Y Cartagena ardi¨® mientras Espa?a estaba de fiesta: 30 a?os del incendio de la Asamblea de Murcia
Los protagonistas del incendio de la C¨¢mara aut¨®noma rememoran las protestas contra la reconversi¨®n industrial de 1992
La imagen que Espa?a proyectaba al mundo en 1992 era de celebraci¨®n: se conmemoraba el quinto centenario del descubrimiento de Am¨¦rica, Barcelona era sede de los Juegos Ol¨ªmpicos y Sevilla, de la Exposici¨®n Universal. La Regi¨®n de Murcia, en cambio, arranc¨® ese a?o de fiestas envuelta en una profunda crisis econ¨®mica y social, especialmente en la comarca de Cartagena, donde las manifestaciones y la tensi¨®n acabaron desembocando en la quema de su Parlamento regional, el 3 de febrero de aquel a?o. El 30? aniversario de aquel suceso ha coincidido con otro episodio de protestas que acab¨® con el asalto al Ayuntamiento de Lorca, cuando un grupo de ganaderos entraron por la fuerza y obligaron a suspender un pleno para limitar la construcci¨®n de nuevas granjas porcinas.
Ambos casos, no obstante, ¡°tienen m¨¢s diferencias que similitudes¡±, explica a EL PA?S Jos¨¦ Ibarra, autor del libro Cartagena en llamas, en el que analiza el contexto de la quema de la Asamblea Regional. En 1992, apunta, miles de personas en Cartagena ve¨ªan peligrar sus empleos por la reconversi¨®n industrial. ¡°En Lorca, hablamos de un problema de un solo sector y actuaci¨®n espoleada pol¨ªticamente, algo que no sucedi¨® hace 30 a?os¡±, explica.
Ibarra vivi¨® esa crisis como trabajador del astillero Baz¨¢n, actual Navantia, que ten¨ªa unos 3.500 trabajadores expuestos al despido por falta de carga de trabajo. La sombra del cierre se extend¨ªa sobre otras dos grandes empresas de la zona: la fundici¨®n de plomo Pe?arroya, con unos 350 empleados, que ya hab¨ªa cerrado sus negocios de miner¨ªa en el municipio cercano de La Uni¨®n, y las tres f¨¢bricas de fertilizantes de Ercros, que empleaban a unas 800 personas. En aquel a?o, apunta Ibarra, se perdieron unos 5.000 empleos directos y otros 15.000 indirectos en una ciudad con una poblaci¨®n de 175.000 habitantes. ¡°Mientras Espa?a estaba de fiesta, Cartagena explot¨® y ardi¨®¡±, resume.
Una huelga general en diciembre de 1991 dio paso a una cadena de manifestaciones y protestas casi diarias: 127 en 180 d¨ªas seg¨²n los c¨¢lculos de Ibarra. La del 3 de febrero iba a ser una m¨¢s, ni siquiera especialmente multitudinaria: un pu?ado de trabajadores de Pe?arroya, explica Antonio Mi?arro, uno de los delegados sindicales de la fundici¨®n en esos a?os, quer¨ªan reunirse con el presidente de la comunidad aut¨®noma, el socialista Carlos Collado, que comparec¨ªa en el pleno de la C¨¢mara. No era la primera vez que se manifestaban en el paseo de Alfonso XIII, donde se levanta el edificio modernista de la Asamblea, pero aquel d¨ªa encontraron ¡°un cord¨®n policial como nunca antes lo hab¨ªamos visto, y la cosa se puso muy tensa, la polic¨ªa se neg¨® a dejarnos pasar, y en seguida empezaron a cargar¡±, cuenta a EL PA?S.
Paco Segura, representante sindical de Ercros sit¨²a el detonante de la ¡°batalla campal¡± en el golpe que, seg¨²n cuenta, un agente propin¨® al entonces delegado comarcal de Comisiones Obreras en Cartagena, Jos¨¦ Luis Romero. ¡°Le rompi¨® el labio con la porra, y orden¨® una descarga de pelotas de goma. Ah¨ª empez¨® todo¡±, rememora. Antonio S¨¢ez, presidente del comit¨¦ de empresa de Baz¨¢n, pidi¨® refuerzos: ¡°Pasamos de unos 200 manifestantes a m¨¢s de 3.000¡å, apunta. Lo que recuerda ¡°con m¨¢s orgullo¡± de esa ¨¦poca es la uni¨®n de los trabajadores en las protestas y ¡°la comuni¨®n de la sociedad con los trabajadores, todo el mundo se volc¨®¡±.
