Monarqu¨ªa, privilegio y poder
No es casualidad que Carlos IV, Isabel II y Alfonso XIII murieran lejos de sus s¨²bditos
La retirada o destrucci¨®n de monumentos dedicados a personajes relevantes que ahora nos parecen moralmente rechazables ha suscitado acaloradas discusiones, m¨¢s que debates, entre pol¨ªticos y activistas en varios pa¨ªses del mundo.
Juan Carlos I se parece en estos momentos a una de esas estatuas sobre las que hay que decidir qu¨¦ hacer y con qu¨¦ parte de su historia quedarse. A quienes reparten juicios morales, una moda muy extendida por el mundo entre pol¨ªticos y periodistas cuando hablan del pasado, la indagaci¨®n hist¨®rica les trae sin cuidado. Pero la funci¨®n del historiador no es sentar a los personajes del pasado en una sala de juicio para emitir un veredicto, ni elaborar una lista de los villanos m¨¢s notables para juzgarlos con nuestras normas y valores. Se trata de saber c¨®mo actuaron y por qu¨¦. El historiador no es un mago capaz de desvelar completamente el pasado, sino un gu¨ªa que estimula a leer y pensar cr¨ªticamente. Y desde esa lectura cr¨ªtica, resuenan en la actualidad ecos que proceden de 1931.
Cuando comenz¨® el siglo XX, Europa estaba dominada por vastos imperios territoriales, gobernados, excepto en el caso de Francia, por monarqu¨ªas hereditarias. La Gran Guerra de 1914-1918 destruy¨® los m¨¢s importantes del continente ¡ªel austroh¨²ngaro, el alem¨¢n y el turco-otomano¡ª, por el camino se llev¨® al ruso y provoc¨® tambi¨¦n la conquista bolchevique del poder, el cambio revolucionario m¨¢s s¨²bito y amenazante que conoci¨® la historia del siglo XX. Y con esas monarqu¨ªas desapareci¨® adem¨¢s un amplio ej¨¦rcito de oficiales, soldados, bur¨®cratas y terratenientes que las hab¨ªan sustentado.
La mayor¨ªa de los reyes y emperadores, antes de 1914, no supieron ni quisieron encauzar los intereses de las clases sociales salidas de la industrializaci¨®n, la modernizaci¨®n y el crecimiento urbano. Lo ¨²ltimo que deseaban era dejar el trono. Y actuaban con una frivolidad y falta de responsabilidad bastante sorprendentes en pleno siglo XX, disfrutando de una vida privilegiada y exquisita, envuelta en el lujo de yates, grandes autom¨®viles, caza de corzos, amantes y carreras de caballos.
Alfonso XIII, que cay¨® un poco m¨¢s tarde, en abril de 1931, sigui¨® al pie de la letra ese camino. Y adem¨¢s intervino en pol¨ªtica, tratando de manejar a su gusto la divisi¨®n interna de liberales y conservadores, con facciones, clientelas y caciques enfrentados por el reparto del poder, y apoy¨® el golpe militar de Primo de Rivera, convertido en dictadura, en el momento en que todo ese manejo ya no serv¨ªa. Cuando se march¨® de Espa?a, cre¨ªa que la Rep¨²blica ser¨ªa ¡°una tormenta que pasar¨¢ r¨¢pidamente¡±. No fue as¨ª y la Rep¨²blica sufri¨® cinco a?os despu¨¦s un golpe de Estado que provoc¨® una guerra, a la que sigui¨® una dictadura de casi 40 a?os.
Desde la muerte de Franco y, sobre todo, a partir del fallido golpe de Estado de febrero de 1981, a muchos les dio por presumir de rey, protegerlo frente a las cr¨ªticas y el debate p¨²blico, para preservar lo conseguido y cambiar el pobre bagaje democr¨¢tico que la historia de la monarqu¨ªa borb¨®nica pod¨ªa exhibir antes de 1931. Para ello se ocult¨®, rompi¨¦ndolo, el cord¨®n umbilical que un¨ªa a Juan Carlos con la dictadura de Franco, de donde proced¨ªa en ese momento su ¨²nica legitimidad, y se estigmatiz¨® a la Rep¨²blica, ya liquidada por las armas y la represi¨®n, como la causante de todos los conflictos y enfrentamientos que llevaron a la Guerra Civil. No puede negarse el ¨¦xito de esa operaci¨®n de lavado del pasado, capaz de sobrevivir, sin grandes cambios, incluso en los libros de texto, durante m¨¢s de tres d¨¦cadas de democracia.
Las abdicaciones reales en la historia contempor¨¢nea de Espa?a, como en muchos otros pa¨ªses del continente europeo, no fueron nada naturales y se resolvieron en medio de sonados conflictos y de luchas entre mon¨¢rquicos y republicanos. No es casualidad carente de significado que Carlos IV, Isabel II y Alfonso XIII murieran lejos de quienes fueron sus s¨²bditos.
Algunos pensaron que el abandono de Juan Carlos I en 2014 era un asunto, por fin, natural, muy en la l¨ªnea de las cercanas abdicaciones de monarcas de pa¨ªses tan civilizados como B¨¦lgica u Holanda. Pero sab¨ªamos que se produjo en medio de una crisis de la pol¨ªtica institucional, de esc¨¢ndalos en torno a la Casa Real, graves para la salud del sistema democr¨¢tico, y de falta de transparencia y de respuestas ante ellos, que socavaron la figura de Juan Carlos ante amplios sectores de la poblaci¨®n.
Ahora es muy f¨¢cil decirlo y situarse en primera l¨ªnea de la pureza moral, pero cuando, consolidada ya la democracia, la pol¨ªtica y la sociedad espa?ola estaban llenas de oligarcas y corruptos, casi todo el mundo que ten¨ªa poder ¡ªpol¨ªtico, econ¨®mico o medi¨¢tico¡ª manten¨ªa a Juan Carlos I y a la Monarqu¨ªa al margen de eso. El yate Fortuna cost¨® 3.500 millones de pesetas [21 millones de euros] en el a?o 2000, aportados por el Gobierno balear y empresarios que recolectaron dinero para un lujoso objeto de recreo, pero no para financiar investigaci¨®n, desarrollo y educaci¨®n.
?Recuerdan los tiempos en que se presum¨ªa de rey, cuando muchos dec¨ªan ¡°yo no soy mon¨¢rquico sino juancarlista¡±? Algunos han emprendido la misma senda con Felipe VI. No se trata de sacralizar a la Monarqu¨ªa sino de democratizar a las instituciones y evitar los excesos del poder. Hacer pol¨ªtica sin oligarcas ni corruptos, recuperar el inter¨¦s por la gesti¨®n de los recursos comunes y por los asuntos p¨²blicos. En eso consiste la democracia, sea mon¨¢rquica o republicana. La historia rima, aunque sea inc¨®moda.
Juli¨¢n Casanova es catedr¨¢tico de Historia Contempor¨¢nea de la Universidad de Zaragoza y visiting professor de la Central European University, en Viena.
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