Pape Diagne, superviviente del naufragio de un cayuco en Senegal: ¡°Volcamos. Hubo llantos, gritos, rezos y luego un enorme silencio¡±
La joven Daba Diop quer¨ªa ayudar a sus padres enfermos y dar una vida mejor a sus dos hijas; Fallou Diop, ser alguien en la vida. Ambos murieron en el accidente del pasado 8 de septiembre en Mbour
A sus 27 a?os, Daba Diop hab¨ªa hecho casi de todo: barrendera, empleada del hogar, obrera en una f¨¢brica de pescado, recolectora de cacahuetes, vendedora de ropa ambulante. Pero la vida se le puso cuesta arriba. No solo ten¨ªa que mantener sola a sus dos hijas peque?as sino, como hermana mayor, pagar los gastos m¨¦dicos de sus dos padres enfermos. Intent¨® el viaje dos veces y, en cada ocasi¨®n, su familia se lo impidi¨® en el ¨²ltimo instante. Hasta el domingo 8 de septiembre. Una semana antes, su casero los hab¨ªa echado de las dos habitaciones en las que viv¨ªa con los suyos. Cuando supo que un cayuco se estaba preparando para zarpar, no lo pens¨® demasiado.
Apenas 15 minutos despu¨¦s de salir, su cuerpo ya flotaba sin vida. Ni se despidi¨® de sus hijas para no levantar sospechas.
En su casa familiar reina ahora una profunda tristeza. Los ni?os, ajenos al pesar adulto, entran y salen corriendo en sus juegos infinitos, levantando la arena de la calle que se cuela por las rendijas de las ventanas. Ndeye Awa Sylla, madre de Daba, suspira sin parar. No puede ni hablar. ¡°Era muy trabajadora¡±, se arranca Fagueye Sylla, t¨ªa de la joven. ¡°Su padre tuvo un ictus y su madre sufre de diabetes e hipertensi¨®n. Era la mayor de cinco hermanas, asumi¨® la responsabilidad y fue demasiado para ella¡±, a?ade. ¡°Quer¨ªa irse, lo hab¨ªa intentado dos veces, pero un cu?ado m¨ªo la fue a buscar hasta el cayuco en ambas ocasiones. Esta vez no llegamos a tiempo¡±.
El naufragio del 8 de septiembre ha sembrado de dolor este humilde barrio de Thioc¨¦-Ouest, en la localidad senegalesa de Mbour. Aqu¨ª viv¨ªa el capit¨¢n y organizador del viaje, y al menos 15 de los 40 j¨®venes muertos proced¨ªan de este distrito.
¡°Pas¨® todo en un instante¡±, recuerda el superviviente Pape Diagne. ¡°Cuando vi el cayuco me di cuenta de que no ¨ªbamos a llegar. Era una embarcaci¨®n peque?a, apenas hab¨ªa espacio y ¨¦ramos m¨¢s de 80. Pens¨¦ que hab¨ªa hipotecado mi vida, pero no pod¨ªa dar marcha atr¨¢s, confi¨¦ en Dios y rec¨¦. Unos diez minutos despu¨¦s de salir, empez¨® a entrar agua. La gente entr¨® en p¨¢nico y se movi¨®. Volcamos. Yo me sumerg¨ª todo lo que pude y, cuando volv¨ª a la superficie, me agarr¨¦ a un bid¨®n de gasolina. Eso salv¨® mi vida¡±.
Diagne, de 46 a?os, muestra las quemaduras de primer grado en su est¨®mago, fruto de la mezcla del combustible y el agua salada. ¡°Fue un s¨¢lvese quien pueda. Sent¨ª que alguien tiraba de mi pantal¨®n y me lo tuve que quitar para no hundirme con esa persona. Se escuchaban gritos, llantos, rezos, y luego un enorme silencio. Unos 30 minutos despu¨¦s llegaron los pescadores a rescatarnos¡±, explica. ¡°Durante los primeros d¨ªas las im¨¢genes estaban todo el tiempo en mi cabeza, como si estuviera viendo la televisi¨®n. No pod¨ªa dormir. Luego esas escenas empezaron a irse¡±, prosigue Diagne, quien de momento no quiere saber nada de volverlo a intentar, pero no lo descarta en el futuro: ¡°No lo hacemos por gusto o placer, nos vamos para trabajar. Quiero lo mejor para mi mujer y mi hijo¡±.
A escasos metros de la casa de Diagne, la familia del futbolista Fallou Diop, de 31 a?os, tambi¨¦n est¨¢ de duelo. ¡°D¨¦jame, tengo que avanzar, ser alguien en la vida¡±, le dec¨ªa a su t¨ªa Mame Khady Samb, quien lo cri¨® como si fuera un hijo, cada vez que esta trataba de convencerle de que no cogiera un cayuco hacia Canarias. En la casa, la habitaci¨®n de Fallou, que era camarero en la universidad de Dakar, permanece cerrada. Diez d¨ªas despu¨¦s de la tragedia, cuando se elabor¨® este reportaje, a¨²n no hab¨ªan tenido ¨¢nimo para sacar sus cosas. El domingo 8 de septiembre a las 13.00 se fue por la puerta de atr¨¢s vestido con la camiseta del equipo del barrio, el de toda la vida, a cuadros azules y blancos. Quiz¨¢s pens¨® que le dar¨ªa suerte.
