La valent¨ªa de recobrar una amistad rota por el terrorismo
El m¨¦dico y pianista Ricardo Casas y el profesor y escritor Francisco Uzcanga llevaban 40 a?os sin verse desde su ¨¦poca de estudiantes en San Sebasti¨¢n. Ahora han escrito a cuatro manos un libro en el que, con un fondo de m¨²sica de piano, hablan de la memoria, el perd¨®n y el olvido
Francisco Uzcanga preparaba sus clases en el ¨¢tico de su casa de Ulm, una ciudad alemana a orillas del Danubio. Su hijo estudiaba en el piso de abajo. Son¨® el timbre. Eran unos operarios con monos grises de trabajo que ven¨ªan a revisar la caldera. Uzcanga no recordaba haberles dado una cita y desconfi¨® durante unos segundos, pero finalmente los dej¨® pasar. Mientras los operarios trabajaban en el s¨®tano, el profesor regres¨® al ¨¢tico, pero se qued¨® pensativo frente al ordenador, absorto ante las burbujas del salvapantallas: ¡°La estampa de los operarios en el umbral de mi casa se parec¨ªa demasiado a la que 40 a?os atr¨¢s hab¨ªa vivido Richard en su casa de San Sebasti¨¢n. Yo desde hac¨ªa mucho tiempo ten¨ªa en la cabeza aquella imagen, la del padre de Richard abriendo la puerta a sus asesinos ¡ªque tambi¨¦n se hab¨ªan disfrazado con monos de trabajo¡ª mientras su hijo tocaba el piano en la habitaci¨®n de al lado¡ En ese momento, de forma impulsiva, le escrib¨ª un correo electr¨®nico a Richard. Se puede decir que ah¨ª surgi¨® el libro¡±.
Escribir un libro a cuatro manos es muy dif¨ªcil, pero nada comparable al reto de recuperar una vieja amistad; no una sinton¨ªa pasajera ni un amor que pudo ser, sino una relaci¨®n verdadera de hace 20, 30 o 40 a?os, una amistad que se quebr¨® y de la que te sientes tan en deuda que de vez en cuando te visita, y te mueves inc¨®modo en la cama, y la apartas de un manotazo, y, aunque notas que cada vez est¨¢ m¨¢s lejos, tambi¨¦n por eso eres consciente de que la deuda es m¨¢s grande, y de que se va agotando el tiempo de saldarla. El escritor h¨²ngaro S¨¢ndor M¨¢rai retrata esa sensaci¨®n en las primeras p¨¢ginas de El ¨²ltimo encuentro ¡ª¡±El general ech¨® la cabeza hacia atr¨¢s. Catorce de agosto. Dos de julio. Contaba el tiempo entre una fecha remota y aquel d¨ªa. Cuarenta y un a?os, dijo en voz alta¡± ¡ª; tambi¨¦n Antonio Mu?oz Molina, en su reciente No te ver¨¦ morir, retrata el asombro ante la memoria recuperada: ¡°Si estoy aqu¨ª y estoy vi¨¦ndote y hablando contigo, esto ha de ser un sue?o¡±. De la misma forma, Francisco Uzcanga, con aquel correo electr¨®nico escrito a Ricardo Casas, su antiguo amigo del colegio alem¨¢n de San Sebasti¨¢n, no solo quer¨ªa recuperar un rostro o una ¨¦poca, sino tambi¨¦n saldar una deuda.
El 23 de febrero de 1984, unos terroristas asesinaron en su domicilio de San Sebasti¨¢n al senador socialista Enrique Casas, el padre de Richard. ¡°Yo ya viv¨ªa en Madrid¡±, recuerda Uzcanga, ¡°le escrib¨ª a Richard una carta de condolencia. Podr¨ªa haber ido al funeral de su padre, pero no lo hice, y me qued¨¦ con ese regusto amargo. Despu¨¦s de aquello, romp¨ª el contacto con el Pa¨ªs Vasco, y tambi¨¦n me olvid¨¦ de Richard¡ Este libro es tal vez una manera de saldar una deuda¡±. Lo cierto es que Eso que llamabas para¨ªso: Una historia sobre los ecos del terrorismo, el libro firmado por Ricardo Casas Fischer y Francisco Uzcanga Meinecke, editado por Libros del K.O., es mucho m¨¢s que un ajuste de cuentas con el pasado. Se trata de un ejercicio muy valiente de audacia. Casas, m¨¦dico y pianista, ha escrito junto al profesor Uzcanga un hermoso libro sobre la amistad en el que hablan de la memoria, el olvido y tambi¨¦n del perd¨®n. ¡°Es la ant¨ªtesis de la venganza¡±, sostiene Casas, ¡°y tambi¨¦n es una manera de sobrevivir. Eso no significa que absuelvas a la otra persona de su culpa. No se puede perdonar un hecho que es en su propia naturaleza imperdonable¡±.
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