Poco dura la alegr¨ªa en casa del pobre
La historia de un enigm¨¢tico D¨ªa de Reyes Magos
![EPS 2359 EXTRA NAVIDAD RELATOS](https://imagenes.elpais.com/resizer/v2/WRHT7QEZIJFM5F3BGEWPZEQ4WA.jpg?auth=e01aab5da9412ac7774cb4ae341aae7139b223424c63d3cb15ded4aeb6cc3227&width=414)
¡ª?Qui¨¦n tiene una hermana?¡ªpregunt¨® el hombre mientras bajaba del coche.
Ninguno de los ni?os dijo nada. Uno de ellos se esforz¨® en retener la pelota, que rodaba solitaria por la plaza; el resto se quedaron quietos, cegados por las luces excesivas del veh¨ªculo. Al final uno de ellos se adelant¨®.
¡ªYo. Yo la tengo.
El hombre hizo un gesto para que se acercase y ¨¦l obedeci¨®, desoyendo cualquier buen consejo materno que pudiese recordar. El hombre introdujo su mano en el asiento trasero y sac¨® un mu?eco enorme con un cable colgando, anudado en una de sus piernas de fieltro. Mientras lo hac¨ªa, otro de sus amigos dijo que tambi¨¦n ten¨ªa hermana, pero era demasiado tarde: iba a ser para ¨¦l. A¨²n tuvo que acercarse un poco m¨¢s para recoger el juguete, y nada m¨¢s dejarlo entre sus brazos el hombre sac¨® un puro y lo prendi¨® con impaciencia. Parec¨ªa enfadado, era terror¨ªfico en su esmoquin blanco. El ni?o no estaba acostumbrado a ver a hombres como aquel, aunque no habr¨ªa sabido explicar en qu¨¦ era diferente al resto de personas del barrio. S¨ª que sab¨ªa reconocer que aquel coche era un buen coche y que hab¨ªa hecho algo valiente, algo que, al menos durante un par de semanas, lo diferenciar¨ªa de sus compa?eros. No se fij¨® demasiado en el mu?eco cuando lo cogi¨®, sino en el hombre y su veh¨ªculo. Dentro hab¨ªa una mujer, en el asiento del copiloto. Tambi¨¦n fumaba, echaba la ceniza por la ventanilla, ten¨ªa los ojos rojos y la boca apretada, hab¨ªa estado llorando. Evit¨® la mirada del ni?o, que no pod¨ªa quitar los ojos de su abrigo de pa?o y la marca que su pintalabios dejaba en el cigarro.
La Muntanya
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Esta montaña representa, según relata su autor, Ignasi Monreal (Barcelona, 1990), unas fiestas aconfesionales, la voluntad de superación que surge con el cambio de año y la esperanza alimentada por el propósito de conquistar un ideal inalcanzable.
¡ªEa, vete ya ¡ªdijo el hombre, y le dio un golpecito en la cabeza que intentaba ser una caricia. ?l obedeci¨® corriendo, sin pararse a darle las gracias.
¡ª?C¨®mo eran ellos? ¡ªquiso saber la madre en cuanto lleg¨® a casa¡ª. ?J¨®venes? ?C¨®mo era el coche? ?De d¨®nde ven¨ªan?
No recordar¨ªa hasta el d¨ªa siguiente que ten¨ªa que echarle la bronca, afearle haber aceptado el regalo de un desconocido. La hermana menor jugaba con el mu?eco, una especie de arlequ¨ªn o duende de fieltro de unos 50 cent¨ªmetros, con el pelo crespo y un farol que se iluminaba si lo enchufabas a la corriente. El padre apenas le prest¨® atenci¨®n. Recog¨ªa los envoltorios del D¨ªa de Reyes sin entusiasmo, y se fue pronto a la cama.
¡ªNo lo s¨¦. Mayor. Pero no como t¨².
La madre le forz¨® a recordar, y juntos convinieron que se trataba de una pareja joven, quiz¨¢s novios, que el coche era rojo y caro y grande, que no hab¨ªa nadie m¨¢s dentro, que la mujer fumaba cigarros finos y el hombre un puro. Ella llevaba un abrigo de pa?o y el pelo recogido en lo alto de la cabeza, como en las revistas, y el coche ven¨ªa de las afueras de la ciudad, no del centro, porque para pasar por la cancha s¨®lo pod¨ªa proceder de la carretera de los campos.
Pr¨¦stame po Na vida
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El título de la ilustración es un juego de palabras con una expresión asturiana, “préstame pola vida”, que quiere decir que algo te encanta. El autor, Juan Díaz-Faes (Oviedo, 1982), refleja las cosas que le “prestan” en esas fechas, intentando hacerlo con la gráfica de los típicos jerséis navideños.