¡°Ser¨ªan como las cinco de la tarde y escuchamos el revuelo en la calle¡±, recuerda su t¨ªa. ¡°Gente que volv¨ªa del cayuco y que dec¨ªa que hab¨ªa muchos muertos. Entonces pens¨¦ que Fallou no hab¨ªa ido a ver el Kankour¨¢n (una tradici¨®n senegalesa), que ¨¦l pod¨ªa estar en esa embarcaci¨®n. Pasamos toda la noche en la calle, sentados en la puerta de casa, esperando ver su figura acerc¨¢ndose en cualquier momento. Pero nada. Al d¨ªa siguiente tampoco pudimos dormir. Hasta que el martes nos llamaron para ir a reconocer el cad¨¢ver. No pude soportar el dolor y tuvieron que darme algo para dormir¡±.
El organizador del viaje, Cheikh Sall alias Saff, es un pescador de 52 a?os tambi¨¦n residente en Thioc¨¦-Ouest. Pese a lo ocurrido, en el barrio no parecen guardarle rencor. ¡°Todos lo conoc¨ªan por aqu¨ª, es una buena persona. En su cabeza estaba ayudar a los j¨®venes a cumplir sus sue?os, a muchos ni siquiera les cobr¨®, entre ellos a miembros de su propia familia¡±, asegura Mame Khady Diop. Para Pape Diagne, ¡°este hombre cometi¨® el grave error de salir con tanta gente a bordo, pero a ¨¦l tambi¨¦n lo enga?aron¡±. ¡°Le colaron m¨¢s personas de las que ten¨ªa previsto¡±, justifica. El precio del pasaje era de unos 600 euros. Adem¨¢s de los j¨®venes de Mbour, en el cayuco viajaban tambi¨¦n ¡°extranjeros¡±, dice Diagne. Malienses, guineanos o gambianos, trabajadores en cualquier cosa de d¨ªa y sombras que deambulan por la noche, ¡°gente que no era de mar, que entraron en p¨¢nico cuando las cosas empezaron a ir mal¡±, se?ala el superviviente.
La implicaci¨®n de los pescadores en estos viajes es creciente. Moustapha Senghor, coordinador del Consejo Local de la Pesca Artesanal de Mbour, asegura que quienes viven de este sector ¡°ya no tienen esperanza en su oficio¡±. A su juicio, las malas pr¨¢cticas de algunos artesanos, que usan redes no autorizadas, y la presencia de grandes barcos industriales, sobre todo chinos, est¨¢ detr¨¢s de la escasez de pescado. ¡°Antes sal¨ªas una temporada y pod¨ªas ganar lo suficiente para comprar un terreno, construir una casa o hacer una inversi¨®n; ahora puedes hacer hasta cinco temporadas y no ganas lo necesario para hacer frente a tus gastos cotidianos¡±, lamenta.
Pero quienes se suben a bordo de estas embarcaciones para ir a Canarias no son solo pescadores. ¡°Hay bachilleres, gente que han terminado un m¨¢ster, j¨®venes con ambici¨®n pero que no encuentran una m¨ªnima oportunidad para desarrollar sus vidas¡±, dice Cheikh Omar Koit¨¦, agente comunitario en Thioc¨¦-Ouest. ¡°Hasta yo he pensado en irme. Ves a personas que van a Espa?a y en un a?o o dos realizan sus sue?os y te preguntas por qu¨¦ t¨² no puedes hacer lo mismo. El problema es que la v¨ªa legal es hoy imposible¡±. Para Ibrahima Diouf, de la Delegaci¨®n Diocesana de Migraciones de Mbour, ¡°hay que combatir esta tragedia, pero el Estado senegal¨¦s debe asumir su responsabilidad y dar formaci¨®n y empleo a todos estos j¨®venes y no solo seguir los dictados de las pol¨ªticas europeas de frenar las migraciones¡±.
El 22 de septiembre, cuando Mbour no se hab¨ªa recuperado todav¨ªa del impacto de este naufragio mortal, otra noticia volvi¨® a golpearles. Un cayuco con 38 cad¨¢veres en avanzado estado de descomposici¨®n aparec¨ªa a unos 70 kil¨®metros de Dakar. Los colores y el nombre escrito en su costado indicaban que era el mismo que zarp¨® a mediados de agosto con m¨¢s de 100 j¨®venes a bordo, algunos de Mbour, otros de Gambia, desde estas mismas playas. Ochenta muertos en apenas dos semanas. El 21 de septiembre, una marcha silenciosa contra el drama de la emigraci¨®n irregular recorri¨® las calles de la ciudad. ¡°Es un goteo insoportable, un dolor que sentimos muy adentro porque son nuestros hermanos y nuestros hijos quienes est¨¢n perdiendo la vida¡±, concluye Koit¨¦.
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