La Ba?eza, memoria de la pandemia
La localidad leonesa fue el municipio de m¨¢s de 10.000 habitantes con mayor tasa de residentes fallecidos por coronavirus durante la emergencia sanitaria. Cinco a?os despu¨¦s, los vecinos recuerdan la tragedia
El oficio de enterrador no es de los m¨¢s populares, pero eso a Miguel Cifuentes nunca le import¨® demasiado. Nacido en el centro de Madrid, hu¨¦rfano muy pronto ¡ªsu madre muri¨® cuando todav¨ªa era un ni?o y su padre no estaba¡ª, se crio en casa de su abuela, se forj¨® a s¨ª mismo, prob¨® suerte en Escocia, regres¨® a Espa?a, y por uno de esos azares del destino ech¨® ra¨ªces en La Ba?eza, una ciudad de Le¨®n que en enero de 2020 se hab¨ªa quedado sin nadie que sepultara a sus muertos:
¡ªMe dijeron que de media hab¨ªa unos tres entierros al mes, y que el resto del tiempo me pod¨ªa dedicar a la jardiner...
El oficio de enterrador no es de los m¨¢s populares, pero eso a Miguel Cifuentes nunca le import¨® demasiado. Nacido en el centro de Madrid, hu¨¦rfano muy pronto ¡ªsu madre muri¨® cuando todav¨ªa era un ni?o y su padre no estaba¡ª, se crio en casa de su abuela, se forj¨® a s¨ª mismo, prob¨® suerte en Escocia, regres¨® a Espa?a, y por uno de esos azares del destino ech¨® ra¨ªces en La Ba?eza, una ciudad de Le¨®n que en enero de 2020 se hab¨ªa quedado sin nadie que sepultara a sus muertos:
¡ªMe dijeron que de media hab¨ªa unos tres entierros al mes, y que el resto del tiempo me pod¨ªa dedicar a la jardiner¨ªa. Aunque no las ten¨ªa todas conmigo, me present¨¦ a las oposiciones. Y las aprob¨¦. En marzo estall¨® la epidemia de la covid y en abril, en vez de tres entierros al mes, lleg¨® a haber cinco al d¨ªa. Muchas veces no asist¨ªa ni un solo familiar del difunto. Era yo el que contestaba al cura.
El cura se llama Jer¨®nimo Mart¨ªnez, es p¨¢rroco de la iglesia de Santa Mar¨ªa y dice que en aquellos d¨ªas tan duros de soledad y muerte encontr¨® el sentido a las palabras que el Evangelio de san Mateo le atribuyen a Jes¨²s: ¡°Porque donde dos o tres est¨¢n reunidos en mi nombre, all¨ª estoy yo en medio de ellos¡±. Don Jer¨®nimo, que as¨ª lo conocen sus feligreses, tiene grabados en la memoria aquellos entierros, pero tambi¨¦n la vez que tuvo que ir a una localidad cercana para dar cristiana sepultura a una mujer de m¨¢s de 90 a?os que hab¨ªa tenido 11 hijos. ¡°Y all¨ª estaban todos con sus parejas¡±, recuerda el p¨¢rroco, ¡°veintitantas personas, algo que estaba prohibido. Les dije que por m¨ª no hab¨ªa problema, porque est¨¢bamos al aire libre y separados convenientemente, pero en medio del responso apareci¨® un Patrol de la Guardia Civil. Los agentes, al ver tantos coches en la puerta, se pararon y se acercaron a la reja del cementerio, miraron y se fueron. Ya le digo que en aquellos d¨ªas de tanto susto a veces funcion¨® el sentido com¨²n, y otras veces, no¡±.
