La palabra nevera
Pocas cosas alteraron tanto la forma en que comemos, en que pensamos la comida, en que manejamos la naturaleza
S¨ª, lo confieso: suelo decir nevera. Y es rid¨ªculo y me r¨ªo de m¨ª y me duelo de m¨ª: digo nevera.
La palabra nevera no corresponde a mi parte del idioma. En mi pueblo decimos heladera. Pero, por alguna raz¨®n que no sabr¨ªa explicar, la ¨²ltima vez que me instal¨¦ en Espa?a, hace m¨¢s de diez a?os, cre¨ª que deb¨ªa decir nevera y ¡ªsiempre obediente, siempre el buen alumno, siempre s¨ª se?orita¡ª me resign¨¦ y lo dije.
Tampoco me costaba tanto: la aprend¨ª, me acostumbr¨¦, sal¨ªa. Hay que considerar el contexto: nevera es, en general, una palabra que se dice en el hogar, que se dice a muy pocas personas, que no aparece casi en situaciones m¨¢s abiertas. As¨ª que, durante a?os, M. entendi¨® que cuando yo dec¨ªa nevera quer¨ªa hablar de esa m¨¢quina que tenemos en nuestra cocina, el frigo, el frigor¨ªfico. Y, amable, permisiva, nunca me corrigi¨®: claro, esta gente habla raro, debi¨® de pensar de tanto en tanto.
Palabras distintas evocan actos diferentes. La nevera produce nieve, la heladera hielo, el frigor¨ªfico fr¨ªo, el refrigerador solo produce un efecto ¡ªrefrigerar¡ª sobre los objetos comestibles o bebestibles que recibe. Pero la heladera o nevera o frigor¨ªfico ¡ªo frigo o refri o refrigerador¡ª son el mismo artefacto: uno central en estos tiempos. Durante milenios las personas tuvieron pocas formas de conservar sus alimentos. Los salaban, los secaban, los ahumaban, los enterraban, los pudr¨ªan. Si quer¨ªan mantenerlos frescos, pod¨ªan confiar en el fr¨ªo exterior ¡ªdonde y cuando hac¨ªa fr¨ªo¡ª o, los m¨¢s ricos, hacerse traer hielo desde alguna monta?a, como Augusto y Petronio. Pero, si no, com¨ªan lo que hab¨ªa, lo que acababan de conseguir, y eso era todo.
En la segunda mitad del siglo XIX varios f¨ªsicos europeos aprendieron a producir fr¨ªo evaporando ciertos l¨ªquidos para volverlos gases: la operaci¨®n necesitaba calor que extra¨ªa de su alrededor, o sea que se lo llevaba y dejaba todo m¨¢s fr¨ªo. Su primer uso comercial fue para el transporte: algunos trenes y barcos se equiparon con c¨¢maras refrigeradas y, de pronto, una vaca pudo ser comida tan lejos de sus pampas. Nada hizo tanto por convencer a la Argentina o a Australia ¡ªdigamos, por ejemplo¡ª de que pod¨ªan ser ricas y famosas como esa opci¨®n de vender carnes a los lores ingleses; nada las cambi¨® tanto.
Y la t¨¦cnica se fue difundiendo y, a principios del XX, norteamericanos lanzaron m¨¢quinas como ¨¦sas pero m¨¢s peque?as, la versi¨®n casera. Hace justo cien a?os que las neveras heladeras frigor¨ªficos refrigeradores empezaron a instalarse en las cocinas. Costaban fortunas ¡ªcomo un coche de ahora¡ª, pero eran una marca de progreso y elegancia. Despu¨¦s se abarataron y se difundieron y cambiaron para siempre la forma en que comemos. Los frigos refris nos independizaron del mercado del barrio, primero, y despu¨¦s de la naturaleza. Ya no era necesario comprar fresco lo que se quer¨ªa comer fresco porque la m¨¢quina lo conservaba fresco varios d¨ªas: el supermercado y la compra semanal son algunas de sus consecuencias. Y, sobre todo, ya no era necesario adaptarse a los ritmos naturales porque los fr¨ªos industriales permitieron consumir casi todo en casi cualquier momento. Pocas cosas alteraron tanto la forma en que comemos, en que pensamos la comida, en que imaginamos y manejamos la naturaleza. Antes nos somet¨ªamos a sus dictados; ahora creemos que podemos conseguir que haga lo que queramos ¡ªy despilfarrarla impunemente.
Lo que no podemos, parece, es encontrar una sola palabra que nombre a la culpable o el culpable. El g¨¦nero tambi¨¦n importa: mis relaciones con ese armario fr¨ªo siempre estuvieron mediadas por su car¨¢cter supuestamente femenino: una dulce proveedora de comida, con perd¨®n. Quiz¨¢ por eso la segu¨ª llamando nevera en lugar de pasar al frigor¨ªfico, tan macho. Que, adem¨¢s, en mi pueblo es una f¨¢brica donde descuartizan y guardan y venden animales muertos: c¨®mo creer que uno puede tener en su casa semejante c¨¢mara de torturas.
Podr¨ªa seguir un rato largo, pero no quiero pecar por exceso de argentino. Me pregunto si los pampeanos pensamos en el hielo ¡ªcuando decimos heladera¡ª, los caribe?os en la nieve ¡ªcuando decimos nevera¡ª, los andaluces en el fr¨ªo ¡ªcuando decimos frigo¡ª, los mexicanos en refrigerar cuando lo dicen. Y me pregunto si nos influye llamar distinto al mismo objeto: en qu¨¦ medida nos preguntamos qu¨¦ decimos cuando lo decimos. O, dicho de otro modo: ?qu¨¦ cuernos es hablar?
?Sacar palabras de ese armario fr¨ªo?
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