El d¨ªa que la tragedia viene a buscarte, y est¨¢s solo
¡°Nos hemos sentido abandonados¡±, lamenta un vecino de Paiporta afectado por la riada
Hace unos a?os, el periodista italiano de La Stampa Domenico Quirico fue secuestrado en Siria. M¨¢s de 150 d¨ªas en los que sus captores, un grupo rebelde de origen islamista, le pegaron, lo humillaron, le arrojaron las sobras de su propia comida como si fuera un perro callejero y hasta en un par de ocasiones simularon su fusilamiento. Cuando, en diciembre de 2013, fue puesto por fin en libertad, Quirico declar¨® que, durante aquellos cinco meses tan duros, nunca flaque¨® su convencimiento de que Italia no lo abandonar¨ªa: ¡°Ning¨²n gobierno italiano de los ¨²ltimos 20 a?os, fuera de izquierda o de derecha, ha abandonado jam¨¢s a sus ciudadanos en dificultad. Jam¨¢s. Es un gran m¨¦rito de mi pa¨ªs. Yo he sido liberado porque existe el Estado italiano¡±.
Vicente, el vecino del n¨²mero 84 de la calle San Jos¨¦ de Paiporta, s¨ª se siente abandonado por su Estado. Ignacio, el del n¨²mero 29, tambi¨¦n. Y Jes¨²s David, que vive en la calle San Roque, piensa lo mismo. Al igual que, un d¨ªa antes, en Catarroja, lo expresaba ¡ªa ratos conteniendo la emoci¨®n y a ratos sujetando la rabia¡ªChelo, la vecina del n¨²mero 10 de la calle Crescencio Chapa. No son activistas pol¨ªticos, y ni siquiera hacen alusi¨®n expresa a Pedro S¨¢nchez o a Carlos Maz¨®n, pero despu¨¦s de relatar las horas tan duras que pasaron la noche de la riada, de se?alar la marca de m¨¢s de dos metros de altura que dej¨® el agua sucia en los cuadros de la pared ¡ªla foto de los abuelos de Vicente, la de la hija de Ignacio vestida de fallera¡¡ª; tras hacer el recuento de los vecinos y los familiares muertos ¡ª¡±la anciana de aqu¨ª al lado falleci¨® ahogada y tardaron tres d¨ªas en encontrarla¡±¡ª; solo despu¨¦s de repetir una y otra vez ¡°no, gracias¡± a los j¨®venes que, con palas o con rastrillos, con un fonendo colgado al cuello o con mascarillas y botellas de agua, se ofrecen a echarles una mano ¡ª¡±?necesit¨¢is algo?, ?podemos ayudar?¡±¡ª, solo entonces, y sin que medien m¨¢s preguntas que la escucha atenta, confiesan: ¡°Nos hemos sentido solos, abandonados. Si no hubiera sido por estos chavales, qu¨¦ solos hubi¨¦ramos estado¡±.
Ocho d¨ªas despu¨¦s de la gran riada, lo que se observa en Paiporta son dos c¨ªrculos conc¨¦ntricos de ayuda. En el de fuera: un aluvi¨®n de polic¨ªas locales, nacionales, guardias civiles, alguna pareja de ?ertzainas, soldados de la Unidad Militar de Emergencias, tanquetas, puestos de mando¡ En el c¨ªrculo interior o, dicho de otro modo, en las calles m¨¢s afectadas del centro, donde los muebles inservibles y el fango siguen formando monta?as que apenas permiten el paso, ah¨ª, inclinados sobre un olor de podredumbre cada vez m¨¢s intenso, cientos de voluntarios, la mayor¨ªa muy j¨®venes, se siguen afanando en borrar las huellas de la riada.
Ignacio cuenta que ni ¨¦l ni su mujer estaban en su casa de Paiporta la noche de la riada, pero que cuando regresaron, dos d¨ªas despu¨¦s, hubo algo que les llam¨® la atenci¨®n incluso m¨¢s que los destrozos. El silencio. La imagen de sus vecinos caminando en silencio, sin rumbo, algunos llorando, conmocionados todav¨ªa por lo que hab¨ªa pasado. ¡°Me acuerdo de que hace unos d¨ªas, cuando vimos en la televisi¨®n aquel pueblo de Italia que qued¨® arrasado, le dije a mi mujer, mira qu¨¦ l¨¢stima de gente¡ Pues ahora es lo mismo. Nunca crees que te vaya a pasar a ti, y ahora la tragedia de los dem¨¢s es la tuya. Pero lo que nunca puedes llegar a imaginar es que, en una situaci¨®n as¨ª, el Estado desaparezca¡±.
A las dos de la tarde, justo en el l¨ªmite de los dos c¨ªrculos, el de los uniformes y el de los j¨®venes armados de palas y rastrillos, hay una mujer parada en una esquina. Es pelirroja, lleva una mascarilla y sujeta un m¨®vil en una mano y una botella de agua en la otra. Parece desorientada.
¡ª?Le ocurre algo?
¡ªNo s¨¦. He venido de Mislata a ayudar, pero no esperaba que esto fuera as¨ª. Hab¨ªa visto las im¨¢genes, pero es mucho peor.
Se llama Mar¨ªa y, como los vecinos de Paiporta aquella noche en que la tragedia vino a buscarlos, se siente sola y asustada.
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