So?ando con el Peloponeso
De Nauplia a Olimpia, con visita imprescindible a Micenas, una apacible ruta en coche por la pen¨ªnsula griega al encuentro de sus tesoros
Este viaje proviene de im¨¢genes y fragmentos rescatados de la memoria. Fue antes del confinamiento, despu¨¦s, todo ha tomado otro sentido. ?Y si no volviera a viajar nunca m¨¢s a Grecia? Por eso hay que escribirlo. Fue en coche, alrededor de 15 d¨ªas y sin un itinerario estricto. Pensamos en llegar hasta ?taca, al menos verla de lejos e ir deambulando mientras por el Peloponeso. Pero no fue as¨ª. El viaje nunca lo es, como la vida.
Arrancamos en Atenas. Una amiga nos aloj¨® en su casa en la parte norte y residencial. Ten¨ªa uno de los balcones m¨¢s floridos en los que he estado y su calle, una colecci¨®n de vallas de forjas y rejer¨ªa envidiables. Era la calle S¨®crates y yo no me lo pod¨ªa creer. Solo la visi¨®n de la Acr¨®polis desde la colina de las Ninfas, mejor a¨²n, desde el monumento de Filopapos, donde los motivos geom¨¦tricos fueron dise?ados diferentes para cada escal¨®n por el arquitecto Pikionis para hacer m¨¢s lenta la subida y reparar mejor en la belleza, har¨ªa necesario el viaje. O perderse por los barrios de Plaka, Monastiraki o Anafiotika (de los m¨¢s humanos que conozco). O visitar el Museo de Arte Cicl¨¢dico, para certificar c¨®mo la divinidad dej¨® de ser femenina y pas¨® a representarse masculina. A¨²n no hab¨ªa empezado la ruta, ya estaba deslumbrada, y una pregunta me empezaba a rondar. ?Por qu¨¦ se viaja m¨¢s a Italia que a Grecia? ?Acaso porque estuvo bajo el dominio turco y represent¨® Oriente?
Nuestros amigos nos hablaron de Nauplia. Apenas a 130 kil¨®metros al oeste de la capital griega, lugar de segunda residencia y, sobre todo, una ciudad exuberante en julio, cuando las buganvillas est¨¢n en flor y pintan de fuego magenta los callejones. Esos d¨ªas estaba vac¨ªo y h¨²medo, pero las luces de los bajos de las casas eran muy c¨¢lidas y hab¨ªa alguna bodega abierta para gozar con un tinto Skoura a¨²n m¨¢s por haber venido. Venecia reconquist¨® la poblaci¨®n a los otomanos en 1685 y construy¨® aqu¨ª el castillo de Palamedes. Desde ¨¦l los colores del mar son iguales a los de las fotos encendidas de los libros de las islas griegas de las consultas de dentistas y bibliotecas de los hoteles. Estereotipos, pero ciertos.
Micenas est¨¢ muy cerca; a tan solo media hora en coche. Imposible imaginar que visitar¨ªamos la ciudad m¨¢s poderosa entre el 1400 y 1100 a.C., el gran periodo heroico en que los grandes hombres, supuestamente hijos de los dioses, llevaron a cabo haza?as impresionantes. Desde la monta?a del yacimiento se otean las planicies de olivos y naranjos, los muros cicl¨®peos son tan vastos como indica su nombre y la Puerta de los Leones guarda todav¨ªa los huecos de la tranca para cerrar y el relieve m¨¢s antiguo del pa¨ªs, dos fieras a punto de encabritarse probablemente s¨ªmbolo del pueblo. Vamos hacia el Teatro de Epidauro pero llueve y nos quedamos parados a la entrada. ?Estar en la Arg¨®lida y no poderlo ver! Bajo la ventanilla y me asomo todo lo que puedo para entreverlo a trav¨¦s de la valla: una cortina de agua.
Seguimos, direcci¨®n Este, hasta Methana, una peque?a pen¨ªnsula unida a tierra por el istmo estrech¨ªsimo de la playa de Metamorfosis. La poblaci¨®n est¨¢ vac¨ªa. Una anciana con botas de agua amarillas intenta pescar asomada peligrosamente al mar y la vigilamos por si hubiera que ayudarla. A la salida, el vapor del agua blanca, densa y sulfurosa enfrente del antiguo balneario aristocr¨¢tico se mezcla con la lluvia. Penetra como una lengua blanca en el azul del mar y evoca otros tiempos en la bah¨ªa y el horizonte. Pausanias describi¨® las aguas termales y las posibilidades de ba?o, peligrosas, dec¨ªa, por la cantidad de monstruos que las poblaban.
