Saman¨¢, un capricho caribe?o
Menos tur¨ªstica que Punta Cana y B¨¢varo, esta pen¨ªnsula de la Rep¨²blica Dominicana despliega una naturaleza desbordante de playas v¨ªrgenes, manglares y cayos
Cuando el para¨ªso abre de par en par sus puertas, pronto deja de ser un para¨ªso. Saman¨¢ es un ed¨¦n cuyas puertas permanecen entornadas. Un mundo aparte, todav¨ªa. Una pen¨ªnsula oblonga en el extremo oriental de la Rep¨²blica Dominicana. Ap¨¦ndice que cobija un microcosmos desbordante de cocoteros y plantaciones, playas v¨ªrgenes, manglares, cayos e islotes donde ni el eco de legendarios piratas, ni el t¨ªmido abordaje de turistas alteran la rutina de pescadores y tenderos que abren sus colmados a las urgencias del d¨ªa a d¨ªa. Un lugar rec¨®ndito, en fin, donde el invierno se pasa en ba?ador.
Este reducto mantiene en buena medida su pureza gracias a su propia carcasa geogr¨¢fica: la cordillera oriental de la isla y el escudo de playas y resorts de Punta Cana y B¨¢varo sirven de esponja para contener a los invasores anillados con pulsera de todo incluido. Llegar a Saman¨¢ tiene un algo de aventura. Hay que cruzar extensos arrozales anegados por el r¨ªo Yuna, aldeas que son apenas una ristra de tabancos al borde de la carretera, m¨¢s algunos boh¨ªos (chozas) con su magro conuco (huerto) y sus gallinas. Autobuses amarillos, de colegio americano, van recolectando por la cuneta a los haitianos que han conseguido trabajo en alg¨²n hotel o batey (finca) de esta, para ellos, Tierra Prometida. Enormes carteles publicitarios avivan su esperanza: ¡°Jehov¨¢ provee¡±, ¡°Cristo viene ya¡±, ¡°Toqu¨¦ y Jes¨²s me abri¨® la puerta¡±¡
Gu¨ªa
- Los viajeros no necesitan proporcionar una prueba PCR negativa a su llegada a la Rep¨²blica Dominicana. El Ministerio de Turismo ofrece de manera gratuita un plan de asistencia al viajero hasta el 31 de marzo. El seguro cubre todo tipo de emergencias m¨¦dicas, incluidas las causadas por un posible contagio de covid (mitur.gob.do; godominicanrepublic.com/es/prensa/coronavirus/)
- Oficina de turismo de la Rep¨²blica Dominicana: godominicanrepublic.com
El primer pueblo, en la puerta de entrada a la pen¨ªnsula de Saman¨¢, se llama S¨¢nchez. Es el apellido de uno de los tres ¡°padres de la patria¡± que proclamaron la definitiva independencia del pa¨ªs en 1844. Hay quien dice que el pueblo lo fund¨® un compinche del famoso bucanero Roberto Cofres¨ª, pero seguro que ya antes hab¨ªa algunos pac¨ªficos pescadores. Porque el pueblo ¡ªsi puede llamarse as¨ª a una poblaci¨®n de unos 26.000 habitantes¡ª vive sobre todo de la pesca. Es m¨¢s, se proclama orgulloso como la capital del camar¨®n, por sus gambas c¨¦lebres en todo el pa¨ªs, y lleva a?os celebrando un Festival del Marisco Ripiao que encuentra eco en los tabloides isle?os. Puede uno ver y hablar con los pescadores que arriban con su bot¨ªn o remiendan las redes acechados por pel¨ªcanos golosos subidos a los postes del malec¨®n. L¨¢stima que esta estampa buc¨®lica se vea afeada por la marea de suciedad que parece incrustada en el paisaje, un problema que por desgracia afecta a otros lugares de Saman¨¢.
Llegar a Santa B¨¢rbara de Saman¨¢, o simplemente Saman¨¢, como llaman para abreviar a la capital de la provincia y pen¨ªnsula hom¨®nimas, supone todo un shock. La ciudad ¡ªesta s¨ª, 50.000 vecinos¡ª se asoma a una inmensa bah¨ªa, recostada en colinas de verdor exuberante, con casitas de colores alineadas a lo largo del paseo mar¨ªtimo. Caribe risue?o, en estado puro.
Aunque no lo parezca en absoluto, es una ciudad vieja. La fund¨® en 1756 el gobernador espa?ol de la isla para prevenir la incursi¨®n de colonos franceses y, como dato curioso, se trajo a familias canarias para poblarla. El enclave, sin embargo, no deb¨ªa de traer buenos recuerdos a los espa?oles: fue este uno de los pocos lugares donde los primeros descubridores fueron recibidos de manera hostil por los indios; por ello bautizaron a la bah¨ªa como Golfo de las Flechas.
