La palabra verde
Ser verde es pararse por encima de las divisiones y dedicarse a lo que importa: salvar el mundo de nosotros mismos
Si dijera que este texto est¨¢ verde deber¨ªa guard¨¢rmelo y trabajarlo m¨¢s. Pero si dijera que este texto es verde, quiz¨¢ podr¨ªa colarlo como se cuela todo ¨²ltimamente: so pretexto de protecci¨®n del medio ambiente. O, si acaso, alg¨²n viejo supondr¨ªa que es er¨®tico: viejos verdes, cuentos verdes, todo verdor perecer¨¢. As¨ª que podr¨ªa darle luz verde, y ver de publicarlo. O no: la duda siempre me ha puesto verde.
La palabra verde dice tanto y tiene ¡ªdicen¡ª un origen confuso: los m¨¢s oportunistas suponen que viene del lat¨ªn viridis, ¡°joven, vigoroso¡±. De all¨ª vienen tambi¨¦n verga, virgo y verdugo: de cada tronco muchas ramas. En todo caso, verde se relacion¨® desde siempre con la idea de una planta en su mejor momento, prosperando con fuerza. Verde era, por eso, el color de la esperanza: aquello que va a ser, una cosa que crece. Pero tambi¨¦n el color de la envidia, porque la bilis que genera esa emoci¨®n injustamente desde?ada ti?e de verde, dec¨ªan, la piel del que la siente.
Durante siglos el verde no tuvo un gran lugar en nuestra cultureta. La primera gran invasi¨®n occidental y cristiana ¡ªfallida, cruzada¡ª se lanz¨® contra el verde, que era, entonces, el color del islam porque Mahoma lo hab¨ªa usado a menudo. Tal vez por eso ¡ªentre otras cosas¡ª los reinos de estas partes prefirieron el blanco, color de la pureza y la totalidad, uno que solo los m¨¢s ricos pod¨ªan usar porque se ensuciaba demasiado. Y quiz¨¢ por eso las revoluciones que los limpiaron se aferraron al rojo, el color de la sangre que debieron derramar para fregarlos.
Hubo intentos de reunir blancos y rojos: la bandera francesa, el primer estandarte nacional burgu¨¦s, los junt¨® con el azul del pueblo llano. El rojo sigui¨® adelante. Fue, quiz¨¢s, el color del siglo XX: los pa¨ªses m¨¢s potentes de esos a?os ¡ªInglaterra, Estados Unidos, URSS, China¡ª lo tuvieron; los movimientos m¨¢s despiadados ¡ªnazismo, comunismo¡ª tambi¨¦n. Y ahora algunos lo siguen teniendo, pero si esta ¨¦poca tiene un color ser¨ªa sin duda el verde.
De dos maneras muy distintas. Est¨¢n, por un lado ¡ª?menores, decisivos¡ª, los sem¨¢foros. Nadie sabe bien por qu¨¦ ni qui¨¦n decidi¨® que, en esos aparatos que regulan nuestras vidas, el verde fuera el color del permiso y el rojo el de la prohibici¨®n. Cuando era chico imaginaba alg¨²n acto de anticomunismo: no es probable. Dicen que el primer sem¨¢foro con rojos y verdes se instal¨® en Londres hacia 1868 para controlar el tr¨¢fico de coches de caballos. La luz era de gas y, al cabo de un mes, le estall¨® en la cara a un polic¨ªa y todo fracas¨®. Reci¨¦n 50 a?os m¨¢s tarde, en distintas ciudades norteamericanas, ya llenas de electricidad y coches de motor, la idea volvi¨® a intentarse ¡ªy se instal¨®: verde era puedes, rojo no. Desde entonces, la idea de que el verde es una luz amistosa, que te deja hacer lo que quer¨ªas, se extendi¨® sin parar. Darle luz verde a algo es, lo sabemos, darle paso, consentir que suceda: casi nada existe sin luz verde. Ver verde es, en verdad, sentirse bienvenido, verdecido.
Pero ahora los grandes paladines de la palabra verde son, por supuesto, los ecologistas. Era l¨®gico que, desde el principio, eligieran el color verde para representarse: las plantas, una vez m¨¢s, el pastito esmeralda. Pero quiz¨¢ no imaginaron la difusi¨®n que eso tendr¨ªa. Los pa¨ªses se anegaron de partidos verdes, industrias verdes, iniciativas verdes; no hay pol¨ªtico que no ofrezca verdores y verdura, no hay empresa que no se jacte de su verdigracia, ser verde es ser bueno bueno bueno. Ser verde es pararse por encima de las divisiones ¡ªesas tonter¨ªas de los pol¨ªticos¡ª y dedicarse a lo que realmente importa: salvar el mundo de nosotros mismos. Salvar el planeta, dicen, como si el planeta estuviera en peligro ¡ªcuando lo que puede estarlo, si acaso, es nuestra posibilidad de vivir en ¨¦l, de usarlo. Pero ser verde queda bien, permite mostrarse interesado por el bien com¨²n sin descuidar ni una brizna del propio. Por eso, ser verde es, a menudo, ser superior ¡ªcreerse superior: mirar a los dem¨¢s como si desde arriba. Tanto que aqu¨ª en Espa?a, por ejemplo, dos partidos nuevos ¡ªuno franquista y uno levemente peronista¡ª coincidieron en adoptar el verde para sus banderolas.
Vivimos, est¨¢ claro, una ¨¦poca verde; ya madurar¨¢. Y, entonces, ?de qu¨¦ color quedar¨¢ el mundo?
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