Miguel Cifuentes, que ya no trabaja de enterrador, vive en Jim¨¦nez de Jamuz, una pedan¨ªa de apenas 800 habitantes situada a 4,5 kil¨®metros de La Ba?eza. Fue all¨ª, en el restaurante Casa Aniceto, donde Jokin Mart¨ªnez, el due?o de la agencia de viajes Mare, hab¨ªa reservado una mesa el s¨¢bado 14 de marzo para celebrar el cumplea?os de su esposa, que hab¨ªa sido el s¨¢bado anterior, pero cuyo festejo decidi¨® postergar una semana para que pudiera asistir la familia de ella, que vive en Ermua (Bizkaia). El viernes 13 de marzo por la tarde, el due?o del restaurante, Jos¨¦ Manuel ?lvarez Murciego, conocido como Jymy, telefone¨® a Jokin.
¡ªMe dijo ¡ªrecuerda el agente de viajes¡ª: ¡°Oye, Jokin, si no quer¨¦is, no veng¨¢is, porque me est¨¢ anulando todo el mundo¡±. Le contest¨¦ que s¨ª, que ir¨ªamos.
¡ªLo llam¨¦ ¡ªconfirma Jymy¡ª porque ten¨ªa unas 80 mesas reservadas para la comida del s¨¢bado y me las fueron cancelando. De hecho, solo le dimos de comer a la familia de Jokin.
Lo que han le¨ªdo hasta ahora y lo que viene a continuaci¨®n, cambiando los nombres, los lugares, los peque?os detalles cruzados, es lo que sucedi¨® en Espa?a en las semanas posteriores a aquel 14 de marzo de 2020, cuando, ya bien entrada la tarde, el presidente del Gobierno, Pedro S¨¢nchez, anunci¨® desde La Moncloa la declaraci¨®n del estado de alarma, que entrar¨ªa en vigor unas horas despu¨¦s, a las doce de la noche del s¨¢bado. Esta historia est¨¢ centrada en La Ba?eza porque, seg¨²n los datos del Instituto Nacional de Estad¨ªstica (INE), fue el municipio mayor de 10.000 habitantes con mayor tasa de residentes fallecidos por covid durante la emergencia sanitaria ¡ªvirus identificado y virus sin identificar¡ª, pero se podr¨ªa haber escrito en cualquier otro pueblo o ciudad, en cualquier barrio, en cada casa, porque los ingredientes son los mismos ¡ªla sorpresa, el miedo, la soledad, la incertidumbre, el desconocimiento¡ª y a la vez tan diferentes, en funci¨®n de si la enfermedad o la muerte se detuvieron en la puerta o siguieron de largo. Las cifras del INE indican que, en La Ba?eza, murieron 85 personas por cada 10.000 habitantes ¡ªy La Ba?eza en aquel momento rondaba las 10.200 personas empadronadas¡ª, pero los datos que maneja el alcalde, Javier Carrera de Blas, del Partido Popular (PP), son a¨²n peores. ¡°Es muy dif¨ªcil saber los datos exactos, pero yo calculo que murieron entre 260 y 270 personas empadronadas aqu¨ª, y en total unos 300 o 350¡å.
¡ªS¨ª, s¨ª, aqu¨ª fue terrible.
Hay dos factores que, seg¨²n los vecinos, actuaron de espoleta: la celebraci¨®n del Carnaval ¡ªque adem¨¢s aquel a?o coincidi¨® con un tiempo espl¨¦ndido¡ª y la residencia de ancianos de Mensajeros de la Paz, que est¨¢ ubicada en el antiguo seminario, un edificio que, por su historia y su tama?o, sobrecoge aun en los d¨ªas sin niebla.
