul verdoso tirando a oro. La Rua dos Douradores es peque?a, insignificante, de dif¨ªcil caminar por sus aceras rotas. Pero, como dec¨ªa Soares, vale m¨¢s que las grandes avenidas. ¡°?Cu¨¢ntos C¨¦sares he sido, aqu¨ª mismo, en la Rua dos Douradores!¡±. ¡°Tambi¨¦n hay universo en la Rua dos Douradores. Tambi¨¦n concede Dios aqu¨ª que no falte el enigma de vivir. Y por eso, si son pobres, como el paisaje de carros y cajones, los sue?os que consigo extraer de entre las ruedas y las tablas, aun as¨ª son para m¨ª lo que tengo, lo que puedo ser¡±.
Soares-Pessoa amaba las tardes demoradas del verano, el sosiego de La Baixa. El escritorio era un baluarte contra una vida vac¨ªa. Y los libros de contabilidad eran como sus propios libros. Viv¨ªa en casa ajena. El resto, un continuo pasear callado, una continua conversaci¨®n entre hombres, casas, piedras, letreros y cielo; una multitud amiga, que se codea con palabras en la gran procesi¨®n del destino. Soares ama las plazas solitarias de La Baixa, las peque?as e insignificantes, pero tambi¨¦n otras m¨¢s grandes como la plaza da Figueira con los vendedores ambulantes hoy reconvertidos en manteros. Esta plaza presidida por la estatua de Jo?o I, donde estuvo el antiguo mercado de la ciudad. Al lado se encuentra la plaza do Rossio, con la estatua de Dom Pedro IV, el primer emperador de Brasil. Otro de los heter¨®nimos, Alvaro de Campos, le escribi¨® estos versos: ¡°La Pra?a da Figueira en la ma?ana, / cuando el d¨ªa es de sol (como sucede / siempre en Lisboa), nunca en m¨ª se olvida, / aunque apenas sea memoria vana. / Hay tantas cosas m¨¢s interesantes / que este lugar tan l¨®gico y plebeyo, / pero lo amo, incluso as¨ª¡ ?Qu¨¦ se yo / porque lo amo? Importa poco. Adelante¡¡±.
La Rua dos Douradores es la calle por excelencia pessoana. Hoy ya no nos cruzamos con el mozo de cuerda, con el barbero que contaba chistes, con el camarero que le hizo la fraternidad de desearle esa mejor¨ªa porque solo se hab¨ªa bebido la mitad de la copa de vino (Pessoa muri¨® de un c¨®lico hep¨¢tico), con el dependiente de la tabaquer¨ªa (que se suicid¨®), con el viajante de comercio que trajo las sedas del Indo, de Samarcanda o de Persia. En la Rua dos Douradores ya nadie tirar¨¢ desde el ¨²ltimo piso del n¨²mero 190 una caja de cerillas vac¨ªa al abismo del empedrado. En la Rua dos Douradores ya no hay libros de caja abiertos, sino ordenadores fr¨ªos y abstractos. Ha vuelto a ser una calle m¨¢s del mundo. Pero siempre seguir¨¢ siendo toda ella filosof¨ªa y literatura universal. ¡°Lo que escribo en el libro auxiliar de caja y lo que escribo en este papel del alma son cosas igualmente limitadas a la Rua dos Douradores, muy poco a los grandes espacios millonarios del universo¡±. Permanecen a¨²n all¨ª los instantes, los mil¨ªmetros y las sombras de las casas peque?as, todav¨ªa m¨¢s humildes que ellas. Rua dos Douradores, tan estrecha y ef¨ªmera que nadie ser¨ªa capaz de tener un deseo.
Los lugares fundamentales de la geograf¨ªa pessoana son: el n¨²mero 4 del Largo de S?o Carlos, donde naci¨® en el cuarto piso; el n¨²mero 190 de la Rua dos Douradores; la Rua Coelho da Rocha, n¨²mero 16, 1? D; el hospital de San Luis de los Franceses, en la Rua Luz Soriano; el cementerio dos Prazeres, donde fue enterrado (muy cerca de su domicilio), y los Jer¨®nimos, donde yace hoy d¨ªa. Pero la Rua dos Douradores es una de las esencias simb¨®licas de su magna obra. ¡°Ser¨¦ siempre de la Rua dos Douradores, como la humanidad entera¡±. Soares-Pessoa y compa?¨ªa ten¨ªan un gran r¨ªo, un gran oc¨¦ano, un muelle y todos los barcos con todas las banderas del mundo para zarpar y, sin embargo, se quedaron all¨ª en la Rua dos Douradores, un lugar insignificante en el mapa, pero que ahora es una epifan¨ªa del mundo. Alberto Caeiro, otro heter¨®nimo, escribi¨® estos versos: ¡°Desde la ventana m¨¢s alta de mi casa / con un pa?uelo blanco digo adi¨®s / a mis versos que parten hacia la humanidad¡±. Suenan como la carta de Emily Dickinson de la cual creo no tuvo demasiada noticia. Otra est¨¢tica como ¨¦l. Soares, cansado de la vida, cerr¨® las contraventanas de su habitaci¨®n, de la Rua dos Douradores, para excluirse del mundo y ganar la libertad. ¡°?Oh pena revisitada, Lisboa de otro tiempo, hoy!¡±.
C¨¦sar Antonio Molina, exministro de Cultura, es autor de 'Todo se arregla caminando' (editorial Destino).
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