Qu¨¦date, fantasma
En los primeros momentos del duelo, no queremos volver a la vida normal. La idea misma del consuelo suena a deserci¨®n
Los muertos se aparecen, es un hecho comprobado. Cuando la p¨¦rdida es reciente, una y otra vez vienen a buscarnos. Al volver a casa, detr¨¢s de la puerta, sentimos n¨ªtidas su presencia y su espera. Cuando bajamos la guardia, escuchamos sus pasos y sus ruidos menudos por los cuartos. Reaparecen de golpe en una nota escrita con su letra, tararean dentro de nuestra cabeza sus canciones, incluso dicen sus frases favoritas por nuestra boca. En la calle, a lo lejos, creemos verlos entre la gente: su nuca, su corte de pelo, su manera de andar. Los recuperamos un instante por sorpresa, se nos desboca el coraz¨®n y despu¨¦s volvemos a perderlos. El impulso de contarles las buenas o malas noticias durar¨¢ mucho tiempo, tal vez toda nuestra vida. Hablaremos con ellos a escondidas, en silencio pudoroso, para revivir un recuerdo, un detalle nimio, una broma con sentido oculto que nadie m¨¢s sabr¨ªa descifrar. En numerosos casos de amputaciones, los m¨¦dicos describen el s¨ªndrome del miembro fantasma. Ante la ausencia de una parte de nosotros, el cerebro crea sensaciones ilusorias de fr¨ªo, temblor o calambres. Las sombras tambi¨¦n duelen.
No siempre los relatos de fantasmas son historias de terror. En Sub luce maligna, una antolog¨ªa de textos de la antigua Roma sobre criaturas sobrenaturales, el profesor Gonzalo Fontana recoge la ins¨®lita historia de un esp¨ªritu bienvenido. Una mujer, desolada por la muerte de su hijo ¨²nico, recibe una noche la espectral visita del ni?o: id¨¦nticos los rizos, la mirada, la voz. ¡°Se me present¨® de repente, rompiendo la oscuridad; y no estaba p¨¢lido, sino hermoso y lozano¡±. Durante unas horas habla con ella y la abraza, se sienta a su lado hasta el alba. No es una aparici¨®n aislada: el visitante del otro mundo regresa a diario, siempre despu¨¦s del crep¨²sculo. Ella conf¨ªa el secreto a su marido, y ¨¦ste, horrorizado, paga a un mago para que encadene al fantasma a su tumba. La madre, rota de dolor, inicia un delirante pleito por da?os para exigir a los tribunales el regreso nocturno del chico. ¡°Lo ve¨ªa y de ¨¦l gozaba. Qu¨¦ alegre se me mostraba, c¨®mo me persuad¨ªa de que no creyera en su muerte. ?Y a qui¨¦n le importaba? Mago, deshaz tus conjuros. En cuanto lo liberes, volver¨¢¡±. El litigio termina con un conmovedor alegato por el derecho al fantasmal consuelo. En su inolvidable La hora violeta, Sergio del Molino relata las bromas de su hijo, poco antes de morir, al ver unos patos en el r¨ªo. ¡°Nos re¨ªmos, nos besamos y volvimos a casa. Pablo ya no volvi¨® a salir de ella nunca m¨¢s. Por eso, cada vez que veo un pato, yo tambi¨¦n le cuento que lo he visto, y c¨®mo era el pato, y si iba solo o en grupo. Deliro y hablo con mi hijo por los rincones de mi casa y por las calles de mi ciudad¡±. Ciertas personas ¡ªcomo algunos libros¡ª son presencias invisibles con el poder de acompa?arnos siempre: recordar es, en cierto modo, dejarse visitar por fantasmas.
En los primeros momentos del duelo, no deseamos escapar de la memoria, no queremos volver a la vida normal. La idea misma del consuelo suena a deserci¨®n, a falsedad, a desprop¨®sito. Durante las horas vac¨ªas, invitamos al espectro, le rogamos que nos obsesione y embruje nuestra casa. As¨ª lo cuenta Emily Bront?, con torrencial romanticismo, en Cumbres borrascosas. Los protagonistas se enamoran, se traicionan y se aniquilan el uno al otro con desamparada crueldad. Parecen empe?ados en destruir toda posibilidad de final feliz, pero cada vez se necesitan m¨¢s. Cuando Catherine est¨¢ a punto de morir, Heathcliff le suplica que lo persiga: ¡°Hay esp¨ªritus que andan errantes por el mundo. Qu¨¦date siempre conmigo, toma cualquier forma, vu¨¦lveme loco. Pero no me dejes solo¡±. Emily escribi¨® la novela mientras cuidaba a su hermano, enfermo de tuberculosis, durante largas vigilias ag¨®nicas. En su libro, las apariciones expresan un deseo que reconocemos bien: la permanencia del ser amado. Ella, la recluida hija de un pastor anglicano, pensaba que la fantas¨ªa es un distrito de lo cotidiano. Los fantasmas existen ¡ªaunque no sean reales¡ª porque los necesitamos. No sabemos vivir sin los muertos.
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