La noche del pasado 5 de febrero s¨ª la hab¨ªa, y tan densa que casi ocultaba por completo el campanario de la iglesia de Santa Mar¨ªa y los soportales de la plaza del Ayuntamiento, bajo los que se cobija un estanco de los de estanter¨ªa de caoba y bandera rojigualda en el dintel, la joyer¨ªa La Onza de Oro y, c¨®mo no, una tienda de telefon¨ªa con sus fluorescentes blancos. Desde all¨ª, la calle de Juan de Mansilla se antoja una estampa borrosa de lo que La Ba?eza fue a principios del siglo XX y ya no ser¨¢. Casas se?oriales de estilo modernista en ruinas, escaparates vac¨ªos, negocios cerrados con carteles que reclaman sin esperanza que los alquilen o los vendan, alguna tienda que sobrevive ¡ªla de moda de Pilar Mar¨ªa y una ferreter¨ªa m¨¢s all¨¢¡ª y las sedes de las dos tradiciones que, junto a las carreras de motos, a¨²n mantienen la moral alta de los vecinos: el Carnaval y las cofrad¨ªas de Semana Santa. Y casi al final, a la izquierda, justo antes de llegar al cruce de la comisar¨ªa de la Polic¨ªa Local, una guarder¨ªa donde una joven madre senegalesa deja cada ma?ana a las nueve al m¨¢s peque?o de sus tres hijos. Hay otras calles que parten de la plaza con m¨¢s comercios y m¨¢s animaci¨®n. Sin ir m¨¢s lejos, la calle de El Reloj, donde Sergio Gonz¨¢lez, el due?o de la Confiter¨ªa Conrado, sigue sorteando cada a?o 10.000 euros entre los compradores de su rosco de Reyes, o la de Astorga, en la que una familia de colombianos hace la competencia con su hamburgueser¨ªa siempre abierta a la cafeter¨ªa Bohemia, donde Mar¨ªa Jes¨²s Vidales Huertes, una aguerrida feminista de la asociaci¨®n Flora Trist¨¢n, dej¨® sobre la mesa un sentimiento que tambi¨¦n comparten los vecinos de mayor edad: ¡°La soledad de las calles me impresion¨® m¨¢s que la enfermedad y la muerte¡±.
En la calle de Astorga, por cierto, tiene Jokin Mart¨ªnez su agencia de viajes, que comparte entrada con la tienda de moda Akebia, regentada por su esposa.
¡ªEl caso ¡ªcuenta Jokin¡ª es que el s¨¢bado 14 de marzo fuimos a comer a Casa Aniceto, el restaurante de Jymy.
¡ªAqu¨ª ¡ªrecuerda Jymy¡ª ya solo est¨¢bamos mis padres y yo, porque mi mujer estaba con su familia en Asturias, y los camareros, claro.
¡ªAl final no fuimos todos ¡ªcontin¨²a Jokin¡ª. Solo fuimos mis suegros, mi mujer, mi padre y yo, porque mi madre y mi hija se quedaron en casa. Mi mujer fue la primera que pas¨® la covid. Tuvo much¨ªsima fiebre durante tres d¨ªas, y ya. Yo estuve much¨ªsimos d¨ªas con fiebre y mi padre no ten¨ªa ning¨²n s¨ªntoma, pero estaba algo bajo porque ten¨ªa una infecci¨®n de orina o algo as¨ª. Un d¨ªa que se sent¨ªa un poco despistado, mi madre llam¨® al m¨¦dico, que decidi¨® enviarlo al hospital de Le¨®n. Estuvo un par de d¨ªas, y aunque no te informaban de nada, ¨ªbamos sabiendo de su estado a trav¨¦s de un trabajador del hospital. Recuerdo un d¨ªa que nos dijo, bueno, parece que est¨¢ bastante bien. Fue el mismo d¨ªa que me ingresaron a m¨ª porque ten¨ªa much¨ªsima fiebre. No s¨¦ si era de d¨ªa o de noche, pero s¨ª que pens¨¦ que a la ma?ana siguiente ir¨ªa a ver a mi padre. Y fue precisamente a la ma?ana siguiente cuando me llamaron para decirme que hab¨ªa fallecido.
¡ªMis padres ¡ªdice Jymy sentado en una de las mesas de su restaurante¡ª fallecieron los dos.
