El fantasma de la Marina d¡¯Or belga en Huesca
Unas familias de B¨¦lgica habitan en Suelves d¨¦cadas despu¨¦s de una estafa que prometi¨® una urbanizaci¨®n de lujo cerca de los Pirineos
Una pareja mira embelesada un cochinillo ensartado sobre unas ascuas. ?l mordisquea un pitillo y lleva sombrero; ella, rubia y en vaqueros, sonr¨ªe. Muy cerca, verduras, pan y longanizas. Parecen felices, como en otra foto en ba?ador junto a una piscina, o vestidos para jugar al tenis en otra imagen, o tomando algo bajo una sombrilla o admirando la naturaleza de Huesca. El viejo cartel promocional que muestra estas estampas yace sobre una mesa de madera en una cocina con un antiguo fog¨®n y una t¨ªmida bombilla que titila gracias a un generador. Su luz apenas se vislumbra, bajo un repentino diluvio, desde la pista de tierra que conduce a Suelves (Huesca).
Ya nadie vive en esa antigua casa, lamentan Arturo y David Olivera, padre e hijo, sin luz el¨¦ctrica ni agua corriente. Ning¨²n oscense habita en un pueblo fantasma que anta?o tuvo presencia nobiliaria y ahora avanza hacia el abandono definitivo. ¡°Back to paradise¡¯ [de vuelta al para¨ªso]¡±, rezaba la propaganda. Un anuncio que enga?¨® a decenas de belgas hace d¨¦cadas. El promotor prometi¨®, en flamenco, hoteles, golf, calles asfaltadas y paz. Solo cumpli¨® lo que no depend¨ªa de ¨¦l: la tranquilidad, que propici¨® que aquellos europeos timados decidieran construir sus propias casas o mejorar las que s¨ª se edificaron. Hoy hay solo dos empadronados en Suelves: Godelieve Volckaerts y Ronny Thillo, acompa?ados en verano por otros compatriotas que acuden a otras viviendas.
El matrimonio dista mucho de aquellos modelos que contrat¨® la inmobiliaria fraudulenta. Ella, de 71 a?os y exlimpiadora, tiene pelo casta?o y ojos claros. Su marido, de 66 y extransportista, con la cabeza rapada y tatuajes por todas partes, se atusa el bigote mientras Godelieve presume de carecer de vecinos molestos o visitas inoportunas. Este matrimonio de Amberes conoci¨® Suelves hace 15 a?os gracias a unos amigos y se mud¨® hace seis. No importa que no haya electricidad, usan placas solares. El agua procede de la lluvia y la almacenan en dep¨®sitos, adem¨¢s de comprar garrafas y comida en Barbastro, a media hora en todoterreno. El porche acristalado pronto se empa?a, con los perros Darko y Kira excitados por los empapados forasteros, sin que a la due?a le importe el chaparr¨®n. Es m¨¢s, lo celebra. M¨¢s litros.
La historia de su soledad nace en la d¨¦cada de los 60. Suelves estaba casi despoblado y un tal Fran?ois Van der Bergh, en 1964, compr¨® todo el municipio: ¨¦l pag¨® ocho millones de pesetas salvo las casas de los Olivera y los Grasa, que se negaron a vender. Los intermediarios lo escrituraron en seis millones y los propietarios recibieron solo 2,5 millones entre todos. Primer enga?o. En 1973, el empresario alem¨¢n Adolf Pelzl present¨® un proyecto de un complejo tur¨ªstico valorado en 2.500 millones de pesetas, obtuvo el permiso ministerial, pero no empezaban las obras. Segundo aviso.
Entonces, explica Joaqu¨ªn Puyuelo, descendiente del pueblo, apareci¨® el gran timador: el belga Joseph Colls, que pag¨® deudas previas y en 1979 comenz¨® a ofrecer en B¨¦lgica una especie de ¡®Marina d¡¯Or¡¯ de interior, con mil virtudes. Incluso construyeron ¡°cebos¡±, relata Puyuelo: un bar supermercado, unos vestuarios para un c¨¢mping, algunas casas piloto y una piscina donde ahora solo se ba?an el cieno y la memoria de David Olivera, que recuerda que su hermano s¨ª chapote¨® antes de que cayera el castillo de naipes. El promotor y el dinero volaron y decenas de belgas se quedaron con parcelas en una zona boscosa de Huesca. Pero les sedujo la quietud.
