Pa¨ªses Bajos: los hijos de un pa¨ªs atrapado por el narco
Una generaci¨®n de adolescentes se mueve en el filo: entre las mafias que los reclutan para traficar y los esfuerzos de polic¨ªas, agentes sociales y algunos pol¨ªticos por mantenerlos del lado de la ley. El narco extiende su presencia mediante la violencia y un amedrentamiento general que amenaza las instituciones del pa¨ªs. Este es el retrato holand¨¦s que poco tiene que ver con la postal de las bicis y los tulipanes
Si este reportaje tuviera banda sonora, un himno que nos acompa?ara a lo largo de estas p¨¢ginas y hasta el punto final, ser¨ªa el rap de un chico de 16 a?os de uno de los barrios m¨¢s duros de ?ms?terdam, El 6. Palabras mayores cuando varios cr¨ªos de la zona se entrecruzan los pu?os en se?al de saludo e intercambian el c¨®digo territorial que han aprendido: un movimiento con los dedos para ilustrar ese n¨²mero. Orgullo de barrio. Pertenencia. Identidad. Alguno de ellos ya suma cicatrices de pu?al y todos esquivan como pueden la violencia que cada d¨ªa deja bombas y explosiones en sus calles. Bienve...
Si este reportaje tuviera banda sonora, un himno que nos acompa?ara a lo largo de estas p¨¢ginas y hasta el punto final, ser¨ªa el rap de un chico de 16 a?os de uno de los barrios m¨¢s duros de ?ms?terdam, El 6. Palabras mayores cuando varios cr¨ªos de la zona se entrecruzan los pu?os en se?al de saludo e intercambian el c¨®digo territorial que han aprendido: un movimiento con los dedos para ilustrar ese n¨²mero. Orgullo de barrio. Pertenencia. Identidad. Alguno de ellos ya suma cicatrices de pu?al y todos esquivan como pueden la violencia que cada d¨ªa deja bombas y explosiones en sus calles. Bienvenidos a Pa¨ªses Bajos.
We are living in a fucked up generation (vivimos en una generaci¨®n jodida), reza el rap de Jeninhio, conocido como C6ster, que a¨²n timbra la voz con ese desgarro de quien ya no es ni?o pero a¨²n no alcanza a ser del todo adulto. El chaval llega con sus cascos abultados, su vello incipiente sobre el labio y la mirada ladeada desde la sombra de su gorra oscura. Jeninhio es uno de los chicos en la encrucijada, miembro de una generaci¨®n de holandeses en el filo: entre la atractiva llamada de una delincuencia creciente que paga bien y los esfuerzos de colegios y organizaciones para retenerlos (o devolverlos) al lado correcto de la ley. Le acompa?a Elaijah, de 15 a?os, dos veces apu?alado. Y Leonicio, de 13. Los tres se mueven con el uniforme habitual de su edad, de su zona, de la calle: ch¨¢ndal ca¨ªdo, cadenas al cuello, capuchas puestas, el aire de quien ya ha visto demasiadas cosas en la vida y debe simular que ha visto a¨²n m¨¢s. Vienen con su gu¨ªa, su coach, James, un hombre de 29 a?os que puede hablarles en su mismo idioma porque pas¨® la adolescencia en varias c¨¢rceles antes de reconducir su vida y convertirse en trabajador social de Adamas, una organizaci¨®n empe?ada en guiar a estos chicos. Todo un personaje al que enseguida volveremos.
¡°Cuando ten¨ªa seis o siete a?os empec¨¦ con malos rollos¡±, relata Jeninhio, que construye su historia entre silencios, parones y a ratos m¨¢s interjecciones que verbos. ¡°Cuando era peque?o mi padre me pegaba, yo no estaba en mis cabales, empec¨¦ a buscarme problemas¡ Sal¨ª a la calle a ganar dinero e hice muchas cosas terribles¡±. Muchas. Cosas. Terribles.