Lo que cuenta Jymy es una historia de terror. La misma, o muy parecida, que vivieron las familias de las m¨¢s de 120.000 personas que en Espa?a murieron v¨ªctimas del virus hasta julio de 2023 y, de forma muy particular, las que lo sufrieron en los primeros meses, cuando los hospitales estaban colapsados y nadie sab¨ªa muy bien cu¨¢l era la mejor manera de protegerse ni de proceder. ¡°Nada m¨¢s irse la familia de Jokin¡±, explica, ¡°cerr¨¦ el restaurante. Al d¨ªa siguiente me encerr¨¦ en casa junto a mis padres, y un par de d¨ªas despu¨¦s, not¨¦ que me entraba un fr¨ªo terrible. Me puse mal¨ªsimo, con mucha fiebre y un sudor continuo, como si me hubiera ca¨ªdo en una piscina. Pero lo peor no fue eso, sino que ocho o diez d¨ªas despu¨¦s mi madre, que era una mujer que pod¨ªa con el mundo, cay¨® enferma. El m¨¦dico dec¨ªa: ¡®Esto es una gripe fuerte, hay que aguantar, hay que aguantar¡¯. Mi padre era el ¨²nico que parec¨ªa que se hab¨ªa librado, pero el 30 de marzo, aunque por la ma?ana fue como si tal cosa a la farmacia y a tirar la basura, por la noche empez¨® a toser. Al d¨ªa siguiente, martes, se puso tan mal que lo enviaron de urgencias para Le¨®n. El mi¨¦rcoles, a las siete de la tarde, me dijeron que mi padre hab¨ªa dado positivo, que estaba mal¨ªn ¡ªesa fue la palabra que utilizaron¡ª, pero que lo iban a trasladar al Monte San Isidro. A las once de la noche segu¨ªa estable, pero a las cinco de la madrugada son¨® el tel¨¦fono y me dijeron: ¡®Su padre ha fallecido¡¯. Mi madre, que hab¨ªa escuchado el tel¨¦fono, me pregunt¨®: ¡®?C¨®mo est¨¢ tu padre?¡¯. A las ocho de la ma?ana me llam¨® el de la funeraria diciendo que lo pod¨ªan enterrar a las diez y que solo podr¨ªan ir dos personas. Ya se lo tuve que decir a mi madre: ¡®Pap¨¢ se muri¨®¡¯. Ni ella ni yo pod¨ªamos ir, as¨ª que decidimos incinerarlo. Aquello fue el d¨ªa 2 de abril. El d¨ªa 6 falleci¨® mi madre. Fue muy duro. Es como si me los hubieran robado¡±.
Han pasado cinco a?os ¡ª¡±??cinco a?os ya!?¡±, exclaman muchos de los entrevistados¡ª y la pregunta obvia, la m¨¢s simple, conduce a respuestas tan distintas que parece que los vecinos de La Ba?eza hubieran vivido en pueblos distintos, en pa¨ªses distintos, en ¨¦pocas diferentes. Miguel Cifuentes, que era nuevo en el oficio de enterrador, dice que aprendi¨® enseguida a poner distancia entre la muerte y ¨¦l, su objetivo no era solo evitar el contagio, sino que tanto dolor no lo dejara marcado para siempre. Don Jer¨®nimo, el p¨¢rroco, le ech¨® valor al asunto, e incluso cubri¨® las ausencias de otros curas m¨¢s asustadizos. Recuerda que las misas que retransmit¨ªa por Facebook llegaron a tener en alguna ocasi¨®n ¡°mil y pico¡± espectadores, nada que ver con una feligres¨ªa envejecida y menguante que, si ya acud¨ªa poco a la iglesia antes de la pandemia, ahora va todav¨ªa menos. Jokin, que es un tipo calmado que inspira paz y confianza, me ense?a con orgullo un mensaje que escribi¨® su hija Mar ¡ªque entonces ten¨ªa 16 a?os¡ª cuando muri¨® su padre: ¡°No le temo a la muerte. La acepto, es ley de vida, a todos nos va a tocar. Pero no as¨ª, as¨ª no. Creo en la muerte digna, y hoy, aunque no lo pens¨¦is, poca gente lo consigue. Millones de personas mueren, sufriendo, en guerras que no han provocado, y nadie los ayuda, nos queda lejos. En Espa?a estamos viviendo momentos muy duros, pero no una guerra. Lo ¨²nico que ten¨¦is que hacer es quedaros en vuestra puta casa. No se os pide que salg¨¢is a luchar por vuestra vida, eso ya lo hacen los que est¨¢n en el hospital, los cajeros de los supermercados, los camioneros y un largo etc¨¦tera. Vosotros solo os ten¨¦is que quedar en vuestra puta casa, o si no esto va a ir a peor. Bah, cre¨¦is que nunca os va a tocar, yo tambi¨¦n lo cre¨ªa. Y hoy estoy llorando por no haber podido despedirme de mi abuelo¡±.
