Lucerna, entre puentes de madera
Sus ic¨®nicas pasarelas, como Kapellbr¨¹cke, del siglo XIV, brillan en un paseo por la ciudad suiza que tambi¨¦n visita el centro cultural KKL y la casa museo de Richard Wagner
Lucerna es tan suiza, tan suiza, que tiene un reloj que anuncia las horas un minuto antes que el resto. Se trata del reloj de la Zytturm (1), una de las nueve torres de la antigua muralla, del siglo XV, y su sonido acompa?a al viajero igual que su iconograf¨ªa: dos gigantes salvajes que sostienen la esfera y la bandera de la ciudad, que hoy tiene unos 80.000 habitantes. Atravesada por el r¨ªo Reuss, Lucerna cuenta con una se?a de identidad que le otorga reputaci¨®n y ventaja, el lago de los Cuatro Cantones (2), que se abre al paisaje ofreciendo unas vistas privilegiadas de los montes Pilatus (2.120 metros) y Rigi (1.798 metros), a los que no les falta verde. Tanta riqueza natural da la raz¨®n a los suizos de otros cantones que a¨²n la llaman ¡°la ba?era de Suiza¡±, por la lluvia que absorbe, detalle que en absoluto impide que sea la ciudad m¨¢s tur¨ªstica del pa¨ªs y que en sus puentes de madera cubiertos casi siempre sea hora punta.
10.00. El le¨®n dormido
Una ruta por las torres de la antigua muralla permite hacerse una composici¨®n de lugar. La altura resulta ideal para comprobar que todo queda cerca y que estos puentes ser¨¢n ornamentos necesarios. El camino conduce al famoso L?wendenkmal (Monumento al Le¨®n) (3), escultura que el dan¨¦s Bertel Thorvaldsen realiz¨® entre 1819 y 1821 y que muestra la figura de un le¨®n que parece dormido. Sus grandes dimensiones impresionan tanto como su actitud. Y tiene su historia: sirvi¨® de homenaje a los 760 miembros de la guardia suiza que fallecieron durante la Revoluci¨®n Francesa. La escultura ya emocion¨® a los trotamundos que modelaban el concepto ¡°viaje¡± en el siglo XIX. Incluso Mark Twain pas¨® por aqu¨ª dos veces: en 1878, con intenci¨®n de recabar informaci¨®n para su sat¨ªrico libro de viajes por Europa A Tramp Abroad (Un vagabundo en el extranjero), y en 1897, con su familia. Fascinado, describi¨® esta obra como ¡°el trozo de piedra m¨¢s triste, conmovedor y contundente del mundo¡±. No es que el animal est¨¦ triste, es que est¨¢ moribundo.
12.00. Fachadas pedag¨®gicas
En el centro hist¨®rico llaman la atenci¨®n las fachadas pintadas de sus plazas tem¨¢ticas (y con fuente, obvio). Son t¨ªpicas del final de la Reforma, cuando sirvieron de herramienta pedag¨®gica, y hablan de tradiciones, batallas, gremios. En una esquina de Hirschenplatz (la plaza del Ciervo) (4) destaca la fachada de lo que fue la joyer¨ªa Bossard y el mural con la imagen de Goethe, que se aloj¨® aqu¨ª en 1779. Hay m¨¢s fachadas en la plaza del Weinmarkt (mercado del vino) (5), donde se halla la ?M¨¹llersche Apotheke, una farmacia de 1530 reconvertida en tienda de ropa cuyo fresco muestra motivos medicinales y un aviso para principiantes: ¡°Ninguna medicina puede evitar el amor¡±. Tambi¨¦n est¨¢ la de la Haus zur Sonne, que, acorde con su nombre, se basa en la escena b¨ªblica de las bodas de Can¨¢.