Romero se r¨ªe al evocar aquel golpe que hizo girar los acontecimientos. ¡°La sociedad se volc¨®, porque los cierres de aquellas empresas abocaban al paro a miles de familias y todo se viv¨ªa con mucha desesperanza, porque no hab¨ªa alternativas¡±, asegura. Hoy, la industria sigue siendo un pilar en la econom¨ªa de Cartagena, pero se han unido otros sectores, como el turismo o la agricultura, en 1992 ¡°nada de eso exist¨ªa¡± y ¡°los pol¨ªticos no ofrec¨ªan alternativas¡± apunta. Los gobernantes, coinciden los antiguos dirigentes sindicales, ¡°no supieron estar a la altura¡±.
Y as¨ª lo reconoce tambi¨¦n la socialista Mar¨ªa Antonia Mart¨ªnez, que en abril de 1993 asumi¨® la presidencia de la Regi¨®n. Aquel 3 de febrero era la vicepresidenta de la C¨¢mara y estaba dentro cuando el c¨®ctel molotov arras¨® la sala de conferencias. ¡°El clima en Cartagena era mal¨ªsimo, la crisis estaba afectando de una manera tremenda. No supimos hacerlo, esa es la verdad. No vimos la dimensi¨®n de lo que se nos ven¨ªa encima. Aquella crisis no era balad¨ª, muchas empresas se fueron a pique. Fue un fracaso colectivo¡±, explica.
La quema de la Asamblea, considera Mart¨ªnez, fue la ¡°manifestaci¨®n extrema de una situaci¨®n muy grave¡±. Pero rechaza el halo de romanticismo que ha adquirido con los a?os: ¡°No se puede celebrar ni justificar atacar el sitio donde reside la voluntad popular¡±. La expresidenta guarda todav¨ªa un grueso tornillo que atraves¨® la ventana de su despacho en una de las protestas.
El jefe de prensa y protocolo de la C¨¢mara, Enrique Arnaldos, estaba en el Parlamento cuando se produjo el incendio. Asegura que la polic¨ªa actu¨® ¡°con profesionalidad¡± en un clima de alt¨ªsima tensi¨®n. ¡°Los manifestantes les gritaban aut¨¦nticos disparates, pero los agentes no respond¨ªan a pesar de que llevaban horas soportando una tensi¨®n bestial. Actuaron solo cuando ya estaba ardiendo la sala de conferencias¡±, asegura.
En aquel momento de tensi¨®n, recuerda Santiago Andreo, uno de los ujieres, alguien dijo que hab¨ªa gente dentro de la sala. ?l ten¨ªa 27 a?os y era un reci¨¦n llegado. Accedi¨® a la sala sorteando el humo, ¡°que era muy negro, y por la direcci¨®n del viento, entraba hacia el resto del edificio¡±. Comprob¨® que estaba vac¨ªa y abri¨® el ventanal de la c¨²pula acristalada que cubre el Patio de los Ayuntamientos para que hiciera ¡°efecto de chimenea¡±. ¡°Me preocup¨¦ por la Asamblea como si fuera mi casa. En aquel momento no sent¨ª ni miedo. Cuando sal¨ª a la calle y por la noche, sent¨ª pena, porque todo parec¨ªa una zona de guerra, con escaparates rotos, coches ardiendo, todo devastado¡±. Es el mismo recuerdo de Pepe Campillo, que gestiona el servicio de cafeter¨ªa del Parlamento auton¨®mico. En 1992 ya trabajaba all¨ª junto a su padre y fueron los ¨²ltimos en salir del edificio. ¡°Hab¨ªa humo por toda la calle, ol¨ªa a p¨®lvora. Todo estaba destrozado¡±.
El incendio lo apagaron los bomberos y los tres trabajadores de la casa se r¨ªen al contar que nadie vio aquel d¨ªa la enorme manguera anti-incendios colgada justo en la puerta de la sala que ardi¨®. All¨ª estaba aquel 3 febrero de 1992 y all¨ª sigue, 30 a?os despu¨¦s. ¡°No la usamos entonces, espero que no sea necesario volver a usarla nunca¡±, concluye Arnaldos.
Tu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo
?Quieres a?adir otro usuario a tu suscripci¨®n?
Si contin¨²as leyendo en este dispositivo, no se podr¨¢ leer en el otro.
FlechaTu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PA?S desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripci¨®n a la modalidad Premium, as¨ª podr¨¢s a?adir otro usuario. Cada uno acceder¨¢ con su propia cuenta de email, lo que os permitir¨¢ personalizar vuestra experiencia en EL PA?S.
En el caso de no saber qui¨¦n est¨¢ usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contrase?a aqu¨ª.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrar¨¢ en tu dispositivo y en el de la otra persona que est¨¢ usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aqu¨ª los t¨¦rminos y condiciones de la suscripci¨®n digital.