Aquellos que quer¨ªan algo m¨¢s vibrante vendieron su suelo a otros belgas amantes de la relajaci¨®n. Cada comprador empez¨® entonces a edificar en sus terrenos y a hacer brotar tejados entre los ¨¢rboles. El solitario y c¨¢lido valle derrot¨® a la oscura y colapsada B¨¦lgica, rememora Volckaerts: ¡°Aqu¨ª respiro mejor y no me duele la espalda¡±. Su expresivo rostro se tuerce al plantearle qu¨¦ hubiera pasado de prosperar aquel complejo tur¨ªstico. Ellos no vivir¨ªan aqu¨ª, sostiene, ni otros belgas tan integrados que celebran tanto el tradicional d¨ªa de la Ascensi¨®n el 30 de mayo como la festividad belga el 21 de julio.
Los que conocieron al estafador Colls lo recuerdan como ¡°grandull¨®n, con vozarr¨®n y ojos azules¡±, algo chulo y con un espa?ol suficiente para persuadir a los incautos. Dos de sus v¨ªctimas, Raf Vanrobaeys y Deley Andrea, acudieron a ¨¦l en 1980 al saber de ese plan de ¡°piscinas, restaurantes y tiendas¡± y vieron unas fotos que les sedujeron. Estos dos ancianos, de 84 y 82 a?os, narran por tel¨¦fono que el a?o pasado volvieron a su pa¨ªs, a 1.200 kil¨®metros de Suelves, y vendieron aquella casa sin luz ni agua. Raf incluso ha escrito un libro sobre estas desventuras. Hoy hablan con ¡°pena¡± de su adi¨®s y destacan que en Arag¨®n fueron felices: se instalaron pese a tantas promesas incumplidas, como tantos otros colegas.
Es el caso de Isabel y Bruno Li¨¦geois. Esta canosa pareja de Amberes, de 76 a?os, suman 27 viajando a Suelves desde que le compraron a su t¨ªo una casa en el bautizado barrio de Romeo. Su familiar, afirman, fue embaucado, pero se qued¨® por la paz oscense. Esta parte no tiene agua corriente pero s¨ª electricidad, a?aden, aunque su instalaci¨®n molest¨® a aquel hombre, enemigo de los cables. ¡°Nuestros nietos est¨¢n encantados¡±, comenta la pareja, tambi¨¦n recelosa de que se masifique su oasis. Lo que reclaman es una carretera decente.
Esa es una de las grandes peticiones de los m¨¢s vinculados a Suelves, como To?o Lascorz y Matilde Grasa, que exigen que el Ayuntamiento del que dependen, B¨¢rcabo, contribuya al suministro de agua y luz, adem¨¢s de mejorar los caminos. La alcaldesa, Carmen Lalueza, asegura que querr¨ªan intervenir, pero les ¡°sobrepasa econ¨®micamente¡± y los redirige a la diputaci¨®n o a la Junta de Arag¨®n.
La otra batalla es la de recuperar unas parcelas pertenecientes a los herederos del fallecido Joaqu¨ªn Garc¨ªa, un exabogado de la promotora que quebr¨®. Este, mediante un procedimiento de ejecuci¨®n, se adue?¨® de buena parte de las tierras de la localidad. Su familia posee unos espacios inutilizados, saqueados y comidos por la naturaleza que este grupo pide administrar para aprovechar el tir¨®n belga y resucitar, de verdad, el pueblo con gente interesada en ¨¦l. Los Garc¨ªa nunca responden, tampoco a EL PA?S, as¨ª que el tiempo sigue pasando.
Lascorz, que disfruta del aroma a tomillo y romero, se?ala las ruinas del antiguo poblado y reniega de aquello de la ¡°Espa?a vac¨ªa¡± que las Administraciones no remedian. No sabe qu¨¦ ocurrir¨¢ con Suelves, pero aplaude la ¡°ilusi¨®n¡± de los extranjeros. Su esfuerzo y sus ganas, conf¨ªa, beneficiar¨¢n al modesto para¨ªso que eligi¨® para sus fechor¨ªas el desaparecido estafador al que, dice la leyenda, mat¨® la mafia en Marsella.
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