Por una de ellas le pillaron y dio varios tumbos hasta que le presentaron a James. A Elaijah lo apu?alaron antes, a los 13, dos veces, y apenas le llegan las palabras a la boca, que esconde a la altura del cuello. Y Leonicio ha visto ya muy cerca algunas de las bombas que estallaron en febrero en ?msterdam en represalia por la muerte de un famoso rapero, Bigidagoe, en escenarios donde qued¨® escrita claramente la palabra ¡°WAR¡±. Guerra entre raperos, guerra entre mafias, guerra entre grupos rivales de delincuentes vinculados a la droga que se entrecruzan en un mapa m¨®vil del crimen organizado y que est¨¢ sembrando de bombas Pa¨ªses Bajos: 800 solo en el ¨²ltimo a?o.
James los escucha, los lleva, los trae. Est¨¢ en su vida. Cocina con ellos. Hace m¨²sica con ellos. Su objetivo: convertirse en su familia, su referente. ?l trabaja en contacto con uno de los colegios m¨¢s calientes de ?msterdam y est¨¢ especializado en los j¨®venes m¨¢s problem¨¢ticos y violentos de la ciudad. ¡°Intento meterme en sus vidas y en sus c¨ªrculos, conocer a sus padres, sus casas. Los llevo al colegio, los recojo, les gusta hablar conmigo. Y yo puedo entender sus luchas. Son buenos chicos, no est¨¢n activos. Simplemente est¨¢n traumatizados, asustados. Solo necesitan que alguien est¨¦ ah¨ª con ellos, para ellos, apoy¨¢ndolos¡±. James habla pausadamente. Su barba cerrada, su largo tatuaje en el cuello (¡°till death 1 hundred I stand¡±, hasta la muerte cien me mantengo firme), su tono seguro, su calma y su experiencia acompa?an a este credible messenger, como se llaman los trabajadores sociales de la organizaci¨®n Adamas, personas marcadas por el mismo tipo de pasado que hoy es presente en los chicos a los que intentan guiar. ¡°Yo entr¨¦ por primera vez en la c¨¢rcel a los 13 a?os y pas¨¦ siete en varias instituciones de muchos tipos¡±. ?Por tr¨¢fico de drogas? ¡°Entre otras cosas, s¨ª¡±, sonr¨ªe sin demasiada explicaci¨®n. ¡°Tambi¨¦n me pillaron por robo armado. Fue una parte loca de mi vida. Aquello ya qued¨® atr¨¢s¡±.
James es el ejemplo de los esfuerzos que cierta parte de la sociedad holandesa realiza para frenar el desastre que se ha colado en el pa¨ªs desde que la tolerancia hacia el consumo de drogas blandas que se impuso en los setenta relaj¨® un ambiente que hoy muchos reconocen como incontrolado. La posesi¨®n de peque?as cantidades es legal en Pa¨ªses Bajos, pero no la producci¨®n, ni el tr¨¢fico, que se han extendido a las drogas sint¨¦ticas, a la coca¨ªna y la hero¨ªna y que ha galopado hasta situar a este bell¨ªsimo pa¨ªs de postal, de molinos, tulipanes y bicicletas, toda una potencia econ¨®mica europea, en lo que ya muchas autoridades, desde jefes policiales a la alcaldesa de ?msterdam, el ministro de Justicia o un 59% de los ciudadanos, consideran un narcoestado o en alto riesgo de serlo. Seg¨²n Europol, la mitad de las 821 redes criminales que investiga en el continente se dedican al tr¨¢fico de drogas. Y la nacionalidad m¨¢s habitual de sus miembros es la holandesa.
