Teor¨ªa y pr¨¢ctica de los d¨ªas felices
Uno ante todo se qued¨® con el pensamiento de que las cosas pueden ser espl¨¦ndidas sin necesidad de ser perfectas

Cu¨¢l es el d¨ªa m¨¢s feliz de su vida? Del m¨ªo puedo decirle que al principio, m¨¢s que feliz, pintaba muy negro. Cumpl¨ªa 40 a?os en el verano de la covid y una carambola pand¨¦mica ¡ªcontagios, cuarentenas¡ª me hab¨ªa dejado con la novia mala, los amigos fuera y la familia lejos. Solo y sin plan. Cuando uno escribe, la relaci¨®n con la soledad puede tener m¨¢s de aprovechamiento que de aborrecimiento. Pero los ?? a?os son una puerta oscura que, siquiera para redistribuir el susto, uno prefer¨ªa atravesar acompa?ado. ?Qu¨¦ hacer? Ya sin margen, a ¨²ltima hora tom¨¦ una decisi¨®n que rara vez se le ha ocurrido a un ser humano: ir de viaje de placer a Norwich.
Bien: ir de viaje de placer a Norwich parece una idea tan poco cabal como una cita rom¨¢ntica en la incineradora de Valdeming¨®mez. Y ahora podr¨ªa decir que solo se lo parecer¨¢ a quien ¡ªcomo yo entonces¡ª no conoce Norwich, y extenderme de paso sobre sus maravillas: que si sus iglesias, que si su catedral, que si esos grandes almacenes que, con no menos grandes optimismos, han dado en llamar ¡°el Harrods del norte¡±. Podr¨ªa a?adir que tiene librer¨ªas como para quedarse hibernando en ellas. Unas calles medievales que no parecen tocadas por Walt Disney. Y un pub junto al r¨ªo donde, a eso de las siete o las ocho, ya te da igual celebrar tu cumplea?os o que venga la parca, porque uno solo quiere dejarse mecer por la ca¨ªda de la tarde.
No los enga?o: Norwich no proporciona ¡°emociones fuertes¡± ni ¡°experiencias ¨²nicas¡±. No es las cataratas del Ni¨¢gara. No puedes decir ¡°he ido a Norwich¡± y que la gente piense ¡°acaba de doblar el cabo de Hornos¡±. Sus maravillas son ciertas, pero limitadas. ?De d¨®nde, pues, tanta felicit¨¤? Coger el tren ayuda, claro: la felicidad siempre tiene un fondo sobre el que se proyecta ¡ªbares o mares, monta?as o libros¡ª y uno tiene la inclinaci¨®n del tren. El mero hecho de viajar solo, con la ilusi¨®n de una libertad irrompible. El comprobar, tambi¨¦n, que al final de lo humano hay algo ligero: amamos la normalidad, pero m¨¢s a¨²n cuando viene moteada de sorpresa o altera su guion y, voil¨¤, de pronto resulta que Norwich no es tan feo. Remando m¨¢s adentro, est¨¢ sin duda un consuelo a la vez real e imperceptible: a la vida no le disgusta, de cuando en cuando, un grado de insensatez por nuestra parte. Incluso tiende a premiarlo. De esos d¨ªas, sin embargo, uno ante todo se qued¨® con el pensamiento de que las cosas pueden ser espl¨¦ndidas sin necesidad de ser perfectas.
Ser¨ªa injusto, por supuesto, no confesar que me lo pas¨¦ como un muchacho. Nada m¨¢s llegar a The Norfolk Club, el portero me dijo: ¡°Los viernes nos vamos a las tres y no abrimos hasta el lunes¡±. Me dio la llave del caser¨®n y ¡ªconsciente de las prioridades¡ª me se?al¨® el bar, con la indicaci¨®n de apuntarlo si me tomaba un pelotazo. Mi cuarto era c¨®modo, y tan moderno que incluso ten¨ªa luz el¨¦ctrica. Al fin, tras dar cuenta de una muestra can¨®nica de la parquedad inglesa con la prote¨ªna, ech¨¦ una cabezada en la propia biblioteca del club, que estaba coronada por un cartel memorable: ¡°No aceptamos novelas¡±. Al d¨ªa siguiente ¡ªmi cumplea?os¡ª me fui a Ely, donde vi la catedral, entr¨¦ en la salchicher¨ªa, traste¨¦ en la tienda de baratijas y celebr¨¦ los 40 con media botella de champ¨¢n y, viva Espa?a, media m¨¢s de Puligny. Aunque no era domingo, fui a la iglesia: cada 40 a?os no hace da?o. Por la tarde me compr¨¦ un calendario de mesa: el anticuario era un gru?¨®n, pero el calendario, ay, ya resultaba pertinente.
Para tener un d¨ªa bueno basta hoy con no cruzarse con ning¨²n bobo por Twitter, pero ¡ªmientras volv¨ªa a Londres¡ª pens¨¦ que los d¨ªas m¨¢s felices parecen siempre ligados a la presencia de un amor. Quiz¨¢ porque el amor nos devuelve al mundo como era o como deber¨ªa ser: antes del pecado original, el mundo, pensaba, deb¨ªa seguir el orden maravilloso que en ¨¦l ve el enamorado. Seguramente es en virtud de ese recuerdo que todav¨ªa hoy el amor da sentido a las cosas. Y sin embargo ¡ªme extra?aba¡ª yo hab¨ªa estado, en un d¨ªa no menor, tan solo y tan suelto, tan libre y tan feliz. ?Quiz¨¢ hab¨ªamos llegado ya a un estado de civilizaci¨®n en el que nos bastamos para todo, uno est¨¢ completo por s¨ª mismo, y no hay por qu¨¦ complicarse con nada ni con nadie? Al llegar a casa vi en la puerta las flores que me hab¨ªa mandado mi novia. No es uno muy de flores, pero supe que, de alg¨²n modo, ah¨ª estaba la respuesta.
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