La Posada de Cucayo, desconexi¨®n entre monta?as en Li¨¦bana

Siente, sue?a, sonr¨ªe, ama, disfruta, vive¡­ Estos verbos amartillados en el dormitorio, frente a las crester¨ªas escarpadas de la comarca de Li¨¦bana, instruyen al viajero sobre lo que corresponde hacer en tiempos como estos. En La Posada de Cucayo, que culmina el macizo oriental de los Picos de Europa, la nueva normalidad es un regreso a la tierra como era antes, con sus graznidos de gansos, sus maullidos de gatos y el murmullo sordo del verano entre los roquedales. Tina, Ana, Marisa y Alberto, los hermanos D¨ªez Hoyal, dan la bienvenida sobre el mismo rellano de la carretera que sirve de aparcamiento. Son los anfitriones, los propietarios del alojamiento en este paisaj¨ªstico embeleso.

Toda la casa parece un escantill¨®n de artesan¨ªa lebaniega: piedra caliza en las venas, tejas viejas lavadas a mano una a una (y son 14.000¡­), madera de roble en los balcones, prendidos de flores multicolores, barandillas, cabeceros y pasamaner¨ªa de forja. Son tantos los detalles que el cari?o de estos moradores ruboriza el verde charol de los prados circundantes. Ellos solos se bastan y se sobran para iniciar a sus hu¨¦spedes en el amasado del pan, la elaboraci¨®n de quesos, mermeladas y mantequilla, la recolecta de miel en colmenas de corcho, la siembra y recolecci¨®n de hortalizas. Labores de siempre a veces contadas a chispazos de videoclip, que Tina sube inmediatamente a las redes sociales.

Cada una de sus 12 habitaciones representa una tonalidad cotidiana del acontecer en la monta?a, desde el amarillo c¨¢lido de sus amaneceres hasta el rosa te?ido de sus crep¨²sculos en las cumbres, sin olvidar el azul beb¨¦ que, m¨¢s tarde ya que pronto, insufla nueva savia en los valles. El cuarto familiar, con salida a un exiguo pensil, rivaliza en amplitud y comodidades con otras dos habitaciones que se pueden ofrecer intercomunicadas mediante un sal¨®n privado con acceso directo al jard¨ªn.

Estos peque?os retazos de verde quedan ninguneados a la vista del circo monta?oso que entra por las ventanas a poco que se descorran las cortinas y la primera horneada del desayuno nos haga saltar de la cama. Esas mismas vistas anticipan la cocina casera de los D¨ªez, elaborada con los huevos de su propia granja y las hortalizas de una tierruca que, limpia y fragante, nunca dejar¨¢ de ser como era.