Narcoestado: pararse en esta palabra provoca sarpullidos en todos los entrevistados e instituciones, porque a todos incomoda compararse con pa¨ªses latinoamericanos donde el narco campa a sus anchas, pero la realidad es tozuda: la Mocro Maffia, una red delictiva que mueve toneladas de coca¨ªna en el pa¨ªs y que ha extendido sus lazos y cr¨ªmenes a pa¨ªses como B¨¦lgica o Espa?a, es una mara?a mafiosa que no tiene una estructura piramidal, sino que reparte el riesgo entre distintos grupos a veces enfrentados entre s¨ª que corrompen instituciones y que han tenido amenazados al ex primer ministro Mark Rutte y a la Corona hasta el punto de que la princesa heredera, Amalia de Orange, de 20 a?os, se refugi¨® en 2023 en Espa?a. ¡°Tenemos grandes puertos, infraestructura financiera y log¨ªstica, aeropuertos¡ Este es el pa¨ªs m¨¢s denso en n¨®dulos de transporte, un superhub supermoderno que hace posible un inmenso tr¨¢fico de droga. Ello ha creado el terreno para el crimen organizado¡±, asegura Yarin Eski, profesor de la Vrije Universidad de ?msterdam y experto en el tema.
La Mocro Maffia est¨¢ relacionada con asesinatos y cr¨ªmenes que han zarandeado la conciencia de un pa¨ªs que se hab¨ªa relajado ante las drogas: tras la detenci¨®n de su l¨ªder, Ridouan Taghi, han muerto asesinados el hermano de un testigo protegido, su abogado y un periodista que investigaba el caso, entre otros. Antes ya hubo una cabeza decapitada colocada ante un coffee shop de ?ms?terdam, y se han encontrado c¨¢maras de tortura en contenedores, cad¨¢veres desmembrados, bombas en todo el pa¨ªs o laboratorios de droga abandonados en granjas o garajes. Y, sobre todo, las detenciones de menores recolectores en el puerto de R¨®terdam. Unos 400 al a?o, una cifra que todos reconocen es solo la punta del iceberg.
Los ni?os soldado. La gran novedad de un negocio que sol¨ªa tener toda su cadena de distribuci¨®n en manos de adultos pero que hoy, especialmente desde hace un par de a?os, utiliza a cr¨ªos desde los 12 o 13 a?os a cambio de dinero f¨¢cil. Las mafias suelen conocerlos porque est¨¢n en los barrios, son de los suyos. ¡°Primero los invitan a una casa de chicos mayores donde les ofrecen hierba gratis y videojuegos. Despu¨¦s los usan para sus cosas: recolectar, distribuir, poner bombas, apu?alar, luchar¡±, narra uno de los trabajadores sociales. ¡°Pronto, el cambio es visible: empiezan a vestir ropa de Gucci, deportivas chulas, llevan dos m¨®viles, dinero en efectivo. Ah¨ª ya sabes que los han pillado¡±, narra Geke Kersten, directora del colegio Leerpark de Arnhem.
Este particular ej¨¦rcito de ni?os soldado tiene a sus generales en la nebulosa, invisibles tras engrasar una maquinaria que se ceba en chicos de barrio como Elaijah, Leonicio, Jeninhio. Estos tres son holandeses con origen familiar de Surinam, pero nadie est¨¢ libre de una actividad delictiva en la que la integraci¨®n, en palabras del alcalde de R¨®terdam, Ahmed Aboutaleb, funciona mucho mejor que en la sociedad: ¡°Me da igual que se llame Mocro Maffia. Veo albaneses con pasaportes italianos, norteafricanos que vienen de Espa?a, turcos, brit¨¢nicos, holandeses, irlandeses¡ Es la perfecta imagen de colaboraci¨®n entre todas las mafias del mundo. La integraci¨®n en el crimen es perfecta¡±.
?l es uno de los dos alcaldes que se han destacado en Pa¨ªses Bajos por intentar poner pie en pared y frenar la captaci¨®n de chicos. Los dos nacieron en Marruecos y los dos son socialdem¨®cratas: Aboutaleb, de 62 a?os, se convirti¨® en 2009 en el primer alcalde marroqu¨ª de una gran ciudad europea, R¨®terdam; y Ahmed Marcouch, expolic¨ªa de 55 a?os y alcalde de Arnhem desde 2017, ha destacado tanto por mantener el crimen fuera de esta ciudad mediana que se le conoce como ¡°el sheriff¡±. Frente al discurso m¨¢s permisivo de la alcaldesa de ?msterdam, que apela a abrir el debate de la regulaci¨®n para contrarrestar a las mafias, Aboutaleb y Marcouch apuestan por la v¨ªa de firmeza.