Mar Mart¨ªnez Ruiz ten¨ªa raz¨®n. En la orilla donde la muerte no se detuvo se viv¨ªa una realidad extra?a que, vista cinco a?os despu¨¦s, a¨²n lo parece m¨¢s. Lo cuenta la periodista y escritora Marta del Riego Anta, que el d¨ªa 11 de marzo, viendo las noticias que llegaban de Italia, decidi¨® coger a su hijo Mart¨ªn y cambiar su piso en el centro de Madrid por la casa familiar en La Ba?eza. All¨ª, junto a su hijo y su hermano, pas¨® los seis meses que siguieron a la declaraci¨®n del estado de alarma, cocinando, jugando y participando en videollamadas que ya entonces le parec¨ªan surrealistas. ¡°Me acuerdo de que colaboraba con la fundaci¨®n TBA21, que lleva Francesca Thyssen-Bornemisza, y que hab¨ªa ideado un proyecto para que distintos artistas expusieran sus creaciones en la Red. Nos pas¨¢bamos horas discutiendo cada una en su lugar de confinamiento. Francesca, en su isla de Croacia, una comisaria en Viena, otra en Berl¨ªn, y yo en La Ba?eza. Habl¨¢bamos de todo, pero no nombr¨¢bamos la pandemia. Luego pon¨ªa las noticias y aparec¨ªa la realidad de los muertos y la enfermedad¡±. Del Riego, que estos d¨ªas presenta Cordillera, su ¨²ltima novela, se enteraba por sus amigos que viven todo el a?o en La Ba?eza ¡ªel confitero Sergio Gonz¨¢lez, el periodista Tista Rubio Nistal¡ª que en la otra acera de la pandemia el n¨²mero de fallecidos empezaba a ser insoportable. ¡°Lo primero que recuerdo de aquellos primeros d¨ªas¡±, reflexiona Tista, que fue durante muchos a?os responsable de El Adelanto Ba?ezano, ¡°es ansiedad, una ansiedad terrible, sobre todo en las personas mayores que viv¨ªan solas, y tambi¨¦n solidaridad, mucha gente hizo lo que pudo por ayudar¡±.
El alcalde de La Ba?eza est¨¢ sentado en el sal¨®n de plenos. Javier Carrera de Blas dice que todav¨ªa le resulta duro recordar aquellos meses. ¡°El virus ya estaba en Espa?a, y aqu¨ª se celebr¨® el Carnaval. Fue la coctelera que lo agit¨® todo. Fueron cinco d¨ªas de fiesta, con un clima maravilloso, incre¨ªble. Vino gente de toda Espa?a, y tambi¨¦n de fuera. De Italia dicen que vino un camionero que se hab¨ªa contagiado all¨ª. Aqu¨ª adem¨¢s estamos al pie de la autopista A-6, la comunicaci¨®n con Asturias¡ Gente que fue a Madrid a celebrar el 8-M, y gente que fue a Vistalegre a los m¨ªtines de Podemos y de Vox. No es echar la culpa a nadie, pero fue la tormenta perfecta. Y luego est¨¢ la residencia de ancianos¡ Hubo alguna persona que vino de Madrid ya con el virus y eso provoc¨® que se contagiaran. La residencia s¨ª que fue una pel¨ªcula de terror. La directora me llamaba y me dec¨ªa: ¡®Javier, necesitamos m¨¢s personal¡±.