Cuando los ni?os se acostaron, se qued¨® mirando el mu?eco: no habr¨ªa sabido definir su valor, pero lo imaginaba alto. No se parec¨ªa a nada que una pudiese encontrar en Galer¨ªas Preciados o en una tienda cualquiera, y esa falta de comparaci¨®n lo dotaba de un aura excepcional, como si de verdad fuese un regalo tra¨ªdo de Oriente. Ni siquiera parec¨ªa prestarse al juego: el duende ten¨ªa un gesto maligno y se doblaba poco, era m¨¢s bien una l¨¢mpara decorativa. Como el ni?o se llamaba Jos¨¦ Manuel, lo llamaron Manolito.
Pas¨® la noche en vela pensando en ¨¦l: ?por qu¨¦ una pareja como la que su hijo hab¨ªa descrito podr¨ªa querer deshacerse del mu?eco? Si bien era el D¨ªa de Reyes, no parec¨ªa que el motivo fuese la caridad: la mujer hab¨ªa estado llorando, el hombre deseoso de librarse de ¨¦l. Aunque no hab¨ªa estado ah¨ª, casi pod¨ªa verla, rabiosa dentro del coche, sosteniendo el cigarrillo con unos guantes de ante y mordi¨¦ndose con fuerza el labio sin pensar en c¨®mo se le quedar¨ªa el carm¨ªn despu¨¦s. La imaginaba como una versi¨®n m¨¢s morena de Brigitte Bardot, y a ¨¦l como un Sancho Gracia achaparrado, m¨¢s bajo que ella. Al d¨ªa siguiente traslad¨® la duda a su hijo durante la sobremesa, y ¨¦l enseguida entr¨® al trapo: ?por qu¨¦ esa gente quiso regalar a Manolito? ?Tal vez hab¨ªan discutido? Muchas familias peleaban en d¨ªas de fiesta, el ni?o lo sab¨ªa bien. ?Quiz¨¢ hab¨ªan roto? ?A la mujer no le hab¨ªa gustado el regalo?
Durante la primera semana, la hermana menor se empe?aba en jugar con Manolito, pero luego preferir¨ªa hacerlo con una Nancy, mucho m¨¢s pr¨¢ctica para ese fin. ?A lo mejor era para otra ni?a, y a esa ni?a le hab¨ªa pasado algo? Esa hip¨®tesis no les gustaba. Un mes m¨¢s tarde, la hermana peinaba a veces la cabellera crespa de Manolito, casi lo ¨²nico que se pod¨ªa hacer con ¨¦l. Tras ver una noche Historias para no dormir en la tele, a la madre y al ni?o, que hab¨ªa crecido demasiado deprisa, se les ocurri¨® que pod¨ªa ser que dentro de Manolito hubiese algo escondido. ?No pasar¨ªa poco despu¨¦s un coche de polic¨ªa, o algo as¨ª?, le pregunt¨® la madre. Pero no. No hab¨ªa pasado nadie. ?Qui¨¦n iba en coche por el barrio en una noche de Reyes, a las ocho de la tarde y con un fr¨ªo aterrador?
Aun as¨ª, la madre y el ni?o descosieron a Manolito y buscaron entre el plum¨®n de relleno alg¨²n compartimento secreto, sin ¨¦xito. Despu¨¦s de coserlo, la madre lo meti¨® en la lavadora, porque de pronto el juguete se le antojaba algo mal¨¦volo, sucio. A la hermana no le import¨®: para marzo Manolito siempre estaba consignado en uno de los estantes, su cable colgando sin ning¨²n enchufe para acogerlo, hu¨¦rfano. Sali¨® despintado de la lavadora, y cu¨¢ntas tardes pas¨® la madre dibuj¨¢ndole de nuevo la cara, buscando un sustituto para su cuello de arlequ¨ªn. El padre nunca participaba en sus disquisiciones: sal¨ªa tarde de trabajar, y luego volv¨ªa del bar de la esquina de madrugada, cuando los ni?os ya estaban acostados. Su mujer le esperaba bocarriba en la cama, los ojos abiertos clavados en el techo o en alguna novela rom¨¢ntica. Quiz¨¢ a ¨¦l s¨ª que le gustaba de verdad Manolito: les manten¨ªa a todos entretenidos, el nuevo hombre de la casa.
¡ª?Y por qu¨¦ esos se?ores nos dar¨ªan a Manolito? ¡ª?preguntaba el ni?o casi cada tarde, cuando su hermana, su madre y ¨¦l se quedaban sin conversaci¨®n.