En la Kornmarkt (plaza del mercado del cereal) (6) se encuentra el ayuntamiento renacentista (1602-1606) y, en frente, otra fachada llamativa: la del restaurante Pfistern, que a estas horas ya viene a cuento. Uno de sus platos estrella es el cordon bleu, pero no uno cualquiera: pesa 450 gramos, est¨¢ impecablemente rebozado y se sirve con una cantidad indecente de patatas fritas sazonadas con pimienta. Para quien sea capaz de terminarlo solo se nos ocurre que, antes de seguir, vuelva a caminar lo recorrido hasta ahora.
15.00. Lo m¨¢s fotografiado
Es el momento de entregarse a la postal de Lucerna, el ?Kapellbr¨¹cke (7), el puente de la capilla, un s¨ªmbolo medieval fotografiado y transitado sin descanso que desemboca en la Wasserturm, una torre octogonal que data de 1300. Estamos en un puente de madera cubierto, lleno de pinturas y de encanto, que se atraviesa con la convicci¨®n de que se volver¨¢ mil veces. Por la noche, iluminado, gana. Igual de impactante es el Spreuer?br¨¹cke (8), el puente de los molinos (1408), m¨¢s t¨¦trico en sus pinturas: una colecci¨®n de calaveras que recuerdan la fugacidad de la vida, el tiempo que se va. Quiz¨¢s por eso recibe la misma cantidad de gente que la famosa relojer¨ªa Bucherer (9), en Schwanenplatz, en la ciudad desde el a?o 1888.
16.00. Un referente contempor¨¢neo
El KKL (10), centro cultural y de congresos, es la referencia de la Lucerna contempor¨¢nea, un edificio de Jean Nouvel de 1999 que responde a las exigencias de un espacio visualmente denso y delicado. Integrado en el esp¨ªritu del lago donde se ubica, sus tres principales elementos (dos salas de conciertos y otra de conferencias) parten hacia el agua, de la que lo separa un jard¨ªn acu¨¢tico, todo bajo un gran techo de 1.200 metros cuadrados.
17.00. El para¨ªso de Wagner
Conviene ahora visitar la Sammlung Rosengart (11), colecci¨®n (en su d¨ªa privada) que inici¨® Siegfried Rosengart y que hoy (ya fundaci¨®n) dirige su hija Angela. Un museo para cansarse de ver obras de Picasso y Paul Klee, adem¨¢s de cuadros de Modigliani, Braque, Chagall, C¨¦zanne, Pissarro¡ Una celebraci¨®n del amor al arte.
Y, por supuesto, la casa museo de Richard Wagner (12), en la villa de ?Tribschen, donde habit¨® el compositor entre 1866 y 1872, y que defini¨® como ¡°para¨ªso¡±. Aqu¨ª termin¨® su ¨®pera Los maestros cantores de N¨²remberg, la Marcha del emperador o El ocaso de los dioses. La visita vale la pena por la belleza arquitect¨®nica, la ubicaci¨®n y las vistas, el caf¨¦ al aire libre y por piezas hist¨®ricas como el piano que le regal¨® Pierre ?rard o el lienzo Richard Wagner in seinem Heim, de Wilhelm Beckmann, en el que se reconoce a Cosima Wagner, Richard Wagner, Franz Liszt y Hans von Wolzogen. El 25 de agosto de 1870 Wagner y Cosima se casaron en la iglesia de San Mateo, donde tambi¨¦n ser¨ªa bautizado su hijo Siegfried, nacido en Tribschen. Para festejarlo, Wagner compuso el Idilio de Sigfrido, inmejorable banda sonora para el camino de vuelta.
19.00. Una cena con mucha historia
Ya que estamos en una ciudad hist¨®rica, el final del d¨ªa requiere algo de tradici¨®n. Para ello, nada como el entusiasta Wilden Mann (13), un restaurante (y hotel) con m¨¢s de 500 a?os de historia. No solo porque bordan el plato cl¨¢sico de Lucerna, las Luzerner Ch¨¹gelipastete (volovanes rellenos de carne o verdura), sino porque su logotipo (Wilden Mann, hombre salvaje) es id¨¦ntico a aquellos dos gigantes del reloj en el que empezamos la ruta. Y si algo requiere un art¨ªculo sobre Lucerna es circularidad.
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