El autob¨²s 27 no es el 47, y es una pena
Cuando escampe, no solo habr¨¢ que reconstruir las casas, sino la ilusi¨®n antigua de salir adelante. Materia prima hay
Les iba a contar hoy una historia del bar Prieto, pero he cambiado de idea. Ver¨¢n, el bar Prieto se encuentra en San Marcelino, un barrio de gente trabajadora al sur de Valencia conectado por un puente con la pedan¨ªa de La Torre. La tarde de la inundaci¨®n, las aguas arrasaron La Torre, pero ni siquiera tocaron San Marcelino, de modo que los habitantes de este lado del barranco vieron desde sus ventanas c¨®mo ¡°nadaban como peces¡± los coches de sus vecinos de enfrente, mientras sus casas, sus s¨®tanos y sus negocios quedaban impolutos.
El puente se convirti¨® enseguida en uno de los accesos principales para llevar ayuda a los miles de personas que se quedaron sin nada en La Torre, hasta el punto de que ahora el Ayuntamiento de Valencia quiere rebautizarlo como puente de los Voluntarios o tal vez puente de la Solidaridad. Pues bien, de unos d¨ªas a esta parte, todas las ma?anas, algunos vecinos de La Torre cruzan andando el puente, se sientan en los veladores del bar Prieto y recuperan ¡ªno sin un punto de emoci¨®n, de reconquista¡ª el viejo y sacrosanto rito del desayuno en la calle.
¡ªEste caf¨¦ ¡ªcuenta Tom¨¢s, sentado frente a su vecino Mariano¡ª es como volver a la vida. Llevamos ya dos semanas viviendo entre el lodo y los muebles rotos. Yo en particular me he llevado una semana sin casi salir de casa porque ten¨ªa que hacerlo saltando entre los coches, como si fuera Spiderman. Y ahora que ya vamos poco a poco levantando cabeza, nos damos este peque?o lujo. En La Torre todav¨ªa no hay ning¨²n bar abierto, as¨ª que cruzamos el puente y nos sentamos aqu¨ª un rato. A usted le podr¨¢ parecer un capricho, pero es un desahogo, una necesidad.
¡ªEs como regresar a la vida que ten¨ªamos ¡ª tercia Mariano mientras enciende su segundo winston en 10 minutos¡ª, una vida que ya nunca ser¨¢ la misma...
Pues eso, que iba a echar la ma?ana aqu¨ª en el bar Prieto, o en la cervecer¨ªa La Isla, hablando con unos vecinos que, sin darse cuenta, regresaban una y otra vez a sus pesadillas tan recientes ¡ª¡±yo vivo en un sexto piso¡±, dice Tom¨¢s, ¡°y ve¨ªa pasar por el barranco coches nadando como peces, con las luces encendidas, con gente dentro¡±¡ª cuando, de pronto, algo me llam¨® la atenci¨®n. Los polic¨ªas que custodiaban el puente ¡ªreservado hasta ahora en exclusiva a los peatones¡ª se echaron a un lado para dejar pasar un autob¨²s rojo de la EMT, la empresa municipal de transportes de Valencia.
¡ª?Y ese autob¨²s? ¡ª pregunt¨¦.
¡ªEl 27. Va de La Torre al mercado Central de Valencia. Hasta ahora no hab¨ªa podido entrar en el barrio por el fango y los escombros, pero ahora, poco a poco, va recuperando paradas...
Me desped¨ª de ellos y me mont¨¦ en el 27, un par de veces de ida y otras de regreso, y habl¨¦ con los conductores ¡ª¡±tenemos que tener mucha paciencia, mucho tacto, la gente sigue muy afectada¡±¡ª y con los pasajeros, una amalgama muy parecida a la que se puede encontrar en los viejos barrios obreros de Madrid y de otras ciudades espa?olas: vecinos de toda la vida, por lo general gente mayor, mezclados con j¨®venes espa?oles que no pueden pagar un piso en el centro y extranjeros de diversa procedencia que trataban de construirse un futuro aqu¨ª cuando el fango les pas¨® por encima. Y entonces, no s¨¦ por qu¨¦, me acord¨¦ de otro autob¨²s y de otra historia: la que cuenta la pel¨ªcula El 47, protagonizada por Eduard Fern¨¢ndez, un conductor de autob¨²s que lidera una revuelta de sus vecinos ¡ªemigrantes extreme?os, gallegos o andaluces que llegaron a Barcelona con una mano delante y otra detr¨¢s¡ª para que el Ayuntamiento les ponga una l¨ªnea de autob¨²s. Es una historia real, sucedi¨® en la segunda mitad de los a?os 70, cuando la democracia echaba a andar y hasta en ellos ¡ªlos despose¨ªdos, los que tienen que luchar a pu?etazos para que salga el sol cada d¨ªa¡ª hab¨ªa una ilusi¨®n nueva, imparable.
Ahora, cuando escampe, los pol¨ªticos, la sociedad, no solo tendr¨¢n que reconstruir los puentes y las casas, sino rescatar de entre las brasas del desencanto aquellas ganas de salir adelante, aquella confianza. Materia prima hay. No hace falta m¨¢s que mirar lo j¨®venes que son, lo pronto que llegaron, y la emoci¨®n de Tom¨¢s y Mariano cuando los ven pasar por el puente con sus botas de agua, sus palas y sus escobas:
¡ªM¨ªralos, ah¨ª van otra vez, dan ganas de abrazarlos.
Tu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo
?Quieres a?adir otro usuario a tu suscripci¨®n?
Si contin¨²as leyendo en este dispositivo, no se podr¨¢ leer en el otro.
FlechaTu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PA?S desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripci¨®n a la modalidad Premium, as¨ª podr¨¢s a?adir otro usuario. Cada uno acceder¨¢ con su propia cuenta de email, lo que os permitir¨¢ personalizar vuestra experiencia en EL PA?S.
En el caso de no saber qui¨¦n est¨¢ usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contrase?a aqu¨ª.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrar¨¢ en tu dispositivo y en el de la otra persona que est¨¢ usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aqu¨ª los t¨¦rminos y condiciones de la suscripci¨®n digital.