Al pasear hoy por las calles, uno tropieza solo con sonrisas y una mayor¨ªa casi absoluta de gente de piel negra: Saman¨¢ es un melting pot, que incluye a descendientes de esclavos de espa?oles, cat¨®licos ellos; descendientes de esclavos de franceses, que conservan su propio patois (dialecto) saman¨¦s; un tercer grupo variopinto son los llamados cocolos, o sea, cimarrones y libertos de las Antillas; y un cuarto grupo con una historia muy especial, los negros provenientes de EE?UU. Y es que en 1824 Jean-Pierre Boyer, gobernador de la isla (que entonces se llamaba toda ella Hait¨ª), envi¨® al ciudadano Granville a Am¨¦rica para que trajese a descendientes de africanos que quisieran acogerse a los beneficios que aqu¨ª se les otorgar¨ªan. Wilfredo Benjamin Kelly, actual gerente de una agencia local de excursiones marinas, presume de antepasados que formaron parte de aquellos ¡°padres peregrinos¡± procedentes de Filadelfia. Asegura que el grupo se mantuvo unido por su credo protestante y que todav¨ªa hoy muchas familias conservan una treintena larga de apellidos norteamericanos (Benjamin, Shephard, King, Anderson, Green¡).
Por el Malec¨®n
En 1901, misioneros wesleyanos trajeron a esa comunidad, desde Inglaterra, una iglesia de madera que montaron aqu¨ª tabla a tabla. Es la Churcha (del ingl¨¦s church, iglesia), el edificio m¨¢s antiguo de Santa B¨¢rbara de Saman¨¢. Preside, junto a otro templo cat¨®lico, encalado y m¨¢s moderno, el llamado Malec¨®n, o avenida de la Marina. Cerca de la iglesia, en un peque?o parque, una estatua recuerda a Teodoro Chass¨¦riau; este personaje naci¨® en el cercano pueblo de El Lim¨®n, fue disc¨ªpulo de Ingres y un pintor prol¨ªfico del Romanticismo franc¨¦s, cuya obra se exhibe en el Louvre y en el Museo de Orsay de Par¨ªs. Se habla de hacerle aqu¨ª un museo o algo parecido, pero lo cierto es que se lo llevaron a la capital francesa cuando contaba poco m¨¢s de un a?ito.
El Malec¨®n es ideal para tomar el pulso a Saman¨¢. El llamado Village es un invento reciente con casitas de colores chillones, muy caribe?os. En las terrazas o bancos del paseo se disputan insaciables partidas de domin¨®, frente a los ¡°puentes escondidos¡± que enlazan un par de islotes con tierra firme. En realidad se trata de un puente peatonal largu¨ªsimo levantado por el presidente Balaguer en 1975, siguiendo unos planos hist¨®ricos del cu?ado de Napole¨®n, el general Leclerc, quien proyectaba de hecho un fuerte militar.
En los bares y restaurantes en torno al Malec¨®n se le echa coco o salsa de coco a casi todo, especialmente al pescado. Sitios afamados para probar la cocina local son Tierra y Mar, la Taberna Mediterr¨¢nea o el restaurante Chino (pese a su nombre). Hay una cuesta siempre llena de coches aparcados en la cuneta: es gente que viene incluso de lejos a comprar en D¡¯Vieja Pan. La vieja era Albertina de Pe?a, fallecida en 2018 como rese?aron algunos medios locales, descendiente de aquellos negros americanos y heredera de recetas como el Johnny Cake (un pan plano de harina de ma¨ªz) o los panes de coco, de yaut¨ªa, de batata o de yuca. El negocio lo llevan ahora sus hijos y nietos, primeros en afirmar que comprar en D¡¯Vieja es como adquirir la miga misma de Saman¨¢.
Pero lo m¨¢s excitante del lugar es, sin duda, la bah¨ªa. Inmensa, luminosa, jalonada de playas y cayos a cuyas ensenadas llegaron las razias y fechor¨ªas de Cofres¨ª, tal vez tambi¨¦n sus a¨²n ocultos tesoros. El pirata ten¨ªa su guarida en la vecina Puerto Rico, donde fue ejecutado en 1825 junto con 11 compinches. Otro rebelde sin causa fue el capit¨¢n Joseph Bannister, quien desert¨® de la Armada inglesa en 1684 con un barco de 40 ca?ones y 100 hombres, y ejerci¨® de corsario desde Cayo Levantado (as¨ª llamado en honor a su levantamiento contra la corona).