¡°No vayan por esa carretera¡±, nos avisan, ¡°hay muchas curvas¡±. Sin embargo, es magn¨ªfica. Sin coches, ni apenas construcciones, acompa?a al mar y las laderas de los pinos que caen en playas blancas. ¡°Es el para¨ªso¡±, grito, y veo el cartel que anuncia la nueva prefectura: Arcadia. As¨ª es, la Edad de Oro de la Grecia antigua y el lugar en el que la poes¨ªa situ¨® la utop¨ªa. Los pueblos de Leonidio y Plaka est¨¢n separados por apenas cinco kil¨®metros. El primero tiene unas rocas exultantes que dominan la poblaci¨®n y, en el segundo, est¨¢n la playa y el puerto. Mirando al mar, han habilitado con cari?o un parking para los campistas, hay tres autocaravanas de la t¨ªpica poblaci¨®n flotante europea que busca lugares m¨¢s c¨¢lidos para el invierno. Un hombre de melena rubia se sumerge en el azul de 17 grados y a nosotros nos regalan tres naranjas en el chiringuito para el viaje. El Peloponeso est¨¢ lleno de monta?as y tesoros. Como el monasterio Panagias Elonis, en Leonidio, donde la temperatura desciende a siete grados, y Kosmas, un cercano pueblo de alta monta?a agradabil¨ªsimo en el que no paramos, pero volveremos, pues probablemente all¨ª se imagin¨® el centro de la Arcadia, la comuni¨®n feliz del hombre con la naturaleza, pues tal armon¨ªa desprende. La recogida de la aceituna nos acompa?a durante el viaje. Los olivos est¨¢n plet¨®ricos, obscenos de frutos. Tienen redes oscuras para no perder ni un solo fruto y, si hay m¨¢s suerte, m¨¢quinas vareadoras, mucho m¨¢s c¨®modas, pero que se llevan hojas y ramas por el camino. Delante del coche, un pick-up con cuatro emigrantes entre sacos de aceitunas. Lo adelantamos y seguimos el descenso por la costa.
El refugio de Paris y Helena
El puerto de Esparta fue Giti¨®n. El pueblo a¨²n mantiene algo de aquel trasiego, pero hacia el interior, en las callejuelas de salida hacia la monumental playa de Valtaki, donde est¨¢ varado desde la d¨¦cada de los ochenta el buque de carga Dimitrios, la desolaci¨®n corre pareja a las casas de detr¨¢s del paseo mar¨ªtimo, donde cuelgan los pulpos al sol. Consecuencias a¨²n de la cat¨¢strofe de la crisis de la deuda griega que dej¨® a m¨¢s de un tercio de la poblaci¨®n en paro. Desde nuestra ventana se ve la peque?a isla Cranae. Es bella y apacible, de nuevo como un para¨ªso, y corremos a visitarla. Hablamos de su serenidad entre el faro, la iglesia y los pinos, y la seguimos viendo ensimismados desde la ventana. Lo leemos d¨ªas despu¨¦s: fue el lugar donde Paris y Helena pasaron su primera noche juntos despu¨¦s de que ¨¦l la secuestrara.
Conducimos, unos 70 kil¨®metros, hacia Monemvas¨ªa entre naranjos y olivos combados por el peso de los frutos. All¨ª naci¨® el gran escritor Yannis Ritsos en 1909, cuya obra trata de las leyendas, mitos y tradiciones griegas. La roca donde est¨¢ apostado el centro antiguo es una sorpresa infinita. El paso por el lazareto anuncia la importancia estrat¨¦gica que tuvo la poblaci¨®n fortificada para sus sucesivos habitantes: bizantinos, venecianos y turcos. Es una delicia pasear por las calles desiertas en oto?o y subir por las cuestas empinadas hasta la iglesia de Santa Sof¨ªa, donde se ve c¨®mo el pueblo desea el mar y se desparrama hacia ¨¦l. De camino hacia Neapoli Voion, el mont¨ªculo de Monemvas¨ªa se hace cada vez m¨¢s peque?o y seguimos kil¨®metros bordeando el mar. Las sabinas estremecidas por el viento bordean la carretera hasta la playa del pueblo, hermosa, pero ese d¨ªa tan agitada que las olas y la espuma ba?an el coche.