Para aquel entonces a la madre se le hab¨ªa ocurrido otra hip¨®tesis, que nunca les dijo a sus hijos: un aborto, por eso la mujer lloraba. En su lugar segu¨ªan fantaseando sobre la ruptura de la pareja, o d¨®nde habr¨ªan comprado a Manolito. La hermana ya jugaba con ellos, tambi¨¦n estaba creciendo demasiado r¨¢pido. Si hablaban de eso antes de dormir, la mujer se quedaba despierta por la noche, mientras esperaba a que llegase su marido. ?Quiz¨¢s esa mujer tan parecida a Brigitte Bardot no hab¨ªa aguantado m¨¢s que su novio fuese un infiel, un cr¨¢pula, un bebedor, y ella s¨ª hab¨ªa sabido plantarse a tiempo? ?O tal vez estaba tan acostumbrada a los regalos y a los lujos que era capaz de desecharlos por una tonter¨ªa? Para verano, Manolito hab¨ªa dejado de ser un mu?eco para convertirse en una forma de iniciar conversaci¨®n. Ni siquiera encend¨ªan nunca su farolillo. A veces intentaban que el padre entrase en su juego, pero nunca lo consegu¨ªan.
¡ªQu¨¦ m¨¢s da por qu¨¦ nos lo dieran ¡ª?sentenciaba¡ª. Lo que importa es que es nuestro.
Si se deten¨ªa en alg¨²n detalle, era en lo resuelto que fue el ni?o, adelant¨¢ndose a los dem¨¢s: apuntaba maneras, ser¨ªa un gran hombre. Y entonces lleg¨® la siguiente Navidad. La hermana segu¨ªa creyendo en los Reyes Magos, pero el ni?o quer¨ªa acompa?ar a la madre en las compras. Les pill¨® el toro. Tuvieron que ir el mismo 4 de enero al Galer¨ªas Preciado del centro para conseguir una Nancy. El padre no hab¨ªa querido acompa?arlos y el ni?o se portaba mal. Estaba demasiado excitado, todav¨ªa era peque?o, no se estaba quieto en el autob¨²s, quer¨ªa pararse en cada anaquel de juguetes. Moqueaba y gritaba demasiado.
Mi yayo Pepe
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La Navidad le recuerda a la ilustradora Sandra Navarro (Valencia, 1984), alias Lalalimola, a su abuelo, una persona que no hablaba mucho. Iba al bar a ver a los demás jugar a las cartas y recorría el largo pasillo de la casa de arriba abajo a hurtadillas en busca de frutos secos que guardaba en el batín de su casa. A él le encantaban estos días de fiesta, de ahí este homenaje gráfico.
¡ª?Mam¨¢, mam¨¢, mira! ¡ªdijo en la cola para pagar. Ella corri¨® a censurarle, ?es que no ten¨ªa educaci¨®n?¡ª ?Creo que esa es la mujer que me dio el Manolito!
La madre la busc¨® con la mirada, siguiendo el dedo de su hijo.
¡ª?Est¨¢s seguro?
¡ªNo¡, bueno, s¨ª.
No se parec¨ªa a Brigitte Bardot, pero era igual de elegante, en su abrigo de pieles y con unos guantes de gamuza. Llevaba un ni?o de la mano, as¨ª que la hip¨®tesis de que le hab¨ªa pasado algo quedaba descartada. Estaba unos puestos por delante en la cola, as¨ª que pudo observarla con tranquilidad. Por aquel entonces ya hab¨ªa pasado demasiadas noches pensando en ella, en c¨®mo ten¨ªa que ser su vida, viajes, colonias, encuentros. El ni?o que la acompa?aba era bueno. Apenas se mov¨ªa y no dec¨ªa nada, a diferencia del suyo. Cuando por fin pagaron, cogi¨® a su hijo de la mano y desaparecieron. Era medio rubio, mucho m¨¢s guapo que Jos¨¦ Manuel, que le tiroteaba del brazo con nerviosismo. Al final tuvo que golpearle, algo que nunca hac¨ªa, y el ni?o solloz¨® hasta que pagaron la Nancy de su hermana. Pero la tristeza le dur¨® poco, segu¨ªa revolvi¨¦ndose como un criminal mientras iban a por el autob¨²s. Ella ni siquiera le ri?¨®. Pensaba en ellos, rodeados de bolsas de regalos, a punto de coger un taxi para ir a una casa caliente y acolchada, con infinitos paquetes que poner bajo el ¨¢rbol de Navidad.
¡ªOye, ya s¨¦ lo que est¨¢s pensando ¡ªdijo su hijo con seriedad.
Ella se volvi¨® hacia ¨¦l, ?pod¨ªa ser cierto? ?Estaba pensando lo mismo?
¡ª?En serio? ?Qu¨¦ pasa?
¡ªA lo mejor a su hijo no le gust¨® Manolito, y por eso nos lo regalaron ¡ªdijo, con una sonrisa irregular e inocente cruz¨¢ndole la cara. Segu¨ªa siendo un ni?o, pese a todo.
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