Tribulaciones de un rey en el 23-F
El frustrado golpe de Estado militar de febrero de 1981 sigue siendo una inagotable cantera de interrogantes
Por su importancia hist¨®rica, el frustrado golpe de Estado militar de febrero de 1981 sigue siendo una inagotable cantera de interrogantes. Uno de los m¨¢s vivos en el plano medi¨¢tico y popular versa sobre el papel del rey Juan Carlos I en aquella coyuntura, sea por considerarlo ¡°su mejor momento¡± al frenarlo y salvar la democracia, sea por sospechar connivencias regias en la gestaci¨®n de la intentona.
Comprender aquella crisis exige recordar la situaci¨®n sociopol¨ªtica que atravesaba Espa?a. Adolfo Su¨¢rez presid¨ªa un Gobierno de UCD en descomposici¨®n interna, que sufr¨ªa el desgaste de una fuerte ofensiva de la oposici¨®n parlamentaria, a la par que afrontaba una grave crisis econ¨®mica y el malestar ciudadano manifestado en el ¡°desencanto¡± con la democracia y su fallida promesa de mejora de las condiciones de vida de los espa?oles. Adem¨¢s, ten¨ªa serias dificultades para encauzar el desarrollo del nuevo Estado auton¨®mico y sufr¨ªa el zarpazo del terrorismo de ETA que se cebaba con las Fuerzas Armadas y de seguridad (sus v¨ªctimas mortales pasaron de 17 en 1976 a 94 en 1980, el n¨²mero m¨¢s alto de toda su sanguinaria historia).
Ante esa crisis multifactorial, las cr¨ªticas a la incapacidad de Su¨¢rez para reconducir la situaci¨®n surgieron desde varios frentes (democristianos y socialdem¨®cratas de su partido; oposici¨®n socialista y comunista; mandos militares descontentos con la pol¨ªtica antiterrorista; el propio Rey alertado por la par¨¢lisis del Ejecutivo¡). Y tambi¨¦n surgieron demandas a favor de ¡°un golpe de tim¨®n¡± (palabras de Josep Tarradellas) para solucionar la crisis con distintas f¨®rmulas. Unas constitucionales: la formaci¨®n de un nuevo Gobierno presidido por otro l¨ªder de la UCD o incluso de un Ejecutivo de concentraci¨®n nacional (solicitado por el PCE de Santiago Carrillo, pero temido por el PSOE de Felipe Gonz¨¢lez). Otra anticonstitucional: la exigencia de un Gobierno militar patrocinada por el general Milans del Bosch (al mando de la regi¨®n militar de Valencia), apoyado entre otros por el teniente coronel Antonio Tejero en su destino madrile?o de la Guardia Civil. Y otra m¨¢s en el filo de la navaja: la Operaci¨®n De Gaulle, del general Alfonso Armada, entonces segundo jefe del Estado Mayor, que intentar¨ªa aprovechar la intentona de Milans-Tejero para sus propios fines y asumiendo la demanda del Gobierno de concentraci¨®n con ¨¦l como presidente con refrendo parlamentario y benepl¨¢cito real.
Su¨¢rez trat¨® de atajar esa deriva con su inesperada dimisi¨®n a fines de enero de 1981, confiando en que el nuevo Gobierno de Leopoldo Calvo Sotelo frenara las conjuras militares y las operaciones de derribo parlamentario. Se equivoc¨®. La tarde del 23-F los guardias civiles de Tejero asaltaron el Congreso en plena votaci¨®n de investidura de Calvo Sotelo con una violencia penosa y chabacana, secuestrando a la direcci¨®n pol¨ªtica del pa¨ªs. Casi a la par, Milans sacaba las tropas a las calles valencianas y poco despu¨¦s Armada trataba de instalarse en La Zarzuela para forzar al Rey a negociar la resoluci¨®n de la crisis con su alternativa de Gobierno semiconstitucional. Nada sali¨® como ninguno de los promotores planific¨® por varios motivos. Uno en especial: la reacci¨®n del Monarca.