Mistr¨¢ es soberbia. El sitio arqueol¨®gico est¨¢ situado en la cima de una colina. Desde 1989 forma parte del patrimonio mundial de la Unesco y se encuentra a ocho kil¨®metros de Esparta. En su m¨¢ximo apogeo lleg¨® a ser la segunda ciudad m¨¢s importante del imperio Bizantino, con 20.000 habitantes, por detr¨¢s de Constantinopla. El lugar permite imaginar adem¨¢s c¨®mo era la distribuci¨®n en tres partes de la ciudad bizantina. Ese d¨ªa, el rumor del viento en los pinos y cipreses y las hogueras para quemar la tala lo hacen parecer habitado. Dice el cartel de la entrada que es necesario al menos cuatro horas para verlo. Mentira. Dos, tres o cuatro d¨ªas, y elegir cada ma?ana uno de los monasterios, iglesias, palacios o casas y dejar para el final el castillo en la cumbre del pe?asco. As¨ª se imaginar¨¢n mejor las bibliotecas, frescos e iconos que lleg¨® a contener cuando fue el asentamiento en el Peloponeso de las autoridades eclesi¨¢sticas de Bizancio.
Los ¨¢rboles de caquis y las praderas de hierba bajo los olivos acompa?an la autov¨ªa hacia Kalamata salpicada por c¨²mulos de cipreses erectos. No hay apenas construcciones y las laderas y la costa est¨¢n vac¨ªas. Llegamos a Pilos, un pueblo tranquilo. Hay algunos hombres sentados en las terrazas de los caf¨¦s de la plaza. Las albahacas son gigantes y los troncos de las macetas trazan el itinerario del paseo hacia la fortaleza turca, con bastiones y murallas que miran hacia el mar y al puerto, y convierten al pl¨¢cido pueblo de pronto en un lugar solemne. Homero situ¨® aqu¨ª al sabio rey N¨¦stor, y hoy es una poblaci¨®n de no m¨¢s de 3.000 habitantes, en cuyas aguas tuvo lugar la batalla de Navarino en 1827, la victoria de la flota rusa, francesa e inglesa contra los turcos que llev¨® a Grecia a la independencia. Cuesta imaginar la contienda entre sus peque?as calles y la playa m¨ªnima. Es s¨¢bado por la noche y hay dos restaurantes abiertos. Nos hacen pulpo a la brasa y unos calabacines y berenjenas al horno ba?ados con salsa de tomate y queso feta inolvidables. ¡°Es nuestro plato estrella ¡ªcontesta el due?o a los cumplidos¡ª, cuando lo hacemos en verano avisamos a los clientes para que vengan de los pueblos de alrededor a comerlo¡±.
Para un ba?o elegimos el cercano arenal de Voidokoili¨¢, citada por Homero y, seg¨²n dicen, una de las m¨¢s bellas de Grecia. Hace mucho viento pero me meto poco a poco e imagino c¨®mo entrar¨ªan las trirremes de N¨¦stor en la playa a la vuelta de la contienda contra los troyanos, pues fue el puerto del monarca en ¨¦poca antigua. Lo que parec¨ªa solo una playa muy hermosa se va ensanchando y convirti¨¦ndose en un ¨¢rea llena de sorpresas. Buscamos una vista desde las alturas y nos encontramos con los restos arqueol¨®gicos de la tumba de Thrasimidis, uno de los hijos de N¨¦stor, a cuyo mando estuvieron 15 naves en la guerra de Troya. La vista desde all¨ª de la forma de Voidokoili¨¢ es perfecta: evoca la letra omega del alfabeto griego.