Este islote se encuentra a unas dos millas de la costa y es hoy la playa familiar de Santa B¨¢rbara, con un par de hoteles y chiringuitos tan apreciados como Ballena Blanca, donde apurar pescado o camarones al coco, lamb¨ª (caracol) guisado, una parrillada o una cazuela de mariscos, contemplando la playa con la chispa que siempre da una mamajuana (ponche de ron t¨ªpico). Por cierto, a Bannister acabaron ech¨¢ndole el guante, lo ahorcaron y descuartizaron. Tambi¨¦n da nombre a The Bannister Hotel, en Puerto Bah¨ªa, a unos seis kil¨®metros de la ciudad y uno de los mejores complejos tur¨ªsticos de toda la pen¨ªnsula, con un magn¨ªfico puerto deportivo e impagables puestas de sol.
La excursi¨®n estrella
Desde los muelles de Saman¨¢ se organizan excursiones en barco o catamar¨¢n para observar ballenas en el Santuario de Mam¨ªferos Marinos que se extiende a pocas millas de la costa sur. Las ballenas jorobadas vienen a aparearse de enero a marzo, pero en cualquier momento del a?o se puede avistar delfines juguetones. M¨¢s dif¨ªcil es ver alg¨²n manat¨ª, esa especie de vacas marinas que los primerizos y calenturientos exploradores de estos mares confundieron con sirenas. En el arranque del Malec¨®n existe un discreto Museo de las Ballenas, para mejorar nota.
Pero la excursi¨®n estrella y obligada es al parque nacional de los Haitises. Una geograf¨ªa anfibia que recuerda un poco a la bah¨ªa de Halong, en Vietnam: un sopicaldo de cayos y mogotes, con penachos atestados de vegetaci¨®n, aves marinas y rapaces, y sombr¨ªos laberintos de manglares cerrando el paso de ca?os y brazos de mar. El t¨¦rmino Haitises viene, al parecer, de la palabra arahuaca ayit¨ª, ¡°tierra de monta?as¡±. A los arahuacos que Col¨®n y sus colegas descubrieron por estas tierras los llamaron ta¨ªnos. Los ta¨ªnos dejaron en algunas de las formidables cuevas, labradas por el agua y la erosi¨®n, una serie de pinturas rupestres y petroglifos que los turistas buscan ahora con avidez en este parque de 1.600 kil¨®metros cuadrados de extensi¨®n.
Solo se visitan cuatro de las muchas cavernas con pinturas o restos arqueol¨®gicos. Son pinturas muy simples, no tan antiguas, desde luego, como las europeas: estas figuras ta¨ªnas pueden tener entre 500 y 1.000 a?os a lo sumo. Las trazaban usando grasa de ballena o manat¨ª mezclada con ceniza o polvo de mangle rojo o de achiote. En algunas cuevas aprovecharon los salientes de la roca para tallar m¨¢scaras que, al igual que las pinturas, funden rasgos humanos con los de p¨¢jaros como el b¨²ho. Los ta¨ªnos aportaron al castellano palabras como hamaca, canoa, barbacoa, tal vez tambi¨¦n tabaco.
Cat¨¢logo de playas y chiringuitos
La otra ciudad importante de la pen¨ªnsula de Saman¨¢ es Las Terrenas. Eso ahora. En tiempos del dictador Rafael Trujillo (1930-1961) era un poblacho de pescadores; sus pistas de acceso, de tierra batida, se asfaltaron en la d¨¦cada de 1980, y no lleg¨® la electricidad hasta 1994. Nadie lo dir¨ªa hoy, a la vista del ajetreo y las ¨ªnfulas de ciudad alegre y confiada. Aqu¨ª no hay turistas, los for¨¢neos se transforman en vecinos en cuesti¨®n de minutos. A sus dos calles vertebrales se asoman bancos, colegios, guarder¨ªas, peque?os hoteles y bistr¨®s, alguna tienda con pretensiones de boutique¡ Y sobre todo colmados que sacan a las aceras carnes y pescados sangrantes, o una cornucopia de hortalizas y frutas tropicales, cuya simple enumeraci¨®n suena a verso de Neruda: mangos, guayabas, aj¨ªes, ?ames, auyamas, chinolas, chirimoyas, n¨ªsperos¡ El que todav¨ªa se llama Pueblo de los Pescadores es el antiguo n¨²cleo que dio origen a la poblaci¨®n, convertido en un rosario de chiringuitos y terrazas a pie de playa. Algunos de estos locales gozan de especial prestigio entre propios y extra?os, como El Mosquito, El Cayuco (regentado por un espa?ol), La Yuca Caliente, Chez Sandro¡ La fachada marina de Las Terrenas abarca m¨¢s de 20 kil¨®metros y engarza algunas de las mejores playas de Saman¨¢, como la playa y bah¨ªa de Cos¨®n, playa Bonita (donde se puede practicar surf), Las Ballenas¡ Las mejores son las m¨¢s alejadas por el este, cerca ya del pueblo de El Valle y del parque natural de Cabo Cabr¨®n.
