La palabra elecciones
Si la elecci¨®n sigue siendo despreciar las elecciones, habr¨¢ que crear maneras de que vuelvan a convocar el entusiasmo
Elecciones: en estos d¨ªas calientes la palabra suena sin parar. Y se mezcla con vacaciones, con ella choca, con ella rima, con ella comparte aquel rasgo que apuntamos tiempo atr¨¢s: las dos son, de por s¨ª, plurales. Nadie se va de vacaci¨®n; ning¨²n Estado convoca elecci¨®n.
Y tambi¨¦n otro, m¨¢s definitorio: las vacaciones nos hacen soportar el largo tiempo del trabajo; las elecciones, el largo tiempo del poder. Az¨²cares, las dos, o sacarinas, para los tragos m¨¢s amargos.
Ya llegan: llevamos semanas pensando...
Elecciones: en estos d¨ªas calientes la palabra suena sin parar. Y se mezcla con vacaciones, con ella choca, con ella rima, con ella comparte aquel rasgo que apuntamos tiempo atr¨¢s: las dos son, de por s¨ª, plurales. Nadie se va de vacaci¨®n; ning¨²n Estado convoca elecci¨®n.
Y tambi¨¦n otro, m¨¢s definitorio: las vacaciones nos hacen soportar el largo tiempo del trabajo; las elecciones, el largo tiempo del poder. Az¨²cares, las dos, o sacarinas, para los tragos m¨¢s amargos.
Ya llegan: llevamos semanas pensando en elecciones ¡ªsobre todo los chinos, pero de eso no hablemos. La palabra elecci¨®n y su verbo, elegir, tienen origen raro: se forman con ex ¡ªdesde, sacar¡ª y legere ¡ªleer¡ª: algo as¨ª como lo que se puede extraer de una lectura, lo que se decide tras estudiar alg¨²n asunto. Elegir es decidir cu¨¢l de varias opciones se prefiere. El problema, claro, son esas opciones. Se puede elegir entre ostras y jabugo, pero no suele ser el caso; m¨¢s a menudo es Guatemala o Guatepeor. Elegir, tantas veces, es ilusi¨®n evanescente.
Y de ah¨ª las elecciones. Es curioso recordar que, durante muchos siglos, la ¨²nica instituci¨®n occidental que las practicaba era la Iglesia de Roma: en ella, sus jerarcas se reun¨ªan para escoger, por supuesta votaci¨®n, a su gran jefe ¡ªaunque, para no ofender a las autoridades, dec¨ªan que no lo hab¨ªan hecho ellos, sino un tal Esp¨ªritu Santo, m¨¢s parecido, en sus caprichos, a cualquier rey de entonces. De ah¨ª la costumbre pas¨® a las peque?as ciudades medievales, que s¨ª eleg¨ªan sus administradores, y termin¨® de instalarse en las naciones con las revoluciones burguesas de Estados Unidos y Francia, fines del siglo XVIII. Su forma b¨¢sica viene de esos d¨ªas: poco a poco, con mucha lucha, se fueron imponiendo en m¨¢s lugares y se fueron ampliando. Al principio solo pod¨ªan ejercerla los varones con plata; despu¨¦s fueron todos los varones; por fin incluso las mujeres ¡ª?esos seres que tantas veces no tuvieron elecci¨®n.
Y de ah¨ª al mundo: casi todos los pa¨ªses, ahora, las tienen de alg¨²n modo. Las elecciones quedan cuqui, lavan muy bien las caras. Incluso all¨ª donde est¨¢n perfectamente ama?adas por los poderes instalados se dice que las hay. Y donde no lo est¨¢n tambi¨¦n, de alguna forma, lo est¨¢n.
La palabra elecci¨®n es alentadora: supone que cada quien realmente est¨¢ eligiendo. La cantidad de factores que condicionan esas elecciones es extraordinaria: la escasez de opciones, la fuerza de convicci¨®n de los grandes medios, el poder econ¨®mico de los posibles elegidos, la desidia y la desesperanza de los posibles electores. Pero mantenemos el mito de elegir, de que elegimos.
Las elecciones fueron una meta y ahora, para muchos, suenan m¨¢s bien a tr¨¢mite. Son, en todo caso, una de las t¨¦cnicas de gobierno m¨¢s antiguas todav¨ªa en vigor ¡ªaunque vigor sea, quiz¨¢, otra palabra exagerada. Una t¨¦cnica que se justificaba hace siglo y medio, cuando los habitantes de cada provincia no pod¨ªan manifestar lo que opinaban sobre cada cuesti¨®n de la naci¨®n y, entonces, nombraban a representantes ¡ªdiputados, digamos¡ª para que lo hicieran en su nombre en la asamblea de la capital. Ahora, cuando todos podr¨ªan decidir los temas importantes a trav¨¦s del m¨®vil, ya no quedan excusas t¨¦cnicas para delegar esas facultades.
Pero se siguen delegando en esos se?ores tan amables y tan poco amados que llamamos pol¨ªticos. Quiz¨¢ por eso el ganador de casi todos los comicios, ¨²ltimamente, es un grupo que nadie conduce y nadie reivindica: el de las personas que no quieren elegir en estos t¨¦rminos, que se niegan a las elecciones.
Lo hacen sin alharaca pero con denuedo. En las ¨²ltimas generales espa?olas, por ejemplo, los que eligieron no votar fueron 12,5 millones; la segunda opci¨®n fue el PSOE con 6,7. En las ¨²ltimas de Estados Unidos los del No ganaron f¨¢cil: 99 millones contra 81 del segundo, el se?or Biden. En Chile, en esas elecciones decisivas de 2021, los que No fueron 6,8 millones; despu¨¦s vino el se?or Boric con 4,6. En Colombia, igualmente decisivas en 2022, No votaron 16,4 millones y el se?or Petro fue segundo con 11. Y as¨ª.
Ahora y aqu¨ª se vienen, como tantas otras veces, ¡°elecciones¡±, y ser¨¢n m¨¢s los que preferir¨¢n no elegir nada. Si la elecci¨®n sigue siendo despreciar las elecciones, habr¨¢ que crear maneras de que vuelvan a convocar el entusiasmo: que devuelvan a los ciudadanos la sensaci¨®n de que lo son ¡ªy que las elecciones son para elegir, no para resignarse. Si no, ese t¨®tem que llamamos democracia seguir¨¢ hundi¨¦ndose en el barro ¡ªy con ¨¦l tantas m¨¢s libertades, nuestras vidas.