Aboutaleb se ha movilizado para unir fuerzas con sus colegas de grandes ciudades portuarias como Amberes y Hamburgo, ha viajado a varios pa¨ªses latinoamericanos para intentar buscar soluciones y lidera una iniciativa para que la Uni¨®n Europea intente frenar el tr¨¢fico en los pa¨ªses de origen. Marcouch, por su parte, conoce el terreno. ¡°Cuando yo era polic¨ªa en ?msterdam, cog¨ªamos a traficantes de 23 a 25 a?os, pero hoy vemos chicos de 12 y 13 a?os traficando. Para protegerlos tenemos que batallar de forma represiva, pero tambi¨¦n invertir en educaci¨®n, en los factores socioecon¨®micos que los influyen para que acaben ah¨ª¡±, asegura. ¡°Los municipios y los pa¨ªses tenemos fronteras, pero el crimen organizado no las tiene, y cuando lo llamamos organizado es porque lo est¨¢, m¨¢s que el Gobierno en la batalla contra el crimen¡±, asegura Marcouch. Por eso ha desplegado una mir¨ªada de street coaches y trabajadores sociales en colegios y barrios para conocer palmo a palmo el vecindario, prevenir y reaccionar r¨¢pido en cuanto se ven las se?ales.
¡°Durante 15 a?os, los gobiernos de Holanda han descuidado este problema, no se le ha dado la prioridad adecuada¡±, asegura Aboutaleb en el viejo edificio del Ayuntamiento de R¨®terdam, una vibrante metr¨®poli de m¨¢s de 600.000 habitantes que orbita en torno al mayor puerto de Europa. ¡°Ahora veo que mis j¨®venes, los chicos de los barrios m¨¢s vulnerables, han sido contratados por criminales para hacer el trabajo sucio. Los llamamos los soldados de la calle. Les pagan miles de d¨®lares si logran sacar grandes vol¨²menes de droga. Por eso nos hemos movilizado¡±.
No muy lejos de su oficina, el contundente escenario del puerto. Y del crimen: un oc¨¦ano de cientos de miles de contenedores que llegan cada d¨ªa de todas partes del mundo, tra¨ªdos y llevados por m¨¢s de 3.000 compa?¨ªas que compiten en un puerto que emplea a m¨¢s de 100.000 personas. Y en el que todos pueden ser sospechosos. La enorme mancha de rect¨¢ngulos y colorines duerme en los 105 kil¨®metros cuadrados de un puerto que se extiende por el delta en el que confluyen los r¨ªos Rin y Mosa, dos de las autov¨ªas fluviales m¨¢s potentes de Europa. Una maquinaria econ¨®mica colosal. Un imperio. El retrato m¨¢s contundente de la globalizaci¨®n. Filas y filas de contenedores de todos los or¨ªgenes y contenidos alineados bajo un riguroso orden propio hasta perderse de vista en el mar del Norte. La Autoridad Portuaria concentra la informaci¨®n. Aduanas tambi¨¦n. Y los chicos no van a buscar al azar. Saben cu¨¢l deben abrir. Porque alguien se lo ha dicho.
Nos lo explica un funcionario de la Autoridad Portuaria que, por precauci¨®n, no quiere dar su nombre. Le llamaremos Mark. ¡°Tienen dos formas de aproximarse: primero se acercan suavemente para saber si puedes resultar ¨²til. Si deciden que s¨ª, te investigan, averiguan d¨®nde van tus hijos al cole, qui¨¦n es tu mujer, tus padres. Te siguen ya en su zona hasta que se acercan y te dicen: ¡®Sabemos que tus hijos juegan en este equipo, que tus padres viven en tal sitio y tu mujer es¡¡¯. Ah¨ª te pueden romper¡±, relata. ¡°En un segundo momento ya te amenazan con una pistola, te meten dinero en el bolsillo y te dicen: ¡®Vas a hacer algo por m¨ª¡¯. Y entonces puedes ir a la polic¨ªa, pero sabes que van a volver¡±. Un dato que nos cuenta el propio director de Aduanas, Peter Van Buijtenen: ¡°Antes volv¨ªamos a casa en uniforme. En metro, en tren, por cualquier parte. Ahora ya no podemos. Y decimos a nuestros funcionarios: ¡®Si sales de aqu¨ª, deja tu uniforme y c¨¢mbiate de ropa. Que nadie sepa que trabajas aqu¨ª¡±.