¡°?Vamos a Metone?¡±. Y seguimos entre la recogida de la aceituna hacia un pueblo desierto. En el extremo de la playa luminosa hay una muralla fuerte y oscura que nos sorprende y buscamos el castillo al que pertenece. Est¨¢ abierto, pero nos avisan que cierra a las tres. Nos sonre¨ªmos, hay tiempo de sobra. Sin embargo las dos horas quedan cortas; al menos, habr¨ªa que volver al ponerse el sol y al amanecer. Pocas construcciones con tal fuerza. En la parte sur del castillo hay una puerta del mar que se abre al peque?o islote fortificado de Bourtzi, con una torre octogonal de dos pisos con parapetos rematada en una c¨²pula que sirvi¨® como prisi¨®n a partir del a?o 1500. Para alcanzarla hay que sortear las olas, que chocan contra el camino estrecho de piedra de acceso y hacen de la torre una nave encabritada por el mar. Hay quien dice que la fortificaci¨®n, erigida por los venecianos, corresponde al fondo del cuadro de Vittore Carpaccio Joven caballero en un paisaje, hoy en el Museo Thyssen.
Dos joyas para el final
?Qu¨¦ dif¨ªcil hablar de Olimpia en unas pocas l¨ªneas! Tras conducir unos 120 kil¨®metros hacia el norte, visitar el impresionante yacimiento arqueol¨®gico donde tuvieron lugar los primeros Juegos Ol¨ªmpicos en 776 a.C permite adem¨¢s disfrutar de un pueblo del interior muy agradable y popular escondido entre curvas y cipreses. El ¨¢rea del valle del r¨ªo Alfeo es espectacular. All¨ª est¨¢ el Templo de Zeus, el gimnasio y la palestra de los atletas, el estadio con capacidad para 45.000 personas, la villa de Ner¨®n, el altar de Hera ¡ªdonde actualmente se enciende la llama ol¨ªmpica que inaugura los Juegos¡ª, etc¨¦tera. El paseo entre verdes, flores y ruinas necesita varias horas y permite imaginar y reconstruir c¨®mo fue la competici¨®n celebrada cada cuatro a?os hasta 393 d. C. En el museo hay objetos ¨²nicos. Los moldes y piezas del taller de Fidias, la colecci¨®n m¨¢s grande del mundo de escudos y una de las estatuas m¨¢s perfectas del arte, Hermes con el ni?o Dioniso de Prax¨ªteles. Alrededor de sus gemelos di varias vueltas, no me cre¨ªa haberlo encontrado. Al atardecer, caminamos hasta el jard¨ªn bot¨¢nico y el Museo de Historia de los Juegos Ol¨ªmpicos de la Antig¨¹edad entre los ciclamores y las adelfas, paseo bello y sereno, al igual que el del yacimiento ya cerrado. Nos acercamos a ver la puesta de sol en la carretera detr¨¢s del estadio. Los robles y las encinas podr¨ªan ser los mismos de las primeras olimpiadas.
Visitar el templo de Poseid¨®n en el cabo Sounion antes de terminar el viaje hace m¨¢s dif¨ªcil la marcha. Ubicado a unos 70 kil¨®metros al sur de Atenas, las puestas de sol suspendidas sobre el mar y la antig¨¹edad son espectaculares. Pasamos all¨ª la ¨²ltima noche. No encontramos hotel y nos alojamos en un peque?o apartamento con la cocina en un armario y una terraza al mar en una costa salpicada de bloques semiderruidos o a medio construir. El due?o nos deja fruta y chocolate y nos recuerda que ya ha puesto el ¨¢rbol de Navidad y que lo encendamos por la noche. El pueblo m¨¢s cercano es Lavrio. Compramos varios hojaldres salados muy perfumados y encontramos un pub. Suena un DVD con el concierto para viol¨ªn de Brahms interpretado por Hilary Hahn y brindamos al aire con las copas de vino. Un cliente juega a los dardos y grita que cambien la m¨²sica. Suena U2 y ya vamos por la segunda copa. ¡°?Has encendido el ¨¢rbol?¡±, le pregunto a mi pareja camino del coche, mientras busco los adjetivos exactos para describir el olor que desprende la bolsa de los hojaldres.
Patricia Almarcegui es autora de ¡®Los mitos del viaje¡¯ (F¨®rcola Ediciones).
Gu¨ªa
- Micenas: odysseus.culture.gr
- Olimpia: olympia-greece.org
- Oficina de turismo de Grecia: visitgreece.gr
- Iberia (iberia.com) y Air Europa (aireuropa.com) operan vuelos directos a Atenas desde Madrid y Ryanair (ryanair.com) y Aegean (aegeanair.com), desde Barcelona. Desde 67 euros, ida y vuelta.
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