Octogenarios
No: no hay reglas. No se sabe cu¨¢ndo decir hasta aqu¨ª hemos llegado; a veces ni siquiera el propio interesado lo sabe
?Cu¨¢ndo parar? ?Cu¨¢ndo decir basta, se acab¨®? ?Deben los escritores o los m¨²sicos jubilarse a cierta edad, como si fueran inspectores de Hacienda? ?O deben seguir trabajando y publicando o componiendo hasta que el cuerpo aguante? ?No corren as¨ª el riesgo de hacer el rid¨ªculo o incluso de arruinar retrospectivamente su propia carrera? ?A¨²n pueden hacerse cosas valiosas a una edad en que, se dir¨ªa, ya nadie espera nada de nadie? ?Cu¨¢ndo despedir...
?Cu¨¢ndo parar? ?Cu¨¢ndo decir basta, se acab¨®? ?Deben los escritores o los m¨²sicos jubilarse a cierta edad, como si fueran inspectores de Hacienda? ?O deben seguir trabajando y publicando o componiendo hasta que el cuerpo aguante? ?No corren as¨ª el riesgo de hacer el rid¨ªculo o incluso de arruinar retrospectivamente su propia carrera? ?A¨²n pueden hacerse cosas valiosas a una edad en que, se dir¨ªa, ya nadie espera nada de nadie? ?Cu¨¢ndo despedirse?
No hay respuesta a esas preguntas; no, al menos, una respuesta clara, universal, taxativa. Sabemos que unas artes toleran mejor que otras la precocidad: Mozart era un ni?o cuando empez¨® a componer maravillas, y los Beatles se separaron con menos de treinta a?os, despu¨¦s de haber transformado la m¨²sica y el mundo; la novela, en cambio, es un arte de madurez: en ella no s¨®lo es imposible un caso como el de Mozart; tampoco conozco otro como el de Vargas Llosa, que el a?o de Conversaci¨®n en la catedral, cuando contaba 33, hab¨ªa escrito cuatro obras maestras (aunque hubiera dejado entonces de escribir, ya ser¨ªa uno de los dos o tres mayores novelistas de nuestra lengua). La vejez no est¨¢ re?ida con la novela; cuando dio a la imprenta la segunda parte del Quijote, Cervantes ten¨ªa 68 a?os, que es como hoy tener 88. Es la edad que cumplir¨¢ el a?o que viene Vargas Llosa, quien acaba de anunciar su retirada del articulismo y publicado la que ser¨¢ su ¨²ltima novela: Le dedico mi silencio. Yo la he le¨ªdo con incredulidad, como si el viejo novelista se hubiera transmutado en un cham¨¢n capaz de convocar, en este libro postrero, el esp¨ªritu del joven escritor que fue: es f¨ªsicamente imposible que est¨¦ a la altura de sus novelas supremas, porque para escribir Conversaci¨®n en la catedral hace falta ser un superatleta ol¨ªmpico en plena forma ¡ªuna mezcla inveros¨ªmil de Carl Lewis, Abebe Bikila y Lasha Talakhadze, recordman mundial de halterofilia¡ª; pero, si la hubiera escrito cualquier otro, ser¨ªa la novela del a?o. Sea como sea, se trata de un inesperado, melanc¨®lico, conmovedor y a ratos desopilante homenaje a la m¨²sica criolla, donde Vargas Llosa es el de siempre y, a la vez, otro Vargas Llosa. He ah¨ª una marca inequ¨ªvoca del genio: siempre es el mismo y siempre es distinto. Algo semejante ocurre con otros octogenarios ilustres: los Rolling Stones (bueno, Mick Jagger y Keith Richards; Ron Wood es algo m¨¢s joven). La banda acaba de entregar su ¨²ltimo disco, Hackney Diamonds, y hay quien opina que, a su edad, los Rolling deber¨ªan llevar d¨¦cadas jubilados, o que deber¨ªan dedicarse a componer cosas m¨¢s sosegadas: jazz o, qu¨¦ s¨¦ yo, bossa nova; a m¨ª, en cambio, lo que me maravilla, lo que casi me parece un milagro es que, en la superficie, su m¨²sica siga sonando como la de hace 50 a?os y, en el fondo, sea tan diferente. Hagan la prueba: escuchen Sweet Sounds of Heaven (o, mejor, vean en YouTube el duelo vocal encarnizado que se marcan en directo Jagger y Lady Gaga): Virgen Sant¨ªsima del Perpetuo Socorro, ?sus Sat¨¢nicas Majestades ponderando los dulces sonidos que bajan del cielo, en una especie de g¨®spel que, como escribi¨® Neil McCormick en The Telegraph, es tan reflexivo como You Can¡¯t Always Get What You Want, tan profundo como Wild Horses, tan vibrante como Simpathy for the Devil! ?Es todo esto normal? Por supuesto que no: Vargas Llosa y los Rolling fueron excepcionales desde el principio y parecen decididos a serlo hasta el fin. Lo normal hubiera sido m¨¢s bien lo contrario: que, a sus ochenta y tantos a?os, uno y otros llevaran ya tiempo exhaustos, prisioneros de su propia leyenda, escribiendo o componiendo lo que se espera de ellos y no lo que les sale de las tripas, repiti¨¦ndose hasta la saciedad, convertidos en imitadores de s¨ª mismos e incapaces por tanto de decir nada nuevo. En resumen, un desastre.
No: no hay reglas. No se sabe cu¨¢ndo decir hasta aqu¨ª hemos llegado, se acab¨®; a veces ni siquiera el propio interesado lo sabe. No hay normas: ni en el arte ni en la vida; y ah¨ª est¨¢ la gracia. No existen dos personas id¨¦nticas. Ni dos destinos id¨¦nticos. As¨ª que, como dir¨ªan los Rolling, a quien Dios se la d¨¦, san Pedro se la bendiga.