Mark se dedica precisamente a intentar formar a los trabajadores para que no caigan en la trampa y compartan toda informaci¨®n, una tarea tit¨¢nica ante el poder de las mafias frente a unos empleados que, en el mejor de los casos, abandonan su trabajo y buscan otro sin riesgos. ¡°Muchos se van, otros ceden, es mucho dinero y demasiada presi¨®n¡±. Van Buijtenen, que lleva 41 a?os en Aduanas, acaba de sufrir una de esas decepciones que son comunes aqu¨ª: una colega con 35 a?os en el cuerpo ha sido detenida por corrupci¨®n. Pasaba informaci¨®n.
Siempre es cuesti¨®n de informaci¨®n. Con ella, las mafias env¨ªan a los ni?os. Y los chicos han aprendido a entrar en las terminales, a colarse en los contenedores y pernoctar all¨ª varios d¨ªas hasta que logran recolectar y agrupar la droga dispersa. Lo llaman hotel-contenedor porque en su interior disponen de comida, bebidas, colchones, bater¨ªas, calentadores, absorbentes de humedad, sacos, ambientadores y hasta retretes donde los chicos pueden sobrevivir hasta terminar el trabajo.
Es un viernes fr¨ªo de junio y la polic¨ªa portuaria acelera en las aguas g¨¦lidas a bordo de su buque patrulla, el P4. Han recibido una alerta: se ha hallado una bolsa con herramientas propias de los colectores. Sus due?os la han abandonado ah¨ª y esta vez han escapado, pero estos agentes al mando recuerdan la ocasi¨®n en que rescataron a varios chicos atrapados en su hotel-contenedor sin ox¨ªgeno. ¡°Cinco o seis se hab¨ªan quedado encerrados, ?y a qui¨¦n crees que iban a llamar?, ?a quienes les hab¨ªan enviado? No. Nos llamaron a nosotros. Solo nosotros les ¨ªbamos a rescatar de morir asfixiados¡±, cuenta Hans, uno de estos agentes de la Unidad de la Polic¨ªa del Puerto. Su colega, Danny, saca un termo de caf¨¦ caliente, nos sirve y se agradece porque el fr¨ªo se cuela en los huesos. Los dos son viejos lobos de mar, han estado d¨¦cadas en la Armada holandesa, han servido en Yugoslavia, han navegado por todo el mundo y ahora trabajan en esta unidad policial.
