Lo que ocurre en nuestro cerebro al leer una novela
Meterse, como acostumbramos en verano, en una obra de ficci¨®n causa placer, empat¨ªa¡ y la experiencia neuronal de ¡®hacer¡¯ lo que estamos leyendo
La realidad del descanso de verano, y el hecho de que hemos sido inundados por literatura f¨¢ctica, lo invitan a uno a querer zambullirse en la ficci¨®n de novelas y ¡°descubrir mediterr¨¢neos¡±, como dec¨ªa Unamuno ¡ªa¨²n m¨¢s ahora, en la pandemia, que nos tiene capturados en la crudeza de su realidad¡ª. Entre mis chapuzones recientes, est¨¢n los de haber le¨ªdo los seis relatos macabros de P. D. James No duermas m¨¢s, salpicados con ¡°el dulce aroma de sangre¡± de la tinta de su autora, y los Testimonios, de Victoria Ocampo ¡ªel de Cocteau en Nueva York captura la magia de la transposici¨®n de la primera persona, de manera que yo mismo ¡°sent¨ª el v¨¦rtigo que invariablemente nos da el pasado cuando lo miramos desde la torre creciente de los a?os. Tom¨¦ el tel¨¦fono y llam¨¦ al St. Regis donde se alojaba Cocteau. Nos citamos para tomar el t¨¦, all¨ª, esa misma tarde. Llegu¨¦. Sub¨ª a su departamento. ?Qu¨¦ fuera de lugar me pareci¨® aquel franc¨¦s, precioso objeto de lujo de la Rue de la Paix, en ese ambiente! Nos miramos. Nos abrazamos (?pensar¨ªamos en lo mismo?) como despu¨¦s de un naufragio¡±¡ª.
?Por qu¨¦ leemos novelas? ?C¨®mo entender el apego que nos causan?
Constantemente estamos aprendiendo a leer, la comprensi¨®n y el goce por la lectura son un proceso de aprendizaje de por vida. En su art¨ªculo ¡®Libros que me han influido¡¯, publicado en The British Weekly en 1887, Robert Louis Stevenson, autor de La isla del tesoro, dice que los libros m¨¢s decisivos y de influencia m¨¢s duradera son las novelas, porque ¡°no imponen al lector un dogma que m¨¢s tarde resulte ser inexacto, ni le ense?an lecci¨®n alguna que luego se deba desaprender. Repiten, reestructuran, esclarecen las lecciones de la vida; nos desvinculan de nosotros mismos oblig¨¢ndonos a familiarizarnos con nuestro pr¨®jimo; y muestran la trama de la experiencia, no como aparece ante nuestros ojos, sino singularmente transformada, toda vez que nuestro ego monstruoso y voraz ha sido moment¨¢neamente suprimido¡±.
Adem¨¢s de ser fuente de placer, la ficci¨®n permite al lector simular y aprender de la experiencia ficticia. Seg¨²n Keith Oatley, profesor de Psicolog¨ªa de la Universidad de Toronto, y especialista en la psicolog¨ªa de la ficci¨®n, uno de los usos de la simulaci¨®n es que, para adiestrarse en c¨®mo pilotar un avi¨®n, resulta ¨²til pasar un tiempo en un simulador de vuelo. No obstante, la pr¨¢ctica en un avi¨®n real es esencial, la mayor parte del tiempo en el aire no ocurre gran cosa. Desde el entorno seguro de un simulador, es posible enfrentar una amplia gama de experiencias y ensayar c¨®mo responder ante situaciones cr¨ªticas ¡ªy las habilidades aprendidas se transfieren al pilotar un avi¨®n¡ª. De la misma manera, al involucrarnos en las simulaciones de la ficci¨®n, lo aprendido se transfiere a nuestras interacciones cotidianas.
Su investigaci¨®n confirma lo dicho por Stevenson: al compartir indirectamente las sutilezas y tribulaciones de la historia, y al hacer inferencias sobre el desarrollo de la trama, el lector expande su empat¨ªa. Es decir, alineamos nuestras emociones y pensamientos con los de los personajes. Con im¨¢genes de FMRI (siglas en ingl¨¦s de resonancia magn¨¦tica funcional) se ha comprobado que cuando uno lee frases que describen una acci¨®n, como, ¡°subiendo las escaleras¡±, la lectura conduce a la simulaci¨®n del contenido motor y emocional en el cerebro, y se acompa?a de cambios en las regiones cerebrales que provocan la acci¨®n, como si el lector estuviese efectu¨¢ndola.
Nuestro inconsciente es un lector infatigable que continuamente est¨¢ aprendiendo¡ªquien lee, interpreta desde su inconsciente¡ª. Lo que est¨¢ en juego es que, a lo escrito, le damos otra lectura diferente de la que la obra originalmente significaba. Entendida as¨ª, es una forma de interpretar ¡ªes una lectura de las diferencias que habitan el lenguaje¡ª. En su ensayo Los romances familiares, Freud especula que cada uno es a la vez autor y h¨¦roe de una ¡°novela familiar¡±, de la que se podr¨ªa decir que somos el ¨²nico lector. Esta obra privada, en la que nos contamos historias que derivan de fantas¨ªas inconscientes, constituye una condici¨®n necesaria para la vida en sociedad.
?C¨®mo deber¨ªa leerse un libro? ?Cu¨¢l es la forma correcta de hacerlo? Son tantos y tan variados. ¡°Para leer bien un libro, hay que leerlo como si uno lo estuviera escribiendo. Empieza por no sentarte en el estrado con los jueces, permanece de pie en el banquillo, con el acusado. S¨¦ su compa?ero de trabajo, convi¨¦rtete en su c¨®mplice¡±, recomienda Virginia Woolf en una conferencia impartida en 1926 ante las alumnas de un colegio en Kent. ¡°Uno puede pensar lo que quiera acerca de la lectura, pero nadie va a imponer leyes al respecto. Aqu¨ª, en esta habitaci¨®n, entre libros, m¨¢s que en ning¨²n otro sitio, respiramos un aire de libertad. Aqu¨ª, simples y doctos, el hombre y la mujer son iguales. Porque, no obstante, la lectura parece cosa simple ¡ªuna mera cuesti¨®n de conocer el alfabeto¡ª, de hecho, es tan compleja, que es dudoso que alguien sepa lo que realmente es¡±.
David Dorenbaum es psiquiatra y psicoanalista.
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