En efecto, tanto en esa crisis como durante la transici¨®n de la dictadura franquista a la democracia, el papel del Rey es tan crucial que no cabe cuestionarlo por conductas posteriores m¨¢s o menos censurables. La mirada hist¨®rica es ajena a la mitoman¨ªa popular que, o bien ensalza su protagonismo hasta hacerlo h¨¦roe intocable y salvador de la paz de Espa?a, o bien lo rebaja sin matices a la condici¨®n de apestado chivo expiatorio de todos los males presentes y pasados. Su balance es por definici¨®n m¨¢s equilibrado y excluye los extremos burdos: ni h¨¦roe perfecto, ni malvado integral.
En realidad, el legado imborrable de su actuaci¨®n durante la Transici¨®n es brillante en t¨¦rminos comparativos con otros procesos similares. Y no lo cambiar¨¢ ninguna conducta posterior reprobable si llega a sustanciarse como tal. Juan Carlos I se gan¨® los laureles de su prestigio durante decenios aunque ahora est¨¦n marchit¨¢ndose. Porque asumir la herencia de poderes casi omn¨ªmodos de Franco y contribuir a la r¨¢pida transici¨®n desde una dictadura a una democracia de forma pac¨ªfica es un logro hist¨®rico magn¨ªfico, que caus¨® entonces impresi¨®n internacional por su novedad y que luego fue par¨¢metro de inspiraci¨®n para otros procesos dif¨ªciles como las transiciones de las dictaduras militares iberoamericanas en los a?os ochenta y las transiciones de las dictaduras comunistas de pa¨ªses exsovi¨¦ticos en los a?os noventa. Adem¨¢s, el resultado de aquella transici¨®n ha sido el mayor per¨ªodo de paz y prosperidad registrado en la larga historia de Espa?a.
Durante la intentona del 23-F, el protagonismo del Rey tampoco admite duda razonable. Su fracaso final fue precipitado por un hecho crucial: ni Armada, ni Milans, ni mucho menos Tejero, pudieron contar con su aval ni previo ni posterior al asalto del Congreso. Adem¨¢s, chocaron con su determinaci¨®n de evitar que el resto del ej¨¦rcito secundara la acci¨®n y le prestara su concurso activo o pasivo. Sabemos que cost¨® lo suyo en horas y conversaciones, obligando al Rey a superar su funci¨®n constitucional, apelando a la lealtad de los mandos militares indecisos o favorables al golpe. Todo antes de ordenar a la c¨²pula militar que defendiera la Constituci¨®n (t¨¦lex de las 22.35) y de pronunciar su discurso televisado (a las 01.20 del d¨ªa 24, con preparativo de grabaci¨®n desde las 21.50, cuando solicit¨® a TVE el env¨ªo del equipo a La Zarzuela sorteando el cerco de los golpistas).
El decisivo protagonismo real en la desarticulaci¨®n del golpe qued¨® grabado en la memoria popular y fue motivo de gratitud de generaciones de espa?oles desde entonces. No era para menos porque basta recordar la respuesta de uno de los capitanes generales llamados por el Rey: ¡°Yo obedecer¨¦ las ¨®rdenes de Su Majestad, pero es una pena¡±. El general Quintana Lacaci, pieza clave en la desactivaci¨®n del golpe en Madrid, tambi¨¦n reconoci¨® en privado que, al igual que decenas de mandos militares, obr¨® como lo hizo por su lealtad absoluta al Rey y no a la Constituci¨®n: ¡°el Rey me orden¨® parar el golpe del 23-F y lo par¨¦; si me hubiera ordenado asaltar las Cortes, las asalto¡±. Ambas confesiones, como muchas otras, refrendan el vital papel del Monarca a la hora de desactivar la mayor amenaza a la democracia restaurada tras la muerte de Franco. Sabemos por los cl¨¢sicos que una sola nube basta para ocultar la vista de todo el sol. Pero parece injusto que la conducta de un anciano al final de su vida eclipse el fulgor de ¡°su mejor momento¡± un 23 de febrero de 1981.
Enrique Moradiellos es catedr¨¢tico de Historia Contempor¨¢nea de la Universidad de Extremadura y Premio Nacional por Historia m¨ªnima de la Guerra Civil.
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