Los esfuerzos policiales para mantener a raya el tr¨¢fico en el d¨ªa a d¨ªa de R¨®terdam son herc¨²leos, pero tambi¨¦n gotas de agua frente a una mafia que mueve aqu¨ª 200.000 millones de d¨®lares al a?o, seg¨²n el alcalde de la ciudad. Habla el inspector Jonathan Abrahamse, un experimentado detective de la polic¨ªa de esta ciudad: ¡°Cada d¨ªa tenemos un asesinato, un tiroteo, una explosi¨®n. Mi equipo lleva ahora mismo 75 asesinatos¡±. Con ayuda de los police in blue, los de uniforme, los detectives intentan desentra?ar las redes que mueven la droga en el puerto y perseguir la violencia de unos tiroteos y unas bombas que explotan cada d¨ªa por deudas, avisos, venganzas de novios celosos, raperos en disputa o intimidaci¨®n. ¡°Con las bombas env¨ªan un mensaje: ¡®Sabemos d¨®nde vives¡¯. En el escenario de la explosi¨®n es imposible investigar porque van con capuchas y m¨¢scaras¡±, asegura Abrahamse. ¡°Y ellos no hablan. Solo cuando pillamos un tel¨¦fono m¨®vil logramos avanzar¡±. Ah¨ª s¨ª hay registro de todo. Fotos de los chavales empu?ando armas, posando con sacos de droga m¨¢s grandes que ellos, v¨ªdeos. Y cierta cadena de mando. As¨ª pueden saber que los que tiran las bombas tambi¨¦n deben grabar la explosi¨®n. La polic¨ªa ha llegado a detectar casos en los que el jefe de la banda obliga a volver a tirar una bomba porque el v¨ªdeo no ten¨ªa suficiente calidad. El detective nos ense?a el croquis de chavales que ha logrado componer tras mucho esfuerzo para desarticular una banda. ¡°Este ten¨ªa ?16.000! fotos de armas en su m¨®vil¡±, se?ala. Es f¨¢cil conseguirlas. ¡°Les cuestan 500 euros y dos horas en Telegram¡±, asegura. Igual que las bombas: ¡°Les salen por seis euros, un explosivo llamado cobra que entra desde B¨¦lgica y algo de gasolina¡±.
?Alguna luz al final del t¨²nel? El detective no la ve: ¡°Llevo 10 a?os aqu¨ª y no veo la luz. Los pol¨ªticos parece que ahora empiezan a entender el problema, pero no soy optimista. Cada vez hay m¨¢s armas y los chicos son m¨¢s j¨®venes. Demasiada violencia extrema. Es un fallo social¡±.
Abrahamse ha dado en el clavo, donde duele: fallo social. El alcalde Aboutaleb asegura que entre esos chicos y los jefes mafiosos que mueven la droga hay al menos 10 eslabones en la cadena. Si ellos caen, otros los sustituir¨¢n. Porque la gran novedad entre esta generaci¨®n es que ¡°la oferta de trabajo¡±, el mensaje tentador que ilumina sus vidas y su m¨®vil, les llega de madrugada en la intimidad de sus habitaciones, mientras sus padres ¡ªsi los hay¡ª pueden estar durmiendo. ¡°?Quieres ganar 500 euros?¡±.
De todo ello sabe mucho el sargento Reiners de Groen, que patrulla el barrio con la misi¨®n de prevenir y detectar a los chicos que se convierten en dianas de los grupos mafiosos: ¡°Utilizan a chavales pobres que muchas veces no tienen padres presentes, con bajo coe?ficiente intelectual y que creen que no pueden conseguir otros trabajos. Los eligen y tambi¨¦n los fuerzan: los esperan en coche, los meten en ¨¦l y los amenazan; o fuerzan a las chicas a la prostituci¨®n, hemos detectado que ocurre con ni?as b¨²lgaras y ucranias¡±. Habla de las v¨ªctimas de lo que llaman los lover boys, otro fen¨®meno en aumento. Reiners es uno de los polic¨ªas m¨¢s destacados por ir a colegios e intentar explicar a los j¨®venes a d¨®nde les pueden conducir esas formas de ganar dinero r¨¢pido: a la muerte o a la c¨¢rcel.
De esa prostituci¨®n ¡ªque no es precisamente la de los escaparates de ?msterdam¡ª sabe mucho Saviera, una de las carism¨¢ticas credible messenger de la organizaci¨®n Adamas. Al igual que James, Saviera intenta acompa?ar a chicas que hoy est¨¢n sufriendo lo mismo que ella pas¨® en su infancia: ¡°Vengo de una familia de abuso y violencia. He visto la calle desde los ocho a?os y me violaron a los 14. Tambi¨¦n me drogaba, consegu¨ªa la droga¡¡±, cuenta esta joven que hoy tiene 26 a?os y un beb¨¦. Ella vivi¨® la calle: ¡°Mi propia historia me ense?a que est¨¢s ah¨ª en busca de lo que te ha faltado¡±. Hoy, Saviera contempla c¨®mo crece el problema de los delincuentes que usan a las chicas como una forma m¨¢s f¨¢cil de vender porque est¨¢n menos vigiladas que ellos. ¡°Ellas se convierten r¨¢pidamente en objetivo de sus lover boys. Una vez se han enamorado y se han enganchado a la droga, har¨¢n lo que ellos les pidan. Ese es el tipo de chicas con las que trabajo¡±. Y lo aborda como una especie de hermana mayor que puede escucharlas sin presi¨®n, con tiempo, ponerles su ejemplo y guiarlas. ¡°Somos un espejo de la calle. A veces lo consigues. Otras veces no¡±, confiesa.