Tomi Gorgojo, la directora de la residencia, lleva callada cinco a?os. El recuerdo que guarda de lo que vivieron ella y su equipo, tan distinto a su juicio de lo que publicaban los peri¨®dicos sobre lo que suced¨ªa all¨ª, la ponen en guardia ante cualquier declaraci¨®n. Hace una excepci¨®n para este reportaje. ¡°La vida de nuestros mayores se detuvo. Hubo que aislarlos, la mayor¨ªa sin entender nada. Recuerdo aquellas jornadas interminables, trabajando entre l¨¢grimas, cubiertos de lej¨ªa y pl¨¢sticos, con el rostro tapado. ?C¨®mo ¨ªbamos a gestionarlo todo mientras ve¨ªamos c¨®mo nuestros residentes enfermaban y mor¨ªan? Muchos compa?eros y compa?eras tambi¨¦n se contagiaron. No pod¨ªamos enviar a nadie al hospital y cerramos la residencia. Colgamos en la puerta un cartel que dec¨ªa: ¡®Ma?ana saldr¨¢ el sol¡±. Dice Gorgojo que los contagios en su residencia empezaron muy pronto, a principios de marzo, y que tiene la sensaci¨®n de que ya en diciembre de 2019 hubo fallecidos por neumon¨ªas at¨ªpicas.
¡ªSent¨ªamos un gran dolor, impotencia. No ¨¦ramos ni somos hospitales. Ni ten¨ªamos los medios ni la preparaci¨®n para afrontar una pandemia. Ten¨ªamos la sensaci¨®n de habernos quedado encerrados junto a personas que depend¨ªan de nosotros para salvar sus vidas. Y que no ten¨ªamos los recursos suficientes¡
Hay un deje de amargura en las palabras de la directora: ¡°No hemos sido bien tratados. Hicimos todo lo que pudimos con los medios que ten¨ªamos, y a pesar de eso ni recibimos aplausos entonces ni los recibimos ahora. Nos sentimos los grandes olvidados¡±.
Es domingo por la noche, La Ba?eza est¨¢ desierta, silenciosa, cubierta por una neblina que se mezcla con el olor agridulce que desprende la Azucarera. Solo en una jornada, 8.000 toneladas de remolacha se convierten en 1.450 toneladas de az¨²car, lo que supone el trasiego diario de m¨¢s de 350 camiones. Jorge Tejero, el jefe de producci¨®n, recuerda aquellos d¨ªas de mucho trabajo y mucha incertidumbre. ?C¨®mo cambiar de un d¨ªa para otro todos los protocolos en una empresa que tiene que funcionar como un reloj 24 horas al d¨ªa? Tejero forma parte ¡ªcomo Luis Miguel Seco, el due?o del restaurante La Hacienda y la gasolinera que est¨¢ a las afueras del pueblo, al pie de la A-6; como tambi¨¦n Pilar Mar¨ªa, la due?a de la tienda de moda de la calle de Juan de Mansilla¡ª de aquellos que s¨ª pod¨ªan salir a la calle, para ir al trabajo y regresar, que formaron parte de aquello que se llam¨® ¡°trabajadores esenciales¡± y que, en muchos casos, tuvieron que reinventarse para, ellos y sus empresas, salir vivos de la pandemia. ¡°Yo creo que soy valiente¡±, reflexiona Luis Miguel, ¡°pero de repente, cuando aquel s¨¢bado 14 de marzo apareci¨® la Guardia Civil y me dijo que hab¨ªa que cerrar todo, me qued¨¦ como acobardado. Me dije: ?qu¨¦ est¨¢ pasando?, ?c¨®mo voy a enviar a casa a todos los trabajadores?, ?qu¨¦ va a pasar con todas estas familias? Luego llegaron los Erte, y los cr¨¦ditos ICO, y gracias a eso pudimos salir adelante e incluso mejorar el negocio, pero entonces, aquellos primeros d¨ªas todo era confusi¨®n. Imag¨ªnate, hasta nos result¨® dif¨ªcil cerrar un negocio como el bar que estaba abierto las 24 horas. Tuvimos que cerrar las puertas con pal¨¦s¡¡±. Tambi¨¦n sent¨ªan, como Sergio Gonz¨¢lez, el due?o de Confiter¨ªa Conrado, que hab¨ªa normas dictadas como si toda Espa?a fuera Madrid. ¡°Yo me confin¨¦ con mi mujer y mis dos hijos¡±, recuerda con una sonrisa, ¡°y uno de los d¨ªas que salimos a pasear, un polic¨ªa nos dijo que no pod¨ªamos ir juntos. Pero si estamos juntos todo el d¨ªa, le dije. Y entonces me respondi¨®: ¡®Pues por la calle no, as¨ª que os vais dos por una acera y los otros dos por la de enfrente¡±.