Una excursi¨®n obligada, desde Las Terrenas o cualquier otro punto de Saman¨¢, es al Salto El Lim¨®n, catalogado como monumento natural. Para acceder a ¨¦l es preciso equiparse en alguno de los 13 ranchos o paradas que proveen de caballo, casco protector y gu¨ªa para acometer las subidas y bajadas por cuestas un tanto peligrosas. Pero vale la pena. La cascada principal se precipita sobre una poza donde es posible ba?arse y recuperarse del susto del camino. Dos cascadas m¨¢s chicas se encuentran por encima y por debajo del salto principal, en un decorado vegetal enmara?ado y vaporoso, de cuento de hadas. Algunas de las paradas ofrecen paquetes que rematan la excursi¨®n con un almuerzo casero.
Otra cascada similar se encuentra en la ruta de Saman¨¢ a El Valle. Es la cascada Lulu, que potencia su tir¨®n con una tirolina. Es esa una zona m¨¢s rural, en la cual se prodigan los llamados ecolodges, como el Dominican Tree House Village o el Chalet Tropical. Desde el embarcadero de El Valle se tarda apenas un cuarto de hora en barca para alcanzar playa del Ermita?o, para algunos la mejor de toda Saman¨¢.
En la punta oriental de la pen¨ªnsula, en el cabo de Saman¨¢, Las Galeras es otra antigua aldea de pescadores que se est¨¢ convirtiendo en un emporio tur¨ªstico y cosmopolita. Muchos for¨¢neos eligen esta zona para instalarse sin billete de vuelta. Desde aqu¨ª, bastan unos minutos en barca para llegar hasta la playa Rinc¨®n: m¨¢s de tres kil¨®metros de arenales v¨ªrgenes con un r¨ªo al fondo, Ca?o Fr¨ªo, donde refrescarse. Quienes llegan hasta la bah¨ªa Rinc¨®n traen anotados como santo y se?a lugares de refrigerio como El Monte Azul, El Pescador, El Cabito, La Bodeguita¡ Nombres y lugares discretos, no un secreto a voces. Para que las puertas sigan entornadas y el para¨ªso nunca deje de serlo.
Cr¨®nica de un ¨¦xito anunciado
La mayor parte de los turistas que viajan a la Rep¨²blica Dominicana se recluyen en los lujosos resorts todo incluido que orlan el litoral sur de la isla, al este de la capital, Santo Domingo. Nombres como La Romana, Punta Cana o B¨¢varo ocupan un lugar preferente en los folletos tur¨ªsticos y en los sue?os de los buscadores de sol y playa entre palmeras paradisiacas.
La Romana es el n¨²cleo m¨¢s pr¨®ximo a Santo Domingo. Albergaba el mayor ingenio azucarero del mundo, de eso viv¨ªa, pero en 1970 decidi¨® abrirse al turismo creando un campo de golf. Cuatro a?os m¨¢s tarde se constru¨ªa Casa de Campo, un resort que a finales de los ochenta cambi¨® de manos y adquiri¨® un sello elitista y seductor a cargo del dise?ador dominicano ?scar de la Renta. En los noventa llegaron los primeros cruceros internacionales, y una d¨¦cada despu¨¦s se consolid¨® como uno de los destinos so?ados de la isla.
A una hora escasa en coche al este de La Romana, Punta Cana era pura selva en 1970. El abogado neoyorquino Ted Kheel se asoci¨® con el dominicano Frank Rainieri, que entonces ten¨ªa apenas 24 a?os, y con fervor visionario adquirieron unos terrenos que enseguida bautizaron como Punta Cana. Al a?o siguiente abr¨ªan su primer hotel, Punta Cana Club, de solo 20 habitaciones, pero con una peque?a pista de aterrizaje. Esta se convertir¨ªa en 1986 en aeropuerto internacional, con la llegada de un primer vuelo procedente de Puerto Rico con 21 pasajeros. Hoy llegan a ese aeropuerto m¨¢s de cuatro millones de turistas al a?o. A finales de los noventa, Rainieri consigui¨® asociar a ?scar de la Renta y Julio Iglesias en el Grupo Puntacana, que no ha dejado de crecer (aunque ahora ya sin el dise?ador ni el cantante).
Al norte, B¨¢varo era en un principio un territorio semisalvaje en el cual se alojaba a los empleados de Punta Cana. Pero pronto playa B¨¢varo comenz¨® a ser colonizada por grandes cadenas hoteleras, entre ellas las espa?olas Riu, Meli¨¢, Barcel¨®, Iberostar, etc¨¦tera, que han convertido este enclave, junto a Punta Cana y La Romana, en un tr¨ªo de ases ganador para el turismo de la Rep¨²blica Dominicana.
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