Lo mismo tratan de hacer Alper, Danny o Jermaine, los strattcoachs, una especie de patrulla callejera que intenta mantener a los chicos a salvo de la delincuencia en Arnhem. Los tres recorren la zona con su ropa deportiva de uniforme e intentan sofocar trifulcas antes de que lleguen a palabras mayores. Y a la polic¨ªa. ¡°Aqu¨ª trabajamos en cooperaci¨®n entre colegios, coaches, vecindarios, trabajadores sociales y polic¨ªa para mantener la seguridad¡±, cuenta Hans Jansen, que lidera una de las organizaciones que trabajan en el proyecto de Arnhem como entorno seguro. Tambi¨¦n vigilan sus redes. ¡°Ahora todo empieza ah¨ª. Antes, si quer¨ªas hacer algo malo ten¨ªas que salir a la calle. Ahora la tentaci¨®n llega a tu m¨®vil, mientras tus padres duermen¡±, cuenta Mustaf¨¢ Amerizine, de la organizaci¨®n Am Support. En esa mir¨ªada de esfuerzos es b¨¢sico el deporte, las canchas en los barrios, los entrenamientos, la ayuda para los deberes y hasta una red para emplear a los chicos como la que lidera Toni ??iguez, un holand¨¦s de origen gallego que preside la Asociaci¨®n de Empresarios y ha logrado colocar a m¨¢s de 120 j¨®venes para sacarlos del riesgo de delincuencia. O la experiencia de Young Talents, una organizaci¨®n de R¨®terdam, por involucrar a cientos de chicos en f¨²tbol y actividades, como por ejemplo aprender peluquer¨ªa. ¡°Se trata de crear una especie de comunidad donde entablen lazos saludables y se sientan protegidos¡±, asegura su monitor, Cem Sahiner.
Los esfuerzos son enormes. La impotencia tambi¨¦n. ¡°Esto est¨¢ minando nuestro sistema democr¨¢tico, nuestro Estado de derecho. Infecta nuestras instituciones porque hay una normalizaci¨®n en el uso de las drogas¡±, asegura el alcalde Marcouh. El debate sobre la legalizaci¨®n debe celebrarse, pero tambi¨¦n el de la responsabilidad de los consumidores: ¡°Cuando la gente compra una ropa hecha por ni?os, todos saben que no es ¨¦tico. Y todos los consumidores saben que cada gramo tiene sangre. Durante mucho tiempo la polic¨ªa no lo ha tenido como prioridad. Hasta los asesinatos que han rodeado el juicio de Taghi¡±.
Lejos de aqu¨ª, en un complejo secreto donde se ha desarrollado el mayor juicio criminal de la historia holandesa, Taghi ha sido condenado a cadena perpetua por varios asesinatos. Otros 16 cabecillas tambi¨¦n recibieron condenas. Y el rap potente de C6ster (living in a fucked up generation) sigue sonando en un estudio de ?msterdam en el que los tres adolescentes reunidos bajo la protecci¨®n de sus gorras, capuchas y en un tono de voz que intenta ser hombruno expresan sus sue?os en alto: Elaijah quiere ser arquitecto o kickboxer. Leonicio, artista. Y C6ster, rapero. De hecho, ya lo es. Un peque?o gran rapero de la generaci¨®n m¨¢s jodida. Alguien a quien, sin duda, llegaremos a escuchar.