En el hogar del jubilado est¨¢n sentados alrededor de una mesa Luis ?lvarez, su presidente; Manuel Rodr¨ªguez, el secretario, y Claudia ?lvarez Garm¨®n, la vocal. Es un local amplio, con varias plantas y muchos salones, donde en la planta baja ¡ªel pasado domingo 9 de febrero, por ejemplo¡ª se celebran bailes donde acuden m¨¢s de 200 socios. Antiguamente ven¨ªa un grupo a tocar en directo, pero ahora son dos DJ j¨®venes los que animan la fiesta.
¡ªTampoco sab¨ªamos muy bien qu¨¦ hacer para protegernos ¡ªcomenta Manuel Rodr¨ªguez¡ª. Recuerdo que yo iba a la compra, y cuando volv¨ªa, mi mujer y yo lo freg¨¢bamos todo tanto que al final las naranjas parec¨ªan limones.
Los tres coinciden en que la pandemia, para la gente de su edad, fue una hecatombe en La Ba?eza, pero ahora, con la perspectiva de los cinco a?os, conjuran con sentido del humor los malos recuerdos.
¡ªA m¨ª el m¨¦dico me dec¨ªa que si ten¨ªa fiebre me enviaba al hospital de Le¨®n ¡ªrecuerda Luis¡ª. Yo ten¨ªa la fiebre alta desde hac¨ªa d¨ªas, pero le dec¨ªa que no. Ya se hab¨ªa corrido la voz de que el que iba a Le¨®n ya no volv¨ªa. Pesaba 79 kilos y me qued¨¦ en 69 en 10 d¨ªas, a kilo por d¨ªa. Viv¨ªas con miedo, y con miedo no se puede vivir, porque est¨¢s en vilo d¨ªa y noche.
Cuando ya hab¨ªan pasado casi dos a?os de la pandemia, Santiago Parrado, que es enfermero y vive en La Ba?eza, public¨® un art¨ªculo en el Diario de Le¨®n que se titulaba: ¡°Morimos sin los abrazos¡±. Contaba entonces y cuenta ahora en el bar ?tico ¡ªjunto a una mesa repleta de se?oras mayores jugando a las cartas bajo una gran foto de Jes¨²s Gil metido en un jacuzzi¡ª que las restricciones y el aislamiento hicieron mucho da?o, que el miedo al virus termin¨® con los abrazos, y que la soledad abotarga.
Ahora ya han pasado cinco a?os, es domingo, y los participantes en el baile semanal del hogar del jubilado de La Ba?eza ¡ªlos supervivientes de la pandemia¡ª ya se han reconciliado con los abrazos y con las ganas de vivir.
¡ªLo mejor de la vejez es el baile ¡ªdice una se?ora al salir.
¡ªY el chocolate con churros